descansaria en parte alguna. Lo acusaron de robar un caballo y sin mas tramite un grupo de gringos lo ato a un arbol y lo azoto barbaramente en medio de la plaza. La afrenta publica fue mas de lo que un joven orgulloso podia soportar y el corazon se le dio vuelta. Poco despues encontraron a un yanqui cortado en trozos, como un pollo para guisar, y una vez que juntaron los restos reconocieron a uno de los hombres que habia degradado a Murieta con el latigo. En las semanas siguientes fueron cayendo uno a uno los demas participantes, cada uno torturado y muerto de alguna forma novedosa. Tal como decia Jacob Freemont en sus articulos: jamas se habia visto tanta crueldad en aquella tierra de gente cruel. En los dos anos siguientes el nombre del bandido aparecia por todos lados. Su banda robaba ganado y caballos, asaltaba las diligencias, atacaba a los mineros en los placeres y a los viajeros en los caminos, desafiaba a los alguaciles, mataba a cuanto americano pillaba descuidado y se burlaba impunemente de la justicia. A Murieta se le atribuian todos los desmanes y crimenes impunes de California. El terreno se prestaba para ocultarse, abundaban la pesca y la caza entre bosques y mas bosques, cerros y hondonadas, altos pastizales donde un jinete podia cabalgar por horas sin dejar huella, cuevas profundas para guarecerse, pasos secretos en las montanas para despistar a los perseguidores. Las partidas de hombres que salian a buscar a los malhechores volvian con las manos vacias o perecian en el intento. Todo eso contaba Jacob Freemont, embrollado en su retorica, y a nadie se le ocurria exigir nombres, fechas o lugares.
Eliza Sommers llevaba dos anos en San Francisco trabajando junto a Tao Chi?en. En ese tiempo partio dos veces, durante los veranos, a buscar a Joaquin Andieta con el mismo metodo de antes: uniendose a otros viajeros. La primera vez se fue con la idea de viajar hasta encontrarlo o hasta que comenzara el invierno, pero a los cuatro meses regreso extenuada y enferma.
En el verano de 1852 se marcho de nuevo, pero despues de repetir el mismo recorrido anterior y visitar a Joe Rompehuesos, instalada definitivamente en su papel de abuela de Tom Sin Tribu, y a James y Esther, que esperaban su segundo hijo, volvio al cabo de cinco semanas porque no pudo soportar la angustia de alejarse de Tao Chi?en. Estaban tan comodos en las rutinas, hermanados en el trabajo y cercanos en espiritu como un viejo matrimonio. Ella coleccionaba cuanto se publicaba sobra Joaquin Murieta y lo memorizaba, tal como hacia en su ninez con las poesias de Miss Rose, pero preferia ignorar las referencias a la novia del bandido. 'Inventaron a esa muchacha para vender periodicos, ya sabes como le fascina al publico el romance', explicaba a Tao Chi?en. En un mapa quebradizo trazaba los pasos de Murieta con determinacion de navegante, pero los datos disponibles eran vagos y contradictorios, las rutas se cruzaban como la tela de una arana desquiciada, sin conducir a parte alguna. Aunque al principio habia rechazado la posibilidad de que su Joaquin fuera el mismo de los espeluznantes atracos, pronto se convencio de que el personaje calzaba perfectamente con el joven de sus recuerdos. Tambien el se rebelaba contra el abuso y tenia la obsesion de ayudar a los desvalidos. Tal vez no era Joaquin Murieta quien torturaba a sus victimas, sino sus secuaces, como aquel Jack Tres-Dedos, de quien se podia creer cualquier atrocidad.
Seguia en ropa de hombre, porque le servia para la invisibilidad, tan necesaria en la mision de disparate con las 'sing song girls' en que la habia matriculado Tao Chi?en. Hacia tres anos y medio que no se ponia un vestido y nada sabia de Miss Rose, Mama Fresia o su tio John; le parecian mil anos persiguiendo una quimera cada vez mas improbable. El tiempo de los abrazos furtivos con su amante habia quedado muy atras, no estaba segura de sus sentimientos, no sabia si continuaba esperandolo por amor o por soberbia. A veces transcurrian semanas sin acordarse de el, distraida con el trabajo, pero de pronto la memoria le lanzaba un zarpazo y la dejaba temblando. Entonces miraba a su alrededor desconcertada, sin ubicarse en ese mundo al cual habia ido a parar. ?Que hacia en pantalones y rodeada de chinos? Necesitaba hacer un esfuerzo para sacudirse la confusion y recordar que se encontraba alli por la intransigencia del amor. Su mision no consistia de ninguna manera en secundar a Tao Chi ?en, pensaba, sino buscar a Joaquin, para eso habia venido de muy lejos y lo haria, aunque fuera solo para decirle cara a cara que era un transfuga maldito y le habia arruinado la juventud. Por eso habia partido las tres veces anteriores, sin embargo, le fallaba la voluntad para intentarlo de nuevo. Se plantaba resuelta ante Tao Chi ?en para anunciarle su determinacion de continuar su peregrinaje, pero las palabras se le atascaban como arena en la boca. Ya no podia abandonar a ese extrano companero que le habia tocado en suerte.
– ?Que haras si lo encuentras? -le habia preguntado una vez Tao Chi?en.
– Cuando lo vea sabre si todavia lo quiero.
– ?Y si nunca lo encuentras?
– Vivire con la duda, supongo.
Habia notado unas cuantas canas prematuras en las sienes de su amigo. A veces la tentacion de hundir los dedos en esos fuertes cabellos oscuros o la nariz en su cuello para oler de cerca su tenue aroma oceanico, se tornaba insoportable, pero ya no tenian la excusa de dormir por el suelo enrollados en una manta y las oportunidades de tocarse eran nulas. Tao trabajaba y estudiaba demasiado; ella podia adivinar cuan cansado debia estar, aunque siempre se presentaba impecable y mantenia la calma aun en los momentos mas criticos. Solo trastabillaba cuando volvia de un remate trayendo del brazo a una muchacha aterrorizada. La examinaba para ver en que condiciones se encontraba y se la entregaba con las instrucciones necesarias, luego se encerraba durante horas. 'Esta con Lin', concluia Eliza, y un dolor inexplicable se le clavaba en un lugar recondito del alma. En verdad lo estaba. En el silencio de la meditacion Tao Chi?en procuraba recuperar la estabilidad perdida y desprenderse de la tentacion del odio y la ira. Poco a poco iba despojandose de recuerdos, deseos y pensamientos, hasta sentir que su cuerpo se disolvia en la nada. Dejaba de existir por un tiempo, hasta reaparecer transformado en un aguila, volando muy alto sin esfuerzo alguno, sostenido por un aire frio y limpido que lo elevaba por encima de las mas altas montanas. Desde alli podia ver abajo vastas praderas, bosques interminables y rios de plata pura. Entonces alcanzaba la armonia perfecta y resonaba con el cielo y la tierra como un fino instrumento. Flotaba entre nubes lechosas con sus soberbias alas extendidas y de pronto la sentia con el. Lin se materializaba a su lado, otra aguila esplendida suspendida en el cielo infinito.
– ?Donde esta tu alegria, Tao? -le preguntaba.
– El mundo esta lleno de sufrimiento, Lin.
– El sufrimiento tiene un proposito espiritual.
– Esto es solo dolor inutil.
– Acuerdate que el sabio es siempre alegre, porque acepta la realidad.
– ?Y la maldad, hay que aceptarla tambien?
– El unico antidoto es el amor. Y a proposito: ?cuando volveras a casarte?
– Estoy casado contigo.
– Yo soy un fantasma, no podre visitarte toda tu vida, Tao. Es un esfuerzo inmenso venir cada vez que me llamas, ya no pertenezco en tu mundo. Casate o te convertiras en un viejo antes de tiempo. Ademas, si no practicas las doscientas veintidos posturas del amor, se te olvidaran -se burlaba con su inolvidable risa cristalina.
Los remates eran mucho peores que sus visitas al 'hospital'. Existian pocas esperanzas de ayudar a las muchachas agonizantes, que si ocurria era un milagroso regalo, en cambio sabia que por cada chica que compraba en un remate, quedaban docenas libradas a la infamia. Se torturaba imaginando cuantas podria rescatar si fuera rico, hasta que Eliza le recordaba aquellas que salvaba. Estaban unidos por un delicado tejido de afinidades y secretos compartidos, pero tambien separados por mutuas obsesiones. El fantasma de Joaquin Andieta se iba alejando, en cambio el de Lin era perceptible como la brisa o el sonido de las olas en la playa. A Tao Chi?en le bastaba invocarla y ella acudia, siempre risuena, como habia sido en vida. Sin embargo, lejos de ser una rival de Eliza, se habia convertido en su aliada, aunque la muchacha aun no lo sabia. Fue Lin la primera en comprender que esa amistad se parecia demasiado al amor y cuando su marido la rebatio con el argumento de que no habia lugar en China, en Chile ni en parte alguna para una pareja asi, ella volvio a reir.
– No digas tonterias, el mundo es grande y la vida es larga. Todo es cuestion de atreverse.
– No puedes imaginarte lo que es el racismo, Lin, siempre viviste entre los tuyos. Aqui a nadie le importa lo que hago o lo que se, para los americanos soy solo un asqueroso chino pagano y Eliza es una 'grasienta'. En Chinatown soy un renegado sin coleta y vestido de yanqui. No pertenezco en ningun lado.
– El racismo no es una novedad, en China tu y yo pensabamos que los 'fan guey' eran todos salvajes.
– Aqui solo respetan el dinero y por lo visto yo nunca tendre suficiente.
– Estas equivocado. Tambien respetan a quien se hace respetar. Miralos a los ojos.
– Si sigo ese consejo me daran un tiro en cualquier esquina.
– Vale la pena probarlo. Te quejas demasiado, Tao, no te reconozco. ?Donde esta el hombre valiente que