– Partito! -respondio el camara.

Las bestias se detuvieron a diez metros del cobertizo hozando y arremolinandose, un matorral de pezunas y colmillos, con la cerda prenada en el centro. Saltaban hacia delante y volvian atras como una melee de rugby, mientras Oreste los encuadraba con las manos.

– Azione! -chillo a los sardos.

Carlo, que se habia acercado a el por la espalda, le dio un tajo en las celuliticas nalgas y dejo que gritara. Lo cogio por la cintura y lo metio de cabeza al corral. Los cerdos cargaron. Oreste, tratando de ponerse en pie, se apoyo en una rodilla, pero la cerda lo golpeo en las costillas y cayo de bruces. Los otros se le echaron encima, grunendo y chillando; dos jabalies que se disputaban su cara le arrancaron la mandibula y se la repartieron como un hueso de la buena suerte. Aun asi Oreste casi consiguio incorporarse. Pero enseguida estuvo boca arriba, con la barriga desprotegida y desgarrada, contorsionando brazos y piernas por encima del remolino de lomos, gritando pero incapaz de producir palabras sin la mandibula.

Carlo oyo un disparo y se volvio. El ayudante del director habia soltado la camara, que seguia rodando, e intentaba huir; pero no lo bastante deprisa como para escapar a la escopeta de Fiero.

Los cerdos, mas calmados, empezaron a retirarse con sus trofeos.

– ?Torna azione, maricon! -solto Carlo, y escupio al suelo.

III REGRESO AL NUEVO MUNDO

CAPITULO 41

Un escrupuloso silencio rodeaba a Mason Verger. Sus empleados lo trataban como si acabara de perder a un hijo. Cuando le preguntaron como se sentia, respondio:

– Como si hubiera pagado un monton de dinero por un espagueti muerto.

Despues de un sueno de varias horas, Mason ordeno que llevaran ninos a la sala de juegos proxima a su habitacion para hablar con uno o dos de los mas traumatizados; pero no habia ninos con traumas disponibles a corto plazo, ni tiempo para que su proveedor de los barrios pobres le traumatizara a un par.

A falta de otras victimas, hizo que su ayudante Cordell cortara las aletas a unas cuantas carpas y se las fuera echando a la anguila. Cuando el bicho se harto, se escondio en su roca dejando el agua tenida de rojo y gris, y llena de iridiscentes jirones dorados.

Mason intento martirizar a su hermana, pero Margot se retiro al gimnasio e hizo caso omiso de los mensajeros que le envio durante horas. Era la unica persona de Muskrat Farm que se atrevia a desairar a Mason.

El sabado, en el noticiario vespertino de la television, pasaron una grabacion de video breve y mal editada obtenida de un turista, que mostraba la muerte de Rinaldo Pazzi antes de que se hubiera imputado el crimen al doctor Lecter. Areas borrosas ahorraban a los telespectadores ciertos detalles anatomicos.

El secretario de Mason cogio el telefono de inmediato para conseguir una copia sin editar, que llego por helicoptero cuatro horas mas tarde.

La grabacion tenia un origen curioso.

De los dos turistas que estaban filmando el Palazzo Vecchio en el momento de los hechos, uno perdio la sangre fria y su camara le quedo colgando de la muneca mientras Pazzi se precipitaba al vacio. El otro, de nacionalidad suiza, sostuvo la suya con firmeza a lo largo de todo el episodio; incluso hizo un barrido a lo largo del cable, que no dejaba de agitarse y balancearse en la pantalla.

El videoaficionado, que se llamaba Viggert y trabajaba en una oficina de patentes, temio que la policia secuestrara su cinta y la RAI la obtuviera gratis. Llamo enseguida a su abogado en Lausana, hizo los tramites necesarios para asegurarse el copyright de las imagenes y, tras renida puja, vendio los derechos de difusion a la cadena televisiva ABC News. Los derechos para publicar una serie de articulos en Estados Unidos fueron a parar en primer lugar al New York Post y despues al National Tattler.

La grabacion ocupo de inmediato el puesto que merecia entre los clasicos del terror televisivo: Zapruder, el asesinato de Lee Harvey Oswald y el suicidio de Edgar Bolger; pero Viggert habria de lamentar amargamente una venta tan prematura, es decir, anterior a que el crimen se imputara a Lecter.

La copia de las vacaciones de los Viggert obraba en poder de Mason en su integridad. Entre otras cosas mostraba a la familia suiza gravitando en torno a los cataplines del David de la Academia horas antes de los sucesos del Palazzo Vecchio.

Mason, que no apartaba el ojo encapsulado de la pantalla, sentia escaso interes por el trozo de carne que se balanceaba al final del cable electrico. La sucinta leccion de historia que La Nazione y el Corriere della Sera dedicaron a los dos Pazzi ahorcados desde la misma ventana con quinientos veinte anos de diferencia tampoco le importaba. Lo que consiguio mantenerlo en tension, lo que paso una, y otra, y otra vez, fue el barrido cable arriba hasta el balcon en el que una figura delgada recortaba su borrosa silueta contra la debil luz del interior, saludando con la mano. Haciendo senas a Mason. El doctor Lecter saludaba a Mason doblando la mano por la muneca, como si dijera adios a un nino.

– Hasta luego -replico Mason desde la oscuridad-. Hasta luego -farfullo la profunda voz de locutor, temblorosa de rabia.

CAPITULO 42

La identificacion del doctor Hannibal Lecter como asesino de Rinaldo Pazzi proporciono a Clarice Starling algo serio que hacer, a Dios gracias. Se convirtio en el enlace inferior defacto entre el FBI y las autoridades italianas. Merecia la pena aunar fuerzas para un objetivo comun.

La vida de Starling habia cambiado despues del tiroteo en la operacion antidroga. Ella y los otros supervivientes de la matanza en el mercado de Feliciana flotaban en una especie de limbo administrativo, a la espera de que el Departamento de Justicia cursara su informe a un oscuro Subcomite Judicial del Congreso.

Tras el hallazgo de la radiografia, Starling habia matado el tiempo como interina altamente cualificada, cubriendo suplencias de instructores de baja o vacaciones en la Academia Nacional de Policia de Quantico.

A lo largo del otono y del invierno, todo Washington perdio la chaveta a causa de un escandalo en la Casa Blanca. Los babosos reformistas gastaron mas saliva de la que se habia empleado en el insignificante pecadillo, y el presidente de Estados Unidos se trago publicamente mas basura de la que le correspondia tratando de evitar el impeachment.

En medio de semejante circo, algo tan baladi como una matanza en el mercado de Feliciana cayo en el olvido de la noche a la manana.

Dia a dia una sombria certeza iba cobrando fuerza en el fuero interno de Starling: el servicio federal nunca volveria a ser lo mismo para ella. Estaba marcada. Cuando hablaban con ella, sus companeros tenian la desconfianza pintada en los rostros, como si hubiera contraido una enfermedad contagiosa. Starling era lo bastante joven como para que aquel comportamiento la sorprendiera y le hiciera dano.

Lo mejor era mantenerse ocupada. Las peticiones de informacion sobre Hannibal Lecter procedentes de Italia llovian sobre la Unidad de Ciencias del Comportamiento, la mayoria de las veces por partida doble, pues el Departamento de Estado les transmida las copias cursadas por via diplomatica. Starling respondia con celeridad alimentando las lineas de fax y enviando los archivos sobre Lecter por correo electronico. Le sorprendio comprobar hasta que punto se habia desparramado el material complementario en los siete anos que mediaban desde la huida del doctor.

Su pequeno cubiculo en los sotanos de la Unidad de Ciencias del Comportamiento era un maremagnum de papeles, borrosos faxes transatlanticos, ejemplares de periodicos italianos…

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