?Que podia enviar a los italianos que les fuera de utilidad? La pista a la que se habian agarrado con mas desesperacion era el unico acceso desde el ordenador de la Questura al archivo VICAP unos pocos dias antes de la muerte de Pazzi. Basandose en ello, la prensa italiana intento rehabilitar al difunto dando por supuesto que el inspector trabaja en secreto para capturar al doctor Lecter y limpiar de ese modo su reputacion.

En contrapartida, Starling se preguntaba que informacion del caso Pazzi podria aprovechar el FBI si el doctor decidia regresar a Estados Unidos.

Jack Crawford no aparecia mucho por la Unidad, asi que no podia pedirle consejo. Acudia con frecuencia a los tribunales, pues, a medida que se acercaba su jubilacion, se veia obligado a deponer en muchos de los casos abiertos. Se tomaba cada vez mas dias por enfermedad, y cuando estaba en su despacho parecia cada vez mas distante.

La imposibilidad de consultarle sus dudas provocaba en Starling periodicos ataques de panico.

En los anos que llevaba en el FBI, Starling habia visto todo tipo de cosas. Sabia que si el doctor Lecter volvia a asesinar en Estados Unidos, las trompetas de la vacuidad atronarian en el Congreso, una algarabia de recriminaciones cruzadas se desataria en el Departamento de Justicia y el aqui-te-pillo-aqui-te-mato empezaria en serio. Los de Aduanas y Vigilancia de Fronteras serian los primeros en pagar el pato por haber permitido que entrara.

Las autoridades en cuya jurisdiccion se cometiera el primer crimen exigirian toda la documentacion relativa a Lecter, y los esfuerzos del FBI se concentrarian en la oficina local del Bureau. Mas tarde, cuando el doctor atacara de nuevo, en cualquier otro lugar, todo se trasladaria alli.

Si conseguian capturarlo, las autoridades lucharian por adjudicarse el merito como osos polares alrededor de una foca ensangrentada.

Era responsabilidad de Starhng prepararlo todo para la eventualidad del temido regreso, se produjera o no, olvidandose de su deprimente lucidez sobre lo que pasaria con la investigacion.

Se hizo unas sencillas preguntas que hubieran parecido ridiculas a los trepadores que mosconeaban en las antesalas de los despachos. ?Como podia hacer ni mas ni menos que lo que habia jurado hacer? ?Como podia proteger a los ciudadanos y capturar al monstruo si le daba por regresar?

Era obvio que el doctor Lecter tenia excelente documentacion y dinero a espuertas. Era brillante a la hora de esconderse. No habia mas que recordar la original sencillez de su primer escondite tras su huida de Memphis; se registro en un hotel de cuatro estrellas de

Saint Louis contiguo a una clinica de cirugia plastica. La mitad de los huespedes llevaban la cara vendada. Hizo lo propio con la suya y vivio a cuerpo de rey con el dinero de un muerto.

Entre sus centenares de notas, Starling tenia las facturas del servicio de habitaciones. Astronomicas. Una botella de Batard-Montrachet a ciento veinticinco dolares la unidad. Debio de saberle a gloria despues de tantos anos de rancho carcelario…

Clarice habia pedido copias de todo lo relacionado con su estancia en Florencia, y los italianos no se habian hecho de rogar. Por la calidad de la impresion, supuso que debian de hacerlas con una fotocopiadora antediluviana.

Entre la documentacion, recibida sin ningun orden, estaban los papeles personales del doctor Lecter encontrados en el Palazzo Capponi. Unos cuantos apuntes sobre Dante redactados con la letra que tan familiar le era a Starling, una nota para la senora de la limpieza, una factura del famoso colmado florentino Vera dal 1926 por dos botellas de Batard-Montrachet y unos tartufi bianchi. La misma marca de vino; pero ?que era lo otro?

El Bantam New College Italian & English Dictionary de Starling le informo de que tartufi bianchi eran trufas blancas. Se puso en contacto con el chef de un buen restaurante italiano de Washington para hacerse una idea mas exacta. Al cabo de cinco minutos tuvo que inventarse una disculpa porque el individuo habia perdido la nocion del tiempo explicandole su gusto exquisito.

El gusto. El vino, las trufas. El buen gusto en todo era una constante de las vidas norteamericana y europea del doctor Lecter, en su vida como psiquiatra de prestigio y como monstruo fugitivo. Puede que su cara fuera diferente, pero no ocurria lo mismo con sus gustos, y no era hombre que se privara de nada.

El buen gusto era un tema delicado para Starling, porque en ese terreno el doctor Lecter consiguio herirla en lo mas vivo, al elogiarla por su agenda y burlarse de sus zapatos. ?Como la habia llamado? Una paleta ambiciosa y bien lavada, con una pizca de gusto.

Era buen gusto lo que echaba en falta en la rutina diaria de su vida laboral, mientras manejaba un equipo puramente funcional en aquel entorno utilitario.

Al mismo tiempo, su fe en la «tecnica» estaba empezando a encogerse para dejar espacio a otra cosa.

Starling estaba cansada de tanta tecnica. La fe en ella es la religion de los que trabajan en el filo de la navaja. Para enfrentarse a un criminal armado o luchar con el cuerpo a cuerpo se necesita creer que una tecnica perfecta, que un duro entrenamiento garantizan que uno es invencible. Lo cual no es cierto, en especial por lo que respecta a los tiroteos. Se pueden reducir los riesgos, pero cuando se participa en suficientes tiroteos, lo mas probable es acabar muerto en uno de ellos.

Starling lo habia visto de cerca.

Ahora que habia empezado a dudar de la religion de la tecnica, ?adonde podia volver los ojos?

En plena desorientacion, en medio de la exasperante homogeneidad de sus dias, empezo a prestar atencion a la forma de las cosas. Empezo a dar credito a sus reacciones viscerales ante las cosas, sin cuantificarlas ni reducirlas a palabras. Por la misma epoca advirtio un cambio en sus habitos de lectura. En otros tiempos tenia la costumbre de leer el pie de una imagen antes de mirarla. Ahora no. A veces ni siquiera las leia.

Durante anos habia hojeado revistas de moda a escondidas y con sentimientos de culpa, como si se tratara de pornografia. Ahora empezaba a reconocer en su fuero interno que algo en aquellas fotografias la hacia sentirse hambrienta. Dentro de la estructura de su mente, forjada por los luteranos para resistir al oxido de la ociosidad, estaba empezando a ceder a una deliciosa perversion.

Hubiera llegado a concebir aquella tactica de cualquier otro modo, pero el cambio de marea que se estaba produciendo en su interior acelero el proceso. Le inspiro la idea de que el gusto del doctor Lecter por las cosas raras, por los productos con un mercado reducido, podia ser la aleta dorsal del monstruo, con la que cortaba la superficie haciendose, al mismo tiempo, visible.

Starling estaba convencida de que podria descubrir alguna de sus identidades alternativas obteniendo y comparando listas informatizadas de clientes. Para ello tenia que conocer sus preferencias. Necesitaba conocerlo mejor que nadie en el mundo.

«?Que cosas se que le gustan? Le gusta la musica, el vino, los libros, la comida… Y yo.»

El primer paso para el desarrollo del propio gusto es estar dispuesto a valorar la propia opinion. En las areas de la comida, el vino y la musica, Starling tendria que estudiar los antecedentes del doctor y determinar lo que solia preferir en el pasado; pero habia un campo en el que, como minimo, era su igual. Los automoviles. Starling era una fanatica de los coches, como cualquiera que hubiera visto su coche podia deducir.

Antes de su condena, el doctor Lecter habia tenido un Bentley equipado con sobrealimentador. Con compresor de sobrealimentacion, no con turbocompresor. Un coche trucado con un compresor de desplazamiento positivo tipo Roetes, es decir, sin retardador turbo. Starling comprendio de inmediato que el mercado de los Bentley trucados era tan reducido que el doctor no correria el riesgo de volver a entrar en el.

?Que compraria en la actualidad? Starling intuia el tipo de sensacion que Lecter apreciaba. Un coche con motor sobrealimentado de ocho cilindros en uve, potente pero muy estable. ?Que compraria ella en el mercado actual?

Sin ninguna duda, un Jaguar XJR sedan con sobrealimentador. Envio faxes a los distribuidores de Jaguar de las costas este y oeste pidiendoles listas semanales de sus ventas.

?Que otra cosa le gustaba a Lecter, de la que Starling supiera un monton?

«Le gusto yo», recordo.

Con que presteza habia respondido Lecter al saberla en apuros… Sobre todo teniendo en cuenta la demora que implicaba usar un servicio de reenvio para escribirle. Lastima que la pista de la maquina de franqueo automatico no hubiera dado frutos; el aparato estaba en un sitio tan publico que cualquier ladron hubiera podido usarlo.

?Cuanto tardaba en llegar a Italia el National Tattler? Por el se habia enterado Lecter de que Starling tenia problemas, como demostraba el ejemplar que se habia encontrado en el Palazzo Capponi.

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