Por fin, con inmenso alivio, distinguio a lo lejos los torcidos pasos y la marcha torpe, lenta y meditabunda del Descifrador. Lo llamo.
– Queria darte las gracias -dijo cuando llego junto a el. En su voz se divisaba un apremio extrano. Su tono era como el de un carretero que, sin gritar, pretende azuzar a los bueyes para que avancen mas deprisa-. Has hecho bien el trabajo. Ya no te necesito. Te pagare lo convenido esta misma tarde -y como pareciera incapaz de soportar el silencio anadio-: Todo era, al fin, tal como tu me explicaste. Tenias razon, y yo estaba equivocado.
Heracles rezongaba. Diagoras casi tuvo que inclinarse para escuchar lo que decia, pese a que hablaba muy despacio:
– ?Por que ese necio habra hecho esto? Se ha dejado llevar por el miedo o la locura, esta claro… Pero… ?ambos cuerpos destrozados!… ?Es absurdo!
Diagoras replico, con extrana y feroz alegria:
– El mismo nos dira sus motivos, buen Heracles. ?La tortura le soltara la lengua!
Caminaron en silencio por la calle repleta de sol. Heracles se rasco la conica cabeza.
– Lo lamento, Diagoras. Me equivoque con Menecmo. Estaba seguro de que intentaria huir, y no…
– Ya no importa -Diagoras hablaba como el hombre que descansa tras llegar a su destino despues de una larga y lenta caminata por algun lugar deshabitado-. Fui yo quien me equivoque, y ahora lo comprendo. Anteponia el honor de la Academia a la vida de estos pobres muchachos. Ya no importa. ?Hablare y acusare!… Tambien me acusare a mi mismo como mentor, porque… -se froto las sienes, como inmerso en un complicado problema matematico. Prosiguio-:… Porque si algo les obligo a buscar la tutela de ese criminal, yo debo responder por ello.
Heracles quiso interrumpirle, pero se lo penso mejor y aguardo.
– Yo debo responder… -repitio Diagoras, como si deseara aprenderse de memoria las palabras-. ?Debo responder!… Menecmo es solo un loco furioso, pero yo… ?Que soy yo?
Sucedio algo extrano, aunque ninguno de los dos parecio percatarse de ello al principio: comenzaron a hablar a la vez, como si conversaran sin escucharse, arrastrando lentamente las frases, uno en tono apasionado, el otro con frialdad:
– ?Yo soy el responsable, el verdadero responsable…!
– Menecmo sorprende a Eumarco, se asusta y…
– Porque, vamos a ver, ?que significa ser maestro? ?Dime…!
– … Eumarco le amenaza. Muy bien. Entonces…
– ?… significa ensenar, y ensenar es un deber sagrado…!
– … luchan, y Eumarco cae, claro esta…
– ?… ensenar significa moldear las almas…!
– … Antiso, quiza, quiere proteger a Eumarco…
– ?… un buen mentor conoce a sus discipulos…!
– … de acuerdo, pero entonces, ?por que destrozarlos asi?…
– … si no es asi, ?por que ensenar?…
– Me he equivocado.
– ?Me he equivocado!
Se detuvieron. Por un momento se miraron desconcertados y ansiosos, como si cada uno de ellos fuera lo que el otro necesitaba con mas premura en aquel instante. El rostro de Heracles parecia envejecido. Dijo, con increible lentitud:
– Diagoras… reconozco que en todo este asunto me he movido con la torpeza de una vaca. Mis pensamientos jamas habian sido tan pesados y torpes como ahora. Lo que mas me sorprende es que los acontecimientos poseen cierta logica, y mi explicacion resulta, en general, satisfactoria, pero… existen detalles… muy pocos, en efecto, pero… Me gustaria disponer de algun tiempo para meditar. No te cobrare este tiempo extra.
Diagoras se detuvo y coloco ambas manos en los robustos hombros del Descifrador. Entonces lo miro directamente a los ojos y dijo:
– Heracles: hemos llegado al final.
Hizo una pausa y lo repitio con lentitud, como si hablara con un nino:
– Hemos llegado al final. Ha sido un camino largo y dificil. Pero aqui estamos. Concedele un descanso a tu cerebro. Yo intentare, por mi parte, que mi alma tambien repose.
De repente el Descifrador se aparto con brusquedad de Diagoras y siguio avanzando por la cuesta. Entonces parecio recordar algo, y se volvio hacia el filosofo.
– Voy a encerrarme en casa a meditar -dijo-. Si hay noticias, ya las recibiras.
Y, antes de que Diagoras pudiese impedirlo, se introdujo entre los surcos de la lenta y pesada muchedumbre que bajaba por la calle en aquel momento, atraida por la tragedia.
Algunos dijeron que habia sucedido con rapidez. Pero la mayoria opino que todo habia sido muy lento. Quizas fuera la lentitud de lo rapido, que acontece cuando las cosas se desean con intenso fervor, pero esto no lo dijo nadie.
Lo que ocurrio, ocurrio antes de que se declararan las sombras de la tarde, mucho antes de que los mercaderes metecos cerraran sus comercios y los sacerdotes de los templos alzaran los cuchillos para los ultimos sacrificios: nadie midio el tiempo, pero la opinion general afirmaba que fue en las horas posteriores al mediodia, cuando el sol, pesado de luz, comienza a descender. Los soldados montaban guardia en las Puertas, pero no fue en las Puertas donde sucedio. Tampoco en los cobertizos, donde algunos se aventuraron a entrar pensando que lo hallarian acurrucado y tembloroso en un rincon, como una rata hambrienta. En realidad, las cosas transcurrieron ordenadamente, en una de las populosas calles de los alfareros nuevos.
Una pregunta avanzaba en aquel momento por la calle, torpe pero inexorable, con lenta decision, de boca en boca:
– ?Has visto a Menecmo, el escultor del Ceramico?
La pregunta reclutaba hombres, como una fugacisima religion. Los hombres, convertidos, se transformaban en flamantes portadores del interrogante. Algunos se quedaban por el camino: eran los que sospechaban donde podia estar la respuesta… ?Un momento, no hemos mirado en esta casa! ?Esperad, preguntemosle a este viejo! ?No tardare, voy a comprobar si mi teoria es cierta!… Otros, incredulos, no se unian a la nueva fe, pues pensaban que la pregunta podia formularse mejor de esta forma: ?has visto a aquel a quien jamas has visto ni veras nunca, pues mientras yo te pregunto el ya esta muy lejos de aqui?… De modo que meneaban lentamente la cabeza y sonreian pensando: eres un estupido si crees que Menecmo va a estar aguardando a…
Sin embargo, la preguntaba avanzaba.
En aquel instante, su paso torcido y arrollador alcanzo la minuscula tienda de un alfarero meteco.
– Claro que he visto a Menecmo -dijo uno de los hombres que contemplaban, distraidos, las mercancias.
El que habia hecho la pregunta iba a pasar de largo, el oido acostumbrado a la respuesta de siempre, pero parecio golpearse contra un muro invisible. Se volvio para observar un rostro curtido por tranquilos surcos, una barba descuidada y rala y varios mechones de cabellos de color gris.
– ?Dices que has visto a Menecmo? -pregunto, ansioso-. ?Donde?
El hombre contesto:
– Yo soy Menecmo.
Dicen que sonreia. No, no sonreia. ?Sonreia, Harpalo, lo juro por los ojos de lechuza de Atenea! ?Y yo por el negro rio Estigia: no sonreia! ?Tu estabas cerca de el? ?Tan cerca como ahora lo estoy de ti, y no sonreia: hacia una mueca, pero no era una sonrisa! ?Sonreia, yo tambien lo vi: cuando lo cogisteis de los brazos entre varios, sonreia, lo juro por…! ?Era una mueca, necio: como si yo hiciera asi con la boca! ?Te parece que estoy sonriendo ahora? Me pareces un estupido. Pero ?como, por el dios de la verdad, como iba a sonreir, sabiendo lo que le espera? Y si sabe lo que le espera, ?por que se ha entregado en vez de huir de la Ciudad?
La pregunta habia dado a luz multiples crias, todas deformes, agonizantes, muertas al caer la noche…
El Descifrador de Enigmas se hallaba sentado ante el escritorio, una mano apoyada en la gruesa mejilla, pensando. [76]
Yasintra penetro en la habitacion sin hacer ruido, de modo que cuando el alzo la vista la hallo