sin encender las luces, llamando por su nombre a cada uno y llevando libros en ambos brazos para no tener que estrecharles la mano. Cuando abandonaban la tenue luz del Salon de los Lirios parecian arrastrar consigo el hechizo de la conferencia.

El doctor Lecter y Rinaldo Pazzi, solos ya en el gran salon, oian discutir a los eruditos mientras bajaban las escaleras.

– ?Diria usted que he conseguido conservar el puesto, Commendatore?

– No soy un especialista, doctor Fell, pero no cabe duda de que los ha impresionado. Doctor, si no tiene inconveniente, lo acompanare a casa para recoger las pertenencias de su predecesor.

– Son dos maletas, Commendatore, y usted lleva ya su cartera. ?Esta seguro de que quiere recogerlas?

– Llamare a un coche patrulla para que me recojan en el Palazzo Capponi.

Pazzi estaba dispuesto a insistir tanto como fuera necesario.

– De acuerdo -dijo el doctor Lecter-. Tardare un minuto en recoger.

Pazzi asintio, se acerco a los ventanales y saco el telefono celular sin apartar los ojos de Lecter.

El inspector se daba cuenta de que el doctor estaba perfectamente tranquilo. Del piso inferior llegaban ruidos de maquinaria.

Pazzi marco un numero y cuando Carlo Deogracias contesto, el inspector dijo:

– Laura, amore, no tardare en llegar a casa.

El doctor Lecter recogio sus libros del atril y los metio en un bolso. Se volvio hacia el proyector, en el que el ventilador seguia zumbando mientras el polvo danzaba en el haz de luz.

– Tenia que haberles ensenado esta, no me explico como me ha pasado por alto -el doctor proyecto la imagen de un hombre desnudo que colgaba bajo las almenas del palacio-. Usted sin duda la encontrara interesante, Commendatore Pazzi. Permitame que intente enfocarla mejor.

El doctor Lecter toqueteo el aparato; a continuacion, se aproximo a la pared, y su negra silueta crecio sobre la lona hasta adquirir el mismo tamano que el ahorcado.

– ?Puede verlo bien? No es posible aumentarla mas. Este es el momento en que le mordio el arzobispo. Y debajo esta escrito su nombre.

Pazzi no llego hasta donde estaba el doctor Lecter, pero al acercarse a la pared percibio un olor quimico, que por un instante atribuyo a algun producto de los que usaban los restauradores.

– ?Puede distinguir las letras? Dicen «Pazzi» al lado de un poema un tanto obsceno. Es su antepasado, Francesco, ahorcado en los muros del Palazzo Vecchio, bajo estas ventanas -dijo el doctor Lecter, y sostuvo la mirada del policia a traves del haz de luz que los separaba-. A proposito, signor Pazzi, tengo que confesarle algo: estoy considerando seriamente la posibilidad de comerme a su esposa.

Apenas dicho aquello el doctor Lecter dio un tiron a la enorme lona, que se desplomo sobre Pazzi. Este se debatia bajo ella, tratando de sacar la cabeza mientras el corazon le aporreaba en el pecho; pero el doctor Lecter se coloco rapidamente a su espalda, lo sujeto por el cuello con terrible fuerza y aplasto una esponja empapada en eter contra el trozo de lona que cubria el rostro de Pazzi.

El inspector, con los pies y los brazos arrapados en la lona, se agitaba con todas sus fuerzas y, resollando y trastabillando, aun fue capaz de echar mano a la pistola. Los dos hombres cayeron al suelo y Pazzi intento apuntar la Beretta hacia atras por entre sus piernas, apreto el gatillo y se disparo en el muslo segundos antes de hundirse en una espiral de negrura…

El disparo de la pequena bala calibre 380, que cayo en la lona, no habia hecho mucho mas ruido que los golpetazos y chirridos del piso inferior. Nadie subio h escalera. El doctor Lecter cerro las enormes hojas de la puerta del Salon de los Lirios y echo el pasador…

La sensacion de ahogo y las nauseas asaltaron a Pazzi en cuanto empezo a volver en si. Tenia el sabor del eter agarrado a la garganta y sentia una gran opresion en el pecho.

Comprobo que seguia en el Salon de los Lirios y que no podia moverse. Estaba de pie, envuelto en la lona y atado con cuerdas, rigido como un reloj de caja, firmemente amarrado al alto carro de mano que los obreros habian empleado para transportar el atril. Tenia la boca amordazada con cinta aislante. Un torniquete habia detenido la hemorragia del muslo.

Observandolo, recostado contra el pulpito, el doctor Lecter se acordo de si mismo inmovilizado en un carro de mano no muy distinto cuando les daba por pasearlo por el manicomio.

– ?Puede oirme, signor Pazzi? Respire hondo mientras pueda y despejese un poco.

Mientras hablaba, sus manos no dejaban de trabajar. Habia traido al salon una gran maquina pulidora y manipulaba el grueso cable electrico de color naranja, en cuyo extremo estaba haciendo un nudo corredizo. El cable forrado de goma crujia mientras el doctor lo enrollaba en las trece vueltas tradicionales.

Culmino la tarea pegando un fuerte tiron al nudo corredizo y dejo, el cable sobre el pulpito. El enchufe asomaba entre las vueltas de cable al final del nudo.

La pistola de Pazzi, sus esposas de plastico, la navaja y la porra, todo lo que llevaba en los bolsillos y en la cartera estaba encima del atril.

El doctor Lecter busco entre los papeles. Se guardo bajo la pechera de la camisa la documentacion de los carabinieri, que incluia su permesso di sogiomo, su permiso de trabajo y las fotos y negativos de su rostro actual.

Alli estaba tambien la partitura que habia prestado a la signora Pazzi. La cogio y se golpeo los dientes con ella. Sus fosas nasales se dilataron e inspiro con fuerza, con la cara pegada a la de Pazzi.

– Laura, si me permite que la llame por su nombre de pila, debe de usar una estupenda crema de manos por la noche, signore. Resbaladiza. Fria al principio y, al cabo de un momento, caliente -le susurro-. Con olor a azahar. Laura, «el aura». Ummm. Llevo todo el santo dia sin probar bocado. De hecho, el higado y los rinones estaran perfectos para consumirlos enseguida, esta misma noche; pero el resto de la carne tendra que colgar una semana al fresco, a la temperatura de costumbre. No he visto el pronostico del tiempo, ?y usted? Supongo que eso significa «no».

»Si me dice lo que necesito saber, Commendatore, me resultara muy conveniente marcharme sin mi comida. La signora Pazzi permanecera intacta. Le hare las preguntas y despues ya veremos. Puede confiar en mi, ?sabe? Aunque supongo que debe de costarle confiar en nadie, conociendose a si mismo.

»En el teatro me di cuenta de que me habia identificado, Commendatore. ?Se meo en los pantalones cuando me incline a besar la mano de la signora Laura? Al ver que la policia no me detenia, me resulto evidente que usted me habia vendido. ?A Mason Verger, por casualidad? Parpadee dos veces para el si.

«Gracias, es lo que pensaba. En cierta ocasion llame al numero que figura en ese aviso suyo que esta por todas partes, lejos de aqui, por pura diversion. ?Estan esperandome fuera sus hombres? Ummm. ?Uno de ellos huele a embutido de jabali rancio? Ya veo. ?Le ha hablado de mi a alguien de la Questura? ?Ha parpadeado una vez? Eso me habia parecido. Ahora quiero que piense durante un minuto y a continuacion me diga su codigo de acceso al archivo VICAP de Quantico.

El doctor Lecter abrio su navaja Arpia.

– Voy a quitarle la cinta aislante para que pueda decirmelo -el doctor Lecter le enseno la navaja-. No intente gritar. ?Cree que podra aguantarse sin gritar?

Pazzi estaba ronco a causa del eter.

– Le juro por Dios que no se el codigo. No puedo recordarlo entero. Podemos ir a mi coche, tengo papeles…

El doctor Lecter le dio la vuelta al carro para que Pazzi pudiera ver la pantalla, y paso adelante y atras las imagenes de Pier della Vigna ahorcado y Judas colgando con las tripas al aire.

– ?Como le gusta mas, Commendatore? ?Con las tripas dentro o fuera?

– El codigo esta en mi agenda.

El doctor Lecter la cogio y paso las hojas ante los ojos de Pazzi hasta encontrar el numero, mezclado con los de telefono.

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