la garganta.

— ?Lo has traido? — inquirio el gigante, mirando el collar de perlas que llevaba Lucia.

Ella asintio.

— ?No se enterara tu padre? — pregunto Olsen.

— No — respondio la joven —. Esas perlas son mias, puedo disponer de ellas como se me antoje.

Lucia y Olsen se aproximaron, conversando tranquilamente, hasta el mismo borde del acantilado. Lucia desabrocho el collar de perlas, lo tomo por uno de los extremos, alzo la mano y, admirandolo, profirio:

— Mira, mira que hermosas se ven las perlas a la luz del ocaso. Tomalas, Olsen…

Olsen habia tendido ya la mano pero, de subito, el collar se deslizo por la mano de Lucia y cayo al mar.

— ?Que he hecho! — exclamo la joven.

Olsen y Lucia seguian afligidos al borde del acantilado.

— ?Tal vez se pueda sacar? — dijo Olsen.

— Esta parte es muy honda — suspiro la joven, y anadio-: ?Que desgracia, Olsen!

Ictiandro vio la afliccion, la amargura que reflejaba el rostro de la joven, y olvido, de inmediato, que ella se proponia obsequiar las perlas al gigante rubio. Ictiandro no podia permanecer impasible ante tan enorme pena de la chica: salio de su escondrijo y se dirigio resueltamente a Lucia.

Olsen fruncio el ceno. Lucia lo miro con curiosidad y asombro, reconocio en Ictiandro al joven que abandono repentinamente la tienda.

— Perdon, ?creo que se le ha caido al mar un collar de perlas? — inquirio Ictiandro —. Si usted me permite puedo rescatarselo.

— Ni mi padre, que es el mejor pescador de perlas, podria rescatarlo aqui — le objeto la joven.

— Yo intentare — respondio modestamente Ictiandro —, y, para el asombro de Lucia y de su acompanante, el joven sin quitarse el traje, se lanzo al mar desde el acantilado y desaparecio en las olas.

Olsen no sabia que pensar.

— ?Quien es? ?Como aparecio aqui?

Paso un minuto, se agoto el segundo, pero el joven no aparecia.

— Perecio — dijo preocupada Lucia con la mirada fija en las olas.

Ictiandro queria evitar por todos los medios que la joven se enterara de que podia vivir bajo el agua. Entusiasmado con la busqueda, no calculo debidamente el tiempo y permanecio sumergido algo mas de lo que puede resistir un pescador de perlas. Cuando emergio, el joven anuncio sonriente:

— Un poquito de paciencia. Hay muchos escollos, eso dificulta la busqueda. Pero lo encontrare — y volvio a bucear.

Lucia habia asistido reiteradas veces a la pesca de perlas y le asombro que el joven, habiendo permanecido en el fondo casi dos minutos, respirara tranquilamente y no se mostrara fatigado.

Dos minutos despues la cabeza de Ictiandro aparecia nuevamente en la superficie. Su rostro irradiaba alegria. Alzo la mano sobre el agua y mostro el collar.

— Se habia enganchado en una roca — articulo Ictiandro con voz absolutamente serena, sin jadear, cual si hubiera salido de la habitacion contigua —. Si hubiera caido en una grieta, habria requerido mas trabajo y tiempo.

Subio rapidamente por las rocas, se acerco a Lucia y le entrego el collar. El agua corria a chorros de su ropa, pero el no prestaba atencion.

— Aqui lo tiene.

— ?Gracias! — dijo Lucia, mirando al joven con mas curiosidad.

Se establecio un embarazoso silencio. Ninguno de los tres sabia que hacer. Lucia no se atrevia a pasarle el collar a Olsen en presencia de Ictiandro.

— Usted, si no me equivoco, queria entregarle el collar a el — profirio Ictiandro senalando a Olsen.

Este se ruborizo, y la turbada Lucia manifesto:

— Si, efectivamente — y le alargo el collar a Olsen, quien lo admitio en silencio y se lo puso en el bolsillo.

Ictiandro quedo satisfecho. Por su parte eso era una pequena venganza. El gigante recibio como presente el collar perdido por Lucia, pero de manos de el, de Ictiandro.

Y, tras despedirse de la joven con una cortes reverencia, Ictiandro se alejo rapidamente por el camino.

Pero ese exito no alegro por mucho tiempo a Ictiandro. Le surgian nuevas ideas e interrogantes que lo atormentaban. El no conocia a la gente. ?Quien sera ese gigante rubio? ?Por que Lucia le obsequia su collar? ?De que hablaban en el penasco?

Aquella noche Ictiandro se la paso cabalgando en delfin y amedrentando en la oscuridad a los pescadores con sus gritos.

Todo el dia siguiente permanecio bajo el agua. Con gafas, pero sin guantes, estuvo buscando en el arenoso fondo ostras perliferas. Por la tarde visito a Cristo, quien le recibio con rezongones reproches. Por la manana, ya vestido, el joven se hallaba al pie de la roca donde se encontro con Lucia y Olsen. Por la tarde, durante el ocaso, igual que aquella memorable tarde, la primera en aparecer fue Lucia.

Ictiandro salio de detras de las rocas y se acerco a la joven. Esta al verlo le saludo con un movimiento de cabeza, como se saluda a los amigos, y, esbozando una encantadora sonrisa, pregunto:

— ?Me persigue usted?

— Si — respondio honestamente Ictiandro —, desde la primera vez que la he visto… — Y, completamente turbado, el joven prosiguio-: Usted le ha regalado su collar a aquel… a Olsen. Pero antes de entregarselo usted miro las perlas con admiracion. ?Le gustan las perlas?

— Si.

— Entonces, admitame esto… — y le alargo una perla.

Lucia conocia perfectamente el valor de las perlas. La que yacia en la mano del joven superaba cuanto habia visto hasta entonces y lo conocido por los relatos del padre. Era una pieza enorme, de forma impecable, nivea blancura y pesaba unos doscientos quilates, su valor rayaba, seguramente, un millon de pesos de oro. La asombrada Lucia miraba ora a la insolita perla, ora al apuesto joven. Aquel joven fuerte, agil, sano, algo timido, con su traje blanco arrugado, no se parecia a los senoritos de Buenos Aires. Y le ofrecia a ella — a quien, de hecho, no conocia — semejante regalo.

— Tomela — insistio Ictiandro.

— No — repuso Lucia, reforzando su negativa con el movimiento de cabeza —. No puedo admitirle tan caro regalo.

— Eso no tiene valor alguno — le objeto Ictiandro con ardor —. En el fondo del oceano hay a millares.

Al rostro de Lucia afloro la sonrisa. Ictiandro se inmuto, se ruborizo y, tras un breve silencio, anadio:

— Por favor, le ruego.

— No.

Ictiandro fruncio el ceno; se sentia ofendido.

— Si no la quiere para usted — insistio el joven —, tomela para aquel… para Olsen. El no la rechazara.

Eso enojo a Lucia.

— El no lo quiere para si — repuso con aspereza —. Usted no sabe nada.

— Entonces, ?no?

— No.

Ictiandro lanzo con fuerza la perla al mar, se despidio en silencio con un leve movimiento de cabeza, y fue en busca del camino.

Ese gesto dejo estupefacta a Lucia. Quedo paralizada, sin poder moverse del sitio. Era inconcebible, lanzar al mar una millonada como si fuera un guijarro cualquiera. Se sentia apesadumbrada. No debia haberle causado ese disgusto al joven.

— ?Esperese, no se vaya!

Pero Ictiandro seguia caminando con la cabeza gacha. Lucia le dio alcance, le tomo del brazo y le miro al rostro. Por las mejillas del joven corrian lagrimas. El jamas habia llorado y ahora no acababa de entender por que los objetos se tornaban borrosos, esfuminados, como cuando nadaba bajo el agua sin gafas.

— Disculpeme, le he disgustado — susurro la chica, cogiendole ambas manos.

LA IMPACIENCIA DE ZURITA

Despues de este acontecimiento, Ictiandro acudia todas las tardes a su lugar de la costa proximo a la ciudad, se ponia el traje escondido entre las rocas y se presentaba al pie del penasco adonde iba Lucia. Paseaban por la orilla conversando animadamente. ?Quien era el nuevo amigo de Lucia? Ella no podria decirlo. Era un muchacho inteligente, ingenioso, conocia muchas cosas que desconocia ella; sin embargo, otras sencillisimas — que para cualquier muchacho urbano son pan comido —, no las entendia. ?Como explicar eso? A Ictiandro no le gustaba explayarse sobre su persona. Preferia vivir de incognito. La chica solo sabia que su padre era doctor y, por lo visto, acaudalado; que lo habia educado marginado de la ciudad y de la gente y dado una instruccion muy singular, pero sumamente unilateral.

A veces solian estar sentados en la orilla hasta muy tarde. A sus pies rompian las olas de la marejada. Rutilaban las estrellas. Este telon de fondo hacia innecesarias las palabras, guardaban silencio. Ictiandro se sentia feliz.

— Debo retirarme — decia la chica.

El joven se levantaba renuente, la acompanaba hasta el arrabal, regresaba rapidamente, se quitaba el traje y volvia a casa a nado.

Por la manana, concluido el desayuno, se llevaba una hogaza a la bahia, se sentaba en la arena del fondo y comenzaba a cebar los peces. Ellos acudian, lo rodeaban como un enjambre y le quitaban el pan de las manos. Sucedia que peces grandes irrumpian en ese enjambre y comenzaban a perseguir a los chiquitos. En esos casos Ictiandro espantaba a los voraces agresores, mientras los peces pequenos buscaban la salvacion a sus espaldas.

Comenzo a reunir perlas y las almacenaba en una gruta submarina. Trabajaba con entusiasmo y pronto acumulo una cantidad considerable de perlas selectas.

Se estaba convirtiendo, sin proponerselo, en el hombre mas rico de la Argentina o, tal vez, de America del Sur. Si se lo propusiera podria ser el hombre mas rico del mundo. Pero el no pensaba en la riqueza.

Los dias transcurrian asi en plena tranquilidad. Ictiandro solo lamentaba que Lucia viviera en esa ciudad con tanto polvo, sofoco y ruido. Seria magnifico si ella pudiera vivir tambien bajo el agua, lejos del ruido y de la gente. El le mostraria otro mundo nuevo, desconocido, las maravillosas flores de los campos submarinos. Pero Lucia no puede vivir bajo el agua y el, en la tierra. El ya se viene excediendo en la permanencia al aire. Lamentablemente, esto tiene sus consecuencias: le estan doliendo cada vez con mas frecuencia y mas fuerza los costados, cuando se pasa sentado las tardes con la joven a la orilla del mar. Pero hasta cuando el dolor se hace insoportable, no abandona a la chica hasta que ella misma no manifiesta el deseo de retirarse. Habia algo mas que preocupaba a Ictiandro: ?de que hablaria Lucia con el gigante rubio? Siempre quiere preguntarle, pero teme ofenderla.

Una de aquellas tardes la joven le dijo a Ictiandro que el dia siguiente no acudiria.

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