En el inestable avion, con la cabeza rebotando suavemente contra el respaldo, el doctor Lecter permanece en suspenso entre su ultima imagen de Mischa arrastrada sobre la nieve ensangrentada y el sonido del hacha. Se ha atascado en ese punto y no lo puede soportar. En el ambito del avion se oye un breve grito procedente de su rostro sudoroso, un grito debil y agudo, estremecedor.
Los pasajeros de delante se vuelven, algunos se despiertan. En las primeras filas algunos refunfunan.
– ?Por amor de Dios! ?Es que no se va a poder estar tranquilo en este avion?
El doctor Lecter abre los ojos y mira al frente. Siente una mano en el brazo. Es la mano del nino.
– Ha tenido una pesadilla, ?a que si?
El nino no esta asustado, ni hace caso de las protestas en los asientos delanteros.
– Si.
– Yo tambien tengo muchas pesadillas, por eso no me rio de usted.
El doctor Lecter respira varias veces con la cabeza reclinada en el respaldo. Luego recupera la compostura como si la calma le bajara desde el nacimiento del cabello hasta la cara. Inclina la cabeza hacia el nino y, en un tono confidencial, le dice:
– Haces bien en no comerte esa bazofia. No te la comas nunca.
Las companias aereas ya no proporcionan a sus usuarios papel de escribir. El doctor Lecter, calmado del todo, saca del bolsillo interior de la chaqueta papel con el membrete de un hotel y se dispone a redactar una carta dirigida a Clarice Starling. En primer lugar, dibuja su rostro. Ese retrato se conserva en la actualidad en una fundacion dependiente de la Universidad de Chicago, a disposicion de los estudiosos. Starling tiene el aspecto de una nina y el pelo, como Mischa, pegado a las mejillas por las lagrimas…
Distinguimos el avion a traves del vaho de nuestro aliento, un punto de luz brillante en el sereno cielo nocturno. Lo vemos sobrepasar la Estrella Polar, mas alla del punto de no retorno, iniciando un gran arco de descenso hacia otro amanecer del Nuevo Mundo.
CAPITULO 49
Los montones de papeles, expedientes y disquetes amenazaban con venirse abajo y sepultar a Starling en su cubiculo. Sus peticiones de espacio no obtenian respuesta. «Hasta aqui hemos llegado», decidio un dia. Y con la desfachatez de los que no tienen nada que perder se adueno de un amplio despacho en el sotano de Quantico. Se suponia que aquel lugar estaba destinado a convertirse en el cuarto oscuro de la Unidad de Ciencias del Comportamiento en cuanto el Congreso asignara fondos. No tenia ventanas, pero si muchas estanterias y, dada la funcion que cumpliria en el futuro, una doble cortina opaca en vez de puerta.
Algun anonimo vecino de despacho imprimo un cartel en letra gotica que decia «LA CASA DE HANNIBAL» y lo clavo a la cortina con alfileres. Temiendo perder el sitio, Starling lo retiro y lo guardo dentro.
Casi enseguida encontro un tesoro de efectos personales en la biblioteca de la Facultad de Derecho de Columbia, donde tenian una Sala Hannibal Lecter. En ella se conservaba documentacion original de su carrera medica y psiquiatrica, y transcripciones del juicio y de procesos civiles emprendidos en su contra. En su primera visita a la biblioteca Starling tuvo que esperar cuarenta y cinco minutos mientras los empleados buscaban las llaves sin exito. En la segunda, se encontro con el responsable de la sala, un indolente becario que tenia todo el material sin catalogar.
La paciencia de Starling no habia mejorado al cruzar la barrera de los treinta. Gracias a las gestiones del jefe de unidad Jack Crawford en la oficina del fiscal, obtuvo una orden judicial para llevarse toda la coleccion a su despacho en los sotanos de Quantico. La policia federal se encargo del traslado en una sola furgoneta.
Como Starling habia supuesto, la orden produjo cierto revuelo, y lo ocurrido acabo llegando a oidos de Krendler.
Al final de dos largas semanas, Starling habia conseguido organizar la mayoria del material en su improvisado centro Lecter. A ultima hora de la tarde de un viernes, se lavo la cara y las manos para quitarse el polvo y la mugre de los libros, bajo la intensidad de la luz y se sento en un rincon del suelo mirando las estanterias abarrotadas de papeles. Quiza se quedara dormida un momento…
Un olor la desperto y se dio cuenta de que no estaba sola. Era olor a betun.
La habitacion estaba en penumbras, y el ayudante del inspector general, Paul Krendler, paseaba despacio a lo largo de las estanterias, hojeando libros y bizqueando ante las fotos. No se habia molestado en llamar; no habia donde hacerlo en las cortinas, pero por lo demas Krendler no acostumbraba llamar, sobre todo en las agencias subordinadas. Y alli, en aquellos sotanos de Quantico, se sentia entre las clases bajas.
Una de las paredes estaba dedicada al doctor Lecter en Italia, con una gran fotografia de Rinaldo Pazzi ahorcado con las tripas fuera ante el Palazzo Vecchio colgada como un poster. La pared de enfrente contenia lo referente a sus crimenes en Estados Unidos, y estaba presidida por una fotografia policial del cazador con arco que Lecter habia asesinado hacia anos. El cuerpo pendia de un tablero para herramientas y tenia todas las heridas que aparecen en las ilustraciones medievales del «Hombre herido». En las correspondientes estanterias habia numerosos expedientes de los casos apilados junto a los sumarios civiles de procesamientos por muerte dolosa entablados contra Lecter por las familias de las victimas.
Los libros de medicina procedentes de la consulta del doctor Lecter seguian un orden identico al que habian guardado en su antiguo despacho de psiquiatra. Starling los habia organizado examinando con lupa las fotografias policiales de la consulta.
Casi toda la luz del penumbroso cuarto procedia de una radiografia de la cabeza y el cuello del doctor colocada en un soporte luminoso instalado en la pared. El resto, de la pantalla de un ordenador situado sobre una mesa auxiliar en una esquina. El salvapantallas era «Criaturas peligrosas». De vez en cuando, el altavoz soltaba un grunido.
Amontonados junto a la pantalla estaban los resultados de las pesquisas de Starling. Las notas, recetas,