bano. Se llevo consigo unos cuantos; los demas los enviaria la Farmacia, con las etiquetas que el mismo redacto en su elegante letra redonda.
– ?Desearia el
– ?Por que no? -contesto el doctor Lecter, y deslizo en la caja, doblado, el dibujo del grifo.
La Farmacia di Santa Maria Novella esta adosada a un convento de la Via Scala, y Carlo, siempre tan piadoso, se quito el sombrero mientras aguardaba cerca de la entrada al establecimiento, bajo una hornacina de la Virgen. Habia notado que la presion de aire de las puertas interiores del vestibulo hacia que las exteriores se movieran segundos antes de que alguien las empujara para salir. Eso le daba tiempo para esconderse y espiar cada vez que un cliente iba a abandonar el edificio.
Cuando salio el doctor Lecter llevando el delgado portafolios, Carlo estaba bien oculto tras el puesto de un vendedor de postales. El doctor echo a andar. Al pasar bajo la imagen de la Virgen, alzo la cabeza y sus fosas nasales se dilataron mientras miraba la estatua y husmeaba el aire.
Carlo supuso que se trataba de un gesto devoto. Se pregunto si el doctor Lecter seria religioso, como suele ocurrir con los locos. Quiza pudiera conseguir que maldijera a Dios en el momento de la verdad; seguro que Mason sabria apreciarlo. Por supuesto, habria que mandar al piadoso Tommaso a donde no pudiera oirlo.
A ultima hora de la tarde, Rinaldo Pazzi escribio una carta a su mujer en la que incluia un soneto trabajosamente compuesto al principio de su noviazgo que nunca se habia atrevido a ensenarle. Introdujo en el sobre los codigos necesarios para reclamar el dinero en custodia en Suiza, junto con una carta para que la enviara a Mason si este se negaba a pagar. Dejo el sobre en un lugar en que solo lo encontraria si tenia que ordenar sus efectos personales.
A las seis en punto, condujo su pequeno motorino hasta el Museo Bardini y lo encadeno a una barandilla de hierro en la que los ultimos estudiantes de la jornada estaban recogiendo sus bicicletas. Vio la furgoneta blanca con rotulos de ambulancia aparcada cerca del museo y supuso que seria la de Carlo. Dentro habia dos hombres. Cuando se volvio, sintio que le clavaban los ojos en la espalda.
Tenia tiempo de sobra. Las farolas ya estaban encendidas y camino despacio hacia el rio bajo las sombras propicias que proyectaban los arboles del museo. Al cruzar el Ponte alie Grazie, se asomo un momento para contemplar el perezoso Arno, y se permitio las ultimas reflexiones sosegadas. La noche seria oscura. Perfecto. Las nubes bajas se deslizaban veloces sobre Florencia en direccion este, rozando la cruel aguja del Palazzo Vecchio, y una brisa cada vez mas fuerte levantaba una polvareda de arenilla y excrementos de paloma pulverizados en la plaza de Santa Croce. Pazzi se dirigio hacia la iglesia llevando en los bolsillos una Beretta 380, una porra de cuero basto y una navaja, dispuesto a usarlas con el doctor Lecter en caso de que fuera necesario matarlo.
La iglesia de Santa Croce cierra a las seis en punto, pero un sacristan dejo entrar a Pazzi por una pequena puerta lateral. No quiso preguntarle si el «doctor Fell» estaba trabajando; prefirio comprobarlo por si mismo y camino a lo largo del muro con precaucion. Los cirios que ardian en los altares de las capillas proporcionaban suficiente luz. Recorrio la extension de la nave hasta tener una perspectiva del brazo derecho del crucero. Mas alla de las velas votivas, costaba ver si el doctor Fell estaba en la Capilla Capponi. Avanzo por el crucero procurando no hacer ruido. Mirando. Una gran sOm-bra se alzo en el muro de la capilla y durante unos segundos Pazzi contuvo la respiracion. Era Lecter, inclinado sobre su lampara, que habia colocado en el suelo para calcar las inscripciones. El doctor se incorporo, miro hacia la oscuridad como un buho, volviendo la cabeza en el cuerpo inmovil e iluminado desde abajo, con su enorme sombra vacilando tras el. Al cabo de un momento la sombra se encogio en el muro cuando el hombre se agacho para seguir trabajando.
Pazzi sintio que el sudor le recorria la espalda bajo la camisa, pero su cara permanecia impasible.
Faltaba una hora para el comienzo de la reunion en el Palazzo Vecchio, y Pazzi tenia intencion de llegar tarde.
En su severa belleza, que reconcilia circulo y cuadrado, la capilla que Brunelleschi construyo en Santa Croce para la familia Pazzi es una de las obras maestras de la arquitectura renacentista. Es una estructura independiente a la que se accede atravesando un claustro con arcos.
Arrodillado en la piedra, Pazzi rezo en la capilla familiar mientras su propio rostro, mas arriba, lo observaba desde el medallon de Della Robbia. Sentia sus plegarias constrenidas por el circulo de apostoles del techo, y penso que tal vez escaparian por el oscuro claustro al que daba la espalda y volarian hacia el cielo abierto, hacia Dios.
Se esforzo en visualizar algunas de las cosas buenas que podria hacer con el precio del doctor Lecter. Se vio en compania de su mujer dando monedas a unos golfillos, y vislumbro una especie de artilugio sanitario que entregaban a un hospital. Vio las olas de Galilea, que se parecian enormemente a las de Chesapeake. Vio la mano rosa y bien torneada de su mujer en torno a su polla, apretandola para acabar de hinchar el capullo.
Miro a su alrededor para comprobar que seguia solo, y hablo con Dios en voz alta:
– Gracias, Padre, por permitir que elimine a ese monstruo, monstruo de monstruos, de la faz de Tu Tierra. Gracias de parte de las almas a las que ahorraremos dolor.
Si aquel «nosotros» era mayestatico o se referia a la sociedad que Pazzi habia formado con Dios, seria dificil decirlo, y es posible que no exista una unica respuesta.
La parte de Pazzi incapaz de contemporizar le dijo que el y el doctor Lecter habian matado juntos, que Gnocco habia sido victima de ambos, desde el momento en que Pazzi no hizo nada por salvarlo y sintio alivio cuando la muerte sello sus labios.
Era indudable que la oracion proporcionaba consuelo, reflexiono Pazzi al abandonar la capilla. Mientras atravesaba el oscuro claustro tuvo la nitida sensacion de que no estaba solo.
Carlo, que esperaba bajo el alero del Palazzo Piccolomini, cogio el paso del policia. Apenas se dijeron nada.
Dieron la vuelta al Palazzo Vecchio y confirmaron que la puerta de la Via dei Leoni estaba cerrada, y cerradas las ventanas de aquella fachada.
La unica puerta que permanecia abierta era la de la entrada principal.
– Bajaremos la escalinata y doblaremos la esquina del palacio para coger la Via Neri -dijo Pazzi.
– Mi hermano y yo estaremos en el portico de la Loggia. Los seguiremos a buena distancia. Los otros esperan en el Museo Bardini.
– Los he visto.
– Y ellos a usted -dijo Carlo.
– ?Hara mucho ruido la pistola de aire comprimido?
– No mucho, menos que una pistola normal; pero sera oirla y verlo caer redondo.
Carlo no le dijo que Fiero la dispararia amparado en las sombras del museo mientras Pazzi y el doctor Lecter estaban aun en la zona iluminada. No queria que Pazzi se apartara del doctor y lo alertara antes del disparo.
– Tiene que confirmarle a Mason que lo han cogido. Tiene que hacerlo esta misma noche -dijo Pazzi.
– No se apure. Ese cabron va a pasar la noche suplicandole a Mason por telefono -respondio Carlo, mirandolo por el rabillo del ojo para ver si conseguia ponerlo nervioso-. Al principio le pedira que le perdone la vida; despues de un rato, le implorara que lo mate.
CAPITULO 36
Al caer la noche los ultimos turistas tuvieron que abandonar el Palazzo Vecchio. Mientras se desparramaban por la plaza, muchos de ellos, sintiendo a sus espaldas el acecho de la fortaleza medieval, no pudieron resistir la tentacion de volverse para echar un ultimo vistazo a los dientes de calabaza de las almenas, que se recortaban sobre sus cabezas.
Los focos se encendieron, banaron de luz los asperos sillares y aguzaron las sombras bajo las altas murallas. Al tiempo que las golondrinas se retiraban a sus nidos, hicieron su aparicion los primeros murcielagos, a los que las luces molestaban menos para cazar que los chirridos de alta frecuencia de las maquinas electricas de los obreros.
En el interior del palacio, los trabajos de restauracion y mantenimiento se prolongarian otra hora, excepto en el Salon de los Lirios, donde en ese momento el doctor Lecter le consultaba alguna cosa al encargado de la brigada de