– No puedo tenerlas mas tiempo encerradas.

– Tal vez podamos mandarlas de vuelta a sus familias en China…

– ?No! Volverian a la esclavitud. En este pais pueden salvarse, pero no se como.

– Si las autoridades no ayudan, la gente buena lo hara. Vamos a recurrir a las iglesias y a los misioneros.

– No creo que a los cristianos les importen esas ninas chinas.

– ?Que poca confianza tienes en el corazon humano, Tao!

Eliza dejo a su amigo tomando te con la Rompehuesos, envolvio uno de sus panes recien horneados y se fue a visitar al herrero. Encontro a James Morton con medio cuerpo desnudo, un delantal de cuero y un trapo amarrado en la cabeza, sudando ante la forja. Adentro hacia un calor insoportable, olia a humo y metal caliente. Era un galpon de madera con suelo de tierra y una doble puerta, que invierno y verano permanecia abierta durante las horas de trabajo. Al frente se alzaba un gran meson para atender a los clientes y mas atras la fragua. De las paredes y vigas del techo colgaban instrumentos del oficio, herramientas y herraduras fabricadas por Morton. En la parte posterior, una escala de mano daba acceso al altillo que servia de dormitorio, protegido de los ojos de los clientes con una cortina de osnaburgo encerada. Abajo el mobiliario consistia en una tinaja para banarse y una mesa con dos sillas; la unica decoracion eran una bandera americana en la pared y tres flores silvestres en un vaso sobre la mesa. Esther planchaba una montana de ropa bamboleando una enorme barriga y banada de transpiracion, pero levantaba las pesadas planchas a carbon canturreando. El amor y el embarazo la habian embellecido y un aire de paz la iluminaba como un halo. Lavaba ropa ajena, trabajo tan arduo como el de su marido con el yunque y el martillo. Tres veces a la semana cargaba una carretela con ropa sucia, iba al rio y pasaba buena parte del dia de rodillas jabonando y cepillando. Si habia sol, secaba la ropa sobre las piedras, pero a menudo debia regresar con todo mojado, enseguida venia la faena de almidonar y planchar. James Morton no habia logrado que desistiera de su brutal empeno, ella no queria que su bebe naciera en ese lugar y ahorraba cada centavo para trasladar su familia a una casa del pueblo.

– ?Chilenito! -exclamo y fue a recibir a Eliza con un apretado abrazo-. Hace tiempo que no me vienes a visitar.

– ?Que linda estas, Esther! En realidad vengo a ver a James -dijo pasandole el pan.

El hombre solto sus herramientas, se seco el sudor con un pano y llevo a Eliza al patio, donde se les reunio Esther con tres vasos de limonada. La tarde estaba fresca y el cielo nublado, pero todavia no se anunciaba el invierno. El aire olia a paja recien cortada y a tierra humeda.

Joaquin

En el invierno de 1852 los habitantes del norte de California comieron duraznos, albaricoques, uvas, maiz tierno, sandias y melones, mientras en Nueva York, Washington, Boston y otras importantes ciudades americanas la gente se resignaba a la escasez de la temporada. Los barcos de Paulina transportaban desde Chile las delicias del verano en el hemisferio sur, que llegaban intactas en sus lechos de hielo azul. Ese negocio estaba resultando mucho mejor que el oro de su marido y su cunado, a pesar de que ya nadie pagaba tres dolares por un durazno ni diez por una docena de huevos. Los peones chilenos, instalados por los hermanos Rodriguez de Santa Cruz en los placeres, habian sido diezmados por los gringos. Les quitaron la produccion de meses, ahorcaron a los capataces, flagelaron y cortaron las orejas a varios y expulsaron al resto de los lavaderos. El episodio habia salido en los periodicos, pero los espeluznantes detalles los conto un nino de ocho anos, hijo de uno de los capataces, a quien le toco presenciar el suplicio y la muerte de su padre. Los barcos de Paulina tambien traian companias de teatro de Londres, opera de Milan y zarzuelas de Madrid, que se presentaban brevemente en Valparaiso y luego continuaban viaje al norte. Los boletos se vendian con meses de anterioridad y los dias de funcion la mejor sociedad de San Francisco, emperifollada con sus atuendos de gala, se daba cita en los teatros, donde debia sentarse codo a codo con rusticos mineros en ropa de trabajo. Los barcos no regresaban vacios: llevaban harina americana a Chile y viajeros curados de la fantasia del oro, que volvian tan pobres como partieron. 91

En San Francisco se veia de todo menos viejos; la poblacion era joven, fuerte, ruidosa y saludable. El oro habia atraido a una legion de aventureros de veinte anos, pero la fiebre habia pasado y, tal como predijo Paulina, la ciudad no habia retornado a su condicion de villorrio, por el contrario, crecia con aspiraciones de refinamiento y cultura. Paulina estaba en su salsa en ese ambiente, le gustaba el desenfado, la libertad y la ostentacion de esa naciente sociedad, exactamente opuesta a la mojigateria de Chile. Pensaba encantada en la rabieta que sufriria su padre si tuviera que sentarse a la mesa con un advenedizo corrupto convertido en juez y una francesa de dudoso pelaje acicalada como una emperatriz. Se habia criado entre los gruesos muros de adobe y ventanas enrejadas de la casa paterna, mirando hacia el pasado, pendiente de la opinion ajena y de los castigos divinos; en California ni el pasado ni los escrupulos contaban, la excentricidad era bienvenida y la culpa no existia, si se ocultaba la falta. Escribia cartas a sus hermanas, sin mucha esperanza de que pasaran la censura del padre, para contarles de aquel pais extraordinario, donde era posible inventarse una nueva vida y volverse millonario o mendigo en un abrir y cerrar de ojos. Era la tierra de las oportunidades, abierta y generosa. Por la puerta del Golden Gate entraban masas de seres que llegaban escapando de la miseria o la violencia, dispuestos a borrar el pasado y trabajar. No era facil, pero sus descendientes serian americanos. La maravilla de ese pais era que todos creian que sus hijos tendrian una vida mejor. 'La agricultura es el verdadero oro de California, la vista se pierde en los inmensos potreros sembrados, todo crece con impetu en este suelo bendito. San Francisco se ha transformado en una ciudad estupenda, pero no ha perdido el caracter de puesto fronterizo, que a mi me encanta. Sigue siendo cuna de librepensadores, visionarios, heroes y rufianes. Viene gente de las mas remotas orillas, por las calles se oyen cien lenguas, se huele la comida de cinco continentes, se ven todas las razas' escribia. Ya no era un campamento de hombres solos, habian llegado mujeres y con ellas cambio la sociedad. Eran tan indomables como los aventureros que acudieron en busca del oro; para cruzar el continente en vagones tirados por bueyes se requeria un espiritu robusto y esas pioneras lo tenian. Nada de damas melindrosas como su madre y hermanas, alli imperaban las amazonas como ella. Dia a dia demostraban su temple, compitiendo incansables y tenaces con los mas bravos; nadie las calificaba de sexo debil, los hombres las respetaban como iguales. Trabajaban en oficios vedados para ellas en otras partes: buscaban oro, se empleaban de vaqueras, arreaban mulas, cazaban bandidos por la recompensa, regentaban garitos de juegos, restaurantes, lavanderias y hoteles. 'Aqui las mujeres pueden ser duenas de su tierra, comprar y vender propiedades, divorciarse si les da la real gana. Feliciano tiene que andar con mucho cuidado, porque a la primera bribonada que me haga, lo dejo solo y pobre', se burlaba en las cartas Paulina. Y agregaba que California tenia lo mejor de lo peor: ratas, pulgas, armas y vicios.

'Uno viene al Oeste para escapar del pasado y empezar de nuevo, pero nuestras obsesiones nos persiguen, como el viento', escribia Jacob Freemont en el periodico. El era un buen ejemplo, porque de poco le sirvio cambiar de nombre, convertirse en reportero y vestirse de yanqui, seguia siendo el mismo. El embuste de las misiones en Valparaiso habia quedado atras, pero ahora estaba fraguando otro y sentia, como antes, que su creacion se apoderaba de el e iba sumiendose irrevocablemente en sus propias flaquezas. Sus articulos sobra Joaquin Murieta se habian convertido en la obsesion de la prensa. Surgian cada dia testimonios ajenos confirmando sus palabras; docenas de individuos aseguraban haberlo visto y lo describian igual al personaje de su invencion. Freemont ya no estaba seguro de nada. Deseaba no haber escrito jamas esas historias y por momentos le tentaba retractarse publicamente, confesar sus falsedades y desaparecer, antes de que todo el asunto se saliera de madre y le cayera encima como un vendaval, tal como habia ocurrido en Chile, pero no tenia valor para hacerlo. El prestigio se le habia ido a la cabeza y andaba mareado de celebridad.

La historia que Jacob Freemont habia ido construyendo tenia las caracteristicas de un novelon. Contaba que Joaquin Murieta habia sido un joven recto y noble, que trabajaba honestamente en los placeres de Stanislau en compania de su novia. Al enterarse de su prosperidad, unos americanos lo atacaron, le quitaron el oro, lo golpearon y luego violaron a su novia ante su vista. No le quedo a la infortunada pareja mas camino que la huida y partieron rumbo al norte, lejos de los lavaderos de oro. Se instalaron como granjeros a cultivar un idilico pedazo de tierra rodeado de bosques y atravesado por un limpido estero, decia Freemont, pero tampoco alli les duro la paz, porque nuevamente llegaron los yanquis a arrebatarles lo suyo y debieron buscar otra forma de subsistir. Poco despues Joaquin Murieta aparecio en Calaveras convertido en jugador de 'monte', mientras su novia preparaba la fiesta del matrimonio en casa de sus padres en Sonora. Sin embargo, estaba escrito que el joven no

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