amo?
Tao Chi?en debia admitir que se sentia atado a Eliza por infinitos hilos delgados, faciles de cortar uno a uno, pero como estaban entrelazados, formaban cuerdas irrompibles. Se conocian hacia pocos anos, pero ya podian mirar hacia el pasado y ver el largo camino lleno de obstaculos que habian recorrido juntos. Las similitudes habian ido borrando las diferencias de raza. 'Tienes cara de china bonita', le habia dicho el en un descuido. 'Tienes cara de chileno buen mozo', contesto ella al punto. Formaban una extrana pareja en el barrio: un chino alto y elegante, con un insignificante muchacho espanol. Fuera de Chinatown, sin embargo, pasaban casi desapercibidos en la variopinta multitud de San Francisco.
– No puedes esperar a ese hombre para siempre, Eliza. Es una forma de locura, como la fiebre del oro. Deberias darte un plazo -le dijo Tao un dia.
– ?Y que hago con mi vida cuando termine el plazo?
– Puedes volver a tu pais.
– En Chile una mujer como yo es peor que una de tus 'sing song girls'. ?Regresarias tu a China?
– Era mi unico proposito, pero empieza a gustarme America. Alla vuelvo a ser el Cuarto Hijo, aqui estoy mejor.
– Yo tambien. Si no encuentro a Joaquin me quedo y abro un restaurante. Tengo lo que se necesita: buena memoria para las recetas, carino por los ingredientes, sentido del gusto y el tacto, instinto para los alinos… 909
– Y modestia -se rio Tao Chi?en.
– ?Por que voy a ser modesta con mi talento? Ademas tengo olfato de perro. De algo ha de servirme esta buena nariz: me basta oler un plato para saber que contiene y hacerlo mejor.
– No te resulta con la comida china…
– ?Ustedes comen cosas extranas, Tao! El mio seria un restaurante frances, el mejor de la ciudad.
– Te propongo un trato, Eliza. Si dentro de un ano no encuentras a ese Joaquin, te casas conmigo -dijo Tao Chi?en y ambos se rieron.
A partir de esa conversacion algo cambio entre los dos. Se sentian incomodos si se encontraban solos y aunque deseaban estarlo, empezaron a evitarse. El anhelo de seguirla cuando se retiraba a su cuarto a menudo torturaba a Tao Chi?en, pero lo detenia una mezcla de timidez y respeto. Calculaba que mientras ella estuviera prendida del recuerdo del antiguo amante, no debia acercarsele, pero tampoco podia continuar haciendo equilibrio en una cuerda floja por tiempo indefinido. La imaginaba en su cama, contando las horas en el silencio expectante de la noche, tambien desvelada de amor, pero no por el, sino por otro. Conocia tan bien su cuerpo, que podia dibujarlo en detalle hasta el lunar mas secreto, aunque no la habia visto desnuda desde la epoca en que la cuido en el barco. Discurria que si se enfermara tendria un pretexto de tocarla, pero luego se avergonzaba de semejante pensamiento. La risa espontanea y la discreta ternura que antes brotaban a cada rato entre ellos, fueron reemplazadas por una apremiante tension. Si por casualidad se rozaban, se apartaban turbados; estaban conscientes de la presencia o la ausencia del otro; el aire parecia cargado de presagios y anticipacion. En vez de sentarse a leer o escribir en suave complicidad, se despedian apenas terminaba el trabajo en el consultorio. Tao Chi?en partia a visitar enfermos postrados, se reunia con otros 'zhong yi' para discutir diagnosticos y tratamientos o se encerraba a estudiar textos de medicina occidental. Cultivaba la ambicion de obtener un permiso para ejercer medicina legalmente en California, proyecto que solo compartia con Eliza y los espiritus de Lin y su maestro de acupuntura. En China un 'zhong yi' comenzaba como aprendiz y luego seguia solo, por eso la medicina permanecia inmutable por siglos, usando siempre los mismos metodos y remedios. La diferencia entre un buen practicante y uno mediocre era que el primero poseia intuicion para diagnosticar y el don de aliviar con sus manos. Los doctores occidentales, sin embargo, hacian estudios muy exigentes, permanecian en contacto entre ellos y estaban al dia con nuevos conocimientos, disponian de laboratorios y morgues para experimentacion y se sometian al desafio de la competencia. La ciencia lo fascinaba, pero su entusiasmo no tenia eco en su comunidad, apegada a la tradicion. Vivia pendiente de los mas recientes adelantos y compraba cuanto libro y revista sobre esos temas caia en sus manos. Era tanta su curiosidad por lo moderno, que debio escribir en la pared el precepto de su venerable maestro: 'De poco sirve el conocimiento sin sabiduria y no hay sabiduria sin espiritualidad.' No todo es ciencia, se repetia, para no olvidarlo. En todo caso, necesitaba la ciudadania americana, muy dificil de obtener para alguien de su raza, pero solo asi podria quedarse en ese pais sin ser siempre un marginal, y necesitaba un diploma, asi podria hacer mucho bien, pensaba. Los 'fan guey' nada sabian de acupuntura o de las yerbas usadas en Asia durante siglos, a el lo consideraban una especie de curandero brujo y era tal el desprecio por otras razas, que los duenos de esclavos en la plantaciones del sur llamaban al veterinario cuando se enfermaba un negro. No era diferente su opinion sobre los chinos, pero existian algunos doctores visionarios que habian viajado o leido sobre otras culturas y se interesaban en las tecnicas y las mil drogas de la farmacopea oriental. Continuaba en contacto con Ebanizer Hobbs en Inglaterra y en las cartas ambos solian lamentar la distancia que los separaba. 'Venga a Londres, doctor Chi?en, y haga una demostracion de acupuntura en el 'Royal Medical Society', los dejaria boquiabiertos, se lo aseguro', le escribia Hobbs. Tal como decia, si combinaran los conocimientos de ambos podrian resucitar a los muertos.
Una pareja inusitada
Las heladas del invierno mataron de pulmonia a varias 'sing song girls' en el barrio chino, sin que Tao Chi?en lograra salvarlas. Un par de veces lo llamaron cuando aun estaban vivas y alcanzo a llevarselas, pero fallecieron en sus brazos delirando de fiebre pocas horas mas tarde. Para entonces los discretos tentaculos de su compasion se extendian a lo largo y ancho de Norteamerica, desde San Francisco hasta Nueva York, desde el Rio Grande hasta Canada, pero tan descomunal esfuerzo era apenas un grano de sal en aquel oceano de desdicha. Le iba bien en su practica de medicina y lo que lograba ahorrar o conseguia mediante la caridad de algunos ricos clientes, lo destinaba a comprar a las criaturas mas jovenes en los remates. En ese submundo ya lo conocian: tenia reputacion de degenerado. No habian visto salir con vida a ninguna de las muchachitas que adquiria 'para sus experimentos', como decia, pero a nadie le importaba lo que sucedia tras su puerta. Como 'zhong yi' era el mejor, mientras no hiciera escandalo y se limitara a esas criaturas, que de todos modos eran poco mas que animales, lo dejaban en paz. A las preguntas curiosas, su leal ayudante, el unico que podia dar alguna informacion, se limitaba a explicar que los extraordinarios conocimientos de su patron, tan utiles para sus pacientes, provenian de sus misteriosos experimentos. Para entonces Tao Chi?en se habia trasladado a una buena casa entre dos edificios en el limite de Chinatown, a pocas cuadras de la plaza de la Union, donde tenia su clinica, vendia sus remedios y escondia a las chicas hasta que pudieran viajar. Eliza habia aprendido los rudimentos necesarios de chino para comunicarse a un nivel primario, el resto lo improvisaba con pantomima, dibujos y unas cuantas palabras de ingles. El esfuerzo valia la pena, eso era mucho mejor que hacerse pasar por el hermano sordomudo del doctor. No podia escribir ni leer chino, pero reconocia las medicinas por el olor y para mas seguridad marcaba los frascos con un codigo de su invencion. Siempre habia un buen numero de pacientes esperando turno para las agujas de oro, las yerbas milagrosas y el consuelo de la voz de Tao Chi?en. Mas de alguno se preguntaba como ese hombre tan sabio y afable podia ser el mismo que coleccionaba cadaveres y concubinas infantiles, pero como no se sabia con certeza en que consistian sus vicios, la comunidad lo respetaba. No tenia amigos, es cierto, pero tampoco enemigos. Su buen nombre escapaba los confines de Chinatown y algunos doctores americanos solian consultarlo cuando sus conocimientos resultaban inutiles, siempre con gran sigilo, pues habria sido una humillacion publica admitir que un 'celestial' tuviera algo que ensenarles. Asi le toco atender a ciertos personajes importantes de la ciudad y conocer a la celebre Ah Toy.
La mujer lo hizo llamar al enterarse que habia aliviado a la esposa de un juez. Sufria de una sonajera de castanuelas en los pulmones, que a ratos amenazaba con asfixiarla. El primer impulso de Tao Chi?en fue negarse, pero luego lo vencio la curiosidad de verla de cerca y comprobar por si mismo la leyenda que la rodeaba. A sus ojos era una vibora, su enemiga personal. Conociendo lo que Ah Toy significaba para el, Eliza le puso en el maletin arsenico suficiente para despachar a un par de bueyes.
– Por si acaso… -explico.
– Por si acaso ?que?
– Imaginate que este muy enferma. No querras que sufra, ?verdad? A veces hay que ayudar a morir…