– ?Te convences, Heracles, de que los ojos del pensamiento tambien vislumbran la Verdad, aunque por otros metodos?
– Lamento no poder estar de acuerdo -dijo Heracles-, porque tu te referias a la relacion de Tramaco con la hetaira, y yo creo, precisamente, que
Tras un par de rapidos pasos silenciosos, Diagoras dijo:
– Tus palabras, Descifrador de Enigmas, son flechas veloces y peligrosas que han ido a clavarse en mi pecho. Hubiera jurado ante los dioses que Tramaco tenia conmigo una confianza absoluta…
– Oh, Diagoras -Heracles meneo la cabeza-, debes abandonar ese noble concepto que pareces tener sobre los seres humanos. Encerrado en tu Academia, ensenando matematicas y musica, me recuerdas a una jovencita de cabellos de oro y alma de lirio blanco, muy hermosa pero muy credula, que jamas hubiera salido del gineceo, y que, al conocer por vez primera a un hombre, gritara: «Ayuda, ayuda, estoy en peligro».
– ?No te hartas de burlarte de mi? -repuso el filosofo con amargura.
– ?No es burla sino compasion! Pero vamos al tema que nos interesa: otra cosa me intriga, y es por que huyo Yasintra cuando preguntamos por ella…
– No creo que le falten razones. Lo que aun no comprendo es como supiste que se habia ocultado en el tunel…
– ?Y donde, si no? Huia de nosotros, en efecto, pero sabia que jamas podriamos alcanzarla, porque ella es agil y joven mientras que nosotros somos viejos y torpes… Hablo sobre todo por mi -alzo una obesa mano con rapidez, deteniendo a tiempo la replica de Diagoras-. Asi que deduje que no precisaria seguir corriendo y que le bastaria con ocultarse… ?Y que mejor escondite que la oscuridad de aquel tunel tan cercano a su casa? Pero… ?por que huyo? Su medio de vida consiste, precisamente, en no huir de ningun hombre…
– Mas de un delito pesara sobre su conciencia. Te reiras de mi, Descifrador, pero jamas he visto una mujer mas extrana. El recuerdo de su mirada aun me estremece… ?Que es eso?
Heracles miro hacia donde indicaba su companero. Una procesion de antorchas vagaba por las calles proximas a la Puerta de la Ciudad. Sus integrantes llevaban tamboriles y mascaras. Un soldado se detuvo a hablar con ellos.
– El inicio de las fiestas Leneas -dijo Heracles-. Ya es la fecha.
Diagoras movio la cabeza en ademan desaprobador.
– Mucha prisa se dan siempre a la hora de divertirse.
Atravesaron la Puerta, tras identificarse ante los soldados, y siguieron caminando hacia el interior de la Ciudad. Diagoras dijo:
– ?Que vamos a hacer ahora?
– Descansar, por Zeus. Tengo los pies doloridos. Mi cuerpo se hizo para rodar como una esfera de un lugar a otro, no para apoyarse sobre los pies. Manana hablaremos con Antiso y Eunio. Bueno, hablaras tu y yo escuchare.
– ?Que debo preguntarles?
– Dejame pensarlo. Nos veremos manana, buen Diagoras. Te enviare a un esclavo con un mensaje. Relajate, descansa tu cuerpo y tu mente. Y que la preocupacion no te robe el dulce sueno: recuerda que has contratado al mejor Descifrador de Enigmas de toda la Helade… [19]
IV [20]
La Ciudad se preparaba para las Leneas, las fiestas invernales en honor a Dioniso.
Con el fin de adornar las calles, los servidores de los
Como la Ciudad presumia de ser liberal, para distinguirse de los pueblos barbaros y aun de otras ciudades griegas, los esclavos tambien tenian sus fiestas, aunque mucho mas modestas y solitarias: comian y bebian mejor que el resto del ano, organizaban bailes y, en las casas mas nobles, a veces se les permitia asistir al teatro, donde podian contemplarse a si mismos en forma de actores enmascarados que, haciendo de esclavos, se burlaban del pueblo con torpes chanzas.
Pero la actividad preferente de los festejos era la religion, y las procesiones mantenian siempre el doble componente mistico y salvaje de Dioniso Baco: las sacerdotisas enarbolaban por las calles brutales falos de madera, las bailarinas ejecutaban danzas desenfrenadas que imitaban el delirio religioso de las menades o bacantes -las mujeres enloquecidas en las que todos los atenienses creian pero que ninguno, en realidad, habia visto- y las mascaras simulaban la triple transformacion del dios -en Serpiente, Leon y Toro-, imitada con gestos a veces muy obscenos por los hombres que las portaban.
Elevada por encima de toda aquella estridente violencia, la Acropolis, la Ciudad Alta, permanecia silenciosa y virgen. [21]
Aquella manana -un dia soleado y frio-, un grupo de burdos artistas tebanos obtuvo permiso para divertir a la gente frente al edificio de la Stoa Poikile. Uno de ellos, bastante viejo, manejaba varias dagas a la vez, aunque se equivocaba con frecuencia y los cuchillos caian al suelo rebotando entre violentos chasquidos metalicos; otro, enorme y casi desnudo, deglutia el fuego de dos antorchas y lo expulsaba brutalmente por la nariz; los demas hacian musica en maltrechos instrumentos beocios. Despues de la actuacion preliminar, se enmascararon para representar una farsa poetica sobre Teseo y el Minotauro: este ultimo, interpretado por el gigantesco tragafuegos, inclinaba la cabeza en ademan de embestir a alguien con sus cuernos, y amenazaba asi, en broma, a los espectadores reunidos alrededor de las columnas de la Stoa. De improviso, el legendario monstruo extrajo de una alforja un yelmo roto y lo coloco ostensiblemente sobre su testa. Todos los presentes lo reconocieron: se trataba de un yelmo de hoplita espartano. En ese instante, el viejo de las dagas, que fingia ser Teseo, se abalanzo sobre la fiera y la derribo a golpes: era una simple parodia, pero el publico comprendio perfectamente el significado. Alguien grito: «?Libertad para Tebas!», y los actores corearon salvajemente el grito mientras el viejo se erguia triunfal sobre la bestia enmascarada. Se desato una breve confusion entre la cada vez mas inquieta muchedumbre, y los actores, temerosos de los soldados, interrumpieron la pantomima. Pero los animos ya estaban exaltados: se cantaron consignas contra Esparta, alguien presagio la inmediata liberacion de la ciudad de Tebas, que sufria bajo el yugo espartano desde hacia anos, y otros invocaron el nombre del general Pelopidas - que se suponia exiliado en Atenas tras la caida de Tebas- llamandolo «Liberador». Se formo un violento tumulto en el que imperaban, por igual, el viejo rencor hacia Esparta y la divertida confusion del vino y de las fiestas. Intervinieron algunos soldados, pero, al comprobar que los gritos no iban contra Atenas sino contra Esparta, se mostraron remisos a la hora de imponer el orden.
Durante todo aquel violento barullo, un solo hombre permanecio inmovil e indiferente, ajeno incluso al vocerio de la muchedumbre: era alto y enjuto y vestia un modesto manto gris sobre la tunica; debido a su tez palida y a su brillante calvicie, mas bien parecia una estatua policroma que adornara el vestibulo de la Stoa. Otro hombre, obeso y de baja estatura -de aspecto completamente opuesto al anterior-, de grueso cuello rematado por una cabeza que se afilaba en la coronilla, se acerco con tranquilos pasos al primero. El saludo fue breve, como si