tiene la tripita delicada.
Dejamos rutinariamente a nuestros hijos en las guarderias, entre extranos. Al mismo tiempo, sintiendonos culpables, manifestamos paranoia ante los extranos e inoculamos nuestros miedos a los ninos. En los tiempos que corren, un autentico monstruo no puede olvidarlo, ni siquiera un monstruo al que los ninos le resulten tan indiferentes como al doctor Lecter.
El doctor pasa su caja de Fauchon a la escrupulosa madre.
– ?Que buena pinta tiene el pan! -exclama hurgando con el dedo de comprobar panales.
– Senora, permitame ofrecerselo.
– Bueno, pero el «licor» no lo quiero -exclama buscando a su alrededor la complicidad de los pasajeros-. Pensaba que no dejaban traer alcohol. ?Es whisky? ?Dejan beber esto en el avion? Me gustaria quedarme la cinta, si no la va a usar.
– Senor, no puede abrir bebidas alcoholicas en el avion -la azafata amonesta a Lecter-. Permitame que se la guarde. Podra reclamarla a la llegada.
– Faltaria mas. Se lo agradezco mucho -responde el doctor.
El doctor Lecter es capaz de aislarse de la situacion. Es capaz de hacer que todo desaparezca. Los pitidos de la consola, los ronquidos y las ventosidades no son nada comparados con el griterio infernal que soporto en el corredor de los violentos. La butaca no es mas estrecha que los asientos de fuerza. Como tantas veces en su celda, cierra los ojos y busca la tranquilidad en su palacio de la memoria, un lugar irreprochablemente hermoso en su mayor parte.
Por una vez, el cilindro de metal que aulla contra el viento en direccion este contiene un palacio con mil estancias.
Asi como en cierta ocasion visitamos al doctor Lecter en el Palazzo Capponi, lo acompanaremos ahora al interior del palacio de su mente…
El vestibulo es la Capilla Normanda de Palermo; severa, hermosa y eterna, contiene un solo recordatorio de la mortalidad, representada por la calavera grabada en el suelo. A menos que haya acudido al palacio para retirar informacion a toda prisa, el doctor Lecter suele hacer una pausa, como en esta ocasion, para admirar la capilla. Mas alla, remota y compleja, luminosa y sombria, se extiende la vasta estructura construida por el doctor.
El palacio de la memoria era un sistema mnemotecnico bien conocido por los sabios del mundo antiguo, que a lo largo de la Alta Edad Media preservaron en sus mentes un enorme acopio de informacion mientras los barbaros se dedicaban a quemar libros. Como los eruditos que lo precedieron, el doctor Lecter almacena un asombroso cumulo de datos asociados a objetos de estas mil estancias; pero, a diferencia de los antiguos, su palacio cumple una segunda funcion: a temporadas le sirve de residencia. Ha pasado anos rodeado por sus exquisitas colecciones de arte, mientras su cuerpo yacia inmovilizado en el corredor de los violentos, donde los alaridos hacian vibrar los barrotes como si fueran el arpa del infierno.
El palacio de Hannibal Lecter es inmenso, incluso juzgado segun el patron medieval. Traducido al mundo tangible rivalizaria con el Palacio Topkapi de Estambul en tamano y complejidad.
Alcanzamos al doctor cuando las agiles babuchas de su mente lo estan trasladando del vestibulo al Gran Salon de las Estaciones. El palacio ha sido construido siguiendo las reglas establecidas por Simonides de Ceos y expuestas por Ciceron cuatrocientos anos mas tarde; es airoso, alto de techos y esta decorado con objetos y cuadros extraordinarios y sorprendentes, a veces extravagantes y absurdos, a menudo hermosos. Las urnas estan bien iluminadas y distribuidas espaciadamente, como las de un gran museo. Pero las paredes no estan pintadas con los colores neutros de los museos. Como Giotto, el doctor Lecter ha cubierto de frescos los muros de su mente.
Aprovechando que esta en el palacio, decide recoger las senas del domicilio de Clarice Starling; pero no tiene prisa, asi que se detiene al pie de una gran escalinata presidida por los bronces de Riace. Los enormes guerreros de bronce atribuidos a Fidias, rescatados del fondo del mar en nuestra epoca, presiden un espacio pintado con frescos que podria contener todas las historias narradas por Hornero y Sofocles.
El doctor Lecter podria hacer que los rostros de bronce recitaran a Meleagro con solo desearlo, pero hoy se Umita a admirarlos.
Un millar de estancias, kilometros de corredores, cientos de datos ligados a cada uno de los objetos que decoran cada una de las salas, aguardan al doctor Lecter en este inabarcable y placentero refugio cada vez que necesita tomarse un respiro.
Pero hay algo que el doctor comparte con nosotros: en las criptas de nuestros corazones y nuestros cerebros, el peligro acecha. No todo son salas agradables, luminosas y altas. En el suelo de la mente hay agujeros semejantes a los de las mazmorras medievales, calabozos hediondos, celdas excavadas en la roca, con forma de botella y la trampilla en la parte superior. Por suerte nada escapa de ellas silenciosamente. Un movimiento de tierras, una traicion de nuestros guardianes despejan el camino a horrores reprimidos durante anos, y las chispas del recuerdo inflaman los malsanos gases en una explosion de dolor que nos empuja a comportamientos suicidas…
Temerosos y maravillados, lo seguimos mientras avanza con paso vivo e ingravido a lo largo del corredor que el mismo ha construido, percibiendo un aroma de gardenias y vagamente conscientes de la magnifica factura de las estatuas y de la luminosidad de las pinturas.
Tuerce a la derecha pasado un busto de Plinio y asciende las escaleras hasta el Salon de las Direcciones, una estancia llena de estatuas y cuadros dispuestos en estudiado orden, bien espaciados e iluminados, como recomienda Ciceron.
Ah… el tercer gabinete de la derecha esta presidido por un cuadro que representa a san Francisco de Asis dando de comer una polilla a un tordo. [5] En el suelo, a los pies de la pintura, el marmol representa a tamano natural la siguiente escena:
Un desfile en el Cementerio Nacional de Arlington encabezado por Jesus, treinta y tres anos, conduciendo una camioneta Ford modelo T del 27, una de aquellas «mariconas de hojalata», con J. Edgar Hoover de pie en la caja del vehiculo vistiendo un tutu y saludando con la mano a una multitud invisible. Desfilando tras el vemos a Clarice Statting con un rifle Enfield 308 al hombro.
El doctor Lecter parece animarse al ver a Starling. Hace tiempo, consiguio la direccion particular de la mujer a traves de la Asociacion de Antiguos Alumnos de la Universidad de Virginia. La conserva asociada a esta imagen, y ahora, por puro placer, recuerda el nombre de la calle y el numero de la casa donde vive Starling:
Tindal 3327
Arlington, Virginia 22308
El doctor Lecter puede recorrer los vastos salones de su palacio de la memoria a una velocidad sobrenatural. Con sus reflejos y su fuerza, con su penetracion y agilidad mentales, el doctor Lecter esta perfectamente armado contra el mundo fisico. Pero hay lugares dentro de si mismo a los que no puede entrar sin sentirse amenazado, sitios en los que las reglas de Ciceron sobre logica, ordenacion espacial y luz no pueden aplicarse…
Decide hacer una visita a su coleccion de tapices antiguos. Quiere escribir una carta a Mason Verger, y necesita revisar un texto de Ovidio sobre aceites faciales aromaticos asociado a los tejidos.
Camina sobre una interesante alfombra de pelo corto que lleva al salon de los telares y los tejidos.
En el mundo del 747, el doctor Lecter tiene los ojos cerrados y la cabeza, que se balancea despacio cuando las turbulencias agitan el avion, recostada en el asiento.
Al final de la hilera, la criatura, que se ha tomado el biberon, aun no se ha dormido. La cara se le esta poniendo roja. La madre siente tensarse el cuerpecillo arrebujado en la manta, y relajarse al cabo de un momento. No cabe duda de lo que ha ocurrido. No necesita hundir el dedo en los panales. En los asientos de delante alguien suelta un «?Madre de Dios!».
Al tufo de gimnasio a ultima hora de la tarde se ha anadido otra pincelada olorosa. El nino sentado junto a Lecter, habituado a las jugarretas del bebe, sigue engullendo la comida de Fauchon.
Bajo el palacio de la memoria, las trampillas revientan, las mazmorras exhalan su espeluznante hedor…