y la indiferencia humana.
Mediante discretas indagaciones, Jacob Todd descubrio que su amigo estaba empleado en la 'Compania Britanica de Importacion y Exportacion'. A cambio de un sueldo misero y un horario agotador, registraba los articulos que pasaban por la oficina del puerto. Tambien se le exigia cuello almidonado y zapatos lustrados. Su existencia transcurria en una sala sin ventilacion y mal alumbrada, donde los escritorios se alineaban unos tras otros hasta el infinito y se apilaban legajos y libracos empolvados que nadie revisaba en anos. Todd pregunto por el a Jeremy Sommers, pero este no lo ubicaba; seguramente lo veia a diario, dijo, pero no tenia relacion personal con sus subordinados y escasamente podia identificarlos por sus nombres. Por otros conductos supo que Andieta vivia con su madre, pero del padre nada pudo averiguar; supuso que seria un marinero de paso y la madre una de aquellas mujeres desafortunadas que no calzaban en ninguna categoria social, tal vez bastarda o repudiada por su familia. Joaquin Andieta tenia facciones andaluzas y la gracia viril de un joven torero; todo en el sugeria firmeza, elasticidad, control; sus movimientos eran precisos, su mirada intensa y su orgullo conmovedor. A los ideales utopicos de Todd oponia un petreo sentido de la realidad. Todd predicaba la creacion de una sociedad comunitaria, sin sacerdotes ni policias, gobernada democraticamente bajo una ley moral unica e inapelable.
– Esta usted en la luna, Mr. Todd. Tenemos mucho que hacer, no vale la pena perder tiempo discutiendo fantasias -lo interrumpia Joaquin Andieta.
– Pero si no empezamos por imaginar la sociedad perfecta ?como vamos a crearla? -replicaba el otro enarbolando su cuaderno, cada vez mas voluminoso, al cual habia agregado planos de ciudades ideales, donde cada habitante cultivaba su alimento y los ninos crecian sanos y felices, cuidados por la comunidad, puesto que si no existia la propiedad privada, tampoco se podia reclamar la posesion de los hijos.
– Debemos mejorar el desastre en que vivimos aqui. Lo primero es incorporar a los trabajadores, los pobres y los indios, dar tierra a los campesinos y quitar poder a los curas. Es necesario cambiar la Constitucion, Mr. Todd. Aqui solo votan los propietarios, es decir, gobiernan los ricos. Los pobres no cuentan.
Al principio Jacob Todd ideaba rebuscados caminos para ayudar a su amigo, pero pronto debio desistir porque sus iniciativas lo ofendian. Le encargaba algunos trabajos para tener pretexto de darle dinero, pero Andieta cumplia a conciencia y luego rechazaba de plano cualquier forma de pago. Si Todd le ofrecia tabaco, una copa de brandy o su paraguas en una noche de tormenta, Andieta reaccionaba con arrogancia helada, dejando al otro desconcertado y a veces ofendido. El joven jamas mencionaba su vida privada o su pasado, parecia encarnarse brevemente para compartir unas horas de conversacion revolucionaria o lecturas enardecidas en la libreria, antes de volverse humo al termino de esas veladas. No disponia de unas monedas para ir con los otros a la taberna y no aceptaba una invitacion que no podia retribuir.
Una noche Todd no pudo soportar por mas tiempo la incertidumbre y lo siguio por el laberinto de calles del puerto, donde podia ocultarse en las sombras de los portales y en las curvas de esas absurdas callejuelas, que segun la gente eran tortuosas a proposito, para impedir que se metiera el Diablo. Vio a Joaquin Andieta arremangarse los pantalones, quitarse los zapatos, envolverlos en una hoja de periodico y guardarlos cuidadosamente en su gastado maletin, de donde extrajo unas chancletas de campesino para calzarse. A esa hora tardia solo circulaban unas pocas almas perdidas y gatos vagos escarbando en la basura. Sintiendose como un ladron, Todd avanzo en la oscuridad casi pisando los talones de su amigo; podia escuchar su respiracion agitada y el roce de sus manos, que frotaba sin cesar para combatir los aguijonazos del viento helado. Sus pasos lo condujeron a un conventillo, cuyo acceso era uno de esos callejones estrechos tipicos de la ciudad. Una fetidez de orines y excrementos le dio en la cara; por esos barrios la policia de aseo, con sus largos garfios para destapar las acequias, pasaba rara vez. Comprendio la precaucion de Andieta de quitarse sus unicos zapatos: no supo lo que pisaba, los pies se le hundian en un caldo pestilente. En la noche sin luna la escasa luz se filtraba entre los postigos destartalados de las ventanas, muchas sin vidrios, tapiadas con carton o tablas. Se podia atisbar por las ranuras hacia el interior de cuartos miserables alumbrados por velas. La suave neblina daba a la escena un aire irreal. Vio a Joaquin Andieta encender un fosforo, protegiendolo de la brisa con su cuerpo, sacar una llave y abrir una puerta a la luz tremula de la llama. ?Eres tu, hijo? Oyo nitidamente una voz femenina, mas clara y joven de lo esperado. Enseguida la puerta se cerro. Todd permanecio largo rato en la oscuridad observando la casucha con un deseo inmenso de golpear la puerta, deseo que no era solo curiosidad, sino un afecto abrumador por su amigo. Carajo, me estoy volviendo idiota, mascullo finalmente. Dio media vuelta y se fue al 'Club de la Union' a tomar un trago y leer los periodicos, pero antes de llegar se arrepintio, incapaz de enfrentar el contraste entre la pobreza que acababa de dejar atras y esos salones con muebles de cuero y lamparas de cristal. Regreso a su cuarto, abrasado por un fuego de compasion bastante parecido a aquella fiebre que casi lo despacho durante su primera semana en Chile.
Asi estaban las cosas a finales de 1845, cuando la flota comercial maritima de Gran Bretana asigno en Valparaiso un capellan para atender las necesidades espirituales de los protestantes. El hombre llego dispuesto a desafiar a los catolicos, construir un solido templo anglicano y dar nuevos brios a su congregacion. Su primer acto oficial fue examinar las cuentas del proyecto misionero en Tierra del Fuego, cuyos resultados no se vislumbraban por parte alguna. Jacob Todd se hizo invitar al campo por Agustin del Valle, con la idea de dar tiempo al nuevo pastor de desinflarse, pero cuando regreso dos semanas mas tarde, comprobo que el capellan no habia olvidado el asunto. Por un tiempo Todd encontro nuevos pretextos para evitarlo, pero finalmente debio enfrentarse a un auditor y luego a una comision de la Iglesia Anglicana. Se en I redo en explicaciones que se tornaron mas y mas fantasticas a medida que los numeros probaban el desfalco con claridad meridiana. Devolvio el dinero que le quedaba en la cuenta, pero su reputacion sufrio un reves irremediable. Se terminaron para el las tertulias de los miercoles en casa de los Sommers y nadie en la colonia extranjera volvio a invitarlo; lo eludian en la calle y quienes tenian negocios con el, los dieron por concluidos. La noticia del engano alcanzo a sus amigos chilenos, quienes le sugirieron discreta, pero firmemente, que no apareciera mas por el 'Club de la Union' si deseaba evitar el bochorno de ser expulsado. No volvieron a aceptarlo en los juegos de criquet ni en el bar del Hotel Ingles, pronto estuvo aislado y hasta sus amigos liberales le dieron la espalda. La familia del Valle en bloque le quito el saludo, salvo Paulina, con quien Todd mantenia un esporadico contacto epistolar.
Paulina habia dado a luz a su primer hijo en el norte y en sus cartas se revelaba satisfecha de su vida de casada. Feliciano Rodriguez de Santa Cruz, cada vez mas rico segun decia la gente, habia resultado ser un marido poco usual. Estaba convencido de que la audacia demostrada por Paulina al fugarse del convento y doblar la mano de su familia para casarse con el no debia diluirse en tareas domesticas, sino aprovecharse para beneficio de los dos. Su mujer, educada como senorita, escasamente sabia leer y sumar, pero habia desarrollado una verdadera pasion por los negocios. Al principio a Feliciano le extrano su interes por indagar detalles sobre el proceso de excavacion y transporte de los minerales, asi como los vaivenes de la Bolsa de Comercio, pero pronto aprendio a respetar la descomunal intuicion de su mujer. Mediante sus consejos, a los siete meses de casados obtuvo grandes beneficios especulando con azucar. Agradecido, le obsequio un servicio para el te de plata labrada en el Peru, que pesaba diecinueve kilos. Paulina, quien apenas podia moverse con el denso bulto de su primer hijo en la barriga, rechazo el regalo sin levantar la vista de los escarpines que estaba tejiendo.
– Prefiero que abras una cuenta a mi nombre en un banco de Londres y de ahora en adelante me deposites el veinte por ciento de las ganancias que yo consiga para ti.
– ?Para que? ?No te doy todo lo que deseas y mucho mas? -pregunto Feliciano ofendido.
– La vida es larga y llena de sobresaltos. No quiero ser nunca una viuda pobre y menos con hijos -explico ella, sobandose la panza.
Feliciano salio dando un portazo, pero su innato sentido de justicia pudo mas que su mal humor de marido desafiado. Ademas, aquel veinte por ciento seria un incentivo poderoso para Paulina, decidio. Hizo lo que ella le pedia, a pesar de que nunca habia oido de una mujer casada con dinero propio. Si una esposa no podia desplazarse sola, firmar documentos legales, acudir a la justicia, vender o comprar nada sin la autorizacion del marido, mucho menos podia disponer de una cuenta bancaria y usarla a su antojo. Seria dificil explicarselo al banco y a los socios.
– Venga al norte con nosotros, el futuro esta en la minas y alli puede empezar de nuevo -sugirio Paulina a Jacob Todd, cuando se entero en una de sus breves visitas a Valparaiso que habia caido en desgracia.
– ?Que haria yo alli, amiga mia? -murmuro el otro.
– Vender sus biblias -se burlo Paulina, pero de inmediato se conmovio ante la abismal tristeza del otro y le ofrecio su casa, amistad y trabajo en las empresas del marido.
Pero Todd estaba tan desanimado por la mala suerte y la verguenza publica, que no encontro fuerzas para