la ultima advertencia de su conciencia. Desde la primera sospecha de embarazo, sintio la voz llamandola. Era la voz del nino en el fondo de su vientre, clamando por su derecho a vivir, estaba segura. Procuraba no oirla y no pensar, estaba atrapada y apenas empezara a notarse su condicion, no habria esperanza ni perdon para ella. Nadie podria entender su falta; no habia manera alguna de recuperar la honra perdida. Ni los rezos ni las velas de Mama Fresia impedirian la desgracia; su amante no daria media vuelta a medio camino para regresar de subito a casarse con ella antes que el embarazo fuera evidente. Ya era tarde para eso. La aterrorizaba la idea de terminar como la madre de Joaquin, marcada por un estigma infamante, expulsada de su familia y viviendo en la pobreza y la soledad con un hijo ilegitimo; no podria resistir el repudio, preferia morirse de una vez por todas. Y morir podia esta misma noche, en manos de la buena mujer que la crio y la queria mas que nadie en este mundo.
La familia se retiro temprano, pero el capitan y Miss Rose estuvieron encerrados en la salita de costura cuchicheando por horas. En cada viaje John Sommers traia libros para su hermana y al partir se llevaba misteriosos paquetes que, Eliza sospechaba, contenian los escritos de Miss Rose. La habia visto envolviendo cuidadosamente sus cuadernos, los mismos que llenaba con su apretada caligrafia en sus tardes ociosas. Por respeto o por una especie de extrano pudor, nadie los mencionaba, igual como no se comentaban sus palidas acuarelas. La escritura y la pintura se trataban como desviaciones menores, nada de que avergonzarse realmente, pero tampoco nada de lo cual hacer alarde. Las artes culinarias de Eliza eran recibidas con la misma indiferencia por los Sommers, quienes saboreaban sus platos en silencio y cambiaban de tema si las visitas los comentaban, en cambio se le daba un aplauso inmerecido a sus esforzadas ejecuciones en el piano, aunque apenas servian para acompanar al trote las canciones ajenas. Toda su vida Eliza habia visto a su protectora escribiendo y nunca le habia preguntado que escribia, tal como tampoco habia oido que lo hicieran Jeremy o John. Sentia curiosidad por saber por que su tio se llevaba sigilosamente los cuadernos de Miss Rose, pero sin que nadie se lo hubiera dicho, sabia que ese era uno de los secretos fundamentales en los cuales se sostenia el equilibrio de la familia y violarlo podia desmoronar de un soplo el castillo de naipes donde vivian. Hacia ya un buen rato que Jeremy y Rose dormian en sus habitaciones y suponia que su tio John habia salido a caballo despues de cenar. Conociendo los habitos del capitan, la muchacha lo imagino de parranda con algunas de sus amigas livianas de cascos, las mismas que lo saludaban en la calle cuando Miss Rose no iba con ellos. Sabia que bailaban y bebian, pero como apenas habia oido hablar en susurros de prostitutas, la idea de algo mas sordido no se le ocurrio. La posibilidad de hacer por dinero o deporte lo mismo que ella habia hecho con Joaquin Andieta por amor, estaba fuera de su mente. Segun sus calculos, su tio no volveria hasta bien entrada la manana del dia siguiente, por lo mismo se llevo un tremendo susto cuando al llegar a la planta baja alguien la agarro de un brazo en la oscuridad. Sintio el calor de un cuerpo grande contra el suyo, un aliento de licor y tabaco en la cara e identifico de inmediato a su tio. Trato de soltarse mientras barajaba a la carrera alguna explicacion por encontrarse alli en camison a esa hora, pero el capitan la condujo con firmeza a la biblioteca, apenas alumbrada por unos rayos de luna a traves de la ventana. La obligo a sentarse en el sillon de cuero ingles de Jeremy, mientras buscaba cerillas para encender la lampara.
– Bien, Eliza, ahora vas a decirme que diablos te pasa -le ordeno en un tono que no habia empleado jamas con ella.
En un destello de lucidez Eliza supo que el capitan no seria su aliado, como habia esperado. La tolerancia, de la cual hacia alarde, no serviria en este caso: si del buen nombre de la familia se trataba, su lealtad estaria con sus hermanos. Muda, la joven sostuvo su mirada, desafiandolo.
– Rose dice que andas en amores con un mentecato de zapatos rotos, ?es cierto?
– Lo vi dos veces, tio John. De eso hace meses. Ni siquiera se su nombre.
– Pero no lo has olvidado, ?verdad? El primer amor es como la viruela, deja huellas imborrables. ?Lo viste a solas?
– No.
– No te creo. ?Crees que soy tonto? Cualquiera puede ver como has cambiado, Eliza.
– Estoy enferma, tio. Comi fruta verde y tengo las tripas revueltas, es todo. Justamente ahora iba a la letrina.
– ?Tienes ojos de perra en celo!
– ?Por que me insulta, tio!
– Disculpame, nina. ?No ves que te quiero mucho y estoy preocupado? No puedo permitir que arruines tu vida. Rose y yo tenemos un plan excelente… ?te gustaria ir a Inglaterra? Puedo arreglar para que las dos se embarquen dentro de un mes, eso les da tiempo para comprar lo que necesitan para el viaje.
– ?Inglaterra?
– Viajaran en primera clase, como reinas, y en Londres se instalaran en una pension encantadora a pocas cuadras del Palacio de Buckingham.
Eliza comprendio que los hermanos ya habian decidido su suerte. Lo ultimo que deseaba era partir en direccion contraria a la de Joaquin, poniendo dos oceanos de distancia entre ellos.
– Gracias, tio. Me encantaria conocer Inglaterra -dijo con la mayor dulzura que logro amanar.
El capitan se sirvio un brandy tras otro, encendio su pipa y paso las dos horas siguientes enumerando las ventajas de la vida en Londres, donde una senorita como ella podia frecuentar la mejor sociedad, ir a bailes, al teatro y a conciertos, comprar los vestidos mas lindos y realizar un buen matrimonio. Ya estaba en edad de hacerlo. ?Y no le gustaria ir tambien a Paris o a Italia? Nadie debia morir sin haber visto Venecia y Florencia. El se encargaria de darle gusto en sus caprichos, ?no lo habia hecho siempre? El mundo estaba lleno de hombres guapos, interesantes y de buena posicion; podria comprobarlo por si misma apenas saliera del hoyo en que estaba sumida en ese puerto olvidado. Valparaiso no era lugar para una joven tan linda y bien educada como ella. No era su culpa enamorarse del primero que se le cruzaba por delante, vivia encerrada. Y en cuanto a ese mozo ?como es que se llamaba?, ?empleado de Jeremy, no?, pronto lo olvidaria. El amor, aseguro, muere inexorablemente por su propia combustion o se extirpa de raiz con la distancia. Nadie mejor que el podia aconsejarla, mal que mal, era un experto en distancias y en amores convertidos en ceniza.
– No se de que me habla, tio. Miss Rose ha inventado una novela romantica a partir de un vaso de jugo de naranja. Vino un tipo a dejar unos bultos, le ofreci un refresco, se lo tomo y despues se fue. Es todo. No paso nada y no lo he vuelto a ver.
– Si es como dices, tienes suerte: no tendras que arrancarte esa fantasia de la cabeza.
John Sommers siguio bebiendo y hablando hasta la madrugada, mientras Eliza, encogida en el sillon de cuero, se abandonaba al sueno pensando que sus ruegos fueron escuchados en el cielo, despues de todo. No fue un oportuno terremoto lo que la salvo del horrible remedio de Mama Fresia: fue su tio. En la casucha del patio la india espero la noche entera.
La despedida
El sabado por la tarde John Sommers invito a su hermana Rose a visitar el buque de los Rodriguez de Santa Cruz. Si todo salia bien en las negociaciones de esos dias, le tocaria capitanearlo, cumpliendo al fin su sueno de navegar a vapor. Mas tarde Paulina los recibio en el salon del Hotel Ingles, donde estaba hospedada. Habia viajado del norte para echar a andar su proyecto, mientras su marido estaba en California desde hacia varios meses. Aprovechaban el trafico continuo de barcos de ida y vuelta para comunicarse mediante una vigorosa correspondencia, en la cual las declaraciones de afecto conyugal iban tejidas con planes comerciales. Paulina escogio a John Sommers para incorporarlo a su empresa solo por intuicion. Se acordaba vagamente de que era hermano de Jeremy y Rose Sommers, unos gringos invitados por su padre a la hacienda en un par de ocasiones, pero lo habia visto solo una vez y apenas habia cruzado con el unas cuantas palabras de cortesia. Su unica referencia era la amistad comun con Jacob Todd, pero en las ultimas semanas habia hecho indagaciones y estaba muy satisfecha de lo que habia escuchado. El capitan gozaba de una solida reputacion entre las gentes de mar y en los escritorios comerciales. Se podia confiar en su experiencia y en su palabra, mas de lo usual en esos dias de demencia colectiva, cuando cualquiera podia alquilar un barco, formar una compania de aventureros y zarpar. En general eran unos pinganillas y las naves estaban medio desvencijadas, pero no importaba demasiado, porque al llegar a California las sociedades fenecian, los barcos quedaban abandonados y todos disparaban hacia los