por ladrona ni, en realidad, por mala mujer. Encamino tranquilamente sus pasos hacia el agora, y, ya en la plaza, encontro a varios hombres a quienes conocia y a muchos otros desconocidos. Prefirio preguntarles a estos ultimos.

– ?El juicio contra el escultor? -dijo un individuo de piel tostada y rostro de satiro espiando ninfas-. Por Zeus, ?es que no lo sabes? ?No se habla de otra cosa en toda la Ciudad!

Heracles se encogio de hombros, como si pidiera excusas por su ignorancia. El hombre anadio, mostrando enormes dientes:

– Ha sido condenado al baratro. Se confeso culpable.

– ?Se confeso culpable? -repitio Heracles.

– Asi es.

– ?De todos los crimenes?

– Si. Tal como lo acusaba el noble Diagoras: del asesinato de los tres adolescentes y del viejo pedagogo. Y lo dijo delante de todos, sonriendo: «?Soy culpable!», o algo parecido. ?La gente estaba asombrada de su desfachatez, y no en vano!… -el rostro faunesco se oscurecio aun mas mientras el hombre anadia-: ?Por Apolo, que el baratro es poco para ese infame! ?Por una vez estoy de acuerdo con lo que quieren las mujeres!

– ?Que quieren las mujeres?

– Una delegacion de esposas de los pritanos le ha pedido al arconte que Menecmo sea torturado antes de morir…

– Carne. Quieren carne -dijo el hombre con el que habia estado hablando el fauno antes de que Heracles los interrumpiera: robusto, de anchos hombros y baja estatura, ligeramente condimentado de cabellos rubios en la cabeza y en la barba. [92]

El fauno asintio y volvio a mostrar sus caballunos dientes.

– ?Yo las complaceria, aunque solo fuera por esta vez!… ?Esos efebos inocentes!… ?No te parece que…? -se volvio hacia Heracles, pero encontro un espacio vacio.

El Descifrador se alejaba, esquivando con torpeza a la gente que parloteaba en la plaza. Se hallaba aturdido, casi mareado, como si hubiera estado sonando durante largo tiempo y hubiera despertado en una ciudad desconocida. Pero el auriga de su cerebro aun mantenia tensas las riendas en la veloz carrera de sus pensamientos. ?Que ocurria? Algo empezaba a ser ilogico. O algo no habia sido logico nunca, y era ahora cuando el error se hacia evidente…

Penso en Menecmo. Lo vio golpear a Tramaco en el bosque hasta dejarlo muerto o inconsciente, abandonandolo despues a las devoradoras fieras. Lo vio asesinar a Eunio y, por prudencia o temor, destrozar y disfrazar su cadaver para ocultar el crimen. Lo vio mutilar salvajemente a Antiso y, no contento con esto, al esclavo Eumarco, a quien seguramente habia sorprendido espiandolos. Lo vio en el juicio, sonriente, declarandose culpable de todos los asesinatos: aqui estoy, soy yo, Menecmo de Carisio, y debo deciros que he hecho lo imposible para que no me atraparais, pero ahora… ?que importa! Soy culpable. He matado a Tramaco, Eunio, Antiso y a Eumarco, he huido y despues me he entregado. Condenadme. Soy culpable.

Antiso y Yasintra acusaban a Menecmo… ?Pero incluso el propio Menecmo entregaba a Menecmo a la muerte! Se habia vuelto loco, sin duda… No obstante, si era asi, habia enloquecido recientemente. No se comporto como un loco cuando tomo la precaucion de citar a Tramaco en el bosque, lejos de la Ciudad. No se comporto como un loco cuando improviso un aparente «suicidio» para Eunio. En ambos casos se habia conducido con suma astucia, cual un adversario digno de la inteligencia de un Descifrador, pero ahora… ?Ahora parecia que ya nada le importaba! ?Por que?

Algo fallaba en su minuciosa teoria. Y ese algo era… todo. El prodigioso edificio de razonamientos, la estructura de sus deducciones, el armonioso armazon de causas y efectos… Estaba equivocado, lo habia estado desde el principio, y lo que mas lo atormentaba era la seguridad de haber deducido bien, de no haber descuidado ningun detalle importante, de haber rastreado todos y cada uno de los indicios del enigma… ?Y ahi residia el origen de la angustia que lo devoraba! Si habia razonado bien, ?por que estaba equivocado? ?Seria cierto que, tal como afirmaba su cliente Diagoras, existian verdades irracionales?

Aquel ultimo pensamiento lo intrigo mucho mas que los anteriores. Se detuvo y alzo la vista hacia la geometrica cima de la Acropolis, brillante y blanca bajo la luz de la tarde. Observo el prodigio del Partenon, la esbelta y precisa anatomia de su marmol, la hermosa exactitud de sus formas, el tributo de todo un pueblo a las leyes de la logica. ?Seria posible la existencia de verdades opuestas a aquella concisa y definitiva belleza? ?Verdades con luz propia, irregulares, deformes, absurdas? ?Verdades oscuras como cavernas, subitas como relampagos, irreductibles como caballos salvajes? ?Verdades que los ojos no podian descifrar, que no eran palabras escritas ni imagenes, incapaces de ser comprendidas, expresadas, traducidas, siquiera intuidas, salvo mediante el sueno o la locura? Un vertigo frio se apodero de el; tambaleose en mitad de la plaza sumido en una increible sensacion de extraneza, como el hombre que de repente descubre que ha dejado de entender el lenguaje vernaculo. Por un terrible momento se sintio condenado a un exilio intimo. Entonces volvio a recuperar las riendas de su animo, el sudor se seco sobre su piel, los latidos de su corazon amainaron y toda su integridad de griego regreso al molde de su persona: era, otra vez, Heracles Pontor, el Descifrador de Enigmas.

Un tumulto en la plaza le llamo la atencion. Varios hombres gritaban al unisono, pero refrenaron sus voces cuando uno de ellos, subido a unas piedras, proclamo:

– ?El arconte ayudara a los campesinos si la Asamblea no lo hace!

– ?Que sucede? -pregunto Heracles al individuo que tenia mas cerca, un viejo vestido con ropas grises mezcladas con pieles que olia a caballo y cuyo descuidado aspecto se remataba con un ojo blancuzco y la ausencia irregular de varios dientes.

– ?Que sucede? -le espeto el viejo-. ?Que si el arconte no protege a los campesinos del Atica, nadie lo hara!

– ?El pueblo ateniense, desde luego que no! -intervino otro de no muy distinta estampa, aunque mas joven.

– ?Campesinos muertos por los lobos! -anadio el primero, clavando en Heracles su unico ojo sano-. ?Ya son cuatro en esta luna!… ?Y los soldados no hacen nada!… ?Hemos venido a la Ciudad para hablar con el arconte y pedirle proteccion!

– Uno era mi amigo… -dijo un tercer sujeto, flaco, devorado por la sarna-. Se llamaba Mopsis. ?Yo encontre su cuerpo!… ?Los lobos le comieron el corazon!

Los tres hombres siguieron gritandole, como si consideraran a Heracles culpable de sus desgracias, pero el ya habia dejado de oirlos.

Algo -una idea- muy leve habia empezado a tomar forma en su interior.

Y de repente la Verdad parecio revelarsele por fin. Y el horror lo invadio. [93]

Un poco antes del crepusculo, Diagoras opto por marcharse a la Academia. Aunque las clases habian sido suspendidas, sentia la necesidad de refugiarse en la exacta tranquilidad de su querida escuela con el fin de apaciguar el animo, y tambien porque sabia que, si permanecia en la Ciudad, se convertiria en blanco de muchas preguntas y no pocos comentarios ociosos, y eso era lo que menos deseaba en aquel momento. Nada mas emprender el camino se alegro de su decision, pues ya el simple hecho de salir de Atenas le procuro un inmediato beneficio. La tarde era excelente, el calor se amortiguaba con el ocaso invernal y los pajaros le regalaban sus canciones sin exigir que se detuviera a escucharlos. Al llegar al bosque, lleno su pecho de aire y logro sonreir… a pesar de todo.

No podia apartar sus pensamientos de la dura prueba a la que acababa de verse sometido. El publico se habia mostrado clemente con su declaracion, pero ?que opinarian Platon y sus companeros? No les habia preguntado. En realidad, apenas si habia hablado con ellos al finalizar el juicio: se habia retirado con rapidez, sin atreverse siquiera a interrogar sus miradas. ?Para que iba a hacerlo? En el fondo, ya sabia lo que pensaban. Habia desempenado mal su oficio de maestro. Habia permitido que tres jovenes potros perdieran las riendas y se desbocaran. Por si fuera poco, habia contratado por su cuenta a un Descifrador y ocultado celosamente los hallazgos de la investigacion. Es mas: ?habia mentido! Se habia atrevido a danar gravemente el honor de una familia para proteger a la Academia. ?Oh, por Zeus! ?Como habia sido posible esto? ?Que le habia llevado, en realidad, a afirmar descaradamente que el pobre Eunio se habia mutilado a si mismo? El recuerdo de aquella ardiente calumnia devoraba su tranquilidad.

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