discretos del ayudante en la puerta. Tao Chi?en se levanto, fresco y renovado, como despues de un apacible sueno, se vistio y fue a abrir la puerta.

– Cierre el consultorio. No atendere pacientes hoy, tengo otras cosas que hacer -anuncio al ayudante.

Ese dia las averiguaciones de Tao Chi?en cambiaron el rumbo de su destino. Las ninas tras los barrotes provenian de China, recogidas en la calle o vendidas por sus propios padres con la promesa de que irian a casarse a la Montana Dorada. Los agentes las seleccionaban entre las mas fuertes y baratas, no entre las mas bellas, salvo si se trataba de encargos especiales de clientes ricos, quienes las adquirian como concubinas. Ah Toy, la astuta mujer que inventara el espectaculo de los agujeros en la pared para ser atisbada, se habia convertido en la mayor importadora de carne joven de la ciudad. Para su cadena de establecimientos compraba a las chicas en la pubertad, porque resultaba mas facil domarlas y de todos modos duraban poco. Se estaba haciendo famosa y muy rica, sus arcas reventaban y habia comprado un palacete en China para retirarse en la vejez. Se ufanaba de ser la madame oriental mejor relacionada, no solo entre chinos, sino tambien entre americanos influyentes. Entrenaba a sus chicas para sonsacar informacion y asi conocia los secretos personales, las maniobras politicas y las debilidades de los hombres en el poder. Si le fallaban los sobornos recurria al chantaje. Nadie se atrevia a desafiarla, porque desde el gobernador para abajo tenian tejado de vidrio. Los cargamentos de esclavas entraban por el muelle de San Francisco sin tropiezos legales y a plena luz del mediodia. Sin embargo, ella no era la unica traficante, el vicio era de los negocios mas rentables y seguros de California, tanto como las minas de oro. Los gastos se reducian al minimo, las ninas eran baratas y viajaban en la cala de los barcos en grandes cajones acolchados. Asi sobrevivian durante semanas, sin saber adonde iban ni por que, solo veian la luz del sol cuando les tocaba recibir lecciones de su oficio. Durante la travesia los marineros se encargaban de entrenarlas y al desembarcar en San Francisco ya habian perdido hasta el ultimo trazo de inocencia. Algunas morian de disenteria, colera o deshidratacion; otras lograban saltar al agua en los momentos en que las subian a cubierta para lavarlas con agua de mar. Las demas quedaban atrapadas, no hablaban ingles, no conocian esa nueva tierra, no tenian a quien recurrir. Los agentes de inmigracion recibian soborno, hacian la vista gorda ante el aspecto de las chicas y sellaban sin leer los falsos papeles de adopcion o de matrimonio. En el muelle las recibia una antigua prostituta, a quien el oficio habia dejado una piedra negra en lugar del corazon. Las conducia arreandolas con una varilla, como ganado, por pleno centro de la ciudad, ante los ojos de quien quisiera mirar. Apenas cruzaban el umbral del barrio chino desaparecian para siempre en el laberinto subterraneo de cuartos ocultos, corredores falsos, escaleras torcidas, puertas disimuladas y paredes dobles, donde los policias jamas incursionaban, porque cuanto alli ocurria era 'cosa de amarillos', una raza de pervertidos con la cual no habia necesidad de meterse, opinaban.

En un enorme recinto bajo tierra, llamado por ironia 'Sala de la Reina', las ninas enfrentaban su suerte. Las dejaban descansar una noche, las banaban, les daban de comer y a veces las obligaban a tragar una taza de licor para aturdirlas un poco. A la hora del remate las llevaban desnudas a un cuarto atestado de compradores de todas las cataduras imaginables, quienes las manoseaban, les inspeccionaban los dientes, les metian los dedos donde les daba la gana y finalmente hacian sus ofertas. Algunas se remataban para los burdeles de mas categoria o para los harenes de los ricos; las mas fuertes solian ir a parar a manos de fabricantes, mineros o campesinos chinos, para quienes trabajarian por el resto de sus breves existencias; la mayoria se quedaba en los cubiculos del barrio chino. Las viejas les ensenaban el oficio: debian aprender a distinguir el oro del bronce, para que no las estafaran en el pago, atraer a los clientes y complacerlos sin quejarse, por humillantes o dolorosas que fueran sus exigencias. Para dar a la transaccion un aire de legalidad, firmaban un contrato que no podian leer, vendiendose por cinco anos, pero estaba bien calculado para que nunca pudieran librarse. Por cada dia de enfermedad se le agregaban dos semanas a su tiempo de servicio y si intentaban escapar se convertian en esclavas para siempre. Vivian hacinadas en cuartos sin ventilacion, divididos por una cortina gruesa, cumpliendo como galeotes hasta morir. Alli se dirigio Tao Chi?en aquella manana, acompanado por los espiritus de Lin y de su maestro de acupuntura. Una adolescente vestida apenas con una blusa lo llevo de la mano tras la cortina, donde habia un jergon inmundo, estiro la mano y le dijo que pagara primero. Recibio los seis dolares, se echo de espaldas y abrio las piernas con los ojos fijos en el techo. Tenia las pupilas muertas y respiraba con dificultad; el comprendio que estaba drogada. Se sento a su lado, le bajo la camisa e intento acariciarle la cabeza, pero ella lanzo un chillido y se encogio mostrando los dientes dispuesta a morderlo. Tao Chi?en se aparto, le hablo largamente en cantones, sin tocarla, hasta que la letania de su voz la fue calmando, mientras observaba los magullones recientes. Por fin ella empezo a contestar a sus preguntas con mas gestos que palabras, como si hubiera perdido el uso del lenguaje, y asi se entero de algunos detalles de su cautiverio. No pudo decirle cuanto tiempo llevaba alli, porque medirlo resultaba un ejercicio inutil, pero no debia ser mucho, porque aun recordaba a su familia en China con lastimosa precision.

Cuando Tao Chi?en calculo que los minutos de su turno tras la cortina habian terminado, se retiro. En la puerta aguardaba la misma vieja que lo habia recibido la noche anterior, pero no dio muestras de reconocerlo. De alli se fue a preguntar en tabernas, salas de juego, fumaderos de opio y por ultimo partio a visitar a otros medicos del barrio, hasta que poco a poco pudo encajar las piezas de aquel puzzle. Cuando las pequenas 'sing song girls' estaban demasiado enfermas para seguir sirviendo, las conducian al 'hospital', como llamaban los cuartos secretos donde habia estado la noche anterior, y alli las dejaban con una taza de agua, un poco de arroz y una lampara con aceite suficiente para unas horas. La puerta volvia abrirse unos dias mas tarde, cuando entraban a comprobar la muerte. Si las encontraban vivas, se encargaban de despacharlas: ninguna volvia a ver la luz del sol. Llamaron a Tao Chi?en porque el 'zhong yi' habitual estaba ausente.

La idea de ayudar a las muchachas no fue suya, le diria nueve meses mas tarde a Eliza, sino de Lin y su maestro de acupuntura.

– California es un estado libre, Tao, no hay esclavos. Acude a las autoridades americanas.

– La libertad no alcanza para todos. Los americanos son ciegos y sordos, Eliza. Esas ninas son invisibles, como los locos, los mendigos y los perros.

– ?Y a los chinos tampoco les importa?

– A algunos si, como yo, pero nadie esta dispuesto a arriesgar la vida desafiando a las organizaciones criminales. La mayoria considera que si durante siglos en China se ha practicado lo mismo, no hay razon para criticar lo que pasa aqui.

– ?Que gente tan cruel!

– No es crueldad. Simplemente la vida humana no es valiosa en mi pais. Hay mucha gente y siempre nacen mas ninos de los que se pueden alimentar.

– Pero para ti esas ninas no son desechables, Tao…

– No. Lin y tu me han ensenado mucho sobre las mujeres.

– ?Que vas a hacer?

– Debi hacerte caso cuando me decias que buscara oro, ?te acuerdas? Si fuera rico las compraria.

– Pero no lo eres. Ademas todo el oro de California no alcanzaria para comprar a cada una de ellas. Hay que impedir ese trafico.

– Eso es imposible, pero si me ayudas puedo salvar algunas…

Le conto que en los ultimos meses habia logrado rescatar once muchachas, pero solo dos habian sobrevivido. Su formula era arriesgada y poco efectiva, pero no podia imaginar otra. Se ofrecia para atenderlas gratis cuando estaban enfermas o embarazadas, a cambio de que le entregaran a las agonizantes. Sobornaba a las mujeronas para que lo llamaran cuando llegaba el momento de mandar a una 'sing song girl' al 'hospital', entonces se presentaba con su ayudante, colocaban la moribunda en una parihuela y se la llevaban. 'Para experimentos', explicaba Tao Chi?en, aunque muy rara vez le hacian preguntas. La chica ya nada valia y la extravagante perversion de ese doctor les ahorraba el problema de deshacerse de ella. La transaccion beneficiaba a ambas partes. Antes de llevarse a la enferma, Tao Chi?en entregaba un certificado de muerte y exigia que le devolvieran el contrato de servicio firmado por la muchacha, para evitar reclamos. En nueve casos las jovenes estaban mas alla de cualquier forma de alivio y su papel habia sido simplemente sostenerlas en sus ultimas horas, pero dos habian sobrevivido.

– ?Que hiciste con ellas? -pregunto Eliza.

– Las tengo en mi pieza. Estan todavia debiles y una parece medio loca, pero se repondran. Mi ayudante quedo cuidandolas mientras yo venia a buscarte.

– Ya veo.

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