pasion, si Joaquin Andieta no se hubiera presentado una semana mas tarde en la casa, a sacar los bultos del tesoro para mandarlos al cliente en el norte.
La noche anterior ella supo que vendria, pero no por instinto ni premonicion, como insinuaria anos mas tarde cuando se lo conto a Tao Chi?en, sino porque a la hora de la cena escucho a Jeremy Sommers dar las instrucciones a su hermana y a Mama Fresia.
– Vendra a buscar la carga el mismo empleado que la trajo -agrego al pasar, sin sospechar el huracan de emociones que sus palabras, por diferentes razones, desataban en las tres mujeres.
La muchacha paso la manana en la terraza oteando el camino que ascendia por el cerro hacia la casa. Cerca del mediodia vio llegar el carreton tirado por seis mulas y seguido por peones a caballo y armados. Sintio una paz helada, como si se hubiera muerto, sin darse cuenta que Miss Rose y Mama Fresia la observaban desde la casa.
– ?Tanto esfuerzo para educarla y se enamora del primer mequetrefe que se cruza por su camino! -mascullo Miss Rose entre dientes.
Habia decidido hacer lo posible por impedir el desastre, sin demasiada conviccion, porque conocia de sobra el temple empedernido del primer amor.
– Yo entregare la carga. Dile a Eliza que entre a la casa y no la dejes salir por ningun motivo -ordeno.
– ?Y como quiere que haga eso? -pregunto Mama Fresia de mal talante.
– Encierrala, si es necesario.
– Encierrela usted, si puede. No me meta a mi -replico y salio arrastrando las chancletas.
Fue imposible impedir que la chica se acercara a Joaquin Andieta y le entregara una carta. Lo hizo sin disimulo, mirandolo a los ojos y con tal feroz determinacion, que Miss Rose no tuvo agallas para interceptarla ni Mama Fresia para ponerse por delante. Entonces las mujeres comprendieron que el hechizo era mucho mas potente de lo imaginado y no habria puertas con llave ni velas benditas suficientes para conjurarlo. El joven tambien habia pasado esa semana obsesionado por el recuerdo de la muchacha, a quien creia hija de su patron, Jeremy Sommers, y por lo tanto absolutamente inalcanzable. No sospechaba la impresion que le habia causado y no se le paso por la mente que al ofrecerle aquel memorable vaso de jugo en la visita anterior, le declaraba su amor, por lo mismo se llevo un susto formidable cuando ella le entrego un sobre cerrado. Desconcertado, se lo puso en el bolsillo y continuo vigilando la faena de cargar las cajas en el carreton, mientras le ardian las orejas, se le mojaba la ropa de sudor y una fiebre de tiritones le recorria la espalda. De pie, inmovil y silenciosa, Eliza lo observaba fijamente a pocos pasos de distancia, sin darse por enterada de la expresion furiosa de Miss Rose y compungida de Mama Fresia. Cuando la ultima caja estuvo amarrada en la carreta y las mulas dieron media vuelta para empezar el descenso del cerro, Joaquin Andieta se disculpo ante Miss Rose por las molestias, saludo a Eliza con una brevisima inclinacion de cabeza y se fue tan de prisa como pudo.
La esquela de Eliza contenia solo dos lineas para indicarle donde y como encontrarse. La estratagema era de una sencillez y audacia tales, que cualquiera podria confundirla con una experta en desverguenzas: Joaquin debia presentarse dentro de tres dias a las nueve de noche en la ermita de la Virgen del Perpetuo Socorro, una capilla erguida en Cerro Alegre como proteccion para los caminantes, a corta distancia de la casa de los Sommers. Eliza escogio el lugar por la cercania y la fecha por ser miercoles. Miss Rose, Mama Fresia y los criados estarian pendientes de la cena y nadie notaria si ella salia por un rato. Desde la partida del despechado Michael Steward ya no habia razon para bailes ni el invierno prematuro se prestaba para ellos, pero Miss Rose mantuvo la costumbre para desarmar los chismes que circulaban a costa suya y del oficial de la marina. Suspender las veladas musicales en ausencia de Steward equivalia a confesar que el era el unico motivo para llevarlas a cabo.
A las siete ya se habia apostado Joaquin Andieta a esperar impaciente. De lejos vio el resplandor de la casa iluminada, el desfile de carruajes con los convidados y los faroles encendidos de los cocheros que aguardaban en el camino. Un par de veces debio esconderse al paso de los serenos revisando las lamparas de la ermita, que el viento apagaba. Se trataba de una pequena construccion rectangular de adobe coronada por una cruz de madera pintada, apenas un poco mas grande que un confesionario, que albergaba una imagen de yeso de la Virgen. Habia una bandeja con hileras de velas votivas apagadas y un anfora con flores muertas. Era una noche de luna llena, pero el cielo estaba cruzado de gruesos nubarrones, que a ratos ocultaban por completo la claridad lunar. A las nueve en punto sintio la presencia de la muchacha y percibio su figura envuelta de la cabeza a los pies en un manto oscuro.
– La estaba esperando, senorita -fue lo unico que se le ocurrio tartamudear, sintiendose como un idiota.
– Yo te he esperado siempre -replico ella sin la menor vacilacion.
Se quito el manto y Joaquin vio que estaba vestida de fiesta, llevaba la falda arremangada y chancletas en los pies. Traia en la mano sus medias blancas y sus zapatillas de gamuza, para no embarrarlas por el camino. El cabello negro, partido al centro, iba recogido a ambos lados de la cabeza en trenzas bordadas con cintas de raso. Se sentaron al fondo de la ermita, sobre el manto que ella puso en el suelo, ocultos detras de la estatua, en silencio, muy juntos pero sin tocarse. Por un rato largo no se atrevieron a mirarse en la dulce penumbra, aturdidos por la mutua cercania, respirando el mismo aire y ardiendo a pesar de las rafagas que amenazaban con dejarlos a oscuras.
– Me llamo Eliza Sommers -dijo ella por fin.
– Y yo Joaquin Andieta -respondio el.
– Se me ocurrio que te llamabas Sebastian.
– ?Por que?
– Porque te pareces a San Sebastian, el martir. No voy a la iglesia papista, soy protestante, pero Mama Fresia me ha llevado algunas veces a pagar sus promesas.
Ahi termino la conversacion porque no supieron que mas decirse se lanzaban miradas de reojo y ambos se ruborizaban al mismo tiempo. Eliza percibia su olor a jabon y sudor, pero no se atrevia a acercarle la nariz, como deseaba. Los unicos sonidos en la ermita eran el susurro del viento y de la respiracion agitada de ambos. A los pocos minutos ella anuncio que debia volver a su casa, antes que notaran su ausencia, y se despidieron estrechandose la mano. Asi se encontrarian los miercoles siguientes, siempre a diferentes horas y por cortos intervalos. En cada uno de esos alborozados encuentros avanzaban a pasos de gigante en los delirios y tormentos del amor. Se contaron apresurados lo indispensable, porque las palabras parecian una perdida de tiempo, y pronto se tomaron de las manos y siguieron hablando, los cuerpos cada vez mas proximos a medida que las almas se acercaban, hasta que en la noche del quinto miercoles se besaron en los labios, primero tentando, luego explorando y finalmente perdiendose en el deleite hasta desatar por completo el fervor que los consumia. Para entonces ya habian intercambiado apretados resumenes de los dieciseis anos de Eliza y los veintiuno de Joaquin. Discutieron sobre la improbable cesta con sabanas de batista y cobija de vison, tanto como de la caja de jabon de Marsella, y fue un alivio para Andieta que ella no fuera hija de ninguno de los Sommers y tuviera un origen incierto, como el suyo, aunque de todos modos un abismo social y economico los separaba. Eliza se entero que Joaquin era fruto de un amor de paso, el padre se hizo humo con la misma prontitud con que planto su semilla y el nino crecio sin saber su nombre, con el apellido de su madre y marcado por su condicion de bastardo, que habria de limitar cada paso de su camino. La familia expulso de su seno a la hija deshonrada e ignoro al nino ilegitimo. Los abuelos y los tios, comerciantes y funcionarios de una clase media empantanada en prejuicios, vivian en la misma ciudad, a pocas cuadras de distancia, pero jamas se cruzaban. Iban los domingos a la misma iglesia, pero a diferentes horas, porque los pobres no acudian a la misa del mediodia. Marcado por el estigma, Joaquin no jugo en los mismos parques ni se educo en las escuelas de sus primos, pero uso sus trajes y juguetes descartados, que una tia compasiva hacia llegar por torcidos conductos a la hermana repudiada. La madre de Joaquin Andieta habia sido menos afortunada que Miss Rose y pago su debilidad mucho mas cara. Ambas mujeres tenian casi la misma edad, pero mientras la inglesa lucia joven, la otra estaba desgastada por la miseria, la consuncion y el triste oficio de bordar ajuares de novia a la luz de una vela. La mala suerte no habia mermado su dignidad y formo a su hijo en los principios inquebrantables del honor. Joaquin habia aprendido desde muy temprano a llevar la cabeza en alto, desafiando cualquier asomo de escarnio o de lastima.
– Un dia podre sacar a mi madre de ese conventillo -prometio Joaquin en los cuchicheos de la ermita-. Le dare una vida decente, como la que tenia antes de perderlo todo…
– No lo perdio todo. Tiene un hijo -replico Eliza.
– Yo fui su desgracia.