El hombre la saludo juntando las manos ante la cara e inclinandose repetidamente, mientras la rechifla continuaba en el bar. Dos marineros se pusieron de pie y se aproximaron tambaleantes. Tao Chi?en senalo la puerta a Eliza y ambos salieron.
– ?Miss Sommers? -inquirio afuera.
Eliza asintio, pero no alcanzo a decir mas porque fueron interrumpidos por los dos marineros del bar, que aparecieron en la puerta, a todas luces ebrios y buscando camorra.
– ?Como te atreves a molestar a esta preciosa senorita, chino de mierda? -amenazaron.
Tao Chi?en agacho la cabeza, dio media vuelta e hizo ademan de irse, pero uno de los hombres lo intercepto cogiendolo por la trenza y dandole un tiron, mientras el otro mascullaba piropos echando su aliento pasado a vino en la cara de Eliza. El chino se volvio con rapidez de felino y enfrento al agresor. Tenia su descomunal cuchillo en la mano y la hoja brillaba como un espejo en el sol del verano. Mama Fresia lanzo un alarido y sin pensarlo mas dio un empujon de caballo al marinero que estaba mas cerca, cogio a Eliza por un brazo y echo a trotar calle abajo con una agilidad insospechada en alguien de su peso. Corrieron varias cuadras, alejandose de la zona roja, sin detenerse hasta llegar a la plazuela de San Agustin, donde Mama Fresia cayo temblando en el primer banco a su alcance.
– ?Ay, nina! ?Si se enteran de esto los patrones, me matan! Vamonos para la casa ahora mismo…
– Todavia no he hecho lo que vine a hacer, mamita. Tengo que volver a esa taberna.
Mama Fresia se cruzo de brazos, negandose de frenton a moverse de alli, mientras Eliza se paseaba a grandes zancadas, procurando organizar un plan en medio de su confusion. No disponia de mucho tiempo. Las instrucciones de Miss Rose habian sido muy claras: a las seis en punto las recogeria el coche frente a la academia de baile para llevarlas de vuelta a casa. Debia actuar pronto, decidio, pues no se presentaria otra oportunidad. En eso estaban cuando vieron al chino avanzar serenamente hacia ellas, con su paso vacilante y su imperturbable sonrisa. Reitero las venias usuales a modo de saludo y luego se dirigio a Eliza en buen ingles para preguntarle si la honorable hija del capitan John Sommers necesitaba ayuda. Ella aclaro que no era su hija, sino su sobrina, y en un arrebato de subita confianza o desesperacion le confeso que en verdad necesitaba su ayuda, pero se trataba de un asunto muy privado.
– ?Algo que no puede saber el capitan?
– Nadie puede saberlo.
Tao Chi?en se disculpo. El capitan era buen hombre, dijo, lo habia secuestrado de mala manera para subirlo a su barco, es cierto, pero se habia portado bien con el y no pensaba traicionarlo. Abatida, Eliza se desplomo en el banco con la cara entre las manos, mientras Mama Fresia los observaba sin entender palabra de ingles, pero adivinando las intenciones. Por fin se acerco a Eliza y le dio unos tirones a la bolsa de terciopelo donde iban las joyas del ajuar.
– ?Tu crees que en este mundo alguien hace algo gratis, nina? -dijo.
Eliza comprendio al punto. Se seco el llanto y senalo el banco a su lado, invitando al hombre a sentarse. Metio la mano en su bolsa, extrajo el collar de perlas, que su tio John le habia regalado el dia anterior, y lo coloco sobre las rodillas de Tao Chi?en.
– ?Puede esconderme en un barco? Necesito ir a California -explico.
– ?Por que? No es lugar para mujeres, solo para bandidos.
– Voy a buscar algo.
– ?Oro?
– Mas valioso que el oro.
El hombre se quedo boquiabierto, pues jamas habia visto a una mujer capaz de llegar a tales extremos en la vida real, solo en las novelas clasicas donde las heroinas siempre morian al final.
– Con este collar puede comprar su pasaje. No necesita viajar escondida -le indico Tao Chi?en, quien no pensaba embrollar su vida violando la ley.
– Ningun capitan me llevara sin avisar antes a mi familia.
La sorpresa inicial de Tao Chi?en se convirtio en franco estupor: ?esa mujer pensaba nada menos que deshonrar a su familia y esperaba que el la ayudara! Se le habia metido un demonio en el cuerpo, no habia duda. Eliza volvio introducir la mano en la bolsa, saco un broche de oro con turquesas y lo deposito sobre la pierna del hombre junto al collar.
– ?Usted ha amado alguna vez a alguien mas que a su propia vida, senor? -dijo.
Tao Chi?en la miro a los ojos por primera vez desde que se conocieron y algo debe haber visto en ellos, porque tomo el collar y se lo escondio debajo de la camisa, luego le devolvio el broche. Se puso de pie, se acomodo los pantalones de algodon y el cuchillo de matarife en la faja de la cintura, y de nuevo se inclino ceremonioso.
– Ya no trabajo para el capitan Sommers. Manana zarpa el bergantin 'Emilia' hacia California. Venga esta noche a las diez y la subire a bordo.
– ?Como?
– No se. Ya veremos.
Tao Chi?en hizo otra cortes venia de despedida y se fue tan sigilosa y rapidamente que parecio haberse esfumado. Eliza y Mama Fresia regresaron a la academia de baile justo a tiempo para encontrar al cochero, quien las esperaba desde hacia media hora bebiendo de su cantimplora.
El 'Emilia' era una nave de origen frances, que alguna vez fuera esbelta y veloz, pero habia surcado muchos mares y perdido hacia siglos el impetu de la juventud. Estaba cruzada de viejas cicatrices marineras, llevaba una remora de moluscos incrustada en sus caderas de matrona, sus fatigadas coyunturas gemian en el vapuleo de las olas y su velamen manchado y mil veces remendado parecia el ultimo vestigio de antiguas enaguas. Zarpo de Valparaiso la manana radiante del 18 de febrero de 1849, llevando ochenta y siete pasajeros de sexo masculino, cinco mujeres, seis vacas, ocho cerdos, tres gatos, dieciocho marineros, un capitan holandes, un piloto chileno y un cocinero chino. Tambien iba Eliza, pero la unica persona que sabia de su existencia a bordo era Tao Chi ?en.
Los pasajeros de la primera camara se amontonaban en el puente de proa sin mucha privacidad, pero bastante mas comodos que los demas, ubicados en cabinas minimas con cuatro camarotes cada una, o en el suelo de las cubiertas, despues de haber echado suerte para ver donde acomodaban sus bultos. Una cabina bajo la linea de flotacion se asigno a las cinco chilenas que iban a tentar fortuna en California. En el puerto del Callao subirian dos peruanas, quienes se juntarian con ellas sin mayores remilgos, de a dos por litera. El capitan Vincent Katz instruyo a la marineria y a los pasajeros que no debian tener el menor contacto social con las damas, pues no estaba dispuesto a tolerar comercio indecente en su barco y a sus ojos resultaba evidente que aquellas viajeras no eran de las mas virtuosas, pero logicamente sus ordenes fueron violadas una y otra vez durante el trayecto. Los hombres echaban de menos la compania femenina y ellas, humildes meretrices lanzadas a la aventura, no tenian ni un peso en los bolsillos. Las vacas y cerdos, bien amarrados en pequenos corrales del segundo puente, debian proveer de leche fresca y carne a los navegantes, cuya dieta consistiria basicamente en frijoles, galleta dura y negra, carne seca salada y lo que pudieran pescar. Para compensar tanta escasez, los pasajeros de mas recursos llevaban sus propias vituallas, sobre todo vino y cigarros, pero la mayoria aguantaba el hambre. Dos de los gatos andaban sueltos para mantener a raya las ratas, que de otro modo se reproducian sin control durante los dos meses de travesia. El tercero viajaba con Eliza.
En la panza del 'Emilia' se apilaban el variado equipaje de los viajeros y el cargamento destinado al comercio en California, organizados de manera de sacar el maximo de partido al limitado espacio. Nada de eso se tocaba hasta la destinacion final y nadie entraba alli excepto el cocinero, el unico con acceso autorizado a los alimentos secos, racionados severamente. Tao Chi?en guardaba las llaves colgadas a la cintura y respondia personalmente ante el capitan por el contenido de las bodegas. Alli, en lo mas profundo y oscuro de la cala, en un hueco de dos por dos metros, Eliza. Las paredes y el techo de su cuchitril estaban formados por baules y cajones de mercaderia, su cama era un saco y no habia mas luz que un cabo de vela. Disponia de una escudilla para la comida, una jarro de agua y un orinal. Podia dar un par de pasos y estirarse entre los bultos y podia llorar y gritar a su antojo, porque el azote de las olas contra el barco se tragaba su voz. Su unico contacto con el mundo exterior era Tao Chi?en, quien bajaba con diversos pretextos cuando podia para alimentarla y vaciar la bacinilla.