Sono su telefono. Se apresuro a responder como si su vida dependiera de ello.
– Detective Santos.
– Ayudame -susurro una voz de mujer al otro lado-. Ayudame, por favor.
– ?Quien es?
– Por favor, Santos, tienes que ayudarme. No tengo nadie mas a quien recurrir.
– ?Eres tu, Tina?
– Me esta siguiendo. Se que es el -sollozo-. Va a matarme.
Un escalofrio recorrio la columna de Santos.
– Lo tenemos. Es Buster Flowers, el que te dio la cruz.
– No es el. Por favor, Santos, no quiero morir.
Su gemido lo estremecio. Tina estaba aterrorizada.
– Donde estas?
– ?En un telefono publico, en la esquina de Toulouse y Burgundy. Entre la drogueria y la iglesia.
– De acuerdo -miro el reloj, calculando el tiempo que tardaria en llegar a aquella hora-. Quedate donde estas, ?me oyes? Voy para alla. No tardare mas de diez minutos.
– Date prisa, Santos, por favor.
Santos colgo el telefono y se puso en pie de un salto, descolgando la chaqueta en el mismo movimiento.
Patterson, el detective que se sentaba frente a el, lo miro extranado.
– ?Que pasa?
– Era la prostituta que me puso sobre la pista del asesino. Dice que no es el que tenemos encerrado, y que la persigue -se puso la chaqueta-. Si llega Jackson antes que yo, informalo. Ha llamado desde la cabina que hay entre Toulouse y Burgundy.
Patterson apreto los labios disgustado.
– Esa mujer esta loca. Ya tenemos al asesino. Olvidala.
Hubo algo en la afirmacion de Patterson y en su arrogancia que alerto a Santos. Era posible que hubieran encarcelado a un hombre inocente. Creia que Flowers era culpable, pero podia estar equivocado. Todas las pruebas que tenian contra el eran circunstanciales. Todo apuntaba a el, pero nada demostraba su culpabilidad.
Era posible que Buster Flowers no fuera el asesino de Blancanieves.
Aquello significaria que el culpable seguia libre. Tina podia estar en peligro.
– ?Me has oido? -insistio Patterson-. Esa mujer esta loca. No pierdas el tiempo.
– Si, ya te he oido, pero ?y si no esta loca? ?Y si el asesino esta detras de ella? Puede que tu quieras arriesgarte, pero yo no.
Tardo los diez minutos prometidos en llegar de la comisaria al barrio frances. Encontro el telefono publico, la drogueria y la iglesia. Detuvo el coche y salio rapidamente.
No habia ni rastro de Tina.
Miro a su alrededor para asegurarse de que estaba en la esquina adecuada. En efecto, alli convergian las calles Toulouse y Burgundy. Habia una drogueria, aunque el edificio de al lado no era una iglesia, sino un convento. No habia perdida.
Pero Tina no estaba a la vista. Miro a su alrededor, buscando algun sitio donde pudiera haberse escondido. Reparo en la puerta de la drogueria. El cartel de cerrado se balanceaba, como si acabaran de darle la vuelta.
Miro el reloj. Eran las cinco y veinte. Demasiado temprano para que cerrara una tienda. Miro el cartel, recordando algo que habia dicho Tina, y el pelo de su nuca se erizo.
«Son condones, agente. Latex cien por ciento. El mejor amigo de la puta, ?sabes? Los compramos al por mayor en la drogueria de la esquina».
La drogueria de la esquina.
Cruzo la calle. Se acerco a la puerta y escudrino el interior. Habia un hombre frente a la caja registradora, contando el dinero. No veia a nadie mas.
Santos llamo al cristal, pero el joven nego con la cabeza, indicando que la tienda estaba cerrada. En respuesta, Santos se saco del bolsillo la placa de policia y se la mostro.
El dependiente palidecio, cerro la caja y se acerco. Examino la placa a traves del cristal durante largo rato, antes de abrir la puerta.
– ?Que puedo hacer por usted, agente?
– Ha habido varios robos en esta zona -dijo Santos-. ?Le importa que eche un vistazo por aqui?
– ?Robos? -repitio el dependiente-. ?En esta zona?
– Exactamente.
– De acuerdo -dijo el joven extranado, apartandose para cederle el paso.
El interior de la tienda era frio y estaba poco iluminado. Se trataba del tipico establecimiento que podria encontrar en muchas esquinas de Nueva Orleans, sucio y lleno de cosas, con una gran variedad de objetos en venta, desde articulos de limpieza hasta aperitivos, bebidas y periodicos, todo en la planta baja de un edificio que debia datar de la decada de los treinta.
La mirada de Santos aterrizo en una cesta de manzanas que habia en el mostrador. Su pulso se acelero. Se volvio hacia el dependiente, que llevaba un broche en el que ponia su nombre: John. Debia tener algo mas de veinte anos. De estatura y peso medios, tenia un rostro anodino, que no definia nada. Sus ojos y su pelo eran claros, y sus cejas tan palidas que parecian inexistentes.
Estaba nervioso. Muy nervioso.
– ?Es tuya esta tienda, John?
El chico nego con la cabeza.
– De mi tio.
– Un negocio familiar -murmuro Santos-. Muy bien. ?Donde esta tu tio esta tarde?
– Rezando.
– ?En serio? -empezo a recorrer la tienda lentamente-. ?Va a menudo?
– Casi todos los dias. Es muy creyente -se paso las manos por los vaqueros, como si intentara secarselas-. ?Busca algo en particular, agente?
– Detective Santos -respondio, haciendo caso omiso a su pregunta-. Es muy temprano para cerrar, ?no? Tengo la impresion de que podrias hacer mucho negocio si dejaras la tienda abierta. Este barrio se llena de gente cuando anochece.
El muchacho se encogio de hombros.
– No vale la pena. La gente tiene tiempo para comprar durante todo el dia.
– ?Que hay de las chicas de la calle? Deben venir muchas por la noche.
Lo miro fijamente a los ojos. El chico mantuvo su mirada durante un momento y despues se aparto.
– No vienen. A mi tio no le gustan las prostitutas. No quiere que entren en su tienda.
Mentia. El ambiente era bastante fresco dentro de la tienda, pero John estaba sudando.
– En realidad estoy buscando a una prostituta llamada Tina. ?La conoces?
– No, ya le he dicho que las prostitutas no vienen aqui.
– Pero es posible que hayas visto a la mujer que busco. Estaba llamando por telefono en esa cabina -la senalo-, hace un rato.
El joven volvio a encogerse de hombros.
– Mucha gente usa esa cabina. ?Como es?
Santos describio a Tina, observando detenidamente a John, que lo miraba impasible.
– Ahora que lo pienso -dijo al fin-, he visto a una mujer que encaja con la descripcion. Termino de llamar por telefono y se marcho.
– ?Si?
– Si. Iba de camino a Saint Peter.
Habia algo raro en su voz, entre atemorizado y ligeramente divertido. Santos senalo una puerta que habia en la parte trasera de la tienda.
– ?Que es eso?
– El almacen.
– ?Te importa que eche un vistazo?