veces pienso que si alguna vez lo acorralan, me gustaria ser yo la que estuviera alli.
– No digas eso ni en broma.
– Conmigo tendria mas posibilidades de salir vivo. No le dispararia por estar asustada. No es el hombre lobo. Lo que pasara dependeria de el.
– ?Es que no te asusta? Mas vale que te asuste un poco.
– ?Sabes lo que me asusta de el, Ardelia? Que te dice la verdad. Me gustaria que se librara de la inyeccion. Si lo consigue y lo mandan a una institucion, los especialistas estan lo bastante interesados en estudiarlo como para proporcionarle el tratamiento adecuado. Y no tendra problemas con companeros de celda. Si estuviera en chirona le hubiera agradecido su carta. No puedo menospreciar a un hombre lo bastante loco como para decir la verdad.
– Por el motivo que sea alguien anda metiendo la nariz en tu correo. Consiguieron una orden judicial y esta bien guardada en algun sitio. No estan vigilando la casa todavia, porque nos hubieramos dado cuenta -dijo Ardelia-. No me extranaria que esos hijos de puta supieran que Lecter viene hacia aqui y no te hubieran avisado. Vigila manana.
– El senor Crawford nos lo hubiera dicho. No pueden organizar nada importante contra el doctor Lecter a espaldas de Crawford.
– Jack Crawford es historia, Starling. En ese punto estas ciega. ?Y si estan montando algo contra ti? Por tener una boquita tan grande, por no dejar que Krendler se te metiera en la cama. ?Y si hay alguien que esta intentando acabar contigo? Oye, ahora si que hablo en serio con lo de ocultar mi fuente.
– ?Hay algo que podamos hacer por tu amigo el de correos? ?Podemos corresponderle?
– ?Quien crees que viene a cenar?
– Esta si que es buena, Ardelia… Espera un momento, creia que era yo la que estaba invitada a cenar.
– Puedes llevarte un poco a casa.
– Muy agradecida.
– De nada, carino. Sera un placer.
CAPITULO 47
Cuando Starling era nina tuvo que mudarse de una casa de madera que hacia crujir el viento al solido edificio de ladrillos rojos del Orfanato Luterano.
El destartalado domicilio de su primera infancia tenia una cocina caliente donde podia compartir una naranja con su padre. Pero la muerte sabe el camino a las casas humildes, en las que vive gente con trabajos peligrosos y sueldos de miseria. Su padre salio de aquella casa en su vieja furgoneta para hacer una patrulla nocturna de la que nunca regresaria.
Starling escapo de su hogar adoptivo en un caballo destinado al matadero mientras sacrificaban a los corderos, y encontro algo parecido a un refugio en el Orfanato Luterano. Desde aquella epoca, las grandes y solidas estructuras institucionales la hacian sentirse segura. Puede que los luteranos anduvieran escasos de calor y naranjas, y sobrados de Jesus, pero las normas eran las normas, y si las comprendias todo iba como la seda.
Mientras el reto consistiera en superar pruebas competitivas pero impersonales o en hacer trabajos de calle, sabia que su lugar estaba seguro. Pero Starling carecia de aptitudes para los cabildeos de despacho.
Ahora, mientras salia de su Mustang a primera hora de la manana, las altas fachadas de Quantico ya no eran el gran regazo de ladrillos donde refugiarse. Vistas desde el aparcamiento, a traves de las ondulaciones del aire, hasta las puertas de entrada parecian torcidas.
Hubiera querido ver a Jack Crawford, pero no le daba tiempo. La filmacion en Hogan's Alley empezaria en cuanto el sol estuviera lo bastante alto.
La investigacion de la matanza en el mercado de Feliciana requeria una reconstruccion de los hechos filmada en la pista de tiro de Hogan's Alley, donde habria que justificar cada tiro y cada trayectoria.
Starling tuvo que interpretar su papel. La furgoneta camuflada que usaron era la original, con los agujeros de bala mas recientes taponados con masilla sin pintar. Una y otra vez saltaron del cochambroso vehiculo, una y otra vez el agente que hacia de John Brigham cayo de bruces y el que hacia de Burke se retorcio en el suelo. El simulacro, en el que se empleo municion de fogueo, la dejo molida.
Acabaron bien pasado el mediodia.
Starling guardo su equipo especial y encontro a Jack Crawford en el despacho.
Habia vuelto a llamarlo «senor Crawford», y el hombre, que parecia cada vez mas distraido, se mostraba distante con todo el mundo.
– ?Quiere un Alka-Seltzer, Starling? -le ofrecio cuando la vio en la puerta.
Crawford tomaba unos cuantos especificos a lo largo del dia, ademas de ginseng, palmito sierra, hierba de san Juan y aspirina infantil. Las iba cogiendo de la palma de la mano con un cierto orden, y echaba atras la cabeza como si se estuviera atizando un lingotazo.
En las ultimas semanas habia empezado a colgar la chaqueta del traje en la percha del despacho y ponerse un jersey tejido por su difunta esposa. Ahora a Starling le parecia mas viejo que cualquier recuerdo que conservara de su propio padre.
– Senor Crawford, alguien esta abriendo parte de mi correspondencia. No lo hacen muy bien. Parece que despegan la cola con el vapor de una tetera;
– Comprobamos tu correo desde que Lecter te escribio.
– Hasta ahora se limitaban a pasar los paquetes por el fluoroscopio. Eso es estupendo, pero soy capaz de leer mis propias cartas. Nadie me ha dicho nada.
– No es cosa de nuestra Oficina de Responsabilidades Profesionales.
– Tampoco del adjunto Dawg, senor Crawford. Es algun pez lo bastante gordo como para conseguir una orden de suspension del titulo tercero debidamente autorizada.
– ?No dices que parecen aficionados? -se quedo callada lo suficiente como para que el anadiera-: Mejor que te hayas dado cuenta asi, ?no te parece, Starling?
– Si, senor.
Crawford fruncio los labios y asintio.
– Me ocupare del asunto -guardo los frascos en el cajon superior del escritorio-. Hablare con Carl Schirmer del Departamento de Justicia y pondremos las cosas en claro.
Schirmer era un infeliz. Segun los rumores se jubilaria a final de ano. Todos los colegas de Crawford estaban a punto de jubilarse.
– Gracias, senor.
– ?Que?, ?hay alguien en tus clases de la policia que prometa? ?Alguien con quien debieran hablar los de reclutamiento?
– En la de tecnicas forenses, aun no lo se, les da verguenza preguntarme sobre crimenes sexuales. Pero hay un par de buenos tiradores.
– De esos tenemos de sobra -alzo la vista hacia ella con prontitud-. No me referia a ti, Starling.
Al final de aquel dia en que habia representado la muerte de John Brigham, Starling fue a su tumba en el Cementerio Nacional de Arlington.
Poso la mano en la lapida, que aun conservaba particulas de piedra arrancadas por el cincel. De pronto volvio a tener la nitida sensacion de besar su frente fria como el marmol cuando lo visito por ultima vez en su ataud y dejo en su mano, bajo el guante blanco, su ultima medalla de campeona en el Abierto para pistola de combate.
Las hojas habian empezado a caer en Arlington y cubrian el cesped sembrado de tumbas. Con la mano en la losa de Brigham, contemplando las hectareas de lapidas, se pregunto cuantos de aquellos muertos habrian caido como el victimas de la estupidez, el egoismo y las componendas de viejos cinicos.
Creyente o descreido, si uno es un guerrero, Arlington es un lugar sagrado; la tragedia no es morir, sino que te sacrifiquen.
El vinculo que la unia a Brigham no era menos fuerte por el hecho de no haber sido su amante. Apoyada sobre una rodilla ante la piedra, Starling recordo que el hombre le habia preguntado algo con timidez y ella habia contestado que no; que a continuacion le pregunto si podian ser amigos, con evidente sinceridad, y ella le contesto, con no menos sinceridad, que si.