– Quiza… -Crantor adopto un tono de voz misterioso-. Quiza forme parte de una clave que explicaria nuestra presencia en la gran Obra del mundo…

Heracles sonrio, aunque no se hallaba de buen humor.

– ?En eso crees ahora?

– No. Hablo exclusivamente desde tu punto de vista. Ya sabes: aquel que siempre esta buscando explicaciones corre el riesgo de inventarlas.

– Nadie inventaria algo tan absurdo, Crantor. ?Quien podria creer que la presencia de este pajaro forma parte de… como has dicho… una clave que lo explica todo? [38]

Crantor no respondio: extendio la mano derecha con hipnotizadora lentitud; los dedos, de unas afiladas y curvas, se abrieron en las proximidades del ave; entonces, de un solo gesto centelleante, atrapo al pequeno animal.

– Hay quien lo cree -dijo-. Voy a contarte una historia -acerco la diminuta cabeza a su rostro y la contemplo con expresion extrana (no podria decirse si de ternura o curiosidad) mientras hablaba-. Conoci hace tiempo a un hombre mediocre. Era hijo de un escritor no menos mediocre que el. Este hombre aspiraba a ser escritor como su padre, pero las Musas no lo habian bendecido con igual talento. Asi pues, aprendio otras lenguas y se dedico a traducir textos: fue el oficio mas parecido a la profesion paterna que pudo encontrar. Un dia, a este hombre le entregaron un antiguo papiro y le dijeron que lo tradujera. Se puso a ello con verdadero afan, dia y noche. Se trataba de una obra literaria en prosa, una historia completamente normal, pero el hombre, quiza debido a su incapacidad para crear un texto de su invencion, quiso creer que ocultaba una clave. Y ahi empezo su agonia: ?donde se hallaba aquel secreto? ?En lo que decian los personajes?… ?En las descripciones?… ?En la intimidad de las palabras?… ?En las imagenes evocadas?… Por fin, creyo encontrarla… «?Ya la tengo!», se dijo. Pero despues penso: «?Acaso esta clave no me lleva a otra, y esta a su vez a otra, y esta a otra…?». Como miriadas de pajaros que no pueden ser atrapados… -los ojos de Crantor, repentinamente densos, miraban con fijeza un punto situado mas alla de Heracles.

Te miraban a ti. [39]

– ?Y que sucedio con aquel hombre?

– Enloquecio -bajo el hirsuto caos de su barba, los labios de Crantor se distendieron en una curva y afilada sonrisa-. Fue terrible: no bien creia haber dado con la clave final, cuando otra muy distinta se posaba en sus manos, y otra, y otra… Al final, completamente loco, dejo de traducir el texto y huyo de su casa. Vago por el bosque durante varios dias como un pajaro ciego. Por ultimo, las alimanas lo devoraron [40] -Crantor bajo la vista hacia el minusculo frenesi de la criatura que albergaba en la mano y volvio a sonreir-. He aqui la advertencia que hago a todos los que buscan afanosamente claves ocultas: tened cuidado, no sea que, confiados en la rapidez de vuestras alas, no os percateis de que volais a ciegas… -con suavidad, casi con ternura, acerco la afilada y picuda una pulgar a la pequena cabeza que asomaba entre sus dedos.

La agonia del pajaro fue diminuta y espantosa, como los gritos de un nino torturado bajo tierra.

Heracles bebio placidamente un sorbo de vino.

Cuando termino, Crantor solto al animal sobre la mesa con el gesto de un jugador de petteia arrojando una ficha.

– He aqui mi advertencia -dijo.

El pajaro seguia vivo, pero se estremecia y piaba freneticamente. Dio dos pequenos y torpes saltos sobre sus patas y sacudio la cabeza, esparciendo a un lado y a otro vistosos copos rojizos.

Heracles, goloso, atrapo otro higo de la fuente.

Crantor contemplaba los sangrientos cabeceos del ave con ojos entrecerrados, como si estuviera pensando en algo poco importante.

– Hermosa puesta de sol -dijo Heracles un poco aburrido, oteando el horizonte. Crantor se mostro de acuerdo.

El pajaro echo a volar de repente -un vuelo tan brutal como una pedrada- fue a dar de lleno en el tronco de uno de los arboles cercanos. Dejo una huella purpura y solto un chillido. Entonces ascendio, golpeando las ramas mas bajas. Cayo a tierra y remonto el vuelo otra vez, para caer de nuevo, arrastrando con sus cuencas vacias una guirnalda de sangre. Tras varios saltos inutiles, rodo por la hierba hasta quedar inmovil, aguardando y deseando la muerte.

Heracles comento, con un bostezo:

– No hace demasiado frio, desde luego. [41]

De repente, Crantor se levanto del divan, como si hubiera dado por finalizada la conversacion. Dijo:

– La Esfinge devoraba a aquellos que no respondian correctamente a sus preguntas. Pero ?sabes lo mas terrible, Heracles? Lo mas terrible era que la Esfinge tenia alas, y un dia se echo a volar y desaparecio. Desde entonces, los hombres experimentamos algo muchisimo peor que ser devorados por ella: no saber si nuestras respuestas son correctas -se paso una de sus enormes manos por la barba y sonrio-. Te agradezco la cena y la hospitalidad, Heracles Pontor. Tendremos ocasion de vernos de nuevo antes de que me marche de Atenas.

– Confio en ello -dijo Heracles.

Y el hombre y el perro se alejaron por el jardin. [42]

Diagoras llego al lugar convenido al anochecer, y, como ya se habia imaginado, hubo de esperar. Agradecio, sin embargo, que el Descifrador no hubiese escogido un sitio tan poblado como el anterior: el de aquella noche era una solitaria esquina mas alla de la zona de comercios metecos, frente a las callejuelas que se internaban en los barrios de Kolytos y Melita, a salvo de las miradas de un pueblo cuya escandalosa diversion podia escucharse, no tan debil como Diagoras desearia, proveniente sobre todo del agora. La noche era fria y caprichosamente neblinosa, impenetrable a las miradas; en ocasiones, un borracho inquietaba, con pasos renqueantes, la oscura paz de las calles; pero tambien iban y venian los servidores de los astinomos, siempre en pareja o en grupo, portando antorchas y palos, y pequenas patrullas de soldados que regresaban de custodiar algun servicio religioso. A nadie miraba Diagoras y nadie lo miraba a el. Hubo un hombre, no obstante, que se le acerco: era de baja estatura y vestia un manto raido que le servia tambien de capucha; por entre sus pliegues se deslizo con prudencia, como la pata de una grulla, un brazo oseo y alargado con la palma de la mano extendida.

– Por Ares guerrero -grazno con voz de cuervo-, servi veinte anos en el ejercito ateniense, sobrevivi a Sicilia y perdi el brazo izquierdo. ?Y que ha hecho mi patria ateniense por mi? Echarme a la calle para que busque huesos roidos, como los perros. ?Ten mas piedad que nuestros gobernantes, buen ciudadano!…

Con dignidad, Diagoras busco algunos obolos en su manto.

– ?Vive tantos anos como los hijos de los dioses! -dijo el mendigo, agradecido, y se alejo.

Casi al mismo tiempo, Diagoras oyo que alguien lo llamaba. La obesa silueta del Descifrador de Enigmas se recortaba, orlada por la luna, en el extremo de una de las callejuelas.

– Vamos -dijo Heracles.

Caminaron en silencio, internandose en el barrio de Melita.

– ?Adonde me llevas? -pregunto Diagoras.

– Quiero que veas algo.

– ?Sabes mas cosas?

– Creo saberlo todo.

Heracles hablaba con la misma parquedad de siempre, pero Diagoras creyo percibir en su voz una tension cuyo origen no supo interpretar. «Quizas es que me aguardan malas noticias», penso.

– Dime simplemente si Antiso y Eunio tienen algo que ver en todo esto.

– Aguarda. Pronto me lo diras tu mismo.

Avanzaron por la oscura calle de los herreros, donde se agrupaban los talleres de dicha profesion, que a esas horas de la noche ya habian cerrado; dejaron atras la casa de banos de Pidea y el pequeno santuario de Hefesto; se introdujeron por una calle tan angosta que un esclavo que llevaba al hombro una pertiga con dos anforas hubo de aguardar a que ellos salieran para poder entrar; cruzaron la plazuela en honor al heroe Melampo, y la luna les sirvio de guia cuando descendieron por la pendiente de la calle de los establos y en la densa tiniebla de la calle de

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