belladona y khol para el misterio de los ojos y crema de perlas vivas para aclarar la piel. Por primera vez no disponia de tiempo para escribir, afanada con las atenciones al oficial ingles, incluyendo galletas y conservas para que se llevara a alta mar, todo hecho en la casa y presentado en preciosos frascos.
– Eliza preparo esto para usted, pero es demasiado timida para entregarselo personalmente -le decia, sin aclarar que Eliza cocinaba lo que le pidieran sin preguntar a quien iba destinado y por lo mismo se sorprendia cuando el le daba las gracias.
Michael Steward no fue indiferente a la campana de seduccion. Parco de palabra, manifestaba su agradecimiento con cartas breves y formales en papel con membrete de la marina y cuando estaba en tierra solia presentarse con ramos. Habia estudiado el lenguaje de las flores, pero esa delicadeza caia en el vacio, porque ni Miss Rose ni nadie por esos lados, tan lejos de Inglaterra, habia oido hablar de la diferencia entre una rosa y un clavel, y mucho menos sospechaba el significado del color del lazo. Los esfuerzos de Steward por encontrar flores que subieran gradualmente de tono, desde el rosa palido, pasando por todas las variedades de encarnado, hasta el rojo mas encendido, como indicio de su creciente pasion, se perdieron por completo. Con el tiempo el oficial logro superar su timidez y del silencio penoso, que lo caracterizaba al principio, paso a una locuacidad incomoda para los oyentes. Exponia euforico sus opiniones morales sobre nimiedades y solia perderse en explicaciones inutiles a proposito de corrientes maritimas y mapas de navegacion. Donde verdaderamente se lucia era en los deportes bruscos, que ponian de manifiesto su arrojo y su buena musculatura. Miss Rose lo provocaba para que hiciera demostraciones acrobaticas colgado de una rama en el jardin y hasta logro, con cierta insistencia, que las deleitara con los zapateos, flexiones y saltos mortales de una danza ucraniana aprendida de otro marino. Miss Rose todo lo aplaudia con exagerado entusiasmo, mientras Eliza observaba callada y seria sin ofrecer su opinion. Asi pasaron semanas, mientras Michael Steward pesaba y media las consecuencias del paso que deseaba dar y se comunicaba por carta con su padre para discutir sus planes. Los atrasos inevitables del correo prolongaron la incertidumbre por varios meses. Se trataba de la decision mas grave de su existencia y necesitaba mucho mas valor para enfrentarla que para combatir a los enemigos potenciales del Imperio Britanico en el Pacifico. Por fin en una de las tertulias musicales, despues de cien ensayos ante el espejo, logro reunir el coraje que se le deshacia en hilachas y afirmar la voz que se aflautaba de susto, para atrapar a Miss Rose en el pasillo.
– Necesito hablar con usted en privado -le susurro.
Ella lo condujo a la salita de costura. Presentia lo que iba a oir y se sorprendio de su propia emocion, sintio las mejillas encendidas y el corazon al galope. Se acomodo un crespo que se le escapaba del mono y se seco discretamente la transpiracion de la frente. Michael Steward penso que nunca la habia visto tan hermosa.
– Creo que ya ha adivinado lo que tengo que decirle, Miss Rose.
– Adivinar es peligroso, Mr. Steward. Lo escucho…
– Se trata de mis sentimientos. Sin duda usted sabe de lo que hablo. Deseo manifestarle que mis intenciones son de la mas irreprochable seriedad.
– No espero menos de una persona como usted. ?Cree que es correspondido?
– Solo usted puede contestar eso -tartamudeo el joven oficial.
Quedaron mirandose, ella con las cejas levantadas en un gesto expectante y el temiendo que el techo se desplomara sobre su cabeza. Decidido a actuar antes que la magia del momento se volviera ceniza, el galan la tomo por los hombros y se inclino para besarla. Helada por la sorpresa, Miss Rose no atino a moverse. Sintio los labios humedos y los bigotes suaves del oficial en su boca, sin comprender que diablos habia salido mal y cuando por fin pudo reaccionar, lo aparto con violencia.
– ?Que hace! ?No ve que tengo muchos anos mas que usted! -exclamo secandose la boca con el reverso de la mano.
– ?Que importa la edad? -balbuceo el oficial desconcertado, porque en realidad habia calculado que Miss Rose no tenia mas de unos veintisiete anos.
– ?Como se atreve! ?Ha perdido el juicio?
– Pero usted… usted me ha dado a entender… ?no puedo estar tan equivocado! -murmuro el pobre hombre aturdido de verguenza.
– ?Lo quiero para Eliza, no para mi! -exclamo Miss Rose espantada y salio corriendo a encerrarse en su habitacion, mientras el desafortunado pretendiente pedia su capa y su gorra y partia sin despedirse de nadie, para nunca mas volver a esa casa.
Desde un rincon del pasillo Eliza habia oido todo a traves de la puerta entreabierta de la salita de costura. Tambien ella se habia confundido con las atenciones hacia el oficial. Miss Rose habia demostrado siempre tanta indiferencia ante sus pretendientes, que se acostumbro a considerarla una anciana. Solo en los ultimos meses, cuando la vio dedicada en cuerpo y alma a los juegos de seduccion, habia notado su porte magnifico y su piel luminosa. La supuso perdida de amor por Michael Steward y no se le paso por la mente que los bucolicos almuerzos campestres bajo quitasoles japoneses y las galletas de mantequilla para aliviar los inconvenientes de la navegacion, fueran una estratagema de su protectora para atrapar al oficial y entregarselo a ella en bandeja. La idea la golpeo como un punetazo en el pecho y le corto el aire, porque lo ultimo que deseaba en este mundo era un matrimonio arreglado a sus espaldas. Estaba atrapada en la ventolera reciente del primer amor y habia jurado, con certeza irrevocable, que no se casaria con otro.
Eliza Sommers vio a Joaquin Andieta por primera vez un viernes de mayo en 1848, cuando llego a la casa al mando de una carreta tirada por varias mulas y cargada hasta el tope con bultos de la 'Compania Britanica de Importacion y Exportacion'. Contenian alfombras persas, lamparas de lagrimas y una coleccion de figuras de marfil, encargo de Feliciano Rodriguez de Santa Cruz para adornar la mansion que se habia construido en el norte, una de aquellas preciosas cargas que peligraban en el puerto y era mas seguro almacenar en la casa de los Sommers hasta el momento de enviarlas a su destino final. Si el resto del viaje era por tierra, Jeremy contrataba guardias armados para protegerla, pero en este caso debia mandarla a su destino final en una goleta chilena que zarpaba dentro de una semana. Andieta vestia su unico traje, pasado de moda, oscuro y gastado, iba sin sombrero ni paraguas. Su palidez funebre contrastaba con sus ojos llameantes y su cabello negro relucia con la humedad de una de las primeras lloviznas del otono. Miss Rose salio a recibirlo y Mama Fresia, quien siempre llevaba las llaves de la casa colgadas de una argolla en la cintura, lo guio hasta el ultimo patio, donde se encontraba la bodega. El joven organizo a los peones en una fila y fueron pasando los bultos de mano en mano por los vericuetos del atormentado terreno, las escalas torcidas, terrazas sobrepuestas y glorietas inutiles. Mientras el contaba, marcaba y anotaba en su cuaderno, Eliza aprovecho su facultad de tornarse invisible y pudo observarlo a su antojo. Hacia dos meses que habia cumplido dieciseis anos y estaba pronta para el amor. Cuando vio las manos de largos dedos manchados de tinta de Joaquin Andieta y oyo su voz profunda, pero tambien clara y fresca como rumor de rio, impartiendo secas ordenes a los peones, se sintio conmovida hasta los huesos y un deseo tremendo de acercarse y olerlo la obligo a salir de su escondite tras las palmas de un gran macetero. Mama Fresia, rezongando porque las mulas del carreton habian ensuciado la entrada y ocupada con las llaves, no se fijo en nada, pero Miss Rose alcanzo a ver con el rabillo del ojo el rubor de la muchacha. No le dio importancia, el empleado de su hermano le parecio un pobre diablo insignificante, apenas una sombra entre las muchas sombras de ese dia nublado. Eliza desaparecio rumbo a la cocina y a los pocos minutos regreso con vasos y una jarra de jugo de naranja endulzado con miel. Por primera vez en su vida ella, que habia pasado anos equilibrando un libro sobre la cabeza sin pensar en lo que hacia, estuvo consciente de sus pasos, de la ondulacion de sus caderas, el balanceo del cuerpo, el angulo de los brazos, la distancia entre los hombros y el menton. Quiso ser tan bella como Miss Rose cuando era la joven esplendida que la rescato de su improvisada cuna en una caja de jabon de Marsella; quiso cantar con la voz de ruisenor con que la senorita Appelgren entonaba sus baladas escocesas; quiso bailar con la ligereza imposible de su maestra de danza y quiso morirse alli mismo, derrotada por un sentimiento cortante e indomito como una espada, que le llenaba de sangre caliente la boca y que aun antes de poder formularlo, la oprimia con el peso terrible del amor idealizado. Muchos anos mas tarde, frente a una cabeza humana preservada en un frasco de ginebra, Eliza recordaria ese primer encuentro con Joaquin Andieta y volveria a sentir la misma insoportable zozobra. Se preguntaria mil veces a lo largo de su camino si tuvo oportunidad de huir de esa pasion abrumadora que torceria su vida, si acaso en esos breves instantes pudo dar media vuelta y salvarse, pero cada vez que se formulo aquella pregunta concluyo que su destino estaba trazado desde el comienzo de los tiempos. Y cuando el sabio Tao Chi?en la introdujo en la poetica posibilidad de la reencarnacion, se convencio de que en cada una de sus vidas se repetia el mismo drama: si ella hubiera nacido mil veces antes y