Los ojos de Etis se entrecerraron. Se envaro un poco mas en el divan, como un ave que pretendiera echar a volar.

– ?Menecmo?… -dijo, y se mordio suavemente el labio. Tras una brevisima pausa, anadio-: Creo que… Si, ahora lo recuerdo. Frecuentaba mi casa cuando Meragro vivia. Era un individuo extrano, pero mi marido tenia amigos muy extranos… y no lo digo por ti, precisamente.

Heracles imito su fina sonrisa. Despues dijo:

– ?No lo has vuelto a ver? -Etis respondio que no-. ?Sabes si, de alguna forma, se relacionaba con Tramaco?

– No, no lo creo. Desde luego, Tramaco nunca me hablo de el -el semblante de Etis reflejaba preocupacion. Fruncio el ceno-. Heracles, ?que ocurre?… Tus preguntas son tan… Aunque no puedas revelarme lo que investigas, dime, al menos, si la muerte de mi hijo… Quiero decir: a Tramaco lo ataco una manada de lobos, ?no es cierto? Eso es lo que nos han dicho, y fue asi, ?no es verdad?

Heracles, siempre inexpresivo, dijo:

– Asi es. Su muerte no tiene nada que ver en esto. Pero no te molestare mas. Me has ayudado, y te lo agradezco. Que los dioses te sean propicios.

Se marcho apresuradamente. Su conciencia le remordia, pues habia tenido

que mentirle a una buena mujer. [33]

Cuentan que aquel dia sucedio algo inaudito: la gran urna de las ofrendas en honor a Atenea Nike dejo escapar, por descuido de los sacerdotes, los centenares de mariposas blancas que contenia. Y esa manana, bajo el radiante y tibio sol del invierno ateniense, las vibratiles alas, fragilisimas y luminosas, invadieron toda la Ciudad. Hubo quien las vio penetrar en el impoluto santuario de Artemisa Brauronia y buscar el camuflaje del niveo marmol de la diosa; otros sorprendieron, en el aire que rodea la estatua de Atenea Promacos, moviles florecillas blancas agitando sus petalos sin caer al suelo. Las mariposas, que se reproducian con rapidez, acosaron sin peligro los petreos cuerpos de las muchachas que sostienen, sin necesidad de ayuda, el techo del Erecteion; anidaron en el olivo sagrado, regalo de Atenea Portaegida; descendieron, en el resplandor de su vuelo, por las laderas de la Acropolis y, convertidas ya en un levisimo ejercito, irrumpieron con molesta suavidad en la vida cotidiana. Nadie quiso hacerles nada, porque apenas eran nada: tan solo luz que parpadeaba, como si la Manana, al hacer vibrar las ligerisimas pestanas de sus ojos, dejara caer en la Ciudad el polvillo de su brillante maquillaje. De modo que, observadas por un pueblo asombrado, se dirigieron, sin obstaculos, a traves del impalpable eter, al templo de Ares y a la Stoa de Zeus, al edificio del Tolo y al de la Heliea, al Teseion y al monumento a los Heroes, siempre fulgidas, inestables, obstinadas en su transparente libertad. Despues de besar los frisos de los edificios publicos como ninas fugaces, ocuparon los arboles de los jardines y nevaron, zigzagueando, sobre el cesped y las rocas de los manantiales. Los perros les ladraban sin dano, como a veces hacen ante los fantasmas y los torbellinos de arena; los gatos saltaban hacia las piedras apartandose de su indeciso camino; los bueyes y mulos alzaban sus pesadas cabezas para contemplarlas, pero, como eran incapaces de sonar, no se entristecian.

Por fin, las mariposas se posaron sobre los hombres y comenzaron a morir. [34]

Cuando Heracles Pontor entro en el jardin de su casa, al mediodia, descubrio que una tersa mortaja de cadaveres de mariposas cubria la tierra. Pero los moviles picos de los pajaros que anidaban en las cornisas o en las altas ramas de los pinos habian empezado a devorarlas: abubillas, cucos, reyezuelos, grajos, torcaces, cornejas, ruisenores, jilgueros, los cuellos inclinados sobre el manjar, concentrados como pintores en sus vasijas, devolvian el color verde al ligero cesped. El espectaculo era extrano, pero a Heracles no le parecio de buen o mal augurio, pues, entre otras cosas, no creia en los augurios.

De improviso, mientras avanzaba por la vereda del jardin, un rebatir de alas a su derecha le llamo la atencion. La sombra, encorvada y oscura, surgio tras los arboles asustando a las aves.

– ?Acostumbras ahora a esconderte para sorprender a la gente? -sonrio Heracles.

– Por los picudos rayos de Zeus, juro que no, Heracles Pontor -crepito la voz anosa de Eumarco-, pero me pagas para que sea discreto y espie sin ser visto, ?no? Pues bien: he aprendido el oficio.

Azuzados por el ruido, los pajaros interrumpieron su festin y alzaron el vuelo: sus pequenos cuerpos, agilisimos, se encendieron en el aire y se abatieron verticales sobre la tierra, y los dos hombres parpadearon deslumbrados bajo el resplandor cenital del sol de mediodia. [35]

– Esa horrible mascara que tienes por esclava me indico con gestos que no estabas en casa -dijo Eumarco-, asi que he aguardado con paciencia tu llegada para decirte que mi labor ha dado algunos frutos…

– ?Hiciste lo que te ordene?

– Como tus propias manos hacen lo que dictan tus pensamientos. Me converti anoche en la sombra de mi pupilo; lo segui, infatigable, a prudente distancia, como el azor hembra escolta el primer vuelo de sus crias; fui unos ojos atados a su espalda mientras el, esquivando a la gente que llenaba las calles, cruzaba la Ciudad en compania de su amigo Eunio, con quien se habia reunido al anochecer en la Stoa de Zeus. No caminaban por placer, si entiendes lo que te digo: un claro destino tenian sus volatiles pasos. ?Pero el Padre Cronida hubiera podido, como a Prometeo, atarme a una roca y ordenar que un pajarraco devorase mi higado diariamente con su negro pico, que jamas habria imaginado, Heracles, un destino tan extrano!… Por las muecas que haces, veo que te impacientas con mi relato… No te preocupes, voy a terminarlo: ?supe, por fin, adonde se dirigian! Te lo dire, y tu te asombraras conmigo…

La luz del sol reanudo el lento picoteo sobre la hierba del jardin. Despues se poso en una rama y gorjeo varias notas. Otro ruisenor se acerco a el. [36]

Por fin, Eumarco termino de hablar.

– Tu me explicaras, oh gran Descifrador, lo que significa todo esto -dijo.

Heracles parecio meditar un instante. Despues dijo:

– Bien. Todavia preciso de tu ayuda, buen Eumarco: sigue los pasos de Antiso por las noches y ven a informarme cada dos o tres dias. Pero antes que nada, vuela presuroso a casa de mi amigo con este mensaje…

– Cuanto te agradezco esta cena al aire libre, Heracles -dijo Crantor-. ?Sabias que ya no puedo soportar con facilidad el interior lobrego de las casas atenienses? Los habitantes de los pueblos al sur del Nilo no pueden creer que en nuestra civilizada Atenas vivamos encerrados entre muros de adobe. Segun su forma de pensar, solo los muertos necesitan paredes -cogio una nueva fruta de la fuente y hundio la picuda punta de su daga entre las vetas de la mesa. Tras una pausa, dijo-: No estas muy hablador.

El Descifrador parecio despertar de un sueno. En la intacta paz del jardin un pequeno pajaro desgrano una tonada. Un afilado repiqueteo metalico denunciaba la presencia de Cerbero en una esquina, lamiendo los restos de su plato.

Comian en el porche. Obedeciendo a los deseos de Crantor, Ponsica -ayudada por el propio invitado- habia sacado fuera del cenaculo la mesa y los dos divanes. Hacia frio, y cada vez mas, pues el carro de fuego del Sol finalizaba su vuelo dejando tras de si una curva estela de oro que se extendia, impavida, en la franja de aire por encima de los pinos, pero aun era posible disfrutar con placidez del ocaso. Sin embargo, y a pesar de que su amigo no habia dejado de mostrarse locuaz, incluso entretenido, refiriendo millares de odiseicas anecdotas y permitiendole, ademas, escuchar en silencio sin tener que intervenir, Heracles habia terminado arrepintiendose de aquella invitacion: los detalles del problema que se hallaba a punto de solucionar lo acuciaban. Ademas, vigilaba de continuo el torcido trayecto del sol, pues no queria llegar tarde a su cita de aquella noche. Pero su sentido ateniense de la hospitalidad le hizo decir:

– Disculpa, Crantor, amigo mio, mi pesima labor como anfitrion. Habia dejado que mi mente volara a otro sitio.

– Oh, no quiero estorbar tu meditacion, Heracles. Supongo que se halla directamente relacionada con el trabajo…

– Asi es. Pero ahora repudio mi poco hospitalario comportamiento. Ea, posemos los pensamientos sobre las ramas y dediquemonos a charlar.

Вы читаете La Caverna De Las Ideas
Добавить отзыв
ВСЕ ОТЗЫВЫ О КНИГЕ В ИЗБРАННОЕ

0

Вы можете отметить интересные вам фрагменты текста, которые будут доступны по уникальной ссылке в адресной строке браузера.

Отметить Добавить цитату