El publico lo azuzo con insultos para que contraatacara.

Diagoras saludo a su discipulo y le dijo unas palabras al oido. Mientras ambos se dirigian al vestuario, el viejo que habia estado hablando con Antiso, de cuerpo renegrido y arrugado como una enorme quemadura, dilato los onices de sus ojos al advertir la presencia del Descifrador.

– ?Por Zeus y Apolo Delfico, tu aqui, Heracles Pontor! -chillo con una voz que parecia haber sido arrastrada violentamente por la superficie de un terreno aspero-. ?Hagamos libaciones en honor a Dioniso Bromion, pues Heracles Pontor, el Descifrador de Enigmas, ha decidido visitar un gimnasio!…

– De vez en cuando es util cultivar el ejercicio -Heracles acepto de buen grado su violento abrazo: conocia a aquel anciano esclavo tracio desde hacia mucho tiempo, pues lo habia visto desempenar varios oficios en la casa familiar, y lo trataba como a un hombre libre-. Te saludo, oh Eumarco, y me alegra comprobar que tu vejez sigue tan joven como siempre.

– ?Y dilo otra vez! -no le resultaba dificil al anciano hacerse oir por encima del furioso estrepito del lugar-. Zeus agranda mi edad y achica mi cuerpo. En ti, segun veo, ambas cosas van parejas…

– Por lo pronto, mi cabeza no cambia de tamano -ambos rieron. Heracles se volvio para mirar a su alrededor-. ?Y el companero que venia conmigo?

– Alli, junto a mi alumno -Eumarco senalo un espacio entre la multitud con un dedo de larga y retorcida una semejante a un cuerno.

– ?Tu alumno? ?Acaso eres el pedagogo de Antiso?

– ?Lo fui! ?Y que las Benefactoras me recojan si vuelvo a serlo! -Eumarco hizo un gesto apotropaico con las manos para alejar la mala suerte que atraia mencionar a las Erinias.

– Pareces enfadado con el.

– ?No es para estarlo? ?Acaba de ser reclutado, y el muy testarudo ha decidido de repente que quiere custodiar los templos del Atica, lejos de Atenas! Su padre, el noble Praxinoe, me ha pedido que intente hacerle cambiar de opinion…

– Bueno, Eumarco, un efebo debe servir a la Ciudad donde mas falta haga…

– ?Oh, por la egida de Atenea ojizarca, Heracles, no bromees con mis canas! -chillo Eumarco-. ?Aun puedo cornear tu barriga de odre con mi callosa cabeza! ?Donde mas falta haga?… ?Por Zeus Cronida, su padre es pritano de la Asamblea este ano! ?Antiso podria elegir el destino mas comodo de todos!

– ?Y cuando ha tomado tu pupilo tal decision?

– ?Hace unos dias! Estoy aqui, precisamente, para intentar convencerle de que se lo piense mejor.

– Hoy los tiempos dictan otros gustos, Eumarco. ?Quien querria servir a Atenas dentro de Atenas? La juventud busca nuevas experiencias…

– Si no te conociera como te conozco -apostillo el viejo meneando la cabeza-, pensaria: «Habla en serio».

Se habian abierto paso entre el gentio hasta llegar a la entrada de los vestuarios. Riendose, Heracles dijo:

– ?Me has devuelto el buen humor, Eumarco! -deposito un punado de obolos en la agrietada mano del esclavo pedagogo-. Aguardame aqui mismo. No tardare. Quisiera emplearte en algun pequeno servicio.

– Te aguardare con la paciencia con que el Barquero del Estigia espera la llegada de una nueva alma -afirmo Eumarco, alegre por el inesperado regalo.

Diagoras y Heracles permanecieron de pie en la reducida habitacion del vestuario mientras Antiso se sentaba sobre una mesa de baja altura y cruzaba los tobillos.

Diagoras no hablo enseguida: antes se deleito en silencio con la asombrosa belleza de aquel rostro perfecto, dibujado con economia de trazos y orlado de bucles rubios dispuestos en un gracioso peinado de moda. Antiso vestia tan solo una clamide negra, senal de su efebia reciente, pero la usaba con cierto descuido o cierta torpeza, como si aun no se hubiera acostumbrado a ella; por entre las aberturas irregulares de la prenda irrumpia con suave violencia la blancura intacta de su piel. Movia los pies descalzos en furioso vaiven, desmintiendo con este gesto infantil su flamante mayoria de edad.

– Mientras aguardamos a que venga Eunio, charlaremos un poco tu y yo -dijo Diagoras, y senalo a Heracles-. Es un amigo. Puedes hablar con toda confianza en su presencia -Heracles y Antiso se saludaron con un breve movimiento de cabeza-. ?Recuerdas, Antiso, aquellas preguntas que te hice sobre Tramaco, y como Lisilo me hablo de la bailarina hetaira que se relacionaba con el? Yo desconocia la existencia de esa mujer. He pensado que puede haber otras cosas que desconozca…

– ?Que cosas, maestro?

– Todo. Todo lo que sepas sobre Tramaco. Sus aficiones… Que le agradaba hacer cuando salia de la Academia… La preocupacion que adverti en su semblante durante los ultimos dias me inquieta un poco, y quisiera, por todos los medios, conocer su origen para impedir que se extienda a otros alumnos.

– No se relacionaba mucho con nosotros, maestro -respondio Antiso dulcemente-. Pero, en cuanto a sus costumbres, puedo aseguraros que eran honestas…

– ?Quien lo duda? -se apresuro a decir Diagoras-. Conozco bien la hermosa nobleza de mis discipulos, hijo. Tanto mas me sorprendio, por ello, la informacion de Lisilo. Sin embargo, todos la confirmasteis. Y como Eunio y tu erais sus mejores amigos, no puedo creer que no sepais otras cosas que, bien por pudor, bien por bondad de caracter, no os habeis atrevido aun a confesarme…

Un salvaje estrepito, como de objetos rotos, relleno el silencio: era evidente que la lucha de los pancratistas se recrudecia. Las paredes parecian latir ante el paso de alguna bestia desmesurada. Retorno la calma y, en exacta coincidencia, Eunio penetro en la habitacion.

Diagoras los comparo de inmediato. No era la primera vez que lo hacia, pues gozaba estudiando los detalles de las distintas bellezas de sus discipulos. Eunio, de pelo color carbon ensortijado, era mas nino que Antiso, y, al mismo tiempo, mas varonil. Su rostro parecia una fruta sana y colorada, y su cuerpo, robusto, de piel lechosa, habia madurado como el de un hombre. En cuanto a Antiso, con ser mayor, poseia una figura mas gracil y ambigua envuelta en una piel tersa y rosacea, sin rastro de vello; pero Diagoras creia que ni siquiera Ganimedes, el copero de los dioses, hubiera podido competir con la belleza de su semblante, a veces un poco malicioso, sobre todo al sonreir, pero hermoso hasta el escalofrio cuando el muchacho adoptaba una expresion de repentina seriedad, lo que tenia por costumbre hacer mientras escuchaba a alguien con respeto. Aquellos contrastes fisicos se reflejaban en los temperamentos, aunque de modo opuesto: Eunio era muy timido e infantil, mientras que Antiso, dotado de un aura de bella jovencita, poseia en cambio el caracter energico del autentico lider.

– ?Me llamabais, maestro? -susurro Eunio nada mas abrir la puerta.

– Pasa, te lo ruego. Tambien deseo hablar contigo.

Eunio comento, con increible rubor, que el paidotriba lo habia llamado para unos ejercicios, y que tenia que desvestirse y marcharse pronto.

– No tardaremos, hijo, te lo aseguro -dijo Diagoras.

Lo puso rapidamente en antecedentes y repitio su peticion. Hubo una pausa. El balanceo de los sonrosados pies de Antiso acrecio su ritmo.

– No sabemos mucho mas sobre la vida de Tramaco, maestro -dijo este ultimo, siempre dulce, aunque resultaba evidente la antitesis entre su lozana firmeza y el ruboroso apocamiento de Eunio-. Conociamos los rumores sobre su relacion con esa hetaira, pero en el fondo no creiamos que fueran ciertos. Tramaco era noble y virtuoso -«Lo se», asintio Diagoras, al tiempo que Antiso proseguia-: Casi nunca se reunia con nosotros despues de sus lecciones en la Academia, ya que tenia que cumplir deberes religiosos. Su familia es devota de los Sagrados Misterios…

– Comprendo -Diagoras no le dio mayor importancia a aquella informacion: muchas familias nobles de Atenas profesaban la fe de los Misterios de Eleusis-. Pero yo me refiero a las companias que frecuentaba… No se… Quizas otros amigos…

Antiso y Eunio se miraron entre si. Eunio habia comenzado a despojarse de su tunica.

– No sabemos, maestro.

– No sabemos.

De improviso, el gimnasio entero parecio temblar. Las paredes resonaron como si fueran a resquebrajarse. Una multitud enfervorizada aullaba en el exterior, animando a los luchadores, cuyos mugidos, enloquecidos, eran

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