de atizar el fuego de su celebridad; sus articulos sensacionalistas habian creado un heroe para los hispanos y un demonio para los yanquis. Le atribuia una banda numerosa y el talento de un genio militar, decia que peleaba una guerra de escaramuzas contra la cual las autoridades resultaban impotentes. Atacaba con astucia y velocidad, cayendo sobre sus victimas como una maldicion y desapareciendo enseguida sin dejar rastro, para surgir poco despues a cien millas de distancia en otro golpe de tan insolita audacia, que solo podia explicarse con artes de magia. Freemont sospechaba que eran varios individuos y no uno solo, pero se cuidaba de decirlo, eso habria descalabrado la leyenda. En cambio tuvo la inspiracion de llamarlo 'el Robin Hood de California', con lo cual prendio de inmediato una hoguera de controversia racial. Para los yanquis Murieta encarnaba lo mas detestable de los 'grasientos'; pero se suponia que los mexicanos lo escondian, le daban armas y suministraban provisiones, porque robaba a los yanquis para ayudar a los de su raza. En la guerra habian perdido los territorios de Texas, Arizona, Nuevo Mexico, Nevada, Utah, medio Colorado y California; para ellos cualquier atentado contra los gringos era un acto de patriotismo. El gobernador advirtio al periodico contra la imprudencia de transformar en heroe a un criminal, pero el nombre ya habia inflamado la imaginacion del publico. A Freemont le llegaban docenas de cartas, incluso la de una joven de Washington dispuesta a navegar medio mundo para casarse con el bandido, y la gente lo detenia en la calle para preguntarle detalles del famoso Joaquin Murieta. Sin haberlo visto nunca, el periodista lo describia como un joven de viril estampa, con las facciones de un noble espanol y coraje de torero. Habia tropezado sin proponerselo con una mina mas productiva que muchas a lo largo de la Veta Madre. Se le ocurrio entrevistar al tal Joaquin, si el tipo realmente existia, para escribir su biografia y si fuera un fabula, el tema daba para una novela. Su trabajo como autor consistiria simplemente en escribirla en un tono heroico para gusto del populacho. California necesitaba sus propios mitos y leyendas, sostenia Freemont, era un Estado recien nacido para los americanos, quienes pretendian borrar de un plumazo la historia anterior de indios, mexicanos y californios. Para esa tierra de espacios infinitos y de hombres solitarios, tierra abierta a la conquista y la violacion, ?que mejor heroe que un bandido? Coloco lo indispensable en una maleta, se apertrecho de suficientes cuadernos y lapices y partio en busca de su personaje. Los riesgos no se le pasaron por la mente, con la doble arrogancia de ingles y de periodista se creia protegido de cualquier mal. Por lo demas, ya se viajaba con cierta comodidad, existian caminos y servicio regular de diligencia conectando los pueblos donde pensaba realizar su investigacion, no era como antes, cuando recien comenzo su labor de reportero e iba a lomo de mula abriendose paso en la incertidumbre de cerros y bosques, sin mas guia que unos mapas demenciales con los cuales se podia andar en circulos para siempre. En el trayecto pudo ver los cambios en la region. Pocos se habian enriquecido con el oro, pero gracias a los aventureros llegados por millares, California se civilizaba. Sin la fiebre del oro la conquista del Oeste habria tardado un par de siglos, anoto el periodista en su cuaderno.

Temas no le faltaban, como la historia de aquel joven minero, un chico de dieciocho anos que despues de pasar penurias durante un largo ano, logro juntar diez mil dolares que necesitaba para regresar a Oklahoma y comprar una granja para sus padres. Bajaba hacia Sacramento por los faldeos de la Sierra Nevada en un dia radiante, con la bolsa de su tesoro colgada a la espalda, cuando lo sorprendio un grupo de desalmados mexicanos o chilenos, no era seguro. Solo se sabia con certeza que hablaban espanol, porque tuvieron el descaro de dejar un letrero en esa lengua, garabateado con un cuchillo sobre un trozo de madera: 'mueran los yanquis'. No se contentaron con darle una golpiza y robarle, lo ataron desnudo a un arbol y lo untaron con miel. Dos dias mas tarde, cuando lo encontro una patrulla, estaba alucinando. Los mosquitos le habian devorado la piel.

Freemont puso a prueba su talento para el periodismo morboso con el tragico fin de Josefa, una bella mexicana empleada en un salon de baile. El periodista entro al pueblo de Downieville el Dia de la Independencia, y se encontro en medio de la celebracion encabezada por un candidato a senador y regada con un rio de alcohol. Un minero ebrio se habia introducido a viva fuerza en la habitacion de Josefa y ella lo habia rechazado clavandole su cuchillo de monte medio a medio en el corazon. A la hora en que llego Jacob Freemont el cuerpo yacia sobre una mesa, cubierto con una bandera americana, y una muchedumbre de dos mil fanaticos enardecidos por el odio racial exigia la horca para Josefa. Impasible, la mujer fumaba su cigarrito como si el griterio no le incumbiera, con su blusa blanca manchada de sangre, recorriendo los rostros de los hombres con abismal desprecio, consciente de la incendiaria mezcla de agresion y deseo sexual que en ellos provocaba. Un medico se atrevio a hablar en su favor, explicando que habia actuado en defensa propia y que al ejecutarla tambien mataban al nino en su vientre, pero la multitud lo hizo callar amenazandolo con colgarlo tambien. Tres doctores aterrados fueron llevados a viva fuerza para examinar a Josefa y los tres opinaron que no estaba encinta, en vista de lo cual el improvisado tribunal la condeno en pocos minutos. 'Matar a estos 'grasientos' a tiros no esta bien, hay que darles un juicio justo y ahorcarlos con toda la majestad de la ley', opino uno de los miembros del jurado. A Freemont no le habia tocado ver un linchamiento de cerca y pudo describir en exaltadas frases como a las cuatro de la tarde quisieron arrastrar a Josefa hacia el puente, donde habian preparado el ritual de la ejecucion, pero ella se sacudio altiva y avanzo sola hacia el patibulo. La bella subio sin ayuda, se amarro las faldas en torno a los tobillos, se coloco la cuerda al cuello, se acomodo las negras trenzas y se despidio con un valiente 'adios senores', que dejo al periodista perplejo y a los demas avergonzados. 'Josefa no murio por culpable, sino por mexicana. Es la primera vez que linchan a una mujer en California. ?Que desperdicio, cuando hay tan pocas!', escribio Freemont en su articulo.

Siguiendo las huellas de Joaquin Murieta descubrio pueblos establecidos, con escuela, biblioteca, templo y cementerio; otros sin mas signos de cultura que un burdel y una carcel. 'Saloons' habia en cada uno, eran los centros de la vida social. Alli se Instalaba Jacob Freemont indagando y asi fue construyendo con algunas verdades y un monton de mentiras la trayectoria -o la leyenda- de Joaquin Murieta. Los taberneros lo pintaban como un espanol maldito, vestido de cuero y terciopelo negro, con grandes espuelas de plata y un punal al cinto, montado en el alazan mas brioso que jamas habian visto. Decian que entraba impunemente con una sonajera de espuelas y su sequito de bandoleros, colocaba sus dolares de plata sobre el meson y ordenaba una ronda de tragos para cada parroquiano. Nadie se atrevia a rechazar el vaso, hasta los hombres mas corajudos bebian callados bajo la mirada relampagueante del villano. Para los alguaciles, en cambio, nada habia de rumboso en el personaje, se trataba solo de un vulgar asesino capaz de las peores atrocidades, que habia logrado escabullirse de la justicia porque lo protegian los 'grasientos'. Los chilenos lo creian uno de ellos, nacido en un lugar llamado Quillota, decian que era leal con sus amigos y jamas olvidaba pagar los favores recibidos, por lo mismo era buena politica ayudarlo; pero los mexicanos juraban que provenia del estado de Sonora y era un joven educado, de antigua y noble familia, convertido en malhechor por venganza. Los tahures lo consideraban experto en 'monte', pero lo evitaban porque tenia una suerte loca en las barajas y un punal alegre que ante la menor provocacion aparecia en su mano. Las prostitutas blancas se morian de curiosidad, pues se rumoreaba que aquel mozo, guapo y generoso, poseia una incansable pinga de potro; pero las hispanas no lo esperaban: Joaquin Murieta solia darles propinas inmerecidas, puesto que jamas utilizaba sus servicios, permanecia fiel a su novia, aseguraban. Lo describian de mediana estatura, cabello negro y ojos brillantes como tizones, adorado por su banda, irreductible ante la adversidad, feroz con sus enemigos y gentil con las mujeres. Otros sostenian que tenia el aspecto grosero de un criminal nato y una cicatriz pavorosa le atravesaba la cara; de buen mozo, hidalgo o elegante, nada tenia. Jacob Freemont fue seleccionando las opiniones que se ajustaban mejor a su imagen del bandido y asi fue reflejandolo en sus escritos, siempre con suficiente ambiguedad como para retractarse en caso de que alguna vez se topara cara a cara con su protagonista. Anduvo de alto a bajo durante los cuatro meses del verano sin encontrarlo por parte alguna, pero con las diversas versiones construyo una fantastica y heroica biografia. Como no quiso admitirse derrotado, en sus articulos inventaba breves reuniones entre gallos y medianoche, en cuevas de las montanas y en claros del bosque. Total ?quien iba a contradecirlo? Hombres enmascarados lo conducian a caballo con los ojos vendados, no podia identificarlos pero hablaban espanol, decia. La misma fervorosa elocuencia que anos antes empleaba en Chile para describir a unos indios patagones en Tierra del Fuego, donde nunca habia puesto los pies, ahora le servia para sacar de la manga a un bandolero imaginario. Se fue enamorando del personaje y acabo convencido de que lo conocia, que los encuentros clandestinos en las cuevas eran reales y que el fugitivo en persona le habia encargado la mision de escribir sus proezas, porque se consideraba el vengador de los espanoles oprimidos y alguien debia asumir la tarea de dar a el y a su causa el lugar correspondiente en la naciente historia de California. De periodismo habia poco, pero de literatura habia suficiente para la novela que Jacob Freemont planeaba escribir ese invierno.

Al llegar a San Francisco un ano antes, Tao Chi?en se dedico a establecer los contactos necesarios para ejercer su oficio de 'zhong yi' por unos meses. Tenia algo de dinero, pero pensaba triplicarlo rapidamente. En Sacramento la comunidad china contaba con unos setecientos hombres y nueve o diez prostitutas, pero en San

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