Pocos dias despues Jacob Todd se embarco mucho mas pobre de lo que habia llegado. El unico que lo acompano al muelle fue Joaquin Andieta. El sombrio joven habia pedido permiso en su trabajo para ausentarse por una hora. Se despidio de Jacob Todd con un firme apreton de mano.
– Nos volveremos a ver, amigo -dijo el ingles.
– No lo creo -replico el chileno, quien tenia una intuicion mas clara del destino.
Los pretendientes
Dos anos despues de la partida de Jacob Todd, se produjo la metamorfosis definitiva de Eliza Sommers. Del insecto anguloso que habia sido en la infancia, se transformo en una muchacha de contornos suaves y rostro delicado. Bajo la tutela de Miss Rose paso los ingratos anos de la pubertad balanceando un libro sobre la cabeza y estudiando piano, mientras al mismo tiempo cultivaba las yerbas autoctonas en el huerto de Mama Fresia y aprendia las antiguas recetas para curar males conocidos y otros por conocer, incluyendo mostaza para la indiferencia de los asuntos cotidianos, hoja de hortensia para madurar tumores y devolver la risa, violeta para soportar la soledad y verbena, con que sazonaba la sopa a Miss Rose, porque esta planta noble cura los exabruptos de mal humor. Miss Rose no logro destruir el interes de su protegida por la cocina y finalmente se resigno a verla perder horas preciosas entre las negras ollas de Mama Fresia. Consideraba los conocimientos culinarios solo un adorno en la educacion de una joven, porque la capacitaban para dar ordenes a los sirvientes, tal como hacia ella, pero de alli a ensuciarse con pailas y sartenes habia una gran distancia. Una dama no podia oler a ajo y cebolla, pero Eliza preferia la practica a la teoria y recurria a las amistades en busca de recetas que copiaba en un cuaderno y luego mejoraba en su cocina. Podia pasar dias enteros moliendo especias y nueces para tortas o maiz para pasteles criollos, limpiando tortolas para escabeche y frutas para conserva. A los catorce anos habia superado a Miss Rose en su timida pasteleria y habia aprendido el repertorio de Mama Fresia; a los quince estaba a cargo del festin en las tertulias de los miercoles y cuando los platos chilenos dejaron de ser un desafio, se intereso en la refinada cocina de Francia, que le enseno Madame Colbert, y en las exoticas especias de la India, que su tio John solia traer y ella identificaba por el olor, aunque no conocia sus nombres. Cuando el cochero dejaba un mensaje donde las amistades de los Sommers, presentaba el sobre acompanado por una golosina recien salida de las manos de Eliza, quien habia elevado la costumbre local de intercambiar guisos y postres a la categoria de arte. Tanta era su dedicacion, que Jeremy Sommers llego a imaginarla duena de su propio salon de te, proyecto que, como todos los demas de su hermano concernientes a la muchacha, Miss Rose descarto sin la mas breve consideracion. Una mujer que se gana la vida desciende de clase social, por muy respetable que sea su oficio, opinaba. Ella pretendia, en cambio, un buen marido para su protegida y se habia dado dos anos de plazo para encontrarlo en Chile, despues se llevaria a Eliza a Inglaterra, no podia correr el riesgo de que cumpliera veinte anos sin novio y se quedara soltera. El candidato debia ser alguien capaz de ignorar su oscuro origen y entusiasmarse con sus virtudes. Entre los chilenos, ni pensarlo, la aristocracia se casaba entre primos y la clase media no le interesaba, no deseaba ver a Eliza pasar penurias de dinero. De vez en cuando tenia contacto con empresarios del comercio o las minas, que hacian negocios con su hermano Jeremy, pero esos andaban detras de los apellidos y blasones de la oligarquia. Resultaba improbable que se fijaran en Eliza, pues poco en su fisico podia encender pasiones: era pequena y delgada, carecia de la palidez lechosa o la opulencia de busto y caderas tan de moda. Solo a la segunda mirada se descubria su belleza discreta, la gracia de sus gestos y la expresion intensa de sus ojos; parecia una muneca de porcelana que el capitan John Sommers habia traido de China. Miss Rose buscaba un pretendiente capaz de apreciar el claro discernimiento de su protegida, asi como la firmeza de caracter y habilidad para dar vuelta las situaciones a su favor, eso que Mama Fresia llamaba suerte y ella preferia llamar inteligencia; un hombre con solvencia economica y buen caracter, que le ofreciera seguridad y respeto, pero a quien Eliza pudiera manejar con soltura. Pensaba ensenarle a su debido tiempo la disciplina sutil de las atenciones cuotidianas que alimentan en el hombre el habito de la vida domestica; el sistema de caricias atrevidas para premiarlo y de silencio taimado para castigarlo; los secretos para robarle la voluntad, que ella misma no habia tenido ocasion de practicar, y tambien el arte milenario del amor fisico. Jamas se habria atrevido a hablar de eso con ella, pero contaba con varios libros sepultados bajo doble llave en su armario, que le prestaria cuando llegara el momento. Todo se puede decir por escrito, era su teoria, y en materia de teoria nadie mas sabia que ella. Miss Rose podia dictar catedra sobre todas las formas posibles e imposibles de hacer el amor.
– Debes adoptar a Eliza legalmente para que tenga nuestro apellido -le exigio a su hermano Jeremy.
– Lo ha usado por anos, que mas quieres, Rose.
– Que pueda casarse con la cabeza en alto.
– ?Casarse con quien?
Miss Rose no se lo dijo en esa ocasion, pero ya tenia a alguien en mente. Se trataba de Michael Steward, de veintiocho anos, oficial de la flota naval inglesa acantonada en el puerto de Valparaiso. Habia averiguado a traves de su hermano John que el marino pertenecia a una antigua familia. No verian con buenos ojos al hijo mayor y unico heredero desposado con una desconocida sin fortuna proveniente de un pais cuyo nombre jamas habian escuchado. Era indispensable que Eliza contara con una dote atractiva y Jeremy la adoptara, asi al menos la cuestion de su origen no seria un impedimento.
Michael Steward era de porte atletico, con una inocente mirada de pupilas azules, patillas y bigotes rubios, buenos dientes y nariz aristocratica. El menton huidizo le quitaba prestancia y Miss Rose esperaba entrar en confianza para sugerirle que lo disimulara dejandose crecer la barba. Segun el capitan Sommers, el joven daba ejemplo de moralidad y su impecable hoja de servicio le garantizaba una brillante carrera en la marina. A los ojos de Miss Rose, el hecho de que pasara tanto tiempo navegando constituia una enorme ventaja para quien se casara con el. Mientras mas lo pensaba, mas se convencia de haber descubierto al hombre ideal, pero dado el caracter de Eliza, no lo aceptaria solo por conveniencia, debia enamorarse. Habia esperanza: el hombre se veia guapo en su uniforme y nadie lo habia visto sin el todavia.
– Steward no es mas que un tonto con buenos modales. Eliza se moriria de aburrimiento casada con el -opino el capitan John Sommers cuando le conto sus planes.
– Todos los maridos son aburridos, John. Ninguna mujer con dos dedos de frente se casa para que la entretengan, sino para que la mantengan.
Eliza todavia parecia una nina, pero habia terminado su educacion y pronto estaria en edad de casarse. Quedaba algo de tiempo por delante, concluyo Miss Rose, pero debia actuar con determinacion, para impedir que entretanto otra mas avispada le arrebatara el candidato. Una vez tomada la decision, se empeno en la tarea de atraer al oficial usando cuanto pretexto fue capaz de imaginar. Acomodo las tertulias musicales para hacerlas coincidir con las ocasiones en que Michael Steward desembarcaba, sin consideracion hacia los demas participantes, quienes por anos habian reservado los miercoles para esa sagrada actividad. Molestos, algunos dejaron de ir. Eso justamente pretendia ella, asi pudo transformar las apacibles veladas musicales en alegres saraos y renovar la lista de invitados con jovenes solteros y senoritas casaderas de la colonia extranjera, en vez de los fastidiosos Ebeling, Scott y Appelgren, que se estaban convirtiendo en fosiles. Los recitales de poesia y canto dieron paso a juegos de salon, bailes informales, competencias de ingenio y charadas. Organizaba complicados almuerzos campestres y paseos a la playa. Partian en coches, precedidos al amanecer por pesadas carretas con piso de cuero y toldo de paja, llevando a los sirvientes encargados de instalar los innumerables canastos de la merienda bajo carpas y quitasoles. Se extendian ante la vista valles fertiles plantados de arboles frutales, vinas, potreros de trigo y maiz, costas abruptas donde el oceano Pacifico reventaba en nubes de espuma y a lo lejos el perfil soberbio de la cordillera nevada. De algun modo Miss Rose se las arreglaba para que Eliza y Steward viajaran en el mismo coche, se sentaran juntos y fueran companeros naturales en los juegos de pelota y de pantomima, pero en naipes y domino procuraba separarlos, porque Eliza se negaba rotundamente a dejarse ganar.
– Debes conseguir que el hombre se sienta superior, nina -le explico pacientemente Miss Rose.
– Eso cuesta mucho trabajo -replico Eliza inconmovible.
Jeremy Sommers no logro impedir la ola de gastos de su hermana. Miss Rose compraba telas al por mayor y mantenia dos muchachas de servicio cosiendo todo el dia nuevos vestidos copiados de las revistas. Se endeudaba mas alla de lo razonable con los marineros del contrabando para que no les faltaran perfumes, carmin de Turquia,