El capitan John Sommers desembarco en Valparaiso el dia senalado por la 'machi'. Era el segundo viernes de febrero de un verano abundante. La bahia hervia de actividad con medio centenar de barcos anclados y otros aguardando turno en alta mar para acercarse a tierra. Como siempre, Jeremy, Rose y Eliza recibieron en el muelle a ese tio admirable, quien llegaba cargado de novedades y regalos. La burguesia, que se daba cita para visitar los barcos y comprar contrabando, se mezclaba con hombres de mar, viajeros, estibadores y empleados de la aduana, mientras las prostitutas apostadas a cierta distancia, sacaban sus cuentas. En los ultimos meses, desde que la noticia del oro aguijoneaba la codicia de los hombres en cada orilla del mundo, los buques entraban y salian a un ritmo demente y los burdeles no daban a basto. Las mujeres mas intrepidas, sin embargo, no se conformaban con la buena racha del negocio en Valparaiso y calculaban cuanto mas podrian ganar en California, donde habia doscientos hombres por cada mujer, segun se oia. En el puerto la gente tropezaba con carretas, animales y bultos; se hablaban varias lenguas, sonaban las sirenas de las naves y los silbatos de los guardias. Miss Rose, con un panuelo perfumado a vainilla en la nariz, escudrinaba a los pasajeros de los botes buscando a su hermano predilecto, mientras Eliza aspiraba el aire en sorbos rapidos, tratando de separar e identificar los olores. El hedor del pescado en grandes cestas al sol se mezclaba con el tufo de excremento de bestias de carga y sudor humano. Fue la primera en ver al capitan Sommers y sintio un alivio tan grande que por poco se echa a llorar. Lo habia esperado durante varios meses, segura que solo el podria entender la angustia de su amor contrariado. No habia dicho palabra sobre Joaquin Andieta a Miss Rose y mucho menos a Jeremy Sommers, pero tenia la certeza de que su tio navegante, a quien nada podia sorprender o asustar, la ayudaria.

Apenas el capitan puso los pies en suelo firme, Eliza y Miss Rose se le fueron encima alborozadas; el las cogio a ambas por la cintura con sus fornidos brazos de corsario, las levanto al mismo tiempo y empezo a girar como un trompo en medio de los gritos de jubilo de Miss Rose y de protesta de Eliza, quien estaba a punto de vomitar. Jeremy Sommers lo saludo con un apreton de mano, preguntandose como era posible que su hermano no hubiera cambiado nada en los ultimos veinte anos, continuaba siendo el mismo tarambana.

– ?Que pasa, chiquilla? Tienes muy mala cara -dijo el capitan examinando a Eliza.

– Comi fruta verde, tio -explico ella apoyandose en el para no caerse de mareo.

– Se que no han venido al puerto a recibirme. Lo que ustedes quieren es comprar perfumes, ?verdad? Les dire quien tiene los mejores, traidos del corazon de Paris.

En ese momento un forastero paso por su lado y lo golpeo accidentalmente con una maleta que llevaba al hombro. John Sommers se volvio indignado, pero al reconocerlo lanzo una de sus caracteristicas maldiciones en tono de chanza y lo detuvo por un brazo.

– Ven para presentarte a mi familia, chino -lo llamo cordial.

Eliza lo observo sin disimulo, porque nunca habia visto a un asiatico de cerca y al fin tenia ante sus ojos un habitante de la China, ese fabuloso pais que figuraba en muchos de los cuentos de su tio. Se trataba de un hombre de edad impredecible y mas bien alto, comparado con los chilenos, aunque junto al corpulento capitan ingles parecia un nino. Caminaba sin gracia, tenia el rostro liso, el cuerpo delgado de un muchacho y una expresion antigua en sus ojos rasgados. Contrastaba su parsimonia doctoral con la risa infantil, que broto desde el fondo de su pecho cuando Sommers se dirigio a el. Vestia un pantalon a la altura de las canillas, una blusa suelta de tela basta y una faja en la cintura, donde llevaba un gran cuchillo; iba calzado con unas breves zapatillas, lucia un aporreado sombrero de paja y a la espalda le colgaba una larga trenza. Saludo inclinando la cabeza varias veces, sin soltar la maleta y sin mirar a nadie a la cara. Miss Rose y Jeremy Sommers, desconcertados por la familiaridad con que su hermano trataba a una persona de rango indudablemente inferior, no supieron como actuar y respondieron con un gesto breve y seco. Ante el horror de Miss Rose, Eliza le tendio la mano, pero el hombre fingio no verla.

– Este es Tao Chi?en, el peor cocinero que he tenido nunca, pero sabe curar casi todas las enfermedades, por eso no lo he lanzado todavia por la borda -se burlo el capitan.

Tao Chi?en repitio una nueva serie de inclinaciones, lanzo otra risa sin razon aparente y enseguida se alejo retrocediendo. Eliza se pregunto si entenderia ingles. A espaldas de las dos mujeres, John Sommers le susurro a su hermano que el chino podia venderle opio de la mejor calidad y polvos de cuerno de rinoceronte para la impotencia, en el caso de que algun dia decidiera terminar con el mal habito del celibato. Ocultandose tras su abanico, Eliza escucho intrigada.

Esa tarde en la casa, a la hora del te, el capitan repartio los regalos que habia traido: crema de afeitar inglesa, un juego de tijeras toledanas y habanos para su hermano, peines de concha de tortuga y un manton de Manila para Rose y, como siempre, una alhaja para el ajuar de Eliza. Esta vez se trataba de un collar de perlas, que la chica agradecio conmovida y puso en su joyero, junto a las otras prendas que habia recibido. Gracias a la porfia de Miss Rose y a la generosidad de ese tio, el baul del casamiento se iba llenando de tesoros.

– La costumbre del ajuar me parece estupida, sobre todo cuando ni siquiera se tiene un novio a la mano - sonrio el capitan-. ?O acaso ya hay uno en el horizonte?

La muchacha intercambio una mirada de terror con Mama Fresia, quien en ese momento habia entrado con la bandeja del te. Nada dijo el capitan, pero se pregunto como su hermana Rose no habia notado los cambios en Eliza. De poco servia la intuicion femenina, por lo visto.

El resto de la tarde se fue en oir los maravillosos relatos del capitan sobre California, a pesar de que no habia ido por esos lados despues del fantastico descubrimiento y solo podia decir de San Francisco que era un caserio mas bien misero, pero situado en la bahia mas hermosa del mundo. La batahola del oro era el unico tema en Europa y Estados Unidos, hasta las lejanas orillas del Asia habia llegado la noticia. Su barco venia repleto de pasajeros rumbo a California, la mayoria ignorantes de la mas elemental nocion sobre mineria, muchos sin haber visto en su vida oro ni en un diente. No habia forma comoda o rapida de llegar a San Francisco, la navegacion duraba meses en las mas precarias condiciones, explico el capitan, pero por tierra a traves del continente americano, desafiando la inmensidad del paisaje y la agresion de los indios, el viaje demoraba mas y habia menos probabilidades de salvar la vida. Quienes se aventuraban hasta Panama en barco, cruzaban el istmo en parihuelas por rios infectados de alimanas, en mula por la selva y al llegar a la costa del Pacifico tomaban otra embarcacion hacia el norte. Debian soportar un calor de diablos, sabandijas ponzonosas, mosquitos, peste de colera y fiebre amarilla, ademas de la incomparable maldad humana. Los viajeros que sobrevivian ilesos a los resbalones de las cabalgaduras por los precipicios y los peligros de los pantanos, se encontraban al otro lado victimas de bandidos que los despojaban de sus pertenencias, o de mercenarios que les cobraban una fortuna por llevarlos a San Francisco, amontonados como ganado en destartaladas naves.

– ?Es muy grande California? -pregunto Eliza, procurando que su voz no traicionara la ansiedad de su corazon.

– Traeme el mapa para mostrartela. Es mucho mas grande que Chile.

– ?Y como se llega hasta el oro?

– Dicen que hay por todas partes…

– Pero si uno quisiera, digamos por ejemplo, encontrar a una persona en California…

– Eso seria bien dificil -replico el capitan estudiando la expresion de Eliza con curiosidad.

– ?Vas para alla en tu proximo viaje, tio?

– Tengo un ofrecimiento tentador y creo que lo aceptare. Unos inversionistas chilenos quieren establecer un servicio regular de carga y pasajeros a California. Necesitan un capitan para su barco a vapor.

– ?Entonces te veremos mas seguido, John! -exclamo Rose.

– Tu no tienes experiencia en vapores -anoto Jeremy.

– No, pero conozco el mar mejor que nadie.

La noche del viernes senalado, Eliza espero que la casa estuviera en silencio para ir a la casita del ultimo patio a su encuentro con Mama Fresia. Dejo su cama y descendio descalza, vestida solo con una camisa de dormir de batista. No sospechaba que clase de remedio recibiria, pero estaba segura que iba a pasar un mal rato; en su experiencia todas las medicinas resultaban desagradables, pero las de la india eran ademas asquerosas. 'No te preocupes, nina, te voy a dar tanto aguardiente que cuando despiertes de la borrachera no te vas a acordar del dolor. Eso si, vamos a necesitar muchos panos para sujetar la sangre', le habia dicho la mujer. Eliza habia hecho a menudo ese mismo camino a oscuras a traves de la casa para recibir a su amante y no necesitaba tomar precauciones, pero esa noche avanzaba muy lento, demorandose, deseando que viniera uno de esos terremotos chilenos capaces de echar todo por tierra para tener un buen pretexto de faltar a la cita con Mama Fresia. Sintio los pies helados y un estremecimiento le recorrio la espalda. No supo si era frio, miedo por lo que iba a ocurrirle o

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