yacimientos auriferos. Paulina, sin embargo, tenia una vision a largo plazo. Para empezar, no estaba obligada a acatar exigencias de extranos, pues sus unicos socios eran su marido y su cunado, y enseguida la mayor parte del capital le pertenecia, de modo que podia tomar sus decisiones en plena libertad. Su vapor, bautizado 'Fortuna' por ella, aunque mas bien pequeno y con varios anos de vapuleo en el mar, se encontraba en impecables condiciones. Estaba dispuesta a pagar bien a la tripulacion para que no desertara en la francachela del oro, pero presumia que sin la mano ferrea de un buen capitan no habria salario capaz de mantener la disciplina a bordo. La idea de su marido y su cunado consistia en exportar herramientas de mineria, madera para viviendas, ropa de trabajo, utensilios domesticos, carne seca, cereales, frijoles y otros productos no perecibles, pero apenas ella puso los pies en Valparaiso comprendio que a muchos se les habia ocurrido el mismo plan y la competencia seria feroz. Echo una mirada a su alrededor y vio el escandalo de verduras y frutas de aquel verano generoso. Tanta habia, que no se podia vender. Las hortalizas crecian en los patios y los arboles se quebraban bajo el peso de la fruta; pocos estaba dispuestos a pagar por lo que conseguian gratis. Penso en el fundo de su padre, donde los productos se pudrian en el suelo porque nadie tenia interes en cosecharlos. Si pudiera llevarlos a California, serian mas valiosos que el mismisimo oro, dedujo. Productos frescos, vino chileno, medicamentos, huevos, ropa fina, instrumentos musicales y ?por que no? espectaculos de teatro, operetas, zarzuelas. San Francisco recibia cientos de inmigrantes diarios. Por el momento se trataba de aventureros y bandidos, pero sin duda llegarian colonos del otro lado de los Estados Unidos, honestos granjeros, abogados, medicos, maestros y toda suerte de gente decente dispuesta a establecerse con sus familias. Donde hay mujeres, hay civilizacion, y apenas esta empiece en San Francisco, mi vapor estara alli con todo lo necesario, decidio.

Paulina recibio al capitan John Sommers y a su hermana Rose a la hora del te, cuando habia bajado algo el calor del mediodia y empezaba a soplar una brisa fresca del mar. Iba vestida con lujo excesivo para la sobria sociedad del puerto, de pies a cabeza en muselina y encaje color mantequilla, con una corona de rizos sobre las orejas y mas joyas de las aceptables a esa hora del dia. Su hijo de dos anos pataleaba en brazos de una ninera uniformada y un perrito lanudo a sus pies recibia los trozos de pastel que ella le daba en el hocico. La primera media hora se fue en presentaciones, tomar te y hacer recuerdos de Jacob Todd.

– ?Que ha sido de ese buen amigo? -quiso saber Paulina, quien no olvidaria nunca la intervencion del estrafalario ingles en sus amores con Feliciano.

– Nada he sabido de el en un buen tiempo -la informo el capitan-. Partio conmigo a Inglaterra hace un par de anos. Iba muy deprimido, pero el aire de mar le hizo bien y al desembarcar habia recuperado su buen humor. Lo ultimo que supe es que pensaba formar una colonia utopica.

– ?Una que? -exclamaron al unisono Paulina y Miss Rose.

– Un grupo para vivir fuera de la sociedad, con sus propias leyes y gobierno, guiados por principios de igualdad, amor libre y trabajo comunitario, me parece. Al menos asi lo explico mil veces durante el viaje.

– Esta mas chiflado de lo que todos pensabamos -concluyo Miss Rose con algo de lastima por su fiel pretendiente.

– La gente con ideas originales siempre acaba con fama de loca -anoto Paulina-. Yo, sin ir mas lejos, tengo una idea que me gustaria discutir con usted, capitan Sommers. Ya conoce el 'Fortuna'. ?Cuanto demora a todo vapor entre Valparaiso y el Golfo de Penas?

– ?El Golfo de Penas? ?Eso queda al sur del sur!

– Cierto. Mas abajo de Puerto Aisen.

– ?Y que voy a hacer por alli? No hay nada mas que islas, bosque y lluvia, senora.

– ?Conoce por esos lados?

– Si, pero pense que se trataba de ir a San Francisco…

– Pruebe estos pastelitos de hojaldre, son una delicia -ofrecio ella acariciando al perro.

Mientras John y Rose Sommers conversaban con Paulina en el salon del Hotel Ingles, Eliza recorria el barrio El Almendral con Mama Fresia. A esa hora comenzaban a juntarse los alumnos e invitados para las reuniones de baile en la academia y, en forma excepcional, Miss Rose la habia dejado ir por un par de horas con su nana como chaperona. Habitualmente no le permitia asomarse por la academia sin ella, pero el profesor de danza no ofrecia bebidas alcoholicas hasta despues de la puesta de sol, eso mantenia alejados a los jovenes revoltosos durante las primeras horas de la tarde. Eliza, decidida a aprovechar esa oportunidad unica de salir a la calle sin Miss Rose, convencio a la india de que la ayudara en sus planes.

– Dame tu bendicion, mamita. Tengo que ir a California a buscar a Joaquin -le pidio.

– ?Pero como te vas a ir sola y prenada! -exclamo la mujer con horror.

– Si no me ayudas, lo hare igual.

– ?Le voy a decir todo a Miss Rose!

– Si lo haces, me mato. Y despues vendre a penarte por el resto de tus noches. Te lo juro -replico la muchacha con feroz determinacion.

El dia anterior habia visto un grupo de mujeres en el puerto negociando para embarcarse. Por su aspecto tan diferente a las que normalmente cruzaban por la calle, cubiertas invierno y verano por mantos negros, supuso que serian las mismas pindongas con las cuales se divertia su tio John. 'Son zorras, se acuestan por plata y se van a ir de patitas al infierno', le habia explicado Mama Fresia en una ocasion. Habia captado unas frases del capitan, contandole a Jeremy Sommers de las chilenas y peruanas que partian a California con planes de apoderarse del oro de los mineros, pero no podia imaginar como se las arreglaban para hacerlo. Si esas mujeres podian realizar el viaje solas y sobrevivir sin ayuda, tambien podia hacerlo ella, resolvio. Caminaba de prisa, con el corazon agitado y media cara tapada con su abanico, sudando en el calor de diciembre. Llevaba las joyas del ajuar en una pequena bolsa de terciopelo. Sus botines nuevos resultaron una verdadera tortura y el corse le apretaba la cintura; el hedor de las zanjas abiertas por donde corrian las aguas servidas de la ciudad, aumentaba sus nauseas, pero caminaba tan derecha como habia aprendido en los anos de equilibrar un libro sobre la cabeza y tocar el piano con una varilla metalica atada a la espalda. Mama Fresia, gimiendo y mascullando letanias en su lengua, apenas podia seguirla con sus varices y su gordura. Adonde vamos, nina por Dios, pero Eliza no podia contestarle porque no lo sabia. De una cosa estaba segura: no era cuestion de empenar sus joyas y comprar un pasaje a California, porque no habia forma de hacerlo sin que se enterara su tio John. A pesar de las decenas de barcos que recalaban a diario, Valparaiso era una ciudad pequena y en el puerto todos conocian al capitan John Sommers. Tampoco contaba con documentos de identidad, mucho menos un pasaporte, imposible de obtener porque en esos dias se habia cerrado la Legacion de los Estados Unidos en Chile por un asunto de amores contrariados del diplomatico norteamericano con una dama chilena. Eliza resolvio que la unica forma de seguir a Joaquin Andieta a California seria embarcandose como polizon. Su tio John le habia contado que a veces se introducian viajeros clandestinos al barco con la complicidad de algun tripulante. Tal vez algunos lograban permanecer ocultos durante la travesia, otros morian y sus cuerpos iban a dar al mar sin que el se enterara, pero si llegaba a descubrirlos castigaba por igual al polizon y a quienes lo hubieran ayudado. Ese era uno de los casos, habia dicho, en que ejercia con el mayor rigor su incuestionable autoridad de capitan: en alta mar no habia mas ley ni justicia que la suya.

La mayor parte de las transacciones ilegales del puerto, segun su tio, se llevaban a cabo en las tabernas. Eliza jamas habia pisado tales lugares, pero vio a una figura femenina dirigirse a un local cercano y la reconocio como una de las mujeres que estaban el dia anterior en el muelle buscando la forma de embarcarse. Era una joven rechoncha con dos trenzas negras colgando a la espalda, vestida con falda de algodon, blusa bordada y una panoleta en los hombros. Eliza la siguio sin pensarlo dos veces, mientras Mama Fresia se quedaba en la calle recitando advertencias: 'Ahi solo entran las putas, mi nina, es pecado mortal.' Empujo la puerta y necesito varios segundos para acostumbrarse a la oscuridad y al tufo de tabaco y cerveza rancia que impregnaba el aire. El lugar estaba atestado de hombres y todos los ojos se volvieron a mirar a las dos mujeres. Por un instante reino un silencio expectante y luego empezo un coro de rechiflas y comentarios soeces. La otra avanzo con paso aguerrido hacia una mesa del fondo, lanzando manotazos a derecha e izquierda cuando alguien intentaba tocarla, pero Eliza retrocedio a ciegas, horrorizada, sin entender muy bien lo que ocurria ni por que esos hombres le gritaban. Al llegar a la puerta se estrello contra un parroquiano que iba entrando. El individuo lanzo una exclamacion en otra lengua y alcanzo a sujetarla cuando ella resbalaba al suelo. Al verla quedo desconcertado: Eliza con su vestido virginal y su abanico estaba completamente fuera de lugar. Ella lo miro a su vez y reconocio al punto al cocinero chino que su tio habia saludado el dia anterior.

– ?Tao Chi?en? -pregunto, agradecida de su buena memoria.

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