agua mecia al joven con su ligero vaiven.

Extenuado por los disgustos y el trabajo, Ictiandro quedo adormilado.

UN NUEVO AMIGO

Olsen estaba en su barcaza y miraba por la borda cuanto sucedia en el agua. El sol acababa de asomarse por el horizonte y alumbraba, con sus oblicuos rayos, hasta lo mas profundo las transparentes aguas de la pequena bahia. Varios indios andaban en cuclillas por la blanca arena del fondo. De vez en cuando emergian para tomar aliento y volver a sumergirse. Olsen seguia atentamente la labor de aquellos hombres. Pese a ser muy de manana el sol ya calentaba, hacia calor. «?Por que no refrescarme, no bucear un par de veces?» penso, quitandose inmediatamente la ropa y zambullendose en un abrir y cerrar de ojos. Olsen no habia buceado nunca, pero le gusto, y comprendio que podia permanecer bajo el agua mas que los avezados indigenas. Se sumo a los buscadores, sintiendose muy pronto atraido por aquella, nueva para el, ocupacion.

Cuando fondeo por tercera vez vio a dos indios que, hasta entonces hincados de rodillas en el fondo, emergian presurosos cual si les persiguiera un tiburon o un pez sierra. Olsen se volvio, tratando de descubrir el motivo de la espantada, y vio que se le acercaba un extrano ser: semihombre-semirana, con el cuerpo cubierto de plateadas escamas, enormes ojos saltones y manos de rana. Avanzaba rapidamente, impulsandose como los batracios con los que guardaba semejanza.

Antes de que Olsen pudiera adoptar posicion vertical el monstruo ya estaba a su lado y le asia por el brazo con su mano de sapo. Pese al susto, Olsen advirtio que aquel ser tenia rostro humano con perfectas facciones, al que solo le desmerecian los brillantes ojos reventones. Aquel extrano ser, olvidandose de que estaba sumergido en el agua, comenzo a hablar, a decir algo. Pero Olsen no podia oir sus palabras, solo veia como se movian sus labios. Aquel desconocido ser le sujetaba con fuerza el brazo. Olsen se impulso con un fuerte movimiento de piernas y emergio, ayudandose con el brazo libre. El monstruo le siguio sin soltarlo. Tan pronto salio a la superficie, Olsen se agarro de la borda, echo un pie arriba, se encaramo en la barcaza y se sacudio a aquel humanoide con manos de rana, de tal suerte que lo tiro al agua con gran ruido. Los indios que estaban en la embarcacion saltaron al agua, procurando alcanzar la orilla lo antes posible.

Pero Ictiandro volvio a aproximarse a la barcaza y se dirigio a Olsen en espanol:

— Oigame, Olsen, necesito hablar con usted sobre Lucia.

Esto le asombro tanto como el inesperado encuentro en el fondo. Olsen era un hombre valiente y sereno. Comprendio en seguida que si aquel extrano ser conocia su nombre y el de Lucia tenia que ser un hombre, y no un monstruo.

— Suba, estoy a su disposicion — respondio Olsen. Ictiandro subio a la embarcacion, se sento en la proa, encogio las piernas y cruzo las manos en el pecho.

«?Son gafas!» penso Olsen al examinar atentamente los brillantes y saltones ojos del desconocido.

— Me llamo Ictiandro. Soy quien le rescato del fondo del mar un collar de perlas.

— Si, pero entonces tenia ojos y manos de persona, normales.

Ictiandro esbozo una sonrisa y agito sus manos de rana.

— Todo es postizo — repuso sin explayarse.

— Me lo imaginaba.

Los indios observaban con curiosidad aquel extrano dialogo desde las rocas costeras, aunque no podian distinguir lo que decian.

— ?Usted ama a Lucia? — inquirio Ictiandro tras una breve pausa.

— Si, la amo — respondio sencillamente Olsen. Ictiandro suspiro profundamente.

— ?Y ella lo ama a usted?

— Si, me ama.

— Pero, ?como es posible? Ella me quiere a mi.

— Eso es asunto de ella — Olsen se encogio de hombros.

— ?Como que asunto de ella? ?Acaso no es su novia?

Olsen se mostro asombrado y respondio con la misma tranquilidad:

— No, no es mi novia.

— ?Usted miente! — exclamo Ictiandro —. Yo mismo he oido como el hombre de los bigotes dijo desde el caballo que era novia.

— ?Mia?

Ictiandro se turbo. No, el hombre del mostacho no dijo que Lucia era novia de Olsen. Pero no puede ser que una joven sea novia de ese bigotudo, viejo y desagradable. ?Acaso suele pasar eso? El del mostacho sera su pariente… Ictiandro decidio llevar sus indagaciones por otra via.

— ?Que hacia usted aqui? ?Buscaba perlas?

— Debo confesarle que sus inquisiciones me estan importunando — profirio Olsen con tono malhumorado —. Y, si no hubiera tenido algunas referencias sobre usted por parte de Lucia ya le habria tirado del barco, y asunto acabado. Y deje quieto el cuchillo. Le puedo quebrar la cabeza con en remo antes de que le de tiempo a levantarse. No obstante, no estimo necesario ocultarle que estaba buscando realmente perlas.

— ?La perla grande que yo lance al mar? ?Lucia le conto eso?

Olsen asintio.

Ictiandro cantaba victoria.

— Yo le habia dicho que usted la admitiria. Le propuse que se la transmitiera a usted, pero no accedio, y ahora usted mismo la esta buscando.

— Si, efectivamente, porque ahora no le pertenece a usted, sino al oceano. Y si la encuentro no le voy a deber nada a nadie.

— ?Tanto le gustan las perlas?

— No soy una mujer para que me encanten esas boberias — objeto Olsen.

— Pero las perlas se pueden… ?como es eso? ?Ah, si! Vender — recordo Ictiandro ese vocablo tan poco comprensible para el —, y obtener mucho dinero.

Olsen volvio a mover la cabeza afirmativamente.

— Entonces, ?a usted le gusta el dinero?

— ?Que quiere usted de mi? — inquirio Olsen evidentemente irritado.

— Yo necesito saber por que Lucia le regala a usted las perlas. ?Queria casarse con ella?

— No, no me proponia casarme con Lucia — dijo Olsen —. Y aunque quisiera, ahora ya es tarde. Lucia es esposa de otro.

Ictiandro palidecio y le agarro la mano a Olsen.

— ?Del bigotudo? — inquirio horrorizado.

— Si, contrajo matrimonio con Pedro Zurita.

— Pero ella… Me parecia que me amaba a mi — dijo muy quedo Ictiandro.

Olsen lo miro compasivo y, tras prender lentamente una pipa cortita, dijo:

— Si, creo que le amaba a usted. Pero usted, en presencia de ella, se tiro al mar y se ahogo: asi, por lo menos, pensaba ella.

Ictiandro miro asombrado a Olsen. El joven jamas le habia dicho a Lucia que podia vivir bajo el agua. Nunca se le habia podido ocurrir que su salto, desde el acantilado al mar, pudiera ser interpretado por ella como un suicidio.

— Anoche he visto a Lucia — continuo Olsen —. La muerte de usted le ha causado profundo dolor. «Soy culpable de la muerte de Ictiandro», me ha dicho.

— Pero ?por que se ha casado tan pronto con otro? Pues ella… pues yo le he salvado la vida. ?Si, si, le he salvado la vida! Me parecia que Lucia era la chica que yo habia salvado en el oceano. La saque a la orilla y me escondi entre las rocas. Luego vino el hombre del bigote — a el lo conoci en seguida — y la hizo creer que el la habia salvado.

— Lucia me conto ese caso — dijo Olsen —. Ella no llego a saber quien fue realmente su salvador: Zurita o el ser extrano que se le aparecio cuando recobraba el conocimiento. ?Por que no le ha dicho que usted la salvo?

— Me resultaba violento decirselo yo mismo.

Ademas, no estaba del todo seguro de que era precisamente Lucia hasta que vi a Zurita. Pero ?como ha podido conformarse? — preguntaba Ictiandro.

— Yo mismo no acabo de entender — articulo lentamente Olsen — como ha podido suceder eso.

— Cuenteme lo que sepa — suplico Ictiandro.

— Soy receptor de ostras en la fabrica de botones. Alli conoci a Lucia. Cuando el padre estaba ocupado en otros asuntos del negocio, la mandaba a ella a entregar las ostras. Nos conocimos, hicimos amistad. De vez en cuando nos veiamos en el puerto, paseabamos por la orilla del mar. Ella me contaba sus penas: un espanol acaudalado pedia su mano.

— ?Ese mismo? ?Zurita?

— Si, Zurita. El indio Baltasar, padre de Lucia, estaba sumamente interesado en ese matrimonio y persuadia a la hija a que accediera a la peticion de tan distinguido pretendiente.

— ?Distinguido? Pero si es un viejo repugnante, apestoso — le interrumpio Ictiandro sin poder contenerse.

— Zurita es para Baltasar el yerno mas idoneo. ?Por que? Muy sencillo. Baltasar habia contraido una cuantiosa deuda con Zurita, y un no rotundo por parte de Lucia podria suponer la ruina para su padre. Es facil imaginarse la vida de la desdichada joven en esas circunstancias. Por un lado los importunos requiebros del novio; por el otro, el padre con sus constantes reproches, reganinas, amenazas…

— ?Por que Lucia no le dio con la puerta en las narices? ?Por que usted, tan corpulento y fuerte, no le dio una buena zurra a ese Zurita?

Olsen no pudo contener la sonrisa y el asombro: se veia que Ictiandro era un muchacho listo, pero ?como podia preguntar semejantes cosas? ?En que medio se habria formado?

— Eso no es tan facil como pueda parecerle a usted — repuso Olsen —. Zurita y Baltasar contarian con el respaldo de la ley y de la policia. — Ictiandro siguio sin entender lo que eso significaba —. Total, eso no podia ser.

— Bien, ?por que entonces no se escapo?

— Escapar era mas facil. Ella se decidio a abandonar el hogar paterno, y yo le prometi ayuda. Hacia mucho que me habia propuesto abandonar Buenos Aires e instalarme en los Estados Unidos, y le propuse a Lucia partir conmigo.

— ?Usted queria casarse con ella? — inquirio Ictiandro.

— ?Vaya! — exclamo Olsen dibujando una condescendiente sonrisa —. Ya le he dicho que no eramos mas que amigos. Lo que despues pudiera suceder, no lo se…

— ?Por que no se marcharon?

— Por falta de dinero para el viaje.

— ?Tan caro es el viaje en el «Horrocks»?

— ?En el «Horrocks»! En el «Horrocks» solo viajan millonarios. Que le pasa, Ictiandro, ?esta en babia?

Ictiandro se turbo, se ruborizo y decidio no preguntar nada mas, para evitar que Olsen se enterara de que desconocia las cosas mas elementales.

— No nos alcanzaba el dinero siquiera para viajar en un vapor mixto. Ademas, al llegar tendriamos gastos. Trabajo no se encuentra en cualquier parte.

Ictiandro estuvo a punto de

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