pues odiaba la guerra y el ejercito. ?Te conte que se retiro a vivir solo, en una choza que el mismo construyo en la isla de Eubea? Eso ocurrio, poco mas o menos, en la epoca en que se quemo la mano… Pero tampoco se encontraba a gusto como misantropo. No se que es lo que le complace y lo que le disgusta, y nunca lo he sabido… Sospecho que no le agrada el papel que Zeus le ha adjudicado en esta gran Obra que es la vida. Te pido disculpas por su comportamiento, Diagoras.
El filosofo le quito importancia al asunto y se levanto para marcharse.
– ?Que haremos manana? -pregunto.
– Oh, tu nada. Eres mi cliente, y ya has trabajado bastante.
– Quiero seguir colaborando.
– No es necesario. Manana llevare a cabo una pequena investigacion solitaria. Si hay novedades, te pondre al tanto.
Diagoras se detuvo en la puerta:
– ?Has descubierto algo que puedas decirme?
El Descifrador se rasco la cabeza.
– Todo marcha bien -dijo-. Tengo algunas teorias que no me dejaran dormir tranquilo esta noche, pero…
– Si -lo interrumpio Diagoras-. No hablemos del higo antes de abrirlo.
Se despidieron como amigos. [31]
V
Heracles Pontor, el Descifrador de Enigmas, podia volar.
Planeaba sobre la cerrada tiniebla de una caverna, ligero como el aire, en absoluto silencio, como si su cuerpo fuera una hoja de pergamino. Por fin encontro lo que habia estado buscando. Lo primero que oyo fueron los latidos, densos cual paladas en aguas legamosas; despues lo vio, flotando en la oscuridad como el. Era un corazon humano recien arrancado y aun palpitante: una mano lo aferraba como a un pellejo de odre; por entre los dedos fluian espesos regueros de sangre. No era, sin embargo, la desnuda viscera lo que mas le preocupaba, sino la identidad del hombre que la apresaba tan ferreamente, pero el brazo al que pertenecia aquella mano parecia cortado con pulcritud a la altura del hombro; mas alla, las sombras lo cegaban todo. Heracles se acerco a la vision, pues sentia curiosidad por examinarla; le resultaba absurdo creer que un brazo aislado pudiera flotar en el aire. Entonces descubrio algo aun mas extrano: los latidos de aquel corazon eran los unicos que escuchaba. Bajo la vista, horrorizado, y se llevo las manos al pecho. Encontro un enorme y vacio agujero.
Dedujo que aquel corazon recien extirpado era el suyo.
Se desperto gritando.
Cuando Ponsica penetro en su habitacion, alarmada, el ya se sentia mejor, y pudo tranquilizarla. [32]
El nino esclavo se detuvo a colocar la antorcha en el gancho de metal, pero esta vez consiguio hacerlo de un salto, antes de que Heracles pudiera ayudarlo.
– Has tardado en regresar -dijo, sacudiendose el polvo de las manos-, pero mientras me sigas pagando no me importaria aguardarte hasta que llegue a la edad de la efebia.
– Llegaras antes de lo que impone la naturaleza, si continuas siendo tan astuto -replico Heracles-. ?Como esta tu ama?
– Un poco mejor que cuando la dejaste. No del todo bien, sin embargo -el nino se detuvo en mitad de uno de los oscuros pasillos y se acerco al Descifrador con aire misterioso-. Ifimaco, el anciano esclavo de la casa, que es amigo mio, dice que grita en suenos -susurro.
– Hoy yo he tenido uno muy propicio para gritar -confeso Heracles-. Lo extrano es que, en mi caso, tales sucesos son muy infrecuentes.
– Eso es signo de vejez.
– ?Tambien eres adivino de suenos?
– No. Es lo que opina Ifimaco.
Habian llegado a la habitacion que Heracles recordaba: el cenaculo; pero se hallaba mas limpia y luminosa, con lamparas encendidas en los nichos de las paredes y detras de los divanes y anforas, asi como en los pasillos que se extendian mas alla, lo que otorgaba al ambiente una especie de dorada belleza. El nino dijo:
– ?No vas a participar en las Leneas?
– ?Como? No soy poeta.
– Se me figuraba que si. ?Que eres entonces?
– Descifrador de Enigmas -repuso Heracles.
– ?Y eso que es?
Heracles lo penso un momento.
– Bien mirado, algo parecido a lo que hace Ifimaco -dijo-: Opinar sobre cosas misteriosas.
Los ojos del nino destellaron. De repente parecio recordar su condicion de esclavo, porque bajo la voz y anuncio:
– Mi ama no tardara en recibirte.
– Te lo agradezco.
Cuando el nino se marcho, Heracles, sonriendo, cayo en la cuenta de que aun no sabia su nombre. Se entretuvo estudiando la diminuta levedad de las particulas que flotaban alrededor de la luz de las lamparas y que, impregnadas por los resplandores, se asemejaban a limaduras de oro; intento descubrir alguna clase de ley o patron en el recorrido ligerisimo de aquellas nimiedades. Pero pronto tuvo que desviar la vista, pues sabia que su curiosidad, hambrienta por descifrar imagenes cada vez mas complejas, corria el riesgo de perderse en la infinita intimidad de las cosas.
Al entrar en el cenaculo, los bordes del manto de Etis parecieron batir como alas debido a una repentina corriente de aire; su rostro, aun palido y ojeroso, se hallaba un poco mas cuidado; la mirada habia perdido oscuridad y se mostraba despejada y ligera. Las esclavas que la acompanaban se inclinaron ante Heracles.
– Te honramos, Heracles Pontor. Lamento que la hospitalidad de mi casa sea tan incomoda: la tristeza no gusta del regalo.
– Agradezco tu hospitalidad, Etis, y no deseo otra.
Ella le indico uno de los divanes.
– Al menos, puedo ofrecerte vino no mezclado.
– No a estas horas de la manana.
La vio hacer un gesto, y las esclavas salieron en silencio. Ambos se recostaron en divanes enfrentados. Mientras acomodaba los pliegues de su peplo sobre las piernas, Etis sonrio y dijo:
– No has cambiado, Heracles Pontor. No echarias a perder el mas insignificante de tus pensamientos con una sola gota de vino a horas desacostumbradas, ni siquiera para ofrecer una libacion a los dioses.
– Tu tampoco has cambiado, Etis: sigues tentandome con el zumo de la uva para que mi alma pierda el contacto con mi cuerpo y flote libremente por los cielos. Pero mi cuerpo se ha hecho demasiado pesado.
– Tu mente, sin embargo, es cada vez mas ligera, ?verdad? Debo confesarte que a mi me ocurre lo mismo. Solo me queda la mente para huir de estas paredes. ?Dejas volar la tuya, Heracles? Yo no puedo encerrarla; ella extiende sus alas y yo le digo: «Llevame a donde quieras». Pero siempre me lleva al mismo lugar: el pasado. Tu no comprendes esta aficion, claro, porque eres hombre. Pero las mujeres vivimos en el pasado…
– Toda Atenas vive en el pasado -replico Heracles.
– Asi hablaria Meragro -sonrio ella debilmente. Heracles acompano su sonrisa, pero entonces percibio su extrana mirada-. ?Que nos ocurrio, Heracles? ?Que nos ocurrio? -hubo una pausa. El bajo los ojos-. Meragro, tu, tu esposa Hagesikora y yo… ?Que nos ocurrio? Obedeciamos normas, leyes dictadas por hombres que no nos conocieron y a los que no les importabamos. Leyes cumplidas por nuestros padres, y por los padres de nuestros padres. Leyes que los hombres deben obedecer aunque puedan discutirlas en la Asamblea. A las mujeres ni siquiera se nos permite hablar de ellas en la Fiesta de las Tesmoforias, cuando salimos de nuestras casas y nos