dedicarse a la arrobada exploracion de si misma. Se despojaba del pijama, miraba con curiosidad las partes de su cuerpo que alcanzaba a ver y recorria a tientas las otras, como hacia anos atras en la epoca en que descubria el amor. Comprobaba que habia cambiado poco. Estaba mas delgada, pero tambien parecia mas fuerte. Las manos estaban curtidas por el sol y el trabajo, pero el resto era tan claro y liso como lo recordaba. Le parecia pasmoso que despues de tanto tiempo aplastados bajo una faja, todavia tuviera los mismos pechos de antes, pequenos y firmes, con los pezones como garbanzos. Se soltaba la melena, que no se habia cortado en cuatro meses y peinaba en una apretada cola en la nuca, cerraba los ojos y agitaba la cabeza con placer ante el peso y la textura de animal vivo de su pelo. Le sorprendia esa mujer casi desconocida, con curvas en los muslos y en las caderas, con cintura breve y un vello crespo y aspero en el pubis, tan diferente al cabello liso y elastico de la cabeza. Levantaba un brazo para medir su extension, apreciar su forma, ver de lejos sus unas; con la otra mano palpaba su costado, el relieve de las costillas, la cavidad de la axila, el contorno del brazo. Se detenia en los puntos mas sensibles de la muneca y el doblez del codo, preguntandose si Tao sentiria las mismas cosquillas en las mismas partes. Tocaba su cuello, dibujaba las orejas, el arco de las cejas, la linea de los labios; recorria con un dedo el interior de la boca y luego se lo llevaba a los pezones, que se erguian al contacto de la saliva caliente. Pasaba con firmeza las manos por sus nalgas, para aprender su forma, y luego con liviandad, para sentir la tersura de la piel. Se sentaba en su cama y se palpaba desde los pies hasta las ingles, sorprendida de la casi imperceptible pelusa dorada que habia aparecido sobre sus piernas. Abria los muslos y tocaba la misteriosa hendidura de su sexo, morbida y humeda; buscaba el capullo del clitoris, centro mismo de sus deseos y confusiones, y al rozarlo acudia de inmediato la vision inesperada de Tao Chi?en. No era Joaquin Andieta, de cuyo rostro escasamente podia acordarse, sino su fiel amigo quien venia a nutrir sus febriles fantasias con una mezcla irresistible de abrazos ardientes, de suave ternura y de risa compartida. Despues se olia las manos, maravillada de ese poderoso aroma de sal y frutas maduras que emanaba de su cuerpo.
Tres dias despues de que el gobernador pusiera precio a la cabeza de Joaquin Murieta, anclo en el puerto de San Francisco el vapor 'Northener' con doscientos setenta y cinco sacos de correo y Lola Montez. Era la cortesana mas famosa de Europa, pero ni Tao Chi?en ni Eliza habian oido jamas su nombre. Estaban en el muelle por casualidad, habian ido a buscar una caja de medicinas chinas que traia un marinero desde Shanghai. Creyeron que la causa del tumulto de carnaval era el correo, nunca se habia recibido un cargamento tan abundante, pero los petardos de fiesta los sacaron de su error. En esa ciudad acostumbrada a toda suerte de prodigios, se habia juntado una multitud de hombres curiosos por ver a la incomparable Lola Montez, quien habia viajado por el Istmo de Panama precedida por el redoble de tambores de su fama. Descendio del bote en brazos de un par de afortunados marineros, que la depositaron en tierra firme con reverencias dignas de una reina. Y esa era exactamente la actitud de aquella celebre amazona mientras recibia los vitores de sus admiradores. La batahola cogio a Eliza y Tao Chi?en de sorpresa, porque no sospechaban el linaje de la bella, pero rapidamente los espectadores los pusieron al dia. Se trataba de una irlandesa, plebeya y bastarda, que se hacia pasar por una noble bailarina y actriz espanola. Danzaba como un ganso y de actriz solo tenia una inmoderada vanidad, pero su nombre convocaba imagenes licenciosas de grandes seductoras, desde Dalila hasta Cleopatra, y por eso acudian a aplaudirla delirantes muchedumbres. No iban por su talento, sino para comprobar de cerca su perturbadora malignidad, su legendaria hermosura y su fiero temperamento. Sin mas talento que desfachatez y audacia, llenaba teatros, gastaba como un ejercito, coleccionaba joyas y amantes, sufria epopeyicas rabietas, habia declarado la guerra a los jesuitas y salido expulsada de varias ciudades, pero su maxima hazana consistia en haber roto el corazon de un rey. Ludwig I de Baviera fue un buen hombre, avaro y prudente durante sesenta anos, hasta que ella le salio al paso, le dio un par de vueltas mortales y lo dejo convertido en un pelele. El monarca perdio el juicio, la salud y el honor, mientras ella esquilmaba las arcas reales de su pequeno reino. Todo lo que quiso se lo dio el enamorado Ludwig, incluso un titulo de condesa, mas no pudo conseguir que sus subditos la aceptaran. Los pesimos modales y descabellados caprichos de la mujer provocaron el odio de los ciudadanos de Munich, quienes terminaron por lanzarse en masa a la calle para exigir la expulsion de la querida del rey. En vez de desaparecer calladamente, Lola enfrento a la turba armada con una fusta para caballos y la habrian hecho picadillo si sus fieles sirvientes no la meten a viva fuerza en un coche para colocarla en la frontera. Desesperado, Ludwig I abdico al trono y se dispuso a seguirla al exilio, pero sin corona, poder ni cuenta bancaria, de poco servia el caballero y la beldad simplemente lo planto.
– Es decir, no tiene mas merito que la mala fama -opino Tao Chi?en.
Un grupo de irlandeses desengancharon los caballos del coche de Lola, se colocaron en sus lugares y la arrastraron hasta su hotel por calles tapizadas de petalos de flores. Eliza y Tao Chi?en la vieron pasar en gloriosa procesion.
– Es lo unico que faltaba en este pais de locos -suspiro el chino, sin una segunda mirada para la bella.
Eliza siguio el carnaval por varias cuadras, entre divertida y admirada, mientras a su alrededor estallaban cohetes y tiros al aire. Lola Montez llevaba el sombrero en la mano, tenia el cabello negro partido al centro con rizos sobre las orejas y ojos alucinados de un color azul nocturno, vestia una falda de terciopelo obispal, blusa con encajes en el cuello y los punos y una chaqueta corta de torero recamada de mostacillas. Tenia una actitud burlona y desafiante, plenamente consciente de que encarnaba los deseos mas primitivos y secretos de los hombres y simbolizaba lo mas temido por los defensores de la moral; era un idolo perverso y el papel le encantaba. En el entusiasmo del momento alguien le lanzo un punado de oro en polvo, que quedo adherido a sus cabellos y a su ropa como un aura. La vision de esa joven mujer, triunfante y sin miedo, sacudio a Eliza. Penso en Miss Rose, como hacia cada vez mas a menudo, y sintio una oleada de compasion y ternura por ella. La recordo azorada en su corse, la espalda recta, la cintura estrangulada, transpirando bajo sus cinco enaguas, 'sientate con las piernas juntas, camina derecha, no te apures, habla bajito, sonrie, no hagas morisquetas porque te llenaras de arrugas, callate y finge interes, a los hombres les halaga que las mujeres los escuchen'. Miss Rose, con su olor a vainilla, siempre complaciente… Pero tambien la recordo en la banera, apenas cubierta por una camisa mojada, los ojos brillantes de risa, el cabello alborotado, las mejillas rojas, libre y contenta, cuchicheando con ella, 'una mujer puede hacer lo que quiera, Eliza, siempre que lo haga con discrecion'. Sin embargo, Lola Montez lo hacia sin la menor prudencia; habia vivido mas vidas que el mas bravo aventurero y lo hacia hecho desde su altiva condicion de hembra bien plantada. Esa noche Eliza llego a su cuarto pensativa y abrio sigilosamente la maleta de sus vestidos, como quien comete una falta. La habia dejado en Sacramento cuando partio en persecucion de su amante la primera vez, pero Tao Chi?en la habia guardado con la idea de que algun dia el contenido podria servirle. Al abrirla, algo cayo al suelo y comprobo sorprendida que era su collar de perlas, el precio que habia pagado a Tao Chi?en por introducirla al barco. Se quedo largo rato con las perlas en la mano, conmovida. Sacudio los vestido y los puso sobre su cama, estaban arrugados y olian a sotano. Al dia siguiente los llevo a la mejor lavanderia de Chinatown.
– Voy a escribir una carta a Miss Rose, Tao -anuncio.
– ?Por que?
– Es como mi madre. Si yo la quiero tanto, seguro ella me quiere igual. Han pasado cuatro anos sin noticias, debe creer que estoy muerta.
– ?Te gustaria verla?
– Claro, pero eso es imposible. Voy a escribir solo para tranquilizarla, pero seria bueno que ella pudiera contestarme, ?te importa que le de esta direccion?
– Quieres que tu familia te encuentre… -dijo el y se le quebro la voz.
Ella se quedo mirandolo y se dio cuenta que nunca habia estado tan cerca de alguien en este mundo, como en ese instante lo estaba de Tao Chi?en. Sintio a ese hombre en su propia sangre, con tal antigua y feroz certeza, que se maravillo del tiempo transcurrido a su lado sin advertirlo. Lo echaba de menos, aunque lo veia todos los dias. Anoraba los tiempos despreocupados en que fueron buenos amigos, entonces todo parecia mas facil, pero tampoco deseaba volver atras. Ahora habia algo pendiente entre ellos, algo mucho mas complejo y fascinante que la antigua amistad.
Sus vestidos y enaguas habian regresado de la lavanderia y estaban sobre su cama, envueltos en papel. Abrio la maleta y saco sus medias blancas y sus botines, pero dejo el corse. Sonrio ante la idea de que nunca se habia vestido de senorita sin ayuda, luego se puso las enaguas y se probo uno a uno los vestidos para elegir el mas apropiado para la ocasion. Se sentia forastera en esa ropa, se enredo con las cintas, los encajes y los botones, necesito varios minutos para abrocharse los botines y encontrar el equilibrio debajo de tantas enaguas, pero con