Crantor se paso el dorso de la mano por la nariz y termino de engullir la fruta.
– ?Te va bien? En tu oficio, quiero decir.
– No puedo quejarme. Me tratan mejor que a mis colegas de Corinto o de Argos, que solo se dedican a descifrar los enigmas oraculares de Delfos para escasos clientes ricos. Aqui me solicitan en variados y agudos asuntos: la solucion de un misterio en un texto egipcio, o el paradero de un objeto perdido, o la identidad de un ladron. Hubo una epoca, poco despues de que te marcharas, al final de la guerra, en que me moria de hambre… No te rias, hablo en serio… A mi tambien me toco resolver los acertijos de Delfos. Pero ahora, con la paz, los atenienses no encontramos nada mejor que hacer que descifrar enigmas, incluso cuando no los hay: nos reunimos en el agora, o en los jardines de Liceo, o en el teatro de Dioniso Eleutero, o simplemente en la calle, y nos preguntamos unos a otros sin cesar… Y cuando nadie puede responder, se contratan los servicios del Descifrador.
Crantor volvio a reir.
– Tu tambien has escogido la clase de vida que querias, Heracles.
– No se, Crantor, no se -se froto los brazos, desnudos bajo el manto-. Creo que esta clase de vida me ha escogido a mi…
El silencio de Ponsica, que traia una nueva jarra de vino no mezclado, parecio contagiarlos. Heracles advirtio que su amigo (pero ?Crantor seguia siendo su amigo? ?Acaso no eran ya dos desconocidos que hablaban de viejas amistades comunes?) no perdia de vista a la esclava. Los ultimos rayos de sol se posaban, puros, en las suaves curvas de la mascara sin rasgos; por entre las simetricas aberturas del negro manto de bordes puntiagudos que la cubria de la cabeza a los pies, emergian, delgados pero infatigables como patas de pajaro, los niveos brazos. Ponsica deposito la jarra sobre la mesa con levedad, se inclino y regreso al interior de la casa. Cerbero, desde su esquina, ladro con furia.
– Yo no puedo, no podria… -murmuro Crantor de repente.
– ?Que?
– Llevar una mascara para ocultar mi fealdad. Y supongo que tu esclava tampoco la llevaria si no la obligaras.
– La complicacion de sus cicatrices me distrae -dijo Heracles. Y se encogio de hombros para anadir-: Ademas, es mi esclava, a fin de cuentas. Otros las hacen trabajar desnudas. Yo la he cubierto del todo.
– ?Tambien su cuerpo te distrae? -sonrio Crantor mesandose la barba con su mano quemada.
– No, pero de ella solo me interesan su eficiencia y su silencio: necesito ambas cosas para pensar con tranquilidad.
El invisible pajaro lanzo un afilado silbido de tres notas distintas. Crantor volvio la cabeza hacia la casa.
– ?La has visto alguna vez? -dijo-. Me refiero desnuda.
Heracles asintio.
– Cuando me interese por ella en el mercado de Falero, el vendedor la desnudo por completo: pensaba que su cuerpo compensaba con creces el deterioro de su rostro, y eso me haria pagar mas. Pero yo le dije: «Vistela otra vez. Solo quiero saber si cocina bien y si puede llevar sin ayuda una casa no demasiado grande». El mercader me aseguro que era muy eficiente, pero yo queria que ella misma me lo dijera. Cuando adverti que no me respondia, supe que su vendedor habia intentado ocultarme que no podia hablar. Este, muy apurado, se apresuro a explicarme la razon de su mudez, y me conto la historia de los bandidos lidios. Anadio: «Pero se expresa con un sencillo alfabeto de gestos». Entonces la compre -Heracles hizo una pausa y bebio un sorbo de vino. Despues dijo-: Ha sido la mejor adquisicion de mi vida, te lo aseguro. Y ella tambien ha salido ganando: tengo dispuesto que, a mi muerte, sea manumitida, y, de hecho, ya le he concedido considerable libertad; incluso me pide permiso de vez en cuando para ir a Eleusis, pues es devota de los Sagrados Misterios, y yo se lo otorgo sin problemas - concluyo, sonriente-. Ambos vivimos felices.
– ?Como lo sabes? -dijo Crantor-. ?Se lo has preguntado alguna vez?
Heracles lo miro por encima del curvo borde de la copa.
– No me hace falta -dijo-. Lo deduzco.
Picudas notas musicales se extendieron por el aire. Crantor entrecerro los ojos y dijo, tras una pausa:
– Todo lo deduces… -se mesaba los bigotes y la barba con la mano quemada-. Siempre deduciendo, Heracles… Las cosas se muestran ante ti enmascaradas y mudas, pero tu deduces y deduces… -movio la cabeza y su semblante adquirio una curiosa expresion: como si admirara la terquedad deductiva de su amigo-. Eres increiblemente ateniense, Heracles. Al menos, los platonicos, como ese cliente tuyo del otro dia, creen en verdades absolutas e inmutables que no pueden ver… Pero ?tu?… ?En que crees tu? ?En lo que deduces?
– Yo solo creo en lo que puedo ver -dijo Heracles con enorme sencillez-. La deduccion es otra forma de ver las cosas.
– Imagino un mundo lleno de personas como tu -Crantor hizo una pausa y sonrio, como si en verdad estuviera imaginandolo-. Que triste seria.
– Seria eficiente y silencioso -repuso Heracles-. Lo triste seria un mundo de personas platonicas: caminarian por las calles como si volaran, con los ojos cerrados y el pensamiento puesto en lo invisible.
Ambos rieron, pero Crantor se detuvo antes para decir, con extrano tono de voz:
– Asi pues, la mejor solucion es un mundo de personas como yo.
Heracles levanto comicamente las cejas.
– ?Como tu? Sentirian en un momento dado el impulso de quemarse las manos, o los pies, o de darse cabezazos contra la pared… Todos andarian mutilados. Y quien sabe si no habria algunos que serian mutilados por otros…
– Sin duda -replico Crantor con rapidez-. De hecho, asi ocurre cada dia en todos los mundos. El pescado que me has servido hoy, por ejemplo, ha sido mutilado por nuestros afilados dientes. Los platonicos creen en lo que no ven, tu crees en lo que ves… Pero todos mutilais carnes y pescados en las comidas. O higos dulces.
Heracles, sin hacer caso de la burla, engullo el higo que se habia llevado a la boca. Crantor prosiguio:
– Y pensais, y razonais, y creeis, y teneis fe… Pero la Verdad… ?Donde esta la Verdad? -y lanzo una risotada enorme que hizo temblar su pecho. Varios pajaros se desprendieron, como afiladas hojas, de las copas de los arboles.
Tras una pausa, las negras pupilas de Crantor contemplaron fijamente a Heracles.
– He notado que no dejas de observar las cicatrices de mi mano derecha -dijo-. ?Tambien te distraen? ?Oh Heracles, cuanto me alegro de lo que hice aquella tarde en Eubea, cuando discutiamos sobre un tema parecido a este! ?Recuerdas? Estabamos sentados, tu y yo solos, junto a una pequena hoguera, en el interior de mi cabana. Yo te dije: «Si ahora sintiera el impulso de quemarme la mano derecha y me la
Heracles bajo los ojos hacia su copa.
– De hecho, Crantor, hay un enigma frente al cual mi razonamiento no sirve de nada -dijo-: ?Como es posible que seamos
Rieron de nuevo, mesuradamente. En aquel instante, un pequeno pajaro se poso en un extremo de la mesa agitando sus finas alas pardas. Crantor lo contemplo en silencio. [37]
– Observa este pajaro, por ejemplo -dijo-. ?Por que se ha posado en la mesa? ?Por que esta aqui, con nosotros?
– Alguna razon tendra, pero deberiamos preguntarselo.
– Hablo en serio: desde tu punto de vista, podrias pensar que este pequeno pajaro es mas importante en nuestras vidas de lo que parece…
– ?A que te refieres?