– ?Que? ?Le has «salvado la vida» al protagonista? -le oi decir, a mi espalda, en tono incredulo-. ?Oh, pero que fuerza poseen los libros eideticos!… Es curioso, una obra escrita hace tanto tiempo…, ?y aun provoca estas reacciones!
Pero su nueva carcajada ceso bruscamente cuando replique:
– Quiza no haya sido escrita hace
?Me gusto devolverle el golpe! Sus impenetrables ojos me contemplaron un instante a traves de las aberturas de la mascara. Entonces espeto:
– ?Que quieres decir?
– Montalo afirma que el papiro en este capitulo huele a mujer, y que posee textura de «seno» y de «brazo de atleta». A su modo, esta ridicula nota es eidetica: representa a la «mujer-hombre» o «mujer guerrera» del Cinturon de Hipolita. Rastreando hacia atras, pueden encontrarse ejemplos parecidos en la descripcion del papiro en cada capitulo…
– ?Y que deduces de eso?
– Que la intervencion de Montalo es
– Veo que has estado pensando -admitio-. ?Y que mas?
– Que
La mascara no dijo nada. Prosegui, implacable:
– El original de
– ?Y por que Montalo iba a escribir algo asi? -pregunto mi carcelero en tono neutro.
– Porque enloquecio -replique-. Montalo estaba obsesionado con los libros eideticos: creia que podian probar la teoria platonica de las Ideas, y demostrar, de este modo, que el mundo, la vida, el universo, son razonables y justos. Pero no lo logro. Entonces, enloquecido, escribio el mismo una obra eidetica, aprovechando sus enormes conocimientos de griego y de eidesis. La obra estaria destinada a sus propios colegas. Seria una forma de decirles: «?Mirad! ?Las Ideas existen! ?Aqui estan! ?Vamos! ?Descubrid la clave final!»…
– Pero Montalo desconocia cual era la clave final -repuso mi carcelero-. Yo lo encerre…
Contemple fijamente las aberturas negras de su mascara y dije:
– Ya basta de patranas, Montalo…
?Ni Heracles Pontor lo hubiera dicho mejor!
– A pesar de todo -anadi, aprovechando su silencio-, tu juego ha sido inteligente: probablemente te las arreglaste con cualquier vagabundo… Prefiero pensar que lo encontraste muerto y despues le pusiste tus ropas destrozadas, simulando el engano que habias imaginado para el asesinato de Eunio… Entonces, oficialmente «fallecido», empezaste a actuar en la sombra… Escribiste esta obra pensando en un posible traductor. Despues, cuando averiguaste que yo era el encargado de traducirla, me vigilaste. Anadiste paginas falsas para confundirme, para obligarme a que me obsesionara con el texto, pues, como tu mismo afirmas, «no podemos obsesionarnos con algo sin pensar que formamos parte de ese algo». Por ultimo, me secuestraste y me encerraste aqui… Quizas esto sea el sotano de tu casa… o el escondite en el que has vivido desde que fingiste tu muerte… ?Y que quieres de mi? Lo mismo que has querido siempre: ?probar la existencia de las Ideas! Si yo logro descubrir en
Tras un larguisimo silencio durante el que mi rostro, como el suyo, fue tambien una mascara sonriente, le oi decir, marcando cada palabra:
– Traductor:
– ?Por que voy a limitarme a ser un simple traductor si tu no te limitas a ser un simple
– ?Yo no soy el autor de
Y salio dando un portazo.
Me siento mejor. Creo haber ganado este combate.
[121] Me han despertado furibundos ladridos de perros. Aun los oigo: no parecen hallarse demasiado lejos de mi celda. Me pregunto si mi carcelero pretende atemorizarme con ellos o se trata, por el contrario, de un simple azar (al menos, una cosa es cierta: no mintio al decirme que tiene perros, pues en verdad los
[122] La «tirada del perro» era la mas baja: tres unos. No obstante, el autor la utiliza para acentuar la eidesis. Por cierto, los perros siguen ladrando afuera.
[123] Las curiosas indecisiones entre «derecha» e «izquierda» en estos parrafos -la celda de Socrates, el ojo del esclavo portero- quizas intentan reflejar eideticamente el laberintico viaje de Hercules al reino de los muertos.
[124] El movimiento de «descenso» que ha comenzado al principio del capitulo evoca, junto al de «derecha e izquierda», el viaje de Hercules al reino de los muertos. En este ultimo parrafo se refuerza la imagen introduciendo al lector en una gota de lluvia que recorre un largo camino hasta caer en la cabeza de Heracles Pontor.
[125] Prosigue el movimiento narrativo de «caida» desde el cielo hasta las inquietudes de Heracles Pontor.
[126] Ni una cosa ni otra, claro: sucede que Diagoras, como siempre, «olfatea» la eidesis desde la distancia. Atenas, en efecto, se ha convertido, en este capitulo, en el reino de los muertos.