describirla en elevados poemas, le bastaba el recuerdo. Tambien habia desistido de los hijos propios, pero debia ocuparse del futuro. ?Quien lo ayudaria en la ultima etapa y a la hora de morir? ?Quien limpiaria su tumba y veneraria su memoria? Habia entrenado aprendices antes y con cada uno alimento la secreta ambicion de adoptarlo, pero ninguno fue digno de tal honor. Tao Chi?en no era mas inteligente ni mas intuitivo que los otros, pero llevaba por dentro una obsesion por aprender que el maestro reconocio al punto, porque era identica a la suya. Ademas era un chiquillo dulce y divertido, resultaba facil encarinarse con el. En los anos de convivencia le tomo tanto aprecio, que a menudo se preguntaba como era posible que no fuese hijo de su sangre. Sin embargo, la estima por su aprendiz no lo cegaba, en su experiencia los cambios en la adolescencia suelen ser muy profundos y no podia predecir que clase de hombre seria. Como dice el proverbio chino: 'Si eres brillante de joven, no significa que de adulto sirvas para algo.' Temia equivocarse de nuevo, como le habia sucedido antes, y preferia esperar con paciencia que la verdadera naturaleza del chico se revelara. Entretanto lo guiaria, tal como hacia con los arboles jovenes de su jardin, para ayudarlo a crecer derecho. Al menos este aprende rapido, pensaba el anciano medico, calculando cuantos anos de vida le quedaban. De acuerdo a los signos astrales y a la observacion cuidadosa de su propio cuerpo, no tendria tiempo para entrenar a otro aprendiz.

Pronto Tao Chi?en supo escoger los materiales en el mercado y en las tiendas de yerbas -regateando como correspondia- y pudo preparar los remedios sin ayuda. Observando trabajar al medico llego a conocer los intrincados mecanismos del organismo humano, los procedimientos para refrescar a los afiebrados y a los de temperamento fogoso, dar calor a los que padecian el frio anticipado de la muerte, promover los jugos en los esteriles y secar a aquellos agotados por flujos. Hacia largas excursiones por los campos buscando las mejores plantas en su punto preciso de maxima eficacia, que luego transportaba envueltas en trapos humedos para preservar frescas durante el camino a la ciudad. Cuando cumplio los catorce anos su maestro lo considero maduro para practicar y lo mandaba regularmente a atender prostitutas, con la orden terminante de abstenerse de comercio con ellas, porque tal como el mismo podia comprobarlo al examinarlas, llevaban la muerte encima.

– Las enfermedades de los burdeles matan mas gente que el opio y el tifus. Pero si cumples con tus obligaciones y aprendes a buen ritmo, en su debido momento te comprare una muchacha virgen -le prometio el maestro.

Tao Chi?en habia pasado hambre de nino, pero su cuerpo estiro hasta alcanzar mayor altura que cualquier otro miembro de su familia. A los catorce anos no sentia atraccion por las muchachas de alquiler, solo curiosidad cientifica. Eran tan diferentes a el, vivian en un mundo tan remoto y secreto, que no podia considerarlas realmente humanas. Mas tarde, cuando el subito asalto de su naturaleza lo saco de quicio y andaba como un ebrio tropezando con su sombra, su preceptor lamento haberse desprendido de las concubinas. Nada distraia tanto a un buen estudiante de sus responsabilidades como el estallido de las fuerzas viriles. Una mujer lo tranquilizaria y de paso serviria para darle conocimientos practicos, pero como la idea de comprar una le resultaba engorrosa - estaba comodo en su universo unicamente masculino- obligaba a Tao a tomar infusiones para calmar los ardores. El 'zhong yi' no recordaba el huracan de las pasiones carnales y con la mejor intencion daba a leer a su alumno los 'libros de almohada' de su biblioteca como parte de su educacion, sin medir el efecto enervante que tenian sobre el pobre muchacho. Lo hacia memorizar cada una de las doscientas veintidos posturas del amor con sus poeticos nombres y debia identificarlas sin vacilar en las exquisitas ilustraciones de los libros, lo cual contribuia notablemente a la distraccion del joven.

Tao Chi?en se familiarizo con Canton tan bien como antes habia conocido su pequena aldea. Le gustaba esa antigua ciudad amurallada, caotica, de calles torcidas y canales, donde los palacios y las chozas se mezclaban en total promiscuidad y habia gente que vivia y moria en botes en el rio, sin pisar jamas tierra firme. Se acostumbro al clima humedo y caliente del largo verano azotado por tifones, pero agradable en el invierno, desde octubre hasta marzo. Canton estaba cerrado a los forasteros, aunque solian caer de sorpresa piratas con banderas de otras naciones. Existian algunos puestos de comercio, donde los extranjeros podian intercambiar mercancia solamente de noviembre a mayo, pero eran tantos los impuestos, regulaciones y obstaculos, que los comerciantes internacionales preferian establecerse en Macao. Temprano en las mananas, cuando Tao Chi?en partia al mercado, solia encontrar ninas recien nacidas tiradas en la calle o flotando en los canales, a menudo destrozadas a dentelladas por perros o ratas. Nadie las queria, eran desechables. ?Para que alimentar a una hija que nada valia y cuyo destino era terminar sirviendo a la familia de su marido? 'Preferible es un hijo deforme que una docena de hijas sabias como Buda', sostenia el dicho popular. De todos modos habia demasiados ninos y seguian naciendo como ratones. Burdeles y fumaderos de opio proliferaban por todas partes. Canton era una ciudad populosa, rica y alegre, llena de templos, restaurantes y casas de juego, donde se celebraban ruidosamente las festividades del calendario. Incluso los castigos y ejecuciones se convertian en motivo de fiesta. Se juntaban multitudes a vitorear a los verdugos, con sus delantales ensangrentados y colecciones de afilados cuchillos, rebanando cabezas de un solo tajo certero. La justicia se aplicaba en forma expedita y simple, sin apelacion posible ni crueldad innecesaria, excepto en el caso de traicion al emperador, el peor crimen posible, pagado con muerte lenta y relegacion de todos los parientes, reducidos a la esclavitud. Las faltas menores se castigaban con azotes o con una plataforma de madera ajustada al cuello de los culpables por varios dias, asi no podian descansar ni tocarse la cabeza con las manos para comer o rascarse. En plazas y mercados se lucian los contadores de historias que, como los monjes mendicantes, viajaban por el pais preservando una milenaria tradicion oral. Los malabaristas, acrobatas, encantadores de serpientes, travestis, musicos itinerantes, magos y contorsionistas se daban cita en las calles, mientras bullia a su alrededor el comercio de seda, te, jade, especias, oro, conchas de tortuga, porcelana, marfil y piedras preciosas. Los vegetales, las frutas y las carnes se ofrecian en alborotada mezcolanza: repollos y tiernos brotes de bambu junto a jaulas de gatos, perros y mapaches que el carnicero mataba y descueraba de un solo movimiento ha pedido de los clientes. Habia largos callejones solo de pajaros, pues en ninguna casa podian faltar aves y jaulas, desde las mas simples hasta las de fina madera con incrustaciones de plata y nacar. Otros pasajes del mercado se destinaban a peces exoticos, que atraian la buena suerte. Tao Chi?en siempre curioso, se distraia observando y haciendo amigos y luego debia correr para cumplir su cometido en el sector donde se vendian los materiales de su oficio. Podia identificarlo a ojos cerrados por el penetrante olor de especias, plantas y cortezas medicinales. Las serpientes disecadas se apilaban enrolladas como polvorientas madejas; sapos, salamandras y extranos animales marinos colgaban ensartados en cuerdas, como collares; grillos y grandes escarabajos de duras conchas fosforescentes languidecian en cajas; monos de todas clases aguardaban turno de morir; patas de oso y de orangutan, cuernos de antilopes y rinocerontes, ojos de tigre, aletas de tiburon y garras de misteriosas aves nocturnas se compraban al peso.

Para Tao Chi?en los primeros anos en Canton se fueron en estudio, trabajo y servicio a su anciano preceptor, a quien llego a estimar como a un abuelo. Fueron anos felices. El recuerdo de su propia familia se esfumo y llego a olvidar los rostros de su padre y sus hermanos, pero no el de su madre, porque ella se le aparecia con frecuencia. El estudio pronto dejo de ser una tarea y se convirtio en una pasion. Cada vez que aprendia algo nuevo volaba donde el maestro a contarselo a borbotones. 'Mientras mas aprendas, mas pronto sabras cuan poco sabes' se reia el anciano. Por propia iniciativa Tao Chi?en decidio dominar mandarin y cantones, porque el dialecto de su aldea resultaba muy limitado. Absorbia los conocimientos de su maestro a tal velocidad, que el viejo solia acusarlo en broma de robarle hasta los suenos, pero su propia pasion por la ensenanza lo hacia generoso. Compartio con el muchacho cuanto este quiso averiguar, no solo en materia de medicina, tambien otros aspectos de su vasta reserva de conocimiento y su refinada cultura. Bondadoso por naturaleza, era sin embargo severo en la critica y exigente en el esfuerzo, porque como decia, 'no me queda mucho tiempo y al otro mundo no puedo llevarme lo que se, alguien ha de usarlo a mi muerte'. Sin embargo, tambien lo advertia contra la voracidad de conocimientos, que puede encadenar a un hombre tanto como la gula o la lujuria. 'El sabio nada desea, no juzga, no hace planes, mantiene su mente abierta y su corazon en paz', sostenia. Lo reprendia con tal tristeza cuando fallaba, que Tao Chi?en hubiera preferido una azotaina, pero esa practica repugnaba al temperamento del 'zhong yi', quien jamas permitia que la colera guiara sus acciones. Las unicas ocasiones en que lo golpeo ceremoniosamente con una varilla de bambu, sin enfado pero con firme animo didactico, fue cuando pudo comprobar sin la menor duda que su aprendiz habia cedido a la tentacion del juego o pagado por una mujer. Tao Chi?en solia embrollar las cuentas del mercado para hacer apuestas en las casas de juego, cuya atraccion le resultaba imposible de resistir, o para un consuelo breve con descuento de estudiante en brazos de alguna de sus pacientes en los burdeles. Su amo no demoraba en descubrirlo, porque si perdia en el juego no podia explicar donde estaba el dinero del vuelto y si ganaba resultaba incapaz de disimular su euforia. A las mujeres las olia en la piel del muchacho.

– Quitate la camisa, tendre que darte unos vergajazos, a ver si por fin entiendes, hijo. ?Cuantas veces te he

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