John dudo y se encogio de hombros.
– Claro que no. Adelante.
– Tu primero.
Santos lo siguio, con una extrana sensacion. Se dijo que podia no significar nada, pero se resistia a creer que su instinto estuviera fallando.
Aquello lo devolvia a Tina. No sabia donde podia estar.
El chico abrio la puerta de la trastienda. Estaba vacia, con excepcion de las cajas que habia en los estantes y en el suelo. Santos echo un vistazo, apartando las cajas en busca de puertas.
Encontro una. El cartel de salida que habia encima de la puerta estaba quemado, y habia varias cajas delante.
– Adonde conduce esta puerta?
– Al callejon. No la usamos nunca -le senalo unas teclas que habia en la pared-. Tiene apertura electronica, solo desde el interior. Los ladrones entraron varias veces por ahi para robar. Ya es suficiente que entren por la puerta principal. Pero a eso ha venido, ?no, detective Santos? -se cruzo de brazos-. Porque ha habido robos en la zona.
– Exactamente -se volvio hacia el y sonrio-. Creo que eso es todo. Me has ayudado mucho. Muchas gracias.
John lo acompano a la puerta y abrio.
– ?Sabes? -le dijo Santos-. Es peligroso bloquear la salida de emergencia. Si viniera una inspeccion podriais tener problemas.
– Hablare con mi tio.
– De acuerdo, John.
– Espero que capturen a los ladrones.
– Los capturaremos -le dijo mirandolo a los ojos-. Siempre lo conseguimos.
Salio a la calle, y John cerro la puerta tras el. Santos se volvio y miro al joven, que seguia contando el dinero.
Entrecerro los ojos. Habia algo muy raro en todo aquello. Pero era muy posible que lo que se trajera el dependiente entre manos no tuviera nada que ver con Tina, y ella era la prioridad en aquel momento.
Aunque tambien era posible que sus mentiras estuvieran relacionadas con Tina. No habia dicho la verdad sobre las prostitutas y la tienda. Estaba seguro. Aquello lo incomodaba enormemente.
Maldijo, consciente de que los segundos iban pasando. Tina podria haberse marchado. No le sorprenderia que lo hubiera hecho; no era la persona mas estable del mundo. Pero estaba asustada, muy asustada. Y sabia que el corria a su encuentro, asi que no tenia motivos para marcharse.
Camino hasta la esquina y miro la calle Saint Peter. El dependiente le habia dicho que se habia marchado por alli. Empezo a caminar en aquella direccion, pero se detuvo en seco al recordar las palabras textuales del joven: «Iba de camino a Saint Peter».
San Pedro. El santo que custodiaba las puertas del cielo. El santo que consultaba el historial y decidia si el alma era suficientemente pura para atravesar las puertas.
Aquel muchacho enviaba a Tina a ver a San Pedro.
Santos giro y corrio hacia la tienda. Se agacho al llegar; no queria que John lo viera. Deseaba poder llamar para pedir refuerzos, pero no se atrevia a alejarse. Cada segundo era crucial, si no era ya demasiado tarde.
Cuando llego a la esquina, un Buick de ultimo modelo salia por el callejon. Sus ojos se encontraron con los del conductor. Era el chico de la drogueria.
Santos saco la pistola, se puso en mitad de la calle y grito:
– ?A1to!
En aquel momento, John piso a fondo el acelerador, hacia el.
Santos se aparto del camino y disparo. Una vez, y despues otra. El coche perdio el control, atraveso las puertas del convento y fue a chocar contra una estatua, que cayo contra el parabrisas, destrozandolo.
Alguien grito. La gente salio de todas partes, avida por ver lo que ocurria.
Santos corrio hacia el vehiculo.
– Policia -grito, mostrando su placa-. Llamen a la policia. Que alguien traiga una ambulancia.
Llego al coche. El maletero se habia abierto por el impacto. Dentro, atada como un cordero dispuesto para el sacrificio, estaba Tina.
Santos sintio que se le doblaban las rodillas de alivio. Estaba viva.
Capitulo 69
La popularidad del «Jardin de las delicias terrenales» aumentaba todas las noches. A Liz no le habia molestado la critica negativa del Times Picayune, ni el escandalo de Santos y Hope, que salpicaba los medios de comunicacion. Tanto Liz como su establecimiento salian una y otra vez en television y en prensa.
El restaurante tenia tanto exito que apenas podia respirar. Por suerte, en aquel instante se encontraba en una de las horas mas tranquilas, entre la comida y la cena, y disfruto de ello. Se sento en uno de los taburetes de la barra del bar y suspiro.
El encargado le llevo un te de hierbas.
– El exito resulta muy cansado.
– Pero no esta mal, Darryl. Nada mal.
– No me quejo. Las propinas han sido maravillosas, y lo creas o no hemos vuelto a salir en los periodicos - sonrio.
– ?Otra vez? -pregunto, mientras se quitaba los zapatos.
Darryl le dio el ejemplar de la prensa.
– Esta vez te llaman «la propietaria del elegante y popular restaurante Jardin de las delicias terrenales».
Darryl sonrio de nuevo y volvio a la barra para atender una de las peticiones de las camareras.
Liz tomo un poco de te, leyo el articulo y sonrio. Resultaba increible que un acto de conciencia hubiera tenido tal repercusion. No esperaba nada a cambio de su sinceridad, excepto dormir por las noches, pero no le importaba el exito derivado.
Estaba tan encantada que a veces queria dar palmas y reir. Habia levantado aquel lugar por sus propios medios. Tal y como habia dicho Santos, habia logrado hacer algo importante, algo que ayudaba a la gente en cierto sentido.
Su vida habia dado un cambio positivo. Y habria sido perfecta de haber conseguido el amor de Santos.
– Hola, Liz.
Liz se sorprendio. Era la voz de Glory. Parecia incomoda, pero decidida a hablar con ella. Las ultimas semanas no debian haber resultado faciles para su antigua amiga. Sus ojos denotaban tanto cansancio como tristeza.
No resultaba precisamente agradable descubrir que Hope habia sido una especie de monstruo.
– ?Que estas haciendo aqui?
– ?Podemos hablar? Por favor.
– No se que diablos tenemos que hablar tu y yo.
– Tenemos que hablar sobre el pasado, sobre nosotras.
De forma repentina, los ojos de Liz se llenaron de lagrimas. Pero hizo un esfuerzo por controlarse.
– Ya no somos amigas.
– Pero lo fuimos, hace mucho tiempo. Por favor.
– Muy bien, como quieras.
Liz se levanto del taburete y le indico a Darryl que estaria en el despacho si la necesitaba.
– Tu restaurante es maravilloso, Liz, y he oido que la comida tambien lo es. Felicidades.
– Gracias.
Una vez dentro del despacho se cruzo de brazos y miro a Glory. Pero no le ofrecio que se sentara.
– Hay tantas cosas que quiero decirte que no se por donde empezar. Supongo que lo primero deberia ser pedirte disculpas. Nunca pense que mi madre pudiera hacerte dano. Debi haberlo sospechado, pero obviamente