y cuatro anos, habia sobrevivido su brutal aprendizaje junto al marques, la pobreza de mendrugos de pan de su juventud, el revoltijo de la revolucion francesa, el espanto de las guerras napoleonicas y ahora tenia que soportar la represion dictatorial del Imperio. Estaba harta y su espiritu pedia tregua. Decidio buscar un lugar seguro donde pasar el resto de sus dias en paz y opto por Viena. En ese periodo de su vida conocio a Karl Bretzner, hijo de sus vecinos, cuando este era un nino de apenas diez anos, pero ya entonces cantaba como un ruisenor en el coro de la catedral. Gracias a ella, convertida en amiga y confidente de los Bretzner, el chiquillo no fue castrado ese ano para preservar su voz de querubin, como sugirio el director del coro.
– No lo toquen y en poco tiempo sera el tenor mejor pagado de Europa -pronostico la bella. No se equivoco.
A pesar de la enorme diferencia de edad, crecio entre ella y el pequeno Karl una relacion inusitada. Ella admiraba la pureza de sentimientos y la dedicacion a la musica del nino; el habia encontrado en ella a la musa que no solo le salvo la virilidad, sino que tambien le enseno a usarla. Para la epoca en que cambio definitivamente la voz y empezo a afeitarse, habia desarrollado la proverbial habilidad de los eunucos para satisfacer a una mujer en formas no previstas por la naturaleza y la costumbre, pero con Rose Sommers no corrio riesgos. Nada de atacarla con fogosidad en un desmadre de caricias demasiado atrevidas, pues no se trataba de chocarla con trucos de serrallo, decidio, sin sospechar que en menos de tres lecciones practicas su alumna lo aventajaria en inventiva. Era hombre cuidadoso de los detalles y conocia el poder alucinante de la palabra precisa a la hora del amor. Con la mano izquierda le solto uno a uno los pequenos botones de madreperla en la espalda, mientras con la derecha le quitaba las horquillas del peinado, sin perder el ritmo de los besos intercalados con una letania de halagos. Le hablo de la brevedad de su talle, la blancura pristina de su piel, la redondez clasica de su cuello y hombros, que provocaban en el un incendio, una excitacion incontrolable.
– Me tienes loco… No se lo que me sucede, nunca he amado ni volvere a amar a nadie como a ti. Este es un encuentro hecho por los dioses, estamos destinados a amarnos -murmuraba una y otra vez.
Le recito su repertorio completo, pero lo hizo sin malicia, profundamente convencido de su propia honestidad y deslumbrado por Rose. Desato los lazos del corse y la fue despojando de las enaguas hasta dejarla solo con los calzones largos de batista y una camisita de nada que revelaba las fresas de los pezones. No le quito los botines de cordoban con tacones torcidos ni las medias blancas sujetas en las rodillas con ligas bordadas. En ese punto se detuvo, acezando, con un estrepito telurico en el pecho, convencido de que Rose Sommers era la mujer mas bella del universo, un angel, y que el corazon iba a estallarle en petardos si no se calmaba. La levanto en brazos sin esfuerzo, cruzo la habitacion y la deposito de pie ante un espejo grande de marco dorado. La luz parpadeante de las velas y el vestuario teatral colgando de las paredes, en una confusion de brocados, plumas, terciopelos y encajes destenidos, daban a la escena un aire de irrealidad.
Inerme, ebria de emociones, Rose se miro en el espejo y no reconocio a esa mujer en ropa interior, con el pelo alborotado y las mejillas en llamas, a quien un hombre tambien desconocido besaba en el cuello y le acariciaba los pechos a manos llenas. Esa pausa anhelante dio tiempo al tenor para recuperar el aliento y algo de la lucidez perdida en los primeros embistes. Empezo a quitarse la ropa frente al espejo, sin pudor y, hay que decirlo, se veia mucho mejor desnudo que vestido. Necesita un buen sastre, penso Rose quien no habia visto nunca un hombre desnudo, ni siquiera a sus hermanos en la infancia, y su informacion provenia de las exageradas descripciones de los libros picantes y unas postales japonesas que descubrio en el equipaje de John, donde los organos masculinos tenian proporciones francamente optimistas. La perinola rosada y tiesa que aparecio ante sus ojos no la espanto, como temia Karl Bretzner, sino que le provoco una irreprimible y alegre carcajada. Eso dio el tono a lo que vino despues. En vez de la solemne y mas bien dolorosa ceremonia que la desfloracion suele ser, ellos se deleitaron en corcoveos juguetones, se persiguieron por el aposento saltando como chiquillos por encima de los muebles, bebieron el resto de la champana y abrieron otra botella para echarsela encima en chorros espumantes, se dijeron porquerias entre risas y juramentos de amor en susurros, se mordieron y lamieron y hurgaron desaforados en la marisma sin fondo del amor recien estrenado, durante toda la tarde y hasta bien entrada la noche, sin acordarse para nada de la hora ni del resto del universo. Solo ellos existian. El tenor vienes condujo a Rose a alturas epicas y ella, alumna aplicada, lo siguio sin vacilar y una vez en la cima echo a volar sola con un sorprendente talento natural, guiandose por indicios y preguntando lo que no lograba adivinar, deslumbrando al maestro y por ultimo venciendolo con su destreza improvisada y el regalo apabullante de su amor. Cuando lograron separarse y aterrizar en la realidad, el reloj marcaba las diez de la noche. El teatro estaba vacio, afuera reinaba la oscuridad y para colmo se habia instalado una bruma espesa como merengue.
Comenzo entre los amantes un intercambio frenetico de misivas, flores, bombones, versos copiados y pequenas reliquias sentimentales mientras duro la temporada lirica en Londres. Se encontraban donde podian, la pasion los hizo perder de vista toda prudencia. Para ganar tiempo buscaban piezas de hotel cerca del teatro, sin importarles la posibilidad de ser reconocidos. Rose escapaba de la casa con excusas ridiculas y su madre, aterrada, nada decia a Jeremy de sus sospechas, rezando para que el desenfreno de su hija fuera pasajero y desapareciera sin dejar rastro. Karl Bretzner llegaba tarde a los ensayos y de tanto desnudarse a cualquier hora cogio un resfrio y no pudo cantar en dos funciones, pero lejos de lamentarlo, aprovecho el tiempo para hacer el amor exaltado por los tiritones de la fiebre. Se presentaba a la habitacion de alquiler con flores para Rose, champana para brindar y banarse, pasteles de crema, poemas escritos a las volandas para leer en la cama, aceites aromaticos para frotarselos por lugares hasta entonces sellados, libros eroticos que hojeaban buscando las escenas mas inspiradas, plumas de avestruz para hacerse cosquillas y un sinfin de otros adminiculos destinados a sus juegos. La joven sintio que se abria como una flor carnivora, emanaba perfumes de perdicion para atraer al hombre como a un insecto, triturarlo, tragarselo, digerirlo y finalmente escupir sus huesitos convertidos en astillas. La dominaba una energia insoportable, se ahogaba, no podia estar quieta ni un instante, devorada por la impaciencia. Entretanto Karl Bretzner chapoteaba en la confusion, a ratos exaltado hasta el delirio y otros exangue, tratando de cumplir con sus obligaciones musicales, pero estaba deteriorandose a ojos vistas y los criticos, implacables, dijeron que seguro Mozart se revolcaba en el sepulcro al oir al tenor vienes ejecutar - literalmente- sus composiciones.
Los amantes veian acercarse con panico el momento de la separacion y entraron en la fase del amor contrariado. Discurrian escapar al Brasil o suicidarse juntos, pero nunca mencionaron la posibilidad de casarse. Por fin el apetito por la vida pudo mas que la tentacion tragica y despues de la ultima funcion tomaron un coche y se fueron de vacaciones al norte de Inglaterra a una hosteria campestre. Habian decidido gozar esos dias de anonimato, antes que Karl Bretzner partiera a Italia, donde debia cumplir con otros contratos. Rose se le reuniria en Viena, una vez que el consiguiera una vivienda apropiada, se organizara y le enviara dinero para el viaje.
Estaban tomando desayuno bajo un toldo en la terraza del hotelito, con las piernas cubiertas por una manta de lana, porque el aire de la costa era cortante y frio, cuando los interrumpio Jeremy Sommers, indignado y solemne como un profeta. Rose habia dejado tal rastro de pistas, que fue facil para su hermano mayor ubicar su paradero y seguirla hasta ese apartado balneario. Al verlo ella dio un grito de sorpresa, mas que de susto, porque estaba envalentonada por el alboroto del amor. En ese instante tuvo por primera vez idea de lo cometido y el peso de las consecuencias se le revelo en toda su magnitud. Se puso de pie resuelta a defender su derecho a vivir a su regalado antojo, pero su hermano no le dio tiempo de hablar y se dirigio directamente al tenor.
– Le debe una explicacion a mi hermana. Supongo que no le ha dicho que es casado y tiene dos hijos -le espeto al seductor.
Eso era lo unico que Karl Bretzner habia omitido contar a Rose. Habian hablado hasta la saciedad, el le habia entregado incluso los mas intimos detalles de sus amorios anteriores, sin olvidar las extravagancias del Marques de Sade que le habia contado su mentara, la francesa con ojos de tigre, porque ella demostraba una curiosidad morbosa por saber cuando, con quien y especialmente como habia hecho el amor, desde los diez anos hasta el dia anterior de conocerla a ella. Y todo se lo dijo sin escrupulos al percatarse de cuanto le gustaba a ella oirlo y como lo incorporaba a la propia teoria y practica. Pero de la esposa y los crios nada habia mencionado por compasion hacia esa virgen hermosa que se le habia ofrecido sin condiciones. No deseaba destruir la magia de ese encuentro: Rose Sommers merecia gozar su primer amor a plenitud.
– Me debe una reparacion -lo desafio Jeremy Sommers cruzandole la cara de un guantazo.
Karl Bretzner era un hombre de mundo y no iba a cometer la barbaridad de batirse a duelo. Comprendio que habia llegado el momento de retirarse y lamento no tener unos momentos en privado para tratar de explicar las cosas a Rose. No deseaba dejarla con el corazon destrozado y con la idea de que el la habia seducido en mala conciencia para luego abandonarla. Necesitaba decirle una vez mas cuanto de verdad la queria y lamentaba no ser