otros, si no me molestan a mi. ?Asi esta mejor! ?Tranquilicese de una vez, Lucia!

La joven no respondia. Estaba inconsciente. Solo al llegar a la tienda recobro el sentido.

— ?Quien era ese joven? — indago Pedro. Lucia lo miro con ira y mascullo:

— Suelteme.

Zurita fruncio el ceno. «Boberias — penso —. Su principe azul se tiro al mar. Tanto mejor.» Y dirigiendose a la tienda, Zurita exclamo:

— ?Baltasar!

Baltasar salio corriendo.

— Aqui tienes a tu hija. Y dame las gracias. Acabo de salvarla; queria tirarse al mar detras de un apuesto joven. Es la segunda vez que le salvo la vida y sigue despreciandome. Pero esa terquedad se acabara muy pronto. — Y solto una risotada, como era costumbre de el —. Regresare dentro de una hora. ?Y no olvides lo convenido!

Baltasar, con humillantes reverencias, recibio su hija de las manos de Pedro.

El jinete espoleo el caballo y se fue.

Padre e hija entraron en la tienda. Lucia se sento desconsolada y tapo la cara con las manos.

Baltasar cerro la puerta y, andando por la tienda, comenzo a hablar atropelladamente. Pero nadie le atendia. Con el mismo exito les podia haber soltado un sermon a los animales disecados que tenia en los anaqueles.

«Se tiro al agua — pensaba la joven, recordando el rostro de Ictiandro —. ?Desdichado! Primero Olsen, luego ese absurdo encuentro con Zurita. ?Como se habra atrevido a decirme novia? Ahora todo se vino abajo…»

Lucia seguia sin poder contener el llanto. Sentia enorme pena por Ictiandro. Tan sencillo, tan timido; ?acaso podian compararse con el los frivolos y arrogantes jovenes de Buenos Aires?

«?Que hacer ahora? — pensaba —. ?Tirarme al mar como Ictiandro? ?Suicidarme?»

Y Baltasar seguia hablando sin cesar:

— ?Comprendes, hija? Seria nuestra ruina. Todo cuanto ves en nuestra tienda le pertenece a Zurita. Mi propia mercancia no constituye ni la decima parte. Todas las perlas nos las suministra Zurita. Pero si le niegas la mano otra vez, se llevara toda su mercancia y no volvera a tener negocio conmigo, ?Y eso sera la ruina! ?La ruina absoluta! Se buena, ten compasion de tu anciano padre.

— Acaba ya y casate con el.

— ?No! — respondio Lucia.

— ?Maldicion! — exclamo desesperado Baltasar —. ?Si te empenas, ya… ya… no sere yo, sera Zurita quien te haga entrar en razon! — Y el anciano se retiro a su laboratorio dando un portazo.

BATALLA CAMPAL CONTRA PULPOS

Al tirarse al mar, Ictiandro olvido temporalmente sus desventuras en la tierra. Despues de la permanencia en el caluroso y sofocante ambiente, el frescor del agua lo tranquilizo y alivio. Los punzantes dolores en los costados desaparecieron. Respiraba profunda y uniformemente. Necesitaba reposo absoluto, por eso trataba de no pensar en lo sucedido en la tierra.

Ictiandro buscaba actividad, algo que requiriera dinamismo. ?En que ocuparse? Le encantaba saltar al agua desde el acantilado, en las oscuras noches, hasta tocar fondo. Pero ahora el sol estaba en el cenit y el mar, plagado de lanchas pesqueras.

«Buena idea. Pondre en orden la gruta» penso Ictiandro.

En el acantilado de la bahia habia una gruta con un gran arco, desde el que se descubria una magnifica vista panoramica a la meseta que descendia en ligero declive y se perdia en el fondo del mar. Ictiandro hacia mucho que le habia puesto el ojo a esa gruta. Pero antes de acomodarse en ella era menester desalojar a varias familias de pulpos.

Ictiandro se puso las gafas, cogio un cuchillo largo, corvo y afilado, y se dirigio decidido a la boca de la gruta. Entrar resultaba demasiado riesgoso, por eso decidio provocar la salida del enemigo para darle la batalla campal fuera. En una lancha hundida habia advertido hacia mucho una fisga. La empuno y desde la boca de la gruta comenzo a moverla. Los pulpos, descontentos por la irrupcion del desconocido, se inquietaron. Ictiandro retiraba la fisga antes de que los tentaculos del pulpo tuvieran tiempo de atraparla. Ese juego se prolongo varios minutos. Al fin, decenas de tentaculos, cual la cabellera de la Medusa Gorgona, se agitaron al borde del arco. Un viejo, enorme pulpo, perdio la paciencia y decidio castigar al intruso. El animal salio de la grieta moviendo los tentaculos de modo amenazador. Se dirigio lentamente hacia el enemigo cambiando de color para asustar a Ictiandro. Este se hizo a un lado, tiro la fisga y se preparo para el combate. Ictiandro sabia lo dificil que era combatir con dos brazos contra un enemigo que disponia de ocho largos tentaculos. Apenas se le corta uno, los otros siete le neutralizan los brazos al hombre. Por eso el joven decidio atacar con su cuchillo al cuerpo del pulpo. Dejando aproximarse al monstruo de modo que lo alcanzaran solo las puntas de sus tentaculos, Ictiandro se lanzo subitamente hacia adelante, al mismo nudo de los tentaculos, a la cabeza del pulpo.

Esta insolita tactica siempre sorprendia al pulpo. El animal requeria no menos de cuatro segundos para recoger los extremos de los tentaculos y envolver al enemigo. Pero ese tiempo le bastaba a Ictiandro para asestar un rapido y certero golpe, cortar el cuerpo del monstruo, afectandole el corazon y destruyendole los nervios motores. Y los enormes tentaculos, que ya enrollaban su cuerpo en un abrazo mortal, se aflojaban subitamente y caian sin vida.

— ?Uno la espicho!

Ictiandro volvio a echar mano de la fisga. Esta vez le salieron al encuentro dos pulpos. Uno de ellos iba directamente a el, mientras el otro realizaba un movimiento envolvente para atacarlo por la espalda. Esto ya era peligroso. Ictiandro se lanzo con arrojo al pulpo que tenia delante, pero antes de que pudiera matarle, el que tenia detras le enlazo el cuello. El joven corto rapidamente el tentaculo, pinchandolo junto a su mismo cuello. Luego se volvio de cara a el y le cerceno los tentaculos. El pulpo mutilado descendio lentamente al fondo. Ictiandro ya destruia al que le vino en ataque frontal.

— Ya son tres — siguio llevando la cuenta el joven. No obstante, tuvo que interrumpir la batalla.

De la gruta salia todo un destacamento de pulpos, pero la sangre derramada enturbio el agua. En esas circunstancias los pulpos podrian verse favorecidos, pues ellos localizaban al adversario a tientas mientras que Ictiandro no podria verlos. El se replego al agua limpia y alli dejo sin vida a otro que salio de la sanguinolenta nube.

Con algunos intervalos, la batalla se prolongo varias horas.

Cuando fue muerto el ultimo pulpo y el agua se torno transparente, Ictiandro vio en el fondo los cuerpos sin vida y los tentaculos cercenados moviendose convulsivamente. Ictiandro entro en la gruta. Todavia quedaban varias crias del tamano de un puno y los tentaculos no mas gruesos que los dedos de la mano. Quiso matarlas, pero sintio lastima. «Debo intentar domesticarlos. No estaria mal tener ese tipo de guardianes.»

Tras haber limpiado la gruta de pulpos grandes, Ictiandro decidio amueblar su vivienda submarina. Trajo de casa una mesa con pies de hierro y tabla de marmol, y dos jarrones chinos. Coloco la mesa en medio de la gruta. Lleno los jarrones de tierra, planto en ellos flores marinas y los puso sobre la mesa. Parte de la tierra, erosionada por el agua, se mantuvo cierto tiempo en suspenso sobre los jarros, pero posteriormente el agua se aclaro. Y las flores, movidas por el agua ligeramente agitada, se mecian cual si la brisa las acariciara.

El muro de la cueva submarina tenia un saliente, algo asi como un apoyo natural, en el que el nuevo inquilino se tendio satisfecho. Aunque la superficie no estaba pulida en el agua el cuerpo apenas la sentia.

Infinidad de peces acudieron a curiosear, a presenciar el insolito estreno del nuevo domicilio, extrano habitaculo submarino con jarrones chinos en la mesa. Pasaban entre los pies de la mesa, subian y se aproximaban a las flores como queriendo oliscarles; pasaban bajo la cabeza de Ictiandro, que descansaba sobre su propia mano. Una japuta se asomo a la gruta y salio coleando asustada. Por la blanca arena aparecio caminando un enorme cangrejo, alzo y volvio a bajar una pinza — como saludando al dueno —, y se acomodo bajo la mesa.

A Ictiandro le entretenia este pasatiempo. «?Con que adornar mas mi vivienda? — penso —. Colocare a la entrada las plantas mas hermosas, cubrire el suelo de perlas, y junto a las paredes, por los bordes, colocare ostras. Si Lucia pudiera ver esta habitacion submarina… Pero ella me engana. O, tal vez, no. Pues no le ha dado tiempo a contarme lo que queria sobre Olsen.» Ictiandro entristecio. Tan pronto dejo de trabajar volvio a sentirse solo, distinto de los demas humanos. «?Por que nadie puede vivir bajo el agua? Yo soy el unico. Tan pronto regresa mi padre, se lo preguntare…»

Sintio el prurito de mostrar su nueva vivienda submarina a algun ser viviente. «Leading» penso Ictiandro, recordando al delfin. Tomo la caracola, emergio y la hizo sonar varias veces. Pronto se oyeron los familiares resoplidos: el animal se mantenia siempre cerca de la bahia.

Cuando el delfin se aproximo, Ictiandro lo abrazo con carino y le dijo:

— Ven conmigo, Leading, te mostrare la nueva habitacion. Tu nunca has visto una mesa ni jarrones chinos.

Y, al sumergirse, Ictiandro le ordeno que lo siguiera.

Leading resulto ser un invitado muy inquieto. Con su enorme cuerpo y su torpeza agito tanto el agua en la gruta que los jarros se tambalearon. Por si fuera poco, se las ingenio para golpear con el morro un pie de la mesa y volcarla. Los jarros, como es natural, cayeron; si hubiera sucedido eso en la tierra se habrian hecho anicos. Pero alli tuvo un fin feliz, si descontamos el susto del cangrejo, quien emprendio una extrana carrera — de costado — para ir a refugiarse entre las rocas.

«Que torpe eres» penso Ictiandro, mientras ponia la mesa en el fondo de la gruta y levantaba los jarros.

Ictiandro abrazo al delfin y volvio a persuadirle:

— Quedate conmigo, Leading.

Pero el cetaceo comenzo muy pronto a sacudir la cabeza y a mostrarse inquieto. No podia permanecer por mucho tiempo bajo el agua. Necesitaba aire. Impulsandose con las aletas abandono la gruta y emergio.

«Ni Leading puede vivir conmigo bajo el agua — penso con tristeza Ictiandro al quedarse solo —. Los unicos en condiciones de hacerme compania son los peces. Pero son tan necios y asustadizos…»

Apenado, se tendio en su lecho de piedra. Al ponerse el sol la gruta quedo en tinieblas. El

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