pregunto Jeremy Sommers-. Cuando la conocio era una chiquilla. ?Cuantos anos hace de eso? Por lo menos seis o siete. ?Como podia imaginar que Eliza estaba en California? Esto es absurdo.
– Hace tres anos yo le conte lo que sucedio y el me prometio buscarla. Se la describi en detalle, Jeremy. Por lo demas, a Eliza nunca le cambio mucho la cara; cuando se fue todavia parecia una nina. Jacob Freemont la busco por un buen tiempo, hasta que le dije que posiblemente habia muerto. Ahora me prometio volver a intentarlo, incluso piensa contratar a un detective. Espero traerles noticias mas concretas en el proximo viaje.
– ?Por que no olvidamos este asunto de una vez por todas? -suspiro Jeremy.
– ?Porque es mi hija, hombre, por Dios! -exclamo el capitan.
– ?Yo ire a California a buscar a Eliza -interrumpio Miss Rose, poniendose de pie.
– ?Tu no iras a ninguna parte? -exploto su hermano mayor.
Pero ella ya habia salido. La noticia fue una inyeccion de sangre nueva para Miss Rose. Tenia la certeza absoluta de que encontraria a su hija adoptiva y por primera vez en cuatro anos existia una razon para continuar viviendo. Descubrio admirada que sus antiguas fuerzas estaban intactas, agazapadas en algun lugar secreto de su corazon, listas para servirle como la habian servido antes. El dolor de cabeza desaparecio por encanto, transpiraba y sus mejillas estaban rojas de euforia cuando llamo a las criadas para que la acompanaran al cuarto de los armarios a buscar maletas.
En mayo de 1853 Eliza leyo en el periodico que Joaquin Murieta y su secuaz, Jack Tres-Dedos, atacaron un campamento de seis pacificos chinos, los ataron por las coletas y los degollaron; despues dejaron las cabezas colgando de un arbol, como racimo de melones. Los caminos estaban tomados por los bandidos, nadie andaba seguro por esa region, habia que movilizarse en grupos numerosos y bien armados. Asesinaban mineros americanos, aventureros franceses, buhoneros judios y viajeros de cualquier raza, pero en general no atacaban a indios ni mexicanos, de ellos se encargaban los gringos. La gente aterrorizada trancaba puertas y ventanas, los hombres vigilaban con los rifles cargados y las mujeres se escondian, porque ninguna queria caer en manos de Jack Tres-Dedos. De Murieta, en cambio, se decia que jamas maltrataba a una mujer y en mas de una ocasion salvo a una joven de ser mancillada por los facinerosos de su pandilla. Las posadas negaban hospedaje a los viajeros, porque temian que uno de ellos fuera Murieta. Nadie lo habia visto en persona y las descripciones se contradecian, aunque los articulos de Freemont habian ido creando una imagen romantica del bandido, que la mayor parte de los lectores aceptaba como verdadera. En Jackson se formo el primer grupo de voluntarios para dar caza a la banda, pronto habia companias de vengadores en cada pueblo y se desato una caceria humana sin precedentes. Nadie que hablara espanol estaba libre de sospecha, en pocas semanas hubo mas linchamientos apresurados de los que hubo en los cuatro anos anteriores. Bastaba hablar espanol para convertirse en enemigo publico y echarse encima la ira de los 'sheriffs' y alguaciles. El colmo de la burla fue cuando la banda de Murieta huia de una partida de soldados americanos, que les iba pisando los talones, y se desvio brevemente para atacar un campamento de chinos. Los soldados llegaron segundos despues y encontraron a varios muertos y a otros agonizando. Decian que Joaquin Murieta se ensanaba con los asiaticos porque rara vez se defendian, aunque estuvieran armados; tanto lo temian los 'celestiales' que su solo nombre producia una estampida de panico entre ellos. Sin embargo, el rumor mas persistente era que el bandido estaba armando un ejercito y, en complicidad con ricos rancheros mexicanos de la region, pensaba provocar una revuelta, sublevar a la poblacion espanola, masacrar a los americanos y devolver California a Mexico o convertirla en republica independiente.
Ante el clamor popular, el gobernador firmo un decreto autorizando al capitan Harry Love y un grupo de veinte voluntarios para dar caza a Joaquin Murieta en un plazo de tres meses. Se le asigno un sueldo de ciento cincuenta dolares al mes a cada hombre, lo cual no era mucho, teniendo en cuenta que debian financiar sus caballos, armas y provisiones, pero a pesar de ello, la compania estaba lista para ponerse en camino en menos de una semana. Habia una recompensa de mil dolares por la cabeza de Joaquin Murieta. Tal como senalo Jacob Freemont en el periodico, se condenaba a un hombre a muerte sin conocer su identidad, sin haber probado sus crimenes y sin juicio, la mision del capitan Love equivalia a un linchamiento. Eliza sintio una mezcla de terror y alivio, que no supo explicar. No deseaba que esos hombres mataran a Joaquin, pero tal vez eran los unicos capaces de encontrarlo; solo pretendia salir de la incertidumbre, estaba cansada de dar manotazos a las sombras. De todos modos, era poco probable que el capitan Love tuviera exito donde tantos otros habian fracasado, Joaquin Murieta parecia invencible. Decian que solo una bala de plata podia matarlo, porque le habian vaciados dos pistolas a quemarropa en el pecho y seguia galopando por la region de Calaveras.
– Si esa bestia es tu enamorado, mas vale que nunca lo encuentres -opino Tao Chi?en, cuando ella le mostro los recortes de los periodicos coleccionados por mas de un ano.
– Creo que no lo es…
– ?Como sabes?
En suenos veia a su antiguo amante con el mismo traje gastado y las camisas deshilachadas, pero limpias y bien planchadas, de los tiempos en que se amaron en Valparaiso. Aparecia con su aire tragico, sus ojos intensos y su olor a jabon y sudor fresco, la tomaba de la manos como entonces y le hablaba enardecido de la democracia. A veces yacian juntos sobre el monton de cortinas en el cuarto de los armarios, lado a lado, sin tocarse, completamente vestidos, mientras a su alrededor crujian las maderas azotadas por el viento del mar. Y siempre, en cada sueno, Joaquin tenia una estrella de luz en la frente.
– ?Y eso que significa? -quiso saber Tao Chi?en.
– Ningun hombre malo tiene luz en la frente.
– Es solo un sueno, Eliza.
– No es uno, Tao, son muchos suenos…
– Entonces estas buscando al hombre equivocado.
– Tal vez, pero no he perdido el tiempo -replico ella, sin dar mas explicaciones.
Por primera vez en cuatro anos volvia a tener conciencia de su cuerpo, relegado a un plano insignificante desde el instante en que Joaquin Andieta se despidio de ella en Chile, aquel funesto 22 de diciembre de 1848. En su obsesion por encontrar a ese hombre renuncio a todo, incluso su feminidad. Temia haber perdido por el camino su condicion de mujer para convertirse en un raro ente asexuado. Algunas veces, cabalgando por cerros y bosques, expuesta a la inclemencia de todos los vientos, recordaba los consejos de Miss Rose, que se lavaba con leche y jamas permitia un rayo de sol sobre su piel de porcelana, pero no podia detenerse en semejantes consideraciones. Soportaba el esfuerzo y el castigo porque no tenia alternativa. Consideraba su cuerpo, como sus pensamientos, su memoria o su sentido del olfato, parte inseparable de su ser. Antes no entendia a que se referia Miss Rose cuando hablaba del alma, porque no lograba diferenciarla de la unidad que ella era, pero ahora empezaba a vislumbrar su naturaleza. Alma era la parte inmutable de si misma. Cuerpo, en cambio, era esa bestia temible que despues de anos invernando despertaba indomita y llena de exigencias. Venia a recordarle el ardor del deseo que alcanzo a saborear brevemente en el cuarto de los armarios. Desde entonces no habia sentido verdadera urgencia de amor o de placer fisico, como si esa parte de ella hubiera permanecido profundamente dormida. Lo atribuyo al dolor de haber sido abandonada por su amante, al panico de verse encinta, a su paseo por los laberintos de la muerte en el barco, al trauma del aborto. Estuvo tan machucada, que el terror de verse otra vez en tales circunstancias fue mas fuerte que el impetu de la juventud. Pensaba que por el amor se pagaba un precio demasiado alto y era mejor evitarlo por completo, pero algo se le habia dado vuelta por dentro en los ultimos dos anos junto a Tao Chi?en y de pronto el amor, como el deseo, le parecia inevitable. La necesidad de vestirse de hombre empezaba a pesarle como una carga. Recordaba la salita de costura, donde seguro en esos momentos Miss Rose estaria haciendo otro de sus primorosos vestidos, y la abrumaba una oleada de nostalgia por aquellas delicadas tardes de su infancia, por el te de las cinco en las tazas que Miss Rose habia heredado de su madre, por las correrias comprando frivolidades de contrabando en los barcos. ?Y que seria de Mama Fresia? La veia refunfunando en la cocina, gorda y tibia, olorosa a albahaca, siempre con un cucharon en la mano y una olla hirviendo sobre la estufa, como una afable hechicera. Sentia una anoranza apremiante por esa complicidad femenina de antano, un deseo perentorio de sentirse mujer nuevamente. En su habitacion no habia un espejo grande para observar a aquella criatura femenina que luchaba por imponerse. Queria verse desnuda. A veces despertaba al amanecer afiebrada por suenos impetuosos en que a la imagen de Joaquin Andieta con una estrella en la frente, se sobreponian otras visiones surgidas de los libros eroticos que antes leia en voz alta a las palomas de la Rompehuesos. En aquel entonces lo hacia con notable indiferencia, porque esas descripciones nada evocaban en ella, pero ahora venian a penarle en suenos como lubricos espectros. A solas en su hermoso aposento de muebles chinos, aprovechaba la luz del amanecer filtrandose debilmente por las ventanas para