– Sam Kovac, detective las veinticuatro horas del dia.

– No tengo nada mejor que hacer.

– Ya… ?No anhelas algo mas de vez en cuando? -quiso saber Liska, saliendo del reservado.

– No -nego el, haciendo caso omiso de la imagen de Amanda Savard que acudio de inmediato a su mente; era una idea tan ridicula que ni siquiera alcanzaba la categoria de fantasia-. Si nunca deseas nada, tampoco sufres decepciones cuando no lo consigues.

Capitulo 11

El aparcamiento llevaba el nombre de un policia asesinado a sangre fria en una pizzeria de Lake Street. Liska lo recordaba cada vez que era tarde e iba sola en busca de su coche, o bien cuando estaba cansada y miraba el futuro con ojos inyectados en sangre. Esa noche sumaba todos los puntos. Habia pasado la hora punta, la rampa aparecia desierta y ella se hallaba en un estado de animo sombrio. Kovac habia regresado a comisaria para recoger la llave de la casa de Fallon, y Liska habia declinado su ofrecimiento de acompanarla al coche.

Se le erizaron los pelos de la nuca. De pronto se detuvo en seco y giro sobre sus talones. El sonido rebotaba y resonaba en aquel laberinto de hormigon, lo cual dificultaba distinguir su origen. Un portazo podia proceder de la planta superior o inferior. Una pisada podia causarla una persona al otro extremo de la hilera… o detras de ti. Las rampas de los aparcamientos eran los lugares predilectos de atracadores y violadores. A los indigentes, en su mayoria borrachos o enfermos mentales, les gustaba buscar cobijo en las rampas y usarlas como lavabo cuando los echaban de lugares como la biblioteca publica del centro.

Liska respiraba con cierta dificultad mientras esperaba y observaba, deslizando la mano en el interior del abrigo para asir la culata de la pistola que llevaba a la cintura.

No vio a nadie ni oyo nada significativo. Tal vez solo estaba nerviosa, pero tenia motivos. A fin de cuentas, habia pasado el dia indagando la muerte de dos policias. Se sentia como si alguien le hubiera echado una almohada sobre la cabeza y la hubiera golpeado con una barra de hierro. Queria ir a su casa, ver a los chicos, tener algunas horas para olvidar el hecho de que se habia ofrecido voluntaria para remover una pila de mierda de Asuntos Internos.

– Una idea genial -mascullo entre dientes mientras quitaba el seguro del arma y sacaba las llaves del bolsillo del abrigo.

Ahora tenia que buscar el modo de sonsacar informacion a Cal Springer, y eso sin vomitar. De puta madre.

Costaba imaginar a Cal Springer metido en algo turbio. Casi nunca lo invitaban a comer, de modo que resultaba dificil imaginar que lo invitaran a formar parte de una conspiracion, pero por otro lado no podia pasarse por alto el hedor a miedo que despedia, un hedor que le recordaba a su padre y que odiaba con todas sus fuerzas.

– ?Por que no haria caso a mi madre? -mascullo-. «Aprende un oficio, Nikki. Hazte esteticista, monta un catering, apunta alto, buscate un trabajo para el que puedas ponerte faldas bonitas, conoce al hombre de tus suenos…»

El Saturn azul marino que hacia las veces de despacho con ruedas y taxi estaba aparcado al final de la fila, junto a la pared, en un rincon demasiado oscuro para su gusto ahora que era de noche. Al menos habia aparcado de culo, lista para huir a toda pastilla. Pulso el boton del cierre centralizado y mascullo un juramento. Nada. Las portezuelas no se abrieron. Los intermitentes no parpadearon. Ese trasto llevaba varias semanas haciendo el tonto, funcionando unas veces y otras no. Por otro lado, Liska trabajaba sin descanso, por lo que nunca tenia tiempo de llevarlo al taller. Le parecia una averia demasiado insignificante para molestarse… pero ahora estaba sola en un aparcamiento oscuro.

Un golpe y una especie de aranazo la hicieron detenerse de nuevo. De otra planta le llego el chirrido de protesta de un arbol de direccion forzado en exceso en un sentido. En su propia planta percibio una presencia humana que disparo las alarmas de todas sus terminaciones nerviosas. No se paro en las estupidas racionalizaciones a las que solian recurrir las mujeres en tales situaciones. Habia que confiar en el instinto por encima de las ensenanzas de una sociedad en apariencia cortes. Si tenia la sensacion de que algo andaba mal, entonces es que probablemente asi era.

– Eh, ?quien esta ahi? -grito, volviendose despacio.

La tia dura. La voz que desafiaba a cualquier merodeador a acercarse a ella. El pulso se le acelero considerablemente.

Camino hacia el coche, llave en la mano izquierda, la derecha camino del arma, desenfundandola. Con la punta de la llave busco a tientas la cerradura, fallando una vez y otra. Mantuvo la vista alta, mirando de izquierda a derecha, viendo… algo, a alguien. La cara en sombras de una columna de hormigon que parecia un poco demasiado gruesa, un poco distorsionada.

Liska parpadeo e intento aguzar la vista. Demasiado oscuro. Puede que alli no hubiera nada.

La llave entro en la cerradura. Se sento al volante, cerro la puerta y pulso el boton del cierre centralizado, pero no paso nada. Maldijo el coche, arranco el motor y volvio a pulsar el boton. Esta vez se vio recompensada por el chasquido de los seguros al bajar. Seguia con la mirada clavada en aquella columna situada a quince metros de distancia. No detecto movimiento alguno, pero la sensacion de aquella otra presencia humana no la abandonaba.

Hora de marcharse.

Arrojo el maletin sobre el asiento del acompanante, entre los trastos propios de una madre trabajadora, un desorden que le parecia peor que nunca y se extendia hasta el suelo. Correo comercial, una bolsa de Burger King, un par de revistas, la zapatilla deportiva de uno de los chicos, algunas figuras de accion… Y muchos vidrios rotos.

El pulso volvio a acelerarsele.

La ventanilla derecha habia quedado reducida a mil fragmentos que yacian desparramados sobre el asiento y en el suelo, mezclados con el correo comercial, la bolsa de Burger King, la zapatilla de R. J., las revistas y los munecos de accion. Probablemente habia sido algun yonqui, intento convencerse Liska. El fantasma entre las sombras, que ahora se ocultaba, esperando a que se marchara para poder romper otra ventanilla en busca de objetos de valor. Era la explicacion mas plausible.

Puso primera. Conduciria hasta la planta baja y pediria un coche patrulla desde la zona bien iluminada de la caja.

En el salpicadero se encendio una luz roja que le indicaba que debia llevar el coche al taller.

– Si, ?y a mi quien me lleva al taller? -suspiro mientras salia del hueco.

La luz de los faros del coche cayo sobre la columna. Nada. Nadie. Intento desterrar de su mente toda sospecha mientras respiraba hondo, pero la tension no desaparecio.

Al pasar junto al pilar miro por el retrovisor y entrevio algo. Media silueta de hombre de pie junto a un coche de tres volumenes muy cerca del lugar donde habia estado aparcado su Saturn.

No tenia nada de raro ver a una persona en un aparcamiento. Todos los coches tenian duenos que por lo general abrian puertas y encendian faros. Pero aquel no; aquel se limito a ocultarse entre las sombras. Liska descarto el retrovisor y miro por encima del hombro izquierdo mientras en la mano derecha mantenia sujeta el arma, una pequena y bonita Sig Sauer, ideal para su mano diminuta y aun asi capaz de acabar con cualquier toro que la embistiera.

?De donde habia salido aquel tipo? Habia aguzado al maximo la vista y el oido. Desde luego, nadie habia avanzado tanto por la rampa sin que ella se diera cuenta.

– ?Eh!

La voz la golpeo como una bala. Liska giro la cabeza hacia la derecha y vio a un hombre abalanzarse sobre su coche, la cabeza y el torso irrumpiendo en el interior por la ventanilla rota.

– ?Eh! -grito de nuevo aquel rostro que parecia tallado a partir de un tronco con un abrecartas, curtido, sucio, de dientes amarillentos, barba mugrienta, ojos oscuros y enloquecidos-. ?Dame cinco dolares!

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