reaccionaban con violencia o terror; no sabian recibir afecto, pero la paciencia de esas buenas gentes iba poco a poco venciendo su resistencia. Les ensenaban unas cuantas frases indispensables en ingles, les daban una idea de las costumbres americanas, les mostraban un mapa para que supieran al menos donde se encontraban, y trataban de iniciarlas en algun oficio, mientras esperaban que llegara Babalu, el Malo, a buscarlas.

El gigante habia encontrado al fin la mejor forma de dar buen uso a sus talentos: era un viajero incansable, gran trasnochador y amante de la aventura. Al verlo aparecer, las 'sing song girls' corrian despavoridas a esconderse y se requeria mucha persuasion de parte de sus protectores para tranquilizarlas. Babalu habia aprendido una cancion en chino y tres trucos de malabarismo, que utilizaba para deslumbrarlas y mitigar el espanto del primer encuentro, pero no renunciaba por ningun motivo a sus pieles de lobo, su craneo rapado, sus aros de filibustero y su formidable armamento. Se quedaba un par de dias, hasta convencer a sus protegidas de que no era un demonio y no intentaba devorarlas, enseguida partia con ellas de noche. Las distancias estaban bien calculadas para llegar al amanecer a otro refugio, donde descansaban durante el dia. Se movilizaban a caballo; un coche resultaba inutil, porque buena parte del trayecto se hacia a campo abierto, evitando los caminos. Habia descubierto que era mucho mas seguro viajar en la oscuridad, siempre que uno supiera ubicarse, porque los osos, las culebras, los forajidos y los indios dormian, como todo el mundo. Babalu las dejaba a salvo en manos de otros miembros de la vasta red de la libertad. Terminaban en granjas de Oregon, lavanderias en Canada, talleres de artesania en Mexico, otras se empleaban como sirvientas de familia y no faltaban algunas que se casaban. Tao Chi?en y Eliza solian recibir noticias por medio de James Morton, quien seguia la pista de cada fugitivo rescatado por su organizacion. De vez en cuando les llegaba un sobre de algun lugar remoto y al abrirlo hallaban un papel con un nombre mal garabateado, unas flores secas o un dibujo, entonces se felicitaban porque otra de las 'sing song girls' se habia salvado.

A veces a Eliza le tocaba compartir por algunos dias su habitacion con una nina recien rescatada, pero tampoco ante ella revelaba su condicion de mujer, que solo Tao conocia. Disponia de la mejor pieza de la casa al fondo del consultorio de su amigo. Era un aposento amplio con dos ventanas que daban a un pequeno patio interior, donde cultivaban plantas medicinales para el consultorio y yerbas aromaticas para cocinar. Fantaseaban a menudo con cambiarse a una casa mas grande y tener un verdadero jardin, no solo para fines practicos, sino tambien para recreo de la vista y regocijo de la memoria, un lugar donde crecieran las mas bellas plantas de China y de Chile y hubiera una glorieta para sentarse a tomar te por las tardes y admirar la salida del sol sobre la bahia en las madrugadas. Tao Chi?en habia notado el afan de Eliza por convertir la casa en un hogar, el esmero con que limpiaba y ordenaba, su constancia para mantener discretos ramos de flores frescas en cada habitacion. No habia tenido antes ocasion de apreciar tales refinamientos; crecio en total pobreza, en la mansion del maestro de acupuntura faltaba una mano de mujer para convertirla en hogar y Lin era tan fragil, que no le alcanzaban las fuerzas para ocuparse de tareas domesticas. Eliza en cambio, tenia el instinto de los pajaros para hacer nido. Invertia en acomodar la casa parte de lo que ganaba tocando el piano un par de noches a la semana en un 'saloon' y vendiendo 'empanadas' y tortas en el barrio de los chilenos. Asi habia adquirido cortinas, un mantel de damasco, tiestos para la cocina, platos y copas de porcelana. Para ella las buenas maneras en que se habia criado eran esenciales, convertia en una ceremonia la unica comida al dia que compartian, presentaba los platos con primor y enrojecia de satisfaccion cuando el celebraba sus afanes. Los asuntos cuotidianos parecian resolverse solos, como si de noche espiritus generosos limpiaran el consultorio, pusieran al dia los archivos, entraran discretamente a la habitacion de Tao Chi?en para lavar su ropa, pegar sus botones, cepillar sus trajes y cambiar el agua de las rosas sobre su mesa.

– No me agobies de atenciones, Eliza.

– Dijiste que los chinos esperan que las mujeres los sirvan.

– Eso es en China, pero yo nunca tuve esa suerte… Me estas malcriando.

– De eso se trata. Miss Rose decia que para dominar a un hombre hay que acostumbrarlo a vivir bien y cuando se porta mal, el castigo consiste en suprimir los mimos.

– ?No se quedo soltera Miss Rose?

– Por decision propia, no por falta de oportunidades.

– No pienso portarme mal, pero despues ?como vivire solo?

– Nunca viviras solo. No eres del todo feo y siempre habra una mujer de pies grandes y mal caracter dispuesta a casarse contigo -replico y el se echo a reir encantado.

Tao habia comprado muebles finos para el aposento de Eliza, el unico de la casa decorado con cierto lujo. Paseando juntos por Chinatown, ella solia admirar el estilo de los muebles tradicionales chinos. 'Son muy hermosos, pero pesados. El error es poner demasiados', decia. Le regalo una cama y un armario de madera oscura tallada y despues ella eligio una mesa, sillas y un biombo de bambu. No quiso una colcha de seda, como se usaria en China, sino una de aspecto europeo, de lino blanco bordado con grandes almohadones del mismo material.

– ?Estas seguro que quieres hacer este gasto, Tao?

– Estas pensando en las 'sing song girls'…

– Si.

– Tu misma has dicho que todo el oro de California no podria comprarlas a todas. No te preocupes, tenemos suficiente.

Eliza retribuia de mil formas sutiles: discrecion para respetar su silencio y sus horas de estudio, esmero en secundarlo en el consultorio, valor en la tarea de rescate de las ninas. Sin embargo, para Tao Chi?en el mejor regalo era el invencible optimismo de su amiga, que lo obligaba a reaccionar cuando las sombras amenazaban con envolverlo por completo. 'Si andas triste pierdes fuerza y no puedes ayudar a nadie. Vamos a dar un paseo, necesito oler el bosque. Chinatown huele a salsa de soya' y se lo llevaba en coche a las afueras de la ciudad. Pasaban el dia al aire libre correteando como muchachos, esa noche el dormia como un bendito y despertaba de nuevo vigoroso y alegre.

El capitan John Sommers atraco en el puerto de Valparaiso el 15 de marzo de 1853, agotado con el viaje y las exigencias de su patrona, cuyo capricho mas reciente consistia en acarrear a remolque desde el sur de Chile un trozo de glaciar del tamano de un barco ballenero. Se le habia ocurrido fabricar sorbetes y helados para la venta, en vista de que los precios de las verduras y frutas habian bajado mucho desde que empezo a prosperar la agricultura en California. El oro habia atraido a un cuarto de millon de inmigrantes en cuatro anos, pero la bonanza estaba pasando. A pesar de ello, Paulina Rodriguez de Santa Cruz no pensaba moverse mas de San Francisco. Habia adoptado en su fiero corazon a esa ciudad de heroicos advenedizos, donde aun no existian las clases sociales. Ella misma supervisaba la construccion de su futuro hogar, una mansion en la punta de un cerro con la mejor vista de la bahia, pero esperaba su cuarto hijo y queria tenerlo en Valparaiso, donde su madre y sus hermanas la mimarian hasta el vicio. Su padre habia sufrido una oportuna apoplejia, que le dejo medio cuerpo paralizado y el cerebro reblandecido. La invalidez no cambio el caracter de Agustin del Valle, pero le metio el susto de la muerte y, naturalmente, del infierno. Partir al otro mundo con una ristra de pecados mortales a la espalda no era buena idea, le habia repetido incansable su pariente, el obispo. Del mujeriego y rajadiablo que fuera, nada quedaba, no por arrepentimiento, sino porque su cuerpo machucado era incapaz de esos trotes. Oia misa diaria en la capilla de su casa y soportaba estoico las lecturas de los Evangelios y los inacabables rosarios que su mujer recitaba. Nada de eso, sin embargo, lo volvio mas benigno con sus inquilinos y empleados. Seguia tratando a su familia y al resto del mundo como un despota, pero parte de la conversion fue un subito e inexplicable amor por Paulina, la hija ausente. Se le olvido que la habia repudiado por escapar del convento para casarse con aquel hijo de judios, cuyo nombre no podia recordar porque no era un apellido de su clase. Le escribio llamandola su favorita, la unica heredera de su temple y su vision para los negocios, suplicandole que volviera al hogar, porque su pobre padre deseaba abrazarla antes de morir. ?Es cierto que el viejo esta muy mal?, pregunto Paulina, esperanzada, en una carta a sus hermanas. Pero no lo estaba y seguramente viviria muchos anos jorobando a los demas desde su sillon de lisiado. En todo caso, al capitan Sommers le toco transportar en ese viaje a su patrona con sus chiquillos malcriados, las sirvientas irremediablemente mareadas, el cargamento de baules, dos vacas para la leche de los ninos y tres perritos falderos con cintas en las orejas, como los de las cortesanas francesas, que reemplazaron al chucho ahogado en alta mar durante el primer viaje. Al capitan la travesia le parecio eterna y lo espantaba la idea de que dentro de poco deberia conducir a Paulina y su circo de vuelta a San Francisco. Por primera vez en su larga vida de navegante penso retirarse a pasar en tierra firme el tiempo que le quedaba en este mundo. Su hermano Jeremy lo aguardaba en el muelle y lo condujo a la casa,

Вы читаете Hija de la fortuna
Добавить отзыв
ВСЕ ОТЗЫВЫ О КНИГЕ В ИЗБРАННОЕ

0

Вы можете отметить интересные вам фрагменты текста, которые будут доступны по уникальной ссылке в адресной строке браузера.

Отметить Добавить цитату