?Por que? — inquirio sombrio.

— Estoy ocupada.

— ?Se puede saber en que?

— No sea tan curioso — repuso la joven con una sonrisa —. No me acompane — anadio, y se fue.

Ictiandro se sumergio en el mar y se paso la noche en el fondo, teniendo por colchon unas piedras cubiertas de musgo. El disgusto era mayusculo. Cuando empezo a clarear el alba salio a nado para casa.

Ya cerca de la bahia vio como unos pescadores disparaban desde las lanchas contra delfines. Un gran animal, herido de bala, salto sobre el agua y cayo pesadamente.

— ?Leading! — susurro horrorizado Ictiandro. Uno de los pescadores ya habia saltado al agua y esperaba a que el animal herido saliera a la superficie. Pero el delfin emergio a unos cien metros del pescador y, tras cobrar aliento, volvio a sumergirse.

El pescador nadaba rapidamente hacia el delfin. Ictiandro acudio en seguida en ayuda de su amigo. El delfin volvio a emerger y en ese preciso momento el pescador lo agarro por la aleta, arrastrando al debilitado animal hacia la lancha.

Ictiandro, nadando sumergido, alcanzo al pescador y le mordio la pierna. El hombre, creyendo que era un tiburon, comenzo a patalear desesperadamente. Tratando de defenderse, asesto un golpe a ciegas con el cuchillo que llevaba en la otra mano. El golpe le acerto a Ictiandro en la parte del cuello no defendida por las escamas. Ictiandro solto la pierna del pescador, quien se apresuro a alcanzar la lancha. El delfin herido e Ictiandro se dirigieron a la bahia. El joven le ordeno al delfin que lo siguiera y buceo para entrar en la gruta submarina. El agua llegaba alli solamente hasta la mitad de la altura. El aire penetraba en ella por unas grietas. Alli el delfin podia cobrar aliento sin temor alguno. Ictiandro examino su herida. No era peligrosa. La bala penetro bajo la piel y se estanco en la grasa. Ictiandro consiguio sacarsela con los dedos. El delfin sufrio la operacion con resignacion.

— Te pasara muy pronto — le dijo Ictiandro a su amigo, dandole carinosas palmadas en el lomo.

Ahora debia ocuparse de su herida. El joven nado rapido por el tunel submarino, subio al jardin y entro en la casita blanca.

Cristo se asusto sinceramente al ver a su pupilo herido.

— ?Que te ha pasado?

— Me hirieron los pescadores cuando trate de defender a un delfin — dijo Ictiandro.

Pero Cristo no le creyo.

— ?Has vuelto a ir a la ciudad sin mi? — inquirio receloso, mientras le vendaba la herida. El joven callo.

— Levanta tus escamas — le dijo Cristo y le destapo parcialmente el hombro. El indio advirtio en el hombro una mancha rojiza. El aspecto de esa mancha le asusto a Cristo.

— ?Te golpearon con el remo? — le pregunto, palpandole el hombro. No habia hinchazon. Era obviamente un lunar.

— No — respondio Ictiandro.

El joven se retiro a su alcoba, y el viejo indio, con la cabeza apuntalada por las manos, se sumio en meditaciones. Permanecio asi largo tiempo, luego se levanto y salio del comedor.

Cristo partio presuroso para la ciudad, entro jadeante en la tienda de Baltasar y, mirando con suspicacia a Lucia, sentada junto al mostrador, inquirio:

— ?Esta papa?

— Ahi esta — respondio la joven, senalando con la cabeza la puerta de otra pieza.

Cristo entro en el laboratorio y cerro la puerta.

Encontro al hermano enfrascado en su habitual ocupacion, lavando perlas. Baltasar, al igual que la vez anterior, estaba irritado.

— Ustedes vuelven loco a cualquiera — comenzo rezongando de entrada Baltasar —. Zurita esta hecho un basilisco porque no le traes al «demonio marino», Lucia desaparece de casa durante todo el dia. De Zurita no quiere saber nada. No hace otra cosa que repetir machaconamente: «?No! ?No!» Y Zurita sigue en sus trece: «?Estoy harto de esperar! — dice —. Me la llevare por la fuerza, y se acabo. Primero llorara, pero ya se tranquilizara». De ese hombre se puede esperar cualquier cosa.

Cristo escucho con paciencia los lamentos del hermano y dijo:

— No he podido traer al «demonio marino» porque, al igual que Lucia desaparece todos los dias de casa sin mi. Y conmigo no quiere venir a la ciudad. Ha dejado de obedecerme por completo. Cuando regrese el doctor me amonestara por no haber cuidado debidamente de Ictiandro…

— Entonces hay que secuestrar a Ictiandro lo antes posible, tu abandonaras la casa de Salvador antes de que el regrese y…

— Esperate, Baltasar. No me interrumpas, hermano. En lo relativo al joven debo decirte que requiere mas cuidado, no debemos precipitarnos.

— ?Como que no debemos precipitarnos?

Cristo exhalo un suspiro, como si algo le impidiera exponer su plan.

— Mira, Baltasar… — comenzo diciendo.

Pero en ese preciso instante alguien entro en la tienda, y oyeron el vozarron de Zurita.

— ?Vaya! — farfullo Baltasar, lanzando la perla que tenia en la mano al bano —. ?Ahi lo tienes otra vez!

Zurita abrio estrepitosamente la puerta y entro en el laboratorio.

— ?Ah, los dos hermanitos juntos, magnifico! ?Ustedes piensan seguir tomandome el pelo mucho tiempo? — inquirio pasando la mirada de Baltasar a Cristo.

Cristo se puso de pie y, sonriendo cortesmente, dijo:

— Hago cuanto puedo. Paciencia. El «demonio marino» no es un pez cualquiera. No se le puede sacar tan facil. Lo he traido una vez, pero usted no estaba; el «demonio» vio la ciudad, no le gusto y ahora no quiere volver.

— Si no quiere, alla el. Estoy harto de esperar. Esta semana he decidido matar dos pajaros de un tiro. ?Salvador no ha regresado todavia?

— Lo esperan de un dia para otro.

— Hay que apresurarse. Esperen visita. He reunido a gente de confianza, segura. Tu, Cristo, nos abriras la puerta, lo demas corre de mi cuenta. Cuando todo este listo se lo comunicare a Baltasar. — Y volviendose a Baltasar, le espeto-: Contigo hablaremos manana. Pero ten presente, sera nuestra ultima conversacion.

Los hermanos se despidieron en silencio. Tan pronto Zurita les dio la espalda, las corteses sonrisas desaparecieron de las caras de los indios. Baltasar mascullo un improperio. Cristo parecia estar rumiando algun proyecto.

En la tienda Zurita algo le decia bajito a Lucia.

— ?No! — oyeron los hermanos la respuesta de la joven. Baltasar movio la cabeza anonadado.

— ?Cristo! — grito Zurita —. Sigueme, hoy te necesitare.

ENOJOSO ENCUENTRO

El estado de Ictiandro era realmente pesimo. La herida le dolia. Tenia fiebre. Y la respiracion al aire se hacia cada vez mas dificultosa.

Pero por la manana, pese al malestar, partio hacia la orilla para verse con Lucia. Ella llego a mediodia. Hacia un calor insoportable. A causa del recalentado aire y del fino polvo blanco Ictiandro comenzaba a sofocarse. El queria quedarse a la orilla del mar, pero Lucia tenia prisa, debia volver a la ciudad.

— El padre debe ausentarse por asuntos del negocio y yo debo reemplazarle en la tienda.

— Permitame, entonces, que la acompane — dijo el joven, y se fueron caminando por el polvoriento camino que conducia a la ciudad.

A su encuentro, con la cabeza gacha, venia Olsen. Evidentemente preocupado, paso de largo sin advertir a Lucia. Pero la joven le llamo.

— Necesito decirle unas palabras — dijo Lucia, dirigiendose a Ictiandro, y, volviendo sobre sus pasos, se acerco a Olsen. Ellos hablaron rapido y en voz baja. Parecia que la joven le suplicaba.

Ictiandro caminaba unos pasos mas atras.

— Bien, de madrugada — oyo la voz de Olsen. El gigante estrecho la mano de la joven, se despidio con un movimiento de cabeza y continuo a paso ligero su camino.

Cuando Lucia volvio, a Ictiandro le ardian las mejillas y las orejas. Estaba deseoso de poner en claro con Lucia todo lo referente a Olsen, pero no sabia como empezar.

— No puedo mas — comenzo jadeante —, debo saber… Olsen… ustedes me ocultan algun secreto. Ustedes deberan encontrarse por la noche. ?Usted le ama?

Lucia tomo la mano de Ictiandro, le miro con ternura y, con una dulce sonrisa en los labios, le pregunto:

— ?Me cree usted?

— Si… usted sabe que yo la amo — Ictiandro ya sabia que significaba eso —, pero es que yo… es que sufro tanto.

Era cierto. La incertidumbre atormentaba a Ictiandro, pero en ese mismo instante el sintio, ademas, un cortante dolor en los costados. Se sofocaba. Desaparecio el color de sus mejillas y la palidez invadio su rostro.

— Usted esta enfermo — se inquieto la chica —. Tranquilicese, le ruego. Carino, no queria decirle todo, pero se lo dire para que se sosiegue. Oiga lo que le voy a decir.

Pero en ese momento alguien que pasaba galopando, al ver a Lucia paro en seco al caballo y se acerco a la pareja de jovenes. Ictiandro reconocio inmediatamente al hombre del bigote, ya entrado en anos y con perilla.

Ictiandro sabia que lo habia visto en otra ocasion, pero ?donde? ?En la ciudad? No… Ah, si, en la orilla.

El jinete golpeo con la fusta la bota, lanzo una mirada suspicaz y hostil a Ictiandro y le tendio la mano a Lucia.

Aprovecho el momento para elevarla a nivel de la silla, le beso la mano y solto una risotada.

— ?Has caido, pichona! — Habiendo soltado la mano de la desconcertada joven, prosiguio tratando de ocultar su irritacion con el tono burlon-: ?Habrase visto que en visperas de la boda la novia se pase los dias paseando con chicos jovenes!

Lucia se enojo, pero el no la dejo expresarse:

— Su padre hace mucho que la esta esperando. Volvere a la tienda dentro de una hora.

Ictiandro ya no oyo las ultimas palabras. Se le nublaron los ojos, se le hizo un nudo en la garganta y la respiracion se interrumpio. No podia permanecer mas al aire.

— Entonces… me ha enganado usted… — articulo con los labios ya amoratados. El queria hablar, queria expresar toda su pena o enterarse de todo, pero el dolor en los costados se hacia insoportable, casi perdia el conocimiento.

Al fin Ictiandro salio corriendo hacia el acantilado y se lanzo al mar.

A Lucia se le escapo un grito y se tambaleo. Luego corrio hacia Pedro Zurita.

— ?Pronto! ?Salvelo!

Pero Zurita no se movio del sitio.

— No acostumbro a impedir que otros se suiciden, si ellos lo desean — dijo sin inmutarse.

Lucia corrio hacia la orilla con la intencion de tirarse al mar. Zurita espoleo al caballo, alcanzo a la joven, la asio de los hombros, la sento en la silla y salio al galope.

— No acostumbro a molestar a

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