En un silencio ansioso, como de libacion previa a un banquete, Menecmo, hijo de Lacos, del
Y sonrio. [91]
Era la boca de una mujer: sus dientes, la quemazon de su aliento. El sabia que la boca podia morder, o comer, o devorar, pero lo que mas le importaba en aquel momento no era eso, sino el corazon palpitante que aferraba la mano desconocida. No le preocupaba el lento rastreo de los labios de la hembra (pues hembra era, mucho mas que mujer), el tibio recorrido de la dentadura por su piel, ya que, en parte (solo en parte), tales caricias le resultaban agradables. Pero el corazon… la carne batiente y humeda que oprimian los fuertes dedos… Era necesario averiguar que se extendia mas alla, a quien pertenecia la espesa sombra que acechaba en el contorno de su vision. Porque el brazo no flotaba en el aire, y ahora lo sabia: el brazo era la prolongacion de una figura que se desvelaba y ocultaba como el cuerpo de la luna durante las noches mensuales. Ahora… un poco… ya casi podia distinguir el hombro completo, el… Un soldado, lejano, ordenaba, o decia, o aclaraba algo. Su voz le resultaba familiar, pero no podia escuchar bien sus palabras. ?Y eran tan importantes! Otro detalle le molestaba: volar producia cierta presion en el pecho; era necesario recordar tal hallazgo con vistas a futuras investigaciones. Una presion, si, y tambien algun poso de placer en las zonas mas sensibles. Volar era agradable, a pesar de la boca, de los debiles mordiscos, de la distension de la carne…
Se desperto; vio la sombra a horcajadas sobre el y la aparto con brusquedad, con un furioso gesto de sus brazos. Recordo que, para determinadas tradiciones, la pesadilla es un monstruo con cabeza de yegua y cuerpo de mujer que apoya sus gluteos desnudos sobre el pecho del durmiente y le susurra palabras amargas antes de devorarlo. Hubo una confusion de mantas y carne tensa, piernas entrelazadas y gemidos. ?Aquella oscuridad! ?Oh, aquella oscuridad!…
– No, no, calma.
– ?Que?… ?Quien?…
– Calma. Era un sueno.
– ?Hagesikora?
– No, no…
Temblo. Reconocio su propio cuerpo boca arriba sobre lo que era su propia cama en lo que no dejaba de ser (ahora podia comprobarlo) su propio dormitorio. Todo estaba en orden, pues, salvo aquella carne caliente y desnuda que se agitaba junto a el como un potro fuerte y nervioso. De modo que el razonamiento encendio un cabo de vela en su cabeza y, bostezando, inicio el nuevo dia, no sin cierto sobresalto.
– ?Yasintra? -dedujo.
– Si.
Heracles se incorporo tensando con esfuerzo los flejes de su vientre, como si acabara de comer, y se froto los ojos.
– ?Que haces aqui?
No obtuvo respuesta. La sintio removerse a su lado, calida y humeda como si su carne exudara jugos. El lecho se hundio en varios puntos; el percibio el movimiento y se tambaleo. De inmediato se escucharon golpes amortiguados y la inequivoca palmada de unos pies descalzos contra el suelo.
– ?Adonde vas? -pregunto.
– ?No quieres que encienda una luz?
Percibio los aranazos del pedernal al ser frotado. «Ya sabe donde dejo la lampara todas las noches y en que lugar puede encontrar yesca», penso, anotando este dato en algun lugar de su copiosa biblioteca mental. El cuerpo de ella aparecio poco despues ante sus ojos, la mitad de la carne untada de miel por la luz de la lampara. Heracles vacilo antes de definir su estado como «desnudez». En realidad, jamas habia visto a una mujer tan desnuda: sin maquillaje, sin joyas, sin la proteccion de un peinado, despojada incluso de la fragil -pero efectiva- tunica del pudor. Desnuda por completo. Cruda, se le antojo pensar, como un simple trozo de carne arrojado al suelo.
– Perdoname, te lo suplico -dijo Yasintra. En su voz de muchacho el no pudo percibir ni el mas leve asomo de preocupacion ante la posibilidad de que no la perdonara-. Te escuche gemir desde mi habitacion. Parecias estar sufriendo. Quise despertarte.
– Fue un sueno -dijo Heracles-. Una pesadilla que tengo desde hace poco tiempo.
– Los dioses suelen hablarnos a traves de los suenos que se repiten.
– Yo no creo en eso. Es ilogico. Los suenos carecen de explicacion: son imagenes que fabricamos al azar.
Ella no replico nada.
Heracles penso en llamar a Ponsica, pero recordo que su esclava le habia pedido permiso la noche anterior para asistir en Eleusis a una reunion fraternal de devotos de los Sagrados Misterios. Asi pues, se hallaba solo en la casa con la hetaira.
– ?Quieres lavarte? -dijo ella-. ?Traigo una escudilla?
– No.
Entonces, casi sin transicion, Yasintra pregunto:
– ?Quien es Hagesikora?
Al pronto Heracles la miro sin comprender. Despues dijo:
– ?Mencione ese nombre en suenos?
– Si. Y a una tal Etis. Creiste que yo era ambas.
– Hagesikora era mi esposa -dijo Heracles-. Enfermo y murio hace tiempo. No tuvimos hijos.
Hizo una pausa y agrego, en el mismo tono didactico, como si le explicara a la muchacha una aburrida leccion:
– Etis es una vieja amiga… Es curioso que las haya mencionado a las dos. Pero ya te he dicho que, en mi opinion, los suenos no significan nada.
Hubo una pausa. La lampara, iluminando a la muchacha desde abajo, disfrazaba su desnudez: un tremulo arnes negro rodeaba los pechos y el pubis; finas correas cenian los labios, las cejas y los parpados. Por un instante, Heracles la estudio con afan, deseando descubrir que podian ocultar sus formas ademas de sangre y musculos. ?Que diferente de su llorada Hagesikora era aquella hetaira!
Yasintra dijo:
– Si no quieres nada mas, me voy.
– ?Falta mucho para que amanezca? -pregunto el.
– No. El color de la noche es gris.
«El color de la noche es gris», penso Heracles. «Una observacion digna de esta criatura.»
– Deja, entonces, la luz encendida -le indico.
– Bien. Que los dioses te concedan descanso.
El penso: «Ayer me dijo:
– Yasintra.
– Que.
No advirtio siquiera el mas leve rastro de ansia o de esperanza en aquella voz, y eso -?oh devorador orgullo de los hombres!- le dolio. Y le dolio que le doliera. Ella, simplemente, se habia detenido y girado el cuello, volviendo su rostro hacia el para mostrarle su desnuda mirada mientras sonaba: «Que».
– Menecmo ha sido arrestado por el asesinato de otro efebo. Hoy es el juicio en el Areopago. Ya no tienes nada que temer de el -y anadio, tras una pausa-: Pense que te gustaria saberlo.
– Si -dijo ella.
Y la puerta, al cerrarse cuando salio, chirrio con el mismo ruido: «Si».
Permanecio toda la manana en la cama. Por la tarde se levanto, se vistio, devoro una fuente completa de higos dulces y decidio salir a dar un paseo. Ni siquiera se preocupo por saber si Yasintra continuaba en el pequeno cuarto de invitados que le habia destinado, o, por el contrario, se habia marchado ya sin despedirse de el: la puerta estaba cerrada, y, de cualquier modo, a Heracles no le importaba dejarla sola en la casa, pues no la tenia