– Eunio -dijo Diagoras como si hablara en suenos.

– … el oscuro motivo que impulso a Eunio a disfrazarse de cortesana, emborracharse y hacerse estas espantosas heridas… ?Que buscas?

Heracles levantaba suavemente los bordes del peplo.

– Ta, ta, ta, ba, ba, ba -canturreaba.

El cadaver parecia asombrado por aquella humillante exploracion: contemplaba el cielo del amanecer con su unico ojo (el otro, que habia sido arrancado y pendia de una sutil viscosidad, miraba el interior de una de las orejas); por la boca abierta sobresalia, burlon, el musculo de la lengua partido en dos trozos.

– Pero ?se puede saber que miras? -exclamo el astinomo, impaciente, pues deseaba terminar con su trabajo. El era el encargado de limpiar la ciudad de excrementos y basuras, y de vigilar el destino de los muertos que brotaban sobre ella, y la aparicion madrugadora de aquel cadaver en un solar lleno de escombros y desperdicios en el barrio Ceramico Interior era responsabilidad suya.

– ?Por que estas tan seguro, astinomo, de que fue el propio Eunio quien se hizo todo esto? -dijo Heracles, ocupado ahora en abrir la mano izquierda del cadaver.

El astinomo saboreo su gran momento. Su pequena y tersa cara se ensucio con una grotesca sonrisa.

– ?No he necesitado contratar a un Descifrador para saberlo! -chillo-. ?Has olido sus asquerosas ropas?… ?Apestan a vino!… Y hay testigos que vieron como se mutilaba el mismo con esa daga…

– ?Testigos? -Heracles no parecia impresionado. Habia encontrado algo (un pequeno objeto que el cadaver albergaba en la mano izquierda) y lo habia guardado en su manto.

– Muy respetables. Uno de ellos, aqui presente…

Heracles alzo la vista.

El astinomo senalaba a Diagoras. [49]

Dieron el pesame a Trisipo, el padre de Eunio. La noticia habia cundido con rapidez y habia mucha gente cuando llegaron, en su mayoria familiares y amigos, pues Trisipo era muy respetado: como estratego, se le recordaba por sus hazanas en Sicilia, y, aun mas importante, era de los pocos que habian regresado para contarlo. Y por si alguien lo dudaba, su historia estaba escrita en sucias cicatrices sobre el cementerio de su rostro, «que se ennegrecio en el sitio de Siracusa», como solia decir: de una en especial se hallaba mas orgulloso que de todos los honores recibidos en su vida, y era esta una hendidura tajante, oblicua, que se dirigia desde la zona izquierda de su frente hasta la mejilla derecha, infectando en su descenso la humeda pupila, producto de un golpe de espada siracusano; su aspecto, con aquella grieta blanca sobre la piel tostada y el globo ocular tan semejante a la clara de los huevos, no resultaba muy agradable de contemplar, pero era honroso. Muchos jovenes guapos le tenian envidia.

En casa de Trisipo habia un gran revuelo. Daba, empero, la sensacion de que siempre lo habia, no importaba que el dia fuera excepcional: cuando Diagoras y el astinomo llegaron (el Descifrador venia detras, pues, por algun motivo, no habia querido unirse a ellos), un par de esclavos intentaban salir cargando con abultadas cestas de desperdicios, resultado quiza de algun cuantioso banquete de los muchos que ofrecia el militar a los prohombres de la Ciudad. La puerta se hallaba casi impracticable debido a los numerosos montoncitos de gente depositados frente a ella: preguntaban; no entendian; opinaban sin saber; observaban; se lamentaban cuando los gritos rituales de las mujeres detenian sus conversaciones. Habia algo mas que la muerte en el tema de aquella animada reunion: estaba tambien, y sobre todo, el hedor. La muerte de Eunio hedia. ?Vestido de cortesana? Pero… ?Borracho?… ?Loco?… ?El hijo mayor de Trisipo?… ?Eunio, el hijo del estratego?… ?El efebo de la Academia?… ?Un cuchillo?… Pero… Aun era demasiado pronto para proponer teorias, explicaciones, enigmas: el interes general, por ahora, se concentraba en los hechos. Los hechos eran algo asi como basura bajo la cama: nadie sabia exactamente cuales habian sido, pero todos podian percibir su mal olor.

Trisipo, sentado como un patriarca en una silla del cenaculo y rodeado de familiares y amigos, recibia las muestras de condolencia sin preocuparse por quien se las daba: extendia una mano o las dos, erguia la cabeza, agradecia, se mostraba confuso, ni triste ni irritado sino confuso (eso era lo que le hacia digno de compasion), como si la presencia de tanta gente hubiera acabado por desconcertarlo, y se preparaba para alzar la voz e improvisar un discurso funebre. La emocion habia oscurecido aun mas la broncinea piel de su rostro, del que pendia una barba gris y deshecha, acentuando la sucia blancura de su cicatriz y otorgandole una extrana apariencia de hombre mal construido, elaborado a trozos. Por fin parecio hallar las palabras adecuadas y, tras imponer debilmente el silencio, dijo:

– Gracias a todos. Si poseyera tantos brazos como Briareo, me gustaria usarlos, oidme bien, para estrecharos fuertemente contra mi. Ahora compruebo con gozo que mi hijo era amado… Permitidme que os honre con unas breves palabras de alabanza… [50]

– Yo creia conocer a mi hijo -dijo Trisipo cuando hubo terminado su discurso-: Era respetuoso con los Sagrados Misterios, pese a que era el unico devoto de nuestra familia; y se le consideraba un buen alumno en la escuela de Platon… Su mentor, aqui presente, puede atestiguarlo…

Todos los rostros se volvieron hacia Diagoras, que enrojecio.

– Asi era -dijo.

Trisipo hizo una pausa para sorber por la nariz y preparar un poco mas de sucia saliva: cada vez que hablaba acostumbraba a expulsarla con calculada precision a traves de una de las comisuras, la que parecia mas debil de las dos, aunque no podia saberse con certeza si cambiaba de comisura tras las pausas de sus prolongados discursos. Como hablaba siempre como un militar, nunca esperaba que nadie le replicase; por ello, se extendia indebidamente cuando el tema se hallaba mas que agotado. En aquel momento, sin embargo, ni el mas grande partidario de la concision hubiera considerado agotado el tema. Por el contrario, todos escuchaban sus palabras con un interes casi enfermizo:

– Me dicen que se emborracho… que se vistio de mujer y se corto en pedazos con una daga… -escupio minusculas gotas de saliva al proseguir-: ?Mi hijo? ?Mi Eunio?… No, el nunca haria algo tan… hediondo. ?Hablais de otro, no de mi Eunio!… ?Que enloquecio, dicen! Que se volvio loco en una sola noche y ofendio de esa forma el sagrado templo de su cuerpo virtuoso… ?Por Zeus y Atenea Portaegida, es falso, o debere creer entonces que mi hijo era un desconocido para su propio padre! ?Mas aun: que todos sois para mi tan enigmaticos como el designio de los dioses! ?Si esa basura fuera cierta, creere a partir de ahora que vuestras caras, vuestras muestras de dolor y vuestras miradas comprensivas son tan sucias como una carrona insepulta!…

Hubo murmullos. A juzgar por las expresiones de indiferencia, hubierase dicho que casi todo el mundo estaba de acuerdo en ser considerado «carrona insepulta», pero que nadie se hallaba dispuesto a modificar un apice su opinion sobre lo ocurrido. Existian testigos de toda confianza, como Diagoras, que afirmaban -aunque con reticencia- haber visto a Eunio borracho y enloquecido, vestido con peplo y manto de lino, infligiendose heridas mas o menos serias por todo el cuerpo. Diagoras, en concreto, preciso que su encuentro habia sido casual: «Regresaba a mi casa por la noche cuando lo vi. Al principio pense que era una hetaira; entonces me saludo, y pude reconocerlo. Pero adverti que estaba borracho, o loco. Se provocaba aranazos con la daga y al mismo tiempo se reia, asi que al pronto no fui consciente de la gravedad de la situacion. Cuando quise detenerle, ya habia huido. Se dirigia al Ceramico Interior. Me apresure a buscar ayuda: encontre a Ipsilo, Deolpos y Argelao, que son algunos de mis antiguos discipulos, y… ellos tambien habian visto a Eunio… Avisamos, por fin, a los soldados… pero demasiado tarde…».

Cuando Diagoras dejo de ser el centro de la atencion, busco con la vista al Descifrador. Lo hallo a punto de escabullirse por la puerta, esquivando a la gente. Corrio tras el y logro alcanzarlo en la calle, pero Heracles hizo caso omiso a sus palabras. Por fin, Diagoras tiro de su manto.

– ?Aguarda!… ?Adonde vas?

La mirada de Heracles lo hizo retroceder.

– Contrata a otro Descifrador que sepa escuchar mentiras mejor que yo, Diagoras de Medonte -dijo, con gelida furia-. Considerare que la mitad del dinero que me has pagado hasta ahora son mis honorarios: mi esclava te entregara el resto cuando quieras. Buen dia…

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