– Esta bien.
Asi comenzo su nueva vida de hombre libre en Hong Kong. En dos o tres dias la inflamacion cedio y el tatuaje aparecio como nitido diseno de venas azules. Durante ese mes, mientras recorria los puestos del mercado ofreciendo sus servicios profesionales, comio una sola vez al dia, siempre cangrejos hervidos, y bajo tanto de peso que podia sujetar una moneda entre las ranuras de las costillas. Cada animalito que se echaba a la boca venciendo la repugnancia, lo hacia sonreir pensando en su maestro, a quien tampoco le gustaban los cangrejos. Las verrugas de la mujer desaparecieron en veintiseis dias y ella, agradecida, repartio la buena nueva por el vecindario. Le ofrecio otro mes de cangrejos si le curaba las cataratas de los ojos, pero Tao considero que su castigo era suficiente y podia darse el lujo de no volver a probar esos bichos por el resto de su existencia. Por las noches regresaba extenuado a su cuchitril, contaba sus monedas a la luz de la vela, las escondia bajo una tabla del piso y luego calentaba agua en la hornilla a carbon para pasar el hambre con te. De vez en cuando, si comenzaban a flaquearle las piernas o la voluntad, compraba una escudilla de arroz, algo de azucar o una pipa de opio, que saboreaba lentamente, agradecido de que hubieran en el mundo regalos tan deslumbrantes como el consuelo del arroz, la dulzura del azucar y los suenos perfectos del opio. Solo gastaba en su alquiler, clases de ingles, afeitarse la frente y mandar lavar su muda de ropa, porque no podia andar como un pordiosero. Su maestro se vestia como un mandarin. 'La buena presencia es signo de civilidad, no es lo mismo un 'zhong yi' que un curandero de campo. Mientras mas pobre el enfermo, mas ricas deben ser tus vestiduras, por respeto' le enseno. Poco a poco se extendio su reputacion, primero entre la gente del mercado y sus familias, luego hacia el barrio del puerto, donde trataba a los marineros por heridas de rinas, escorbuto, pustulas venereas e intoxicacion.
Al cabo de seis meses Tao Chi?en contaba con una clientela fiel y empezaba a prosperar. Se cambio a una habitacion con ventana, la amueblo con una cama grande, que le serviria cuando se casara, un sillon y un escritorio ingles. Tambien adquirio unas piezas de ropa, hacia anos que deseaba vestirse bien. Se habia propuesto aprender ingles, porque pronto averiguo donde estaba el poder. Un punado de britanicos controlaba Hong Kong, hacia las leyes y las aplicaba, dirigia el comercio y la politica. Los 'fan guey' vivian en barrios exclusivos y solo tenian relacion con los chinos ricos para hacer negocios, siempre en ingles. La inmensa multitud china compartia el mismo espacio y tiempo, pero era como si no existiera. Por Hong Kong salian los mas refinados productos directamente a los salones de una Europa fascinada por esa milenaria y remota cultura. Las 'chinerias' estaban de moda. La seda hacia furor en el vestuario; no podian faltar graciosos puentes con farolitos y sauces tristes imitando los maravillosos jardines secretos de Pekin; los techos de pagoda se usaban en glorietas y los motivos de dragones y flores de cerezo se repetian hasta las nauseas en la decoracion. No habia mansion inglesa sin un salon oriental con un biombo Coromandel, una coleccion de porcelanas y marfiles, abanicos bordados por manos infantiles con la 'puntada prohibida' y canarios imperiales en jaulas talladas. Los barcos que acarreaban esos tesoros hacia Europa no regresaban vacios, traian opio de la India para vender de contrabando y baratijas que arruinaron las pequenas industrias locales. Los chinos debian competir con ingleses, holandeses, franceses y norteamericanos para comerciar en su propio pais. Pero la gran desgracia fue el opio. Se usaba en China desde hacia siglos como pasatiempo y con fines medicinales, pero cuando los ingleses inundaron el mercado se convirtio en un mal incontrolable. Ataco a todos los sectores de la sociedad, debilitandola y desmigajandola como pan podrido.
Al principio los chinos vieron a los extranjeros con desprecio, asco y la inmensa superioridad de quienes se sienten los unicos seres verdaderamente civilizados del universo, pero en pocos anos aprendieron a respetarlos y a temerlos. Por su parte los europeos actuaban imbuidos del mismo concepto de superioridad racial, seguros de ser heraldos de la civilizacion en una tierra de gente sucia, fea, debil, ruidosa, corrupta y salvaje, que comia gatos y culebras y mataba a sus propias hijas al nacer. Pocos sabian que los chinos habian empleado la escritura mil anos antes que ellos. Mientras los comerciantes imponian la cultura de la droga y la violencia, los misioneros procuraban evangelizar. El cristianismo debia propagarse a cualquier costo, era la unica fe verdadera y el hecho de que Confucio hubiera vivido quinientos anos antes que Cristo nada significaba. Consideraban a los chinos apenas humanos, pero intentaban salvar sus almas y les pagaban las conversiones en arroz. Los nuevos cristianos consumian su racion de soborno divino y partian a otra iglesia a convertirse de nuevo, muy divertidos ante esa mania de los 'fan guey' de predicar sus creencias como si fueran las unicas. Para ellos, practicos y tolerantes, la espiritualidad estaba mas cerca de la filosofia que de la religion; era una cuestion de etica, jamas de dogma.
Tao Chi?en tomo clases con un compatriota que hablaba un ingles gelatinoso y desprovisto de consonantes, pero lo escribia con la mayor correccion. El alfabeto europeo comparado con los caracteres chinos resultaba de una sencillez encantadora y en cinco semanas Tao Chi?en podia leer los periodicos britanicos sin atascarse en las letras, aunque cada cinco palabras necesitaba recurrir al diccionario. Por las noches pasaba horas estudiando. Echaba de menos a su venerable maestro, quien lo habia marcado para siempre con la sed del conocimiento, tan perseverante como la sed de alcohol para el ebrio o la de poder para el ambicioso. Ya no contaba con la biblioteca del anciano ni su fuente inagotable de experiencia, no podia acudir a el para pedir consejo o discutir los sintomas de un paciente, carecia de un guia, se sentia huerfano. Desde la muerte de su preceptor no habia vuelto a escribir ni leer poesia, no se daba tiempo para admirar la naturaleza, para la meditacion ni para observar los ritos y ceremonias cuotidianas que antes enriquecian su existencia. Se sentia lleno de ruido por dentro, anoraba el vacio del silencio y la soledad, que su maestro le habia ensenado a cultivar como el mas precioso don. En la practica de su oficio aprendia sobre la compleja naturaleza de los seres humanos, las diferencias emocionales entre hombres y mujeres, las enfermedades tratables solamente con remedios y las que requerian ademas la magia de la palabra justa, pero le faltaba con quien compartir sus experiencias. El sueno de comprar una esposa y tener una familia estaba siempre en su mente, pero esfumado y tenue, como un hermoso paisaje pintado sobre seda, en cambio el deseo de adquirir libros, de estudiar y de conseguir otros maestros dispuestos a ayudarlo en el camino del conocimiento se iba convirtiendo en una obsesion.
Asi estaban las cosas cuando Tao Chi?en conocio al doctor Ebanizer Hobbs, un aristocrata ingles que nada tenia de arrogante y, al contrario de otros europeos, se interesaba en el color local de la ciudad. Lo vio por primera vez en el mercado escarbando entre las yerbas y pocimas de una tienda de curanderos. Hablaba solo diez palabras de mandarin, pero las repetia con voz tan estentorea y con tal irrevocable conviccion, que a su alrededor se habia juntado una pequena muchedumbre entre burlona y asustada. Era facil verlo desde lejos, porque su cabeza sobresalia por encima de la masa china. Tao Chi?en nunca habia visto a un extranjero por esos lados, tan lejos de los sectores por donde normalmente circulaban, y se aproximo para mirarlo de cerca. Era un hombre todavia joven, alto y delgado, con facciones nobles y grandes ojos azules. Tao Chi?en comprobo encantado que podia traducir las diez palabras de aquel 'fan guey' y el mismo conocia por lo menos otras tantas en ingles, de modo que tal vez seria posible comunicarse. Lo saludo con una cordial reverencia y el otro contesto imitando las inclinaciones con torpeza. Los dos sonrieron y luego se echaron a reir, coreados por las amables carcajadas de los espectadores. Comenzaron un anhelante dialogo de veinte palabras mal pronunciadas de lado y lado y una comica pantomima de saltimbanquis, ante la creciente hilaridad de los curiosos. Pronto habia un grupo considerable de gente impidiendo el paso del trafico, todos muertos de la risa, lo cual atrajo a un policia britanico a caballo, quien ordeno disolver la aglomeracion de inmediato. Asi nacio una solida alianza entre los dos hombres.
Ebanizer Hobbs estaba tan consciente de las limitaciones de su oficio, como lo estaba Tao Chi?en de las suyas. El primero deseaba aprender los secretos de la medicina oriental, vislumbrados en sus viajes por Asia, especialmente el control del dolor mediante agujas insertadas en los terminales nerviosos y el uso de combinaciones de plantas y yerbas para el tratamiento de diversas enfermedades que en Europa se consideraban fatales. El segundo sentia fascinacion por la medicina occidental y sus metodos agresivos de curar, lo suyo era un arte sutil de equilibrio y armonia, una lenta tarea de enderezar la energia desviada, prevenir las enfermedades y buscar las causas de los sintomas. Tao Chi?en nunca habia practicado cirugia y sus conocimientos de anatomia, muy precisos en lo referente a los diversos pulsos y a los puntos de acupuntura, se reducian a lo que podia ver y palpar. Sabia de memoria los dibujos anatomicos de la biblioteca de su antiguo maestro, pero no se le habia ocurrido abrir un cadaver. La costumbre era desconocida en la medicina china; su sabio maestro, quien habia practicado el arte de sanar toda su vida, rara vez habia visto los organos internos y era incapaz de diagnosticar si se topaba con sintomas que no calzaban en el repertorio de los males conocidos. Ebanizer Hobbs en cambio, abria cadaveres y buscaba la causa, asi aprendia. Tao Chi?en lo hizo por vez primera en el sotano del hospital de los ingleses, en una noche de tifones, como ayudante del doctor Hobbs, quien esa misma manana habia colocado sus primeras agujas de acupuntura para aliviar una migrana en el consultorio donde Tao Chi?en atendia a su clientela. En Hong Kong habia algunos misioneros tan interesados en curar el cuerpo como en convertir el alma de sus