iniciar otra aventura en el norte. La curiosidad y la inquietud que lo impulsaban antes, habian sido reemplazadas por la obsesion de recuperar el buen nombre perdido.
– Estoy derrotado, senora, ?que no lo ve? Un hombre sin honor es un hombre muerto.
– Los tiempos han cambiado -lo consolo Paulina-. Antes la honra mancillada de una mujer solo se lavaba con sangre. Pero ya ve, Mr. Todd, en mi caso se lavo con una jarra de chocolate. El honor de los hombres es mucho mas resistente que el nuestro. No se desespere.
Feliciano Rodriguez de Santa Cruz, quien no habia olvidado su intervencion en tiempos de sus amores frustrados con Paulina, quiso prestarle dinero para que devolviera hasta el ultimo centavo de las misiones, pero Todd decidio que entre deberle a un amigo o deberle al capellan protestante, preferia lo ultimo, puesto que su reputacion de todos modos ya estaba destruida. Poco despues debio despedirse de los gatos y las tartas, porque la viuda inglesa de la pension lo expulso con una cantaleta interminable de reproches. La buena mujer habia duplicado sus esfuerzos en la cocina para financiar la propagacion de su fe en aquellas regiones de invierno inmutable, donde un viento espectral ululaba dia y noche, como decia Jacob Todd, ebrio de elocuencia. Al enterarse del destino de sus ahorros en manos del falso misionero, monto en justa colera y lo echo de su casa. Mediante la ayuda de Joaquin Andieta, quien le busco otro alojamiento, pudo trasladarse a un cuarto pequeno, pero con vista al mar, en uno de los barrios modestos del puerto. La casa pertenecia a una familia chilena y no tenia las pretensiones europeas de la anterior, era de construccion antigua, de adobe blanqueado a la cal y techo de tejas rojas, compuesta de un zaguan a la entrada, un cuarto grande casi desprovisto de muebles, que servia de sala, comedor y dormitorio de los padres, uno mas pequeno y sin ventana donde dormian todos los ninos y otro al fondo, que alquilaban. El propietario trabajaba como maestro de escuela y su mujer contribuia al presupuesto con una industria artesanal de velas fabricadas en la cocina. El olor de la cera impregnaba la casa. Todd sentia ese aroma dulzon en sus libros, su ropa, su cabello y hasta en su alma; tanto se le habia metido bajo la piel, que muchos anos mas tarde, al otro lado del mundo, seguiria oliendo a velas. Frecuentaba solo los barrios bajos del puerto, donde a nadie importaba la reputacion buena o mala de un gringo con los pelos rojos. Comia en las fondas de los pobres y pasaba dias enteros entre los pescadores, afanado con las redes y los botes. El ejercicio fisico le hacia bien y por algunas horas lograba olvidar su orgullo herido. Solo Joaquin Andieta continuo visitandolo. Se encerraban a discutir de politica e intercambiar textos de los filosofos franceses, mientras al otro lado de la puerta correteaban los hijos del maestro y fluia como un hilo de oro derretido la cera de las velas. Joaquin Andieta no se refirio jamas al dinero de las misiones, aunque no podia ignorarlo, dado que el escandalo se comento a viva voz durante semanas. Cuando Todd quiso explicarle que sus intenciones nunca fueron las de estafar y todo habia sido producto de su mala cabeza para los numeros, su proverbial desorden y su mala suerte, Joaquin Andieta se llevo un dedo a la boca en el gesto universal de callar. En un impulso de verguenza y afecto, Jacob Todd lo abrazo torpemente y el otro lo estrecho por un instante, pero enseguida se desprendio con brusquedad, rojo hasta las orejas. Los dos retrocedieron simultaneamente, aturdidos, sin comprender como habian violado la regla elemental de conducta que prohibe contacto fisico entre los hombres, excepto en batallas o deportes brutales. En los meses siguientes el ingles fue perdiendo el rumbo, descuido su apariencia y solia vagar con una barba de varios dias, oliendo a velas y alcohol. Cuando se propasaba con la ginebra, despotricaba como un maniatico, sin pausa ni respiro contra los gobiernos, la familia real inglesa, los militares y policias, el sistema de privilegios de clases, que comparaba al de castas en la India, la religion en general y el cristianismo en particular.
– Tiene que irse de aqui, Mr. Todd se esta poniendo chiflado -se atrevio a decirle Joaquin Andieta un dia que lo rescato de una plaza cuando estaba a punto de llevarselo la guardia.
Exactamente asi lo encontro, predicando como un orate en la calle, el capitan John Sommers, quien habia desembarcado de su goleta en el puerto hacia ya varias semanas. Su nave habia sufrido tanto vapuleo en la travesia por el Cabo de Hornos, que debio someterse a largas reparaciones. John Sommers habia pasado un mes completo en casa de sus hermanos Jeremy y Rose. Eso lo decidio a buscar trabajo en uno de los modernos barcos a vapor apenas regresara a Inglaterra, porque no estaba dispuesto a repetir la experiencia de cautiverio en la jaula familiar. Amaba a los suyos, pero los preferia a la distancia. Se habia resistido hasta entonces a pensar en los vapores, porque no concebia la aventura del mar sin el desafio de las velas y del clima, que probaban la buena cepa de un capitan, pero debio admitir finalmente que el futuro estaba en las nuevas embarcaciones, mas grandes, seguras y rapidas. Cuando noto que perdia pelo, culpo naturalmente a la vida sedentaria. Pronto el tedio llego a pesarle como una armadura y escapaba de la casa para pasear por el puerto con impaciencia de fiera atrapada. Al reconocer al capitan, Jacob Todd bajo el ala del sombrero y fingio no verlo para ahorrarse la humillacion de otro desaire, pero el marino lo detuvo en seco y lo saludo con afectuosas palmadas en los hombros.
– ?Vamos a tomar unos tragos, mi amigo? -y lo arrastro a un bar cercano.
Resulto ser uno de esos rincones del puerto conocido entre los parroquianos por la bebida honesta, donde ademas ofrecian un plato unico de bien ganada fama: congrio frito con papas y ensalada de cebolla cruda. Todd, quien solia olvidarse de comer en esos dias y siempre andaba corto de dinero, sintio el aroma delicioso de la comida y creyo que iba a desmayarse. Una oleada de agradecimiento y placer le humedecio los ojos. Por cortesia, John Sommers desvio la vista mientras el otro devoraba hasta la ultima migaja del plato.
– Nunca me parecio buena idea ese asunto de las misiones entre los indios -dijo, justamente cuando Todd empezaba a preguntarse si el capitan se habria enterado del escandalo financiero-. Esa pobre gente no merece la desgracia de ser evangelizada. ?Que piensa hacer ahora?
– Devolvi lo que quedaba en la cuenta, pero aun debo una buena cantidad.
– Y no tiene como pagarla, ?verdad?
– Por el momento no, pero…
– Pero nada, hombre. Usted dio a esos buenos cristianos un pretexto para sentirse virtuosos y ahora les ha dado motivo de escandalo por un buen tiempo. La diversion les salio barata. Cuando le pregunte que piensa hacer me referia a su futuro, no a sus deudas.
– No tengo planes.
– Vuelva conmigo a Inglaterra. Aqui no hay lugar para usted. ?Cuantos extranjeros hay en este puerto? Cuatro pelagatos y todos se conocen. Creame, no lo dejaran en paz. En Inglaterra, en cambio, puede perderse en la muchedumbre.
Jacob Todd se quedo mirando el fondo de su vaso con una expresion tan desesperada, que el capitan solto una de sus risotadas.
– ?No me diga que se queda aqui por mi hermana Rose?
Era verdad. El repudio general habria sido algo mas soportable para Todd, si Miss Rose hubiera demostrado un minimo de lealtad o comprension, pero ella se nego a recibirlo y devolvio sin abrir las cartas con que el intentaba limpiar su nombre. Nunca se entero que sus misivas jamas llegaron a manos de la destinataria, porque Jeremy Sommers, violando el acuerdo de mutuo respeto con su hermana, habia decidido protegerla de su propio buen corazon e impedir que cometiera otra irreparable tonteria. El capitan tampoco lo sabia, pero adivino las precauciones de Jeremy y concluyo que seguramente el habria hecho lo mismo en tales circunstancias. La idea de ver al patetico vendedor de biblias convertido en aspirante a la mano de su hermana Rose le parecia desastrosa: por una vez estaba en pleno acuerdo con Jeremy.
– ?Tan evidentes han sido mis intenciones con Miss Rose? -pregunto Jacob Todd turbado.
– Digamos que no son un misterio, mi amigo.
– Me temo que no tengo la menor esperanza de que algun dia ella me acepte…
– Me temo lo mismo.
– ?Me haria usted el inmenso favor de interceder por mi, capitan? Si al menos Miss Rose me recibiera una vez, yo podria explicarle…
– No cuente conmigo para hacer de alcahuete, Todd. Si Rose correspondiera sus sentimientos, usted ya lo sabria. Mi hermana no es timida, se lo aseguro. Le repito, hombre, lo unico que le queda es irse de este maldito puerto, aqui va a terminar convertido en un mendigo. Mi barco parte dentro de tres dias rumbo a Hong Kong y de alli a Inglaterra. La travesia sera larga, pero usted no tiene apuro. El aire fresco y el trabajo duro son remedios infalibles contra la estupidez del amor. Se lo digo yo, que me enamoro en cada puerto y me sano apenas vuelvo al mar.
– No tengo dinero para el pasaje.
– Tendra que trabajar como marinero y por las tardes jugar naipes conmigo. Si no ha olvidado los trucos de tahur que sabia cuando lo traje a Chile hace tres anos, seguro me esquilmara en el viaje.