Sin embargo, no habia sido un sueno, sino mas bien una alucinacion. Estaba despierta, pero no consciente. Terrores nocturnos, los denominaban los expertos. Ella era una gran conocedora por experiencia propia de anos y anos.
A continuacion llego la consabida oleada de desesperacion. Queria llorar, pero no podia. El sempiterno entumecimiento protector empezaba a hacer mella. No lo deseaba, tan solo se resignaba a su presencia, y por fin se levanto muy despacio.
Sosteniendose la cabeza con una mano, encendio la lampara de la comoda. En la habitacion no habia nadie. La luz arrancaba un suave brillo al papel estucado color crema. La cama estaba vacia, la cabecera curvada y tapizada, desprovista de la habitual pila de almohadas, pues las habia arrojado al suelo, ademas de volcar el vaso de agua que tenia sobre la mesilla de noche. Una mancha mojada oscurecia la alfombra color marfil. El despertador yacia en el suelo cerca del vaso vacio. Las cuatro y treinta y nueve minutos de la madrugada.
Avanzando despacio por el dolor, camino hasta la cama y aparto las sabanas. No habia ninguna serpiente. La parte logica de su cerebro sabia que nunca habia habido ninguna serpiente, pero aun asi escudrino el suelo. Casi esperaba ver la forma esbelta y oscura desaparecer bajo la puerta del vestidor.
Intento calmar su respiracion, un ejercicio para ella tan conocido como respirar. Le palpitaba la cabeza, y el dolor le atenazaba el cuello como un cuchillo. Tenia el estomago revuelto, y advirtio que la mano con que se sujetaba la cabeza estaba pegajosa. Habia llegado el momento de evaluar los danos.
Amanda Savard se miro al espejo del bano, apenas consciente del entorno reflejado alrededor de su imagen. Suave, elegante, femenino… un decorado que se habia creado para forjarse una sensacion de seguridad y comodidad. Las mismas palabras que solian emplearse para describir la imagen que presentaba al mundo, aunque en ese momento tenia aspecto de haber combatido cinco asaltos en un cuadrilatero. Las inmediaciones de su ojo derecho aparecian tumefactas por el golpe, con una zona enrojecida donde la piel se le habia quemado al deslizarse sobre la alfombra. El color se recortaba nitido contra la palidez de su piel. Con mucha delicadeza presiono las heridas con dos dedos en busca de fracturas, y el dolor le hizo rechinar los dientes.
?Como explicaria aquello? ?Como lo ocultaria? ?Quien la creeria?
Saco un pano del armario, lo mojo con agua fria y se lo llevo a las partes mas danadas, apretando los dientes para no gritar. Luego se tomo tres analgesicos y volvio al dormitorio. Con gran dificultad se quito el camison empapado en sudor para ponerse una camiseta holgada y unos leotardos.
La casa estaba en silencio. Todo normal segun el panel del sistema de seguridad instalado junto a la puerta del dormitorio. Habia realizado el ritual nocturno de cerrar todas las puertas y ventanas antes de acostarse, pero la sensacion de peligro persistia. Sabia por experiencia que la unica opcion consistia en recorrer la casa entera para verificar que no habia ningun intruso.
Saco el arma del cajon de la mesilla de noche y salio al pasillo, caminando como una anciana de noventa anos. Fue encendiendo las luces de cada habitacion para echar un vistazo y comprobo todas las ventanas y puertas. Mantuvo todas las luces encendidas. La luz era buena, pues ahuyentaba a los fantasmas agazapados en las sombras. Los fantasmas la acechaban desde hacia tanto tiempo que era un milagro que aun tuvieran el poder de asustarla. Eran casi de la familia, y los odiaba con la misma intensidad.
En su despacho empezo a sonar la musica de Kenny Loggins cuando pulso el boton de encendido del equipo de musica. Una cancion suave y amable sobre las vacaciones y los recuerdos del hogar. Las emociones que evocaba en ella eran de vacio, soledad y tristeza, pero aun asi dejo puesta la cancion.
Le gustaba aquella pequena estancia en la parte posterior de la casa. Era un espacio acogedor y seguro con vistas al jardin, que era muy intimo y estaba salpicado de comederos de pajaros. Vivia en Plymouth, un suburbio residencial que serpenteaba entre marismas, bosques y el lago Medicine. No era infrecuente ver ciervos acercarse a los comederos, si bien esa noche ninguno de ellos se atrevia a rebasar la luz de seguridad. En su oficina tenia colgadas tres fotografias de ciervos que habia tomado por la ventana. En una de ellas se veia una imagen fantasma, su propio reflejo superpuesto sobre el animal que la miraba con fijeza.
Bajo la persiana, demasiado nerviosa para exponerse al mundo exterior. Necesitaba sentirse encerrada y segura. Su dormitorio se convertia en su santuario cuando sentia la necesidad de alejarse del trabajo, mientras que el despacho se convertia en su santuario cuando sentia la necesidad de huir de las sombras de su vida. Pero aquella noche no podia huir de nada. La mesa estaba en orden, los estantes y compartimientos alineados sobre ella, bien organizados. Las facturas y demas papeles archivados como Dios manda, los clips de oficina en un plato magnetico, los boligrafos en su lapicero de madera de cerezo. No se veian fotografias, y tan solo unos pocos recuerdos, incluyendo una placa que guardaba en el rincon mas alejado de un estante para no olvidar por que se habia hecho policia. Casi nunca la miraba, pero en ese momento la cogio y la contemplo durante largo rato mientras el estomago le ardia de acidez.
Sobre la mesa casi desierta yacia un ejemplar del Minneapolis StarTribune abierto por la pagina que casi todo el mundo pasaba por alto de camino a la seccion de deportes. El articulo que le interesaba ocupaba apenas un par de centimetros en la parte inferior, muerte declarada accidental. Ni siquiera incluia una fotografia.
Que lastima, se dijo. Era tan guapo… Pero para la practica totalidad del area metropolitana, nunca seria mas que unas cuantas lineas de texto que uno miraba de pasada y olvidaba al instante. Agua pasada.
– No te olvidare, Andy -musito.
?Como voy a olvidarte si yo te mate?
Apreto el puno en torno a la placa hasta que su contorno le lastimo los dedos.
La oscuridad aun envolvia Minneapolis cuando Amanda Savard llego al ayuntamiento. Casi todas las luces de las oficinas que daban a la calle permanecian encendidas durante la noche, pero casi nadie aparecia a aquellas horas, lo cual era perfecto para ir a su despacho sin ser vista. Cuanto mas tiempo pudiera evitar que la vieran, mejor para ella. No obstante, no podria eludir el funeral, que se celebraria aquella tarde, aunque al menos tendria un pretexto valido para llevar gafas de sol.
Aun ahora, pese a que existian pocas probabilidades de que se topara con alguien, llevaba gafas de sol con montura lo bastante grande para disimular los danos. Llevaba la cabeza envuelta en un gran chal de terciopelo negro que le rodeaba el cuello y le caia espectacular sobre los hombros. Sin embargo, no pretendia estar espectacular, sino ocultarse.
Los tacones de sus botas resonaban en el viejo suelo del pasillo desierto. La distancia que la separaba de la sala 126 se le antojaba inmensa. Las manos enguantadas le sudaban copiosamente, y aferro las llaves con excesiva fuerza. La adrenalina provocada por el sueno aun no se habia disipado, y sus vestigios la habian dejado tensa y exhausta a un tiempo. La acometian repentinos ataques de mareo, sentia las piernas de gelatina y la cabeza le palpitaba. No podia volver la cabeza hacia la derecha y tenia nauseas.
Introdujo la llave en la cerradura y de repente se detuvo con los nervios a flor de piel. Sin embargo, el pasillo seguia vacio, al menos la parte que alcanzaba a ver. Atraveso la antesala de Asuntos Internos sin molestarse en encender la luz y fue derecha a su despacho, donde habia dejado encendida la lampara de la mesa.
A salvo por una o dos horas. Colgo la bufanda y el abrigo del perchero de pared y rodeo su mesa. Se quito las gafas para comprobar una vez mas las heridas con ayuda del espejito de mano, como si existiera alguna posibilidad de que se hubiera obrado un milagro desde que saliera de casa.
Las abrasiones habian adquirido un tono aun mas rabioso y relucian a causa del gel antibiotico que se habia aplicado. No habia podido disimular nada con maquillaje ni vendarse las heridas. La zona del ojo aparecia hinchada y amoratada.
– Menuda paliza.
Savard dio un respingo al oir la voz. Quiso darle la espalda, pero comprendio que era demasiado tarde. La acometio una oleada de verguenza y humillacion, seguida de una punzada de resentimiento. Cogio las gafas de sol y volvio a ponerselas.
Kovac estaba de pie en el umbral como una figura sacada de una novela de Raymond Chandler. Abrigo largo con el cuello vuelto hacia arriba, manos embutidas en los bolsillos y un viejo sombrero calado hasta los ojos.
– Imagino que las palizas en la cara son gajes del oficio en Asuntos Internos.
– Si quiere verme, sargento, concierte una cita -espeto Savard en el tono mas gelido que pudo.
– Ya la he visto.
Algo en el modo en que pronuncio aquellas palabras la hizo sentirse vulnerable, como si Kovac hubiera visto algo mas que las pruebas fisicas de lo que le habia sucedido, algo mas profundo e importante.