Se detuvo al llegar al blanco portico con el doble nicho y los rostros desconocidos. «Nadie pase que no sepa Geometria», rezaba la leyenda escrita en piedra. «Nadie pase que no ame la Verdad», penso Diagoras, atormentado. «Nadie pase que sea capaz de mentir vilmente y perjudicar a otros con sus mentiras.» ?Se atreveria a entrar o retrocederia? ?Era digno de cruzar aquel umbral? Una liquida tibieza inicio el descenso por su mejilla enrojecida. Cerro los ojos y apreto los dientes con furia, como el caballo muerde el freno dominado por el auriga. «No, no soy digno», penso.
De repente oyo que alguien lo llamaba:
– ?Diagoras, espera!
Era Platon, que se acercaba al portico. Al parecer, habia venido detras de el todo el camino. El director de la escuela avanzo a grandes trancos y envolvio los hombros de Diagoras con uno de sus robustos brazos. Cruzaron juntos el portico y penetraron en el jardin. Entre los olivos, una yegua azabache y dos docenas de moscas esmeraldas se disputaban repugnantes trozos de carne. [94]
– ?Ha terminado el juicio? -pregunto Platon de inmediato.
Diagoras penso que se burlaba.
– Tu estabas entre el publico, y sabes que si -dijo.
Platon rio por lo bajo, aunque en aquel cuerpo inmenso la carcajada sono normal.
– No me refiero al juicio de Menecmo sino al de Diagoras. ?Ha terminado ya?
Diagoras comprendio, y alabo, la perspicaz metafora. Intento sonreir y repuso:
– Creo que si, Platon, y sospecho que los jueces se inclinan a condenar al acusado.
– No deben ser tan duros los jueces. Hiciste lo que creias que era correcto, que es todo lo que un hombre sabio puede pretender hacer.
– Pero oculte demasiado tiempo lo que sabia… y Antiso pago las consecuencias. Y la familia de Eunio jamas me perdonara haber mancillado con calumnias la
Platon entrecerro sus grandes ojos grises y dijo:
– Un mal, a veces, trae consigo un bien util y provechoso, Diagoras. Estoy convencido de que Menecmo no hubiera sido descubierto de no haber cometido este ultimo y horrendo crimen… Por otra parte, Eunio y su familia han recuperado toda la
Hizo una pausa e hincho el pecho como si se dispusiera a gritar. Contemplando el despejado cielo dorado del ocaso, anadio:
– Sin embargo, esta bien que escuches las quejas de tu alma, Diagoras, pues, al fin y al cabo, ocultaste verdades y mentiste. Ambas acciones se han revelado beneficiosas en sus consecuencias, pero no debemos olvidar que son malas en si mismas, intrinsecamente.
– Lo se, Platon. Por eso ya no me considero adecuado para seguir buscando la Virtud en este sagrado lugar.
– Al contrario: ahora puedes buscarla mejor que cualquiera de nosotros, pues conoces nuevos caminos para llegar a ella. El error es una forma de sabiduria, Diagoras. Las decisiones incorrectas son graves maestros que ensenan a las que aun no hemos tomado. Advertir sobre lo que no se debe hacer es mas importante que aconsejar parcamente lo correcto: ?y quien puede aprender mejor lo que no se debe hacer sino aquel que, habiendolo hecho, ha degustado ya los amargos frutos de las consecuencias?
Diagoras se detuvo y atesoro en sus pulmones el aire perfumado del jardin. Se sentia mas tranquilo, menos culpable, pues las palabras del fundador de la Academia obraban a modo de unguentos que aliviaban sus dolorosas heridas. La yegua, a dos pasos de el, parecio sonreirle con su prieta dentadura mientras destrozaba carniceramente los bocados.
Sin saber por que, recordo de repente la estremecedora sonrisa que habia curvado los labios de Menecmo al declararse culpable en el juicio. [95]
Y por pura curiosidad, y tambien por el deseo de cambiar de tema, pregunto:
– ?Que puede impulsar a los hombres a actuar como Menecmo, Platon? ?Que es lo que nos rebaja al nivel de las bestias?
La yegua resoplo mientras atacaba los ultimos trozos sanguinolentos.
– Las pasiones nos aturden -dijo Platon tras meditar un instante-. La virtud es un esfuerzo que, a la larga, resulta placentero y util, pero las pasiones son el deseo inmediato: nos ciegan, nos impiden razonar… Aquellos que, como Menecmo, se dejan arrastrar por los placeres instantaneos no comprenden que la virtud es un goce mucho mas duradero y beneficioso. El mal es ignorancia: pura y simple ignorancia. Si todos conocieramos las ventajas de la virtud y supieramos razonar a tiempo, nadie elegiria voluntariamente el mal.
La yegua volvio a resoplar, hisopando sangre por los dientes. Parecia carcajearse con sus rojizos belfos.
Diagoras comento, pensativo:
– A veces pienso, Platon, que el mal se burla de nosotros. A veces pierdo la esperanza, y termino creyendo que la maldad nos derrotara, que se reira de nuestros afanes, que nos aguardara al final y pronunciara la ultima palabra…
Huiii, huiii, dijo la yegua.
– ?Que ha sido ese ruido? -pregunto Platon.
– Alli -senalo Diagoras-: Un mirlo. [96]
Huiii, huiii, dijo el mirlo de nuevo, y remonto el vuelo.
Aun intercambio Diagoras algunas palabras mas con Platon. Despues se despidieron como amigos. Platon se dirigio a su modesta vivienda cerca del gimnasio y Diagoras al edificio de la escuela. Se sentia satisfecho e inquieto, como siempre que hablaba con Platon. Ardia en deseos de poner en practica todo lo que creia haber aprendido. Pensaba que, al dia siguiente, la vida comenzaria de nuevo. Aquella experiencia le ensenaria a no descuidar la educacion de un discipulo, a no callar cuando fuera necesario hablar, a servir de confidente, si, pero tambien de maestro y consejero… ?Tramaco, Eunio y Antiso habian sido tres graves errores que el no volveria a cometer!
Al penetrar en la fresca oscuridad del vestibulo, oyo un ruido procedente de la biblioteca. Fruncio el ceno.
La biblioteca de la Academia era una sala de amplias ventanas a la que se accedia a traves de un breve pasillo a la derecha de la entrada principal. En aquel momento la puerta se hallaba abierta, lo cual era extrano, pues se suponia que las clases habian sido suspendidas y los alumnos no tenian por costumbre dedicar los dias de fiesta a consultar textos. Pero, quizas, algun mentor…
Con animo confiado, se acerco y asomo la cabeza por el umbral.
Por las ventanas sin postigos penetraban las sobras de luz del banquete del ocaso. Las primeras mesas se hallaban vacias, las siguientes tambien, y al fondo… Al fondo descubrio una mesa atiborrada de papiros, pero nadie ocupaba la silla. Y las estanterias donde se guardaban celosamente los textos filosoficos (entre ellos, mas de una copia de los
Habia un hombre de espaldas en aquella esquina. Estaba agachado buscando en la zona inferior, por eso Diagoras no lo habia visto antes. El hombre se incorporo bruscamente con un papiro entre sus manos, y Diagoras no necesito ver su rostro para reconocerlo.
– ?Heracles!
El Descifrador dio media vuelta con inusitada rapidez, como un caballo fustigado por el latigo.
– ?Ah, eres tu, Diagoras!… Cuando me invitaste a la Academia conoci a un par de esclavos que hoy me han facilitado la entrada a la biblioteca. No te enfades con ellos… ni conmigo, por supuesto…
El filosofo penso al pronto que se hallaba enfermo, tal era la palidez extrema que desangraba su semblante.
– Pero ?que…?
– Por la sagrada egida de Zeus -lo interrumpio Heracles, tremulo-: Nos enfrentamos a un mal poderoso y extrano, Diagoras; a un mal que, como los abismos del Ponto, no parece tener fondo y se oscurece mas conforme mas nos hundimos en el. ?Nos han enganado!
Hablaba muy rapido, sin parar de hacer cosas, como dicen que hablan los aurigas con sus caballos durante