pasado, pobre-cita? ?Quien te ha hecho esto?»

Al final, el policia nervioso recobro la compostura y los aparto bruscamente, diciendo que aquella era la escena de un crimen y que debian acordonarla.

Retrocedieron varios pasos, incapaces de apartar la vista, como si estuvieran viendo un episodio de CSI a tiempo real. Estaban horrorizados, absortos y petrificados, pero sentian curiosidad a medida que crecia el circo. MJ saco una botella de agua y gorras de beisbol del coche y Lisa bebio agradecida, luego se cubrio la cabeza para protegerse del sol abrasador.

Primero llego una furgoneta blanca a la escena del crimen. Se bajaron dos hombres vestidos con pantalones deportivos y camisetas y comenzaron a ponerse los trajes protectores blancos. Luego aparecio una furgoneta azul mas pequena de la que salio el fotografo de la escena del crimen. Poco despues, llego un Volkswagen Golf azul del que se bajo una mujer joven. Tendria unos veintitantos anos, llevaba vaqueros y una blusa blanca y tenia el pelo rubio rizado. Se quedo unos momentos observando la escena. Sujetaba una libreta en una mano y una grabadora pequena. Luego, se acerco a MJ y a Lisa.

– ?Sois los que habeis encontrado el coche? -Su voz era agradable pero energica.

Lisa senalo a MJ.

– Ha sido el.

– Soy Angela Parks -dijo la mujer-. Trabajo en Age. ?Podriais decirme lo que ha pasado?

Ahora llego un Holden dorado y polvoriento. Mientras MJ contaba su historia, Lisa vio bajarse a dos hombres con camisa blanca y corbata. Uno era bajo y fornido, de rostro serio y juvenil, mientras que el otro parecia un maton: alto, corpulento, aunque con un ligero sobrepeso, calvo y con un bigote fino pelirrojo. Tenia cara de pocos amigos, seguramente porque le habian llamado en fin de semana, penso Lisa, aunque pronto descubrio que no era por eso.

– ?Maldito idiota! -le grito al policia nervioso, a modo de saludo, quedandose a cierta distancia del cordon policial-. ?Vaya cagada! ?Es que no tienes ninguna formacion basica, joder? ?Que has hecho con mi escena del crimen? No solo la has contaminado, ?la has profanado! ?Quien cono te ha dicho que sacaras el coche del agua?

Por un momento, al policia parecieron faltarle las palabras.

– Si, bueno… lo siento, senor. Supongo que la hemos fastidiado un poco.

– ?Estas plantado justo en medio!

El policia bajo y fornido se acerco a Lisa y MJ y saludo con la cabeza a la periodista.

– ?Como estas, Angela?

– Bien. Me alegro de verle, sargento Burg -dijo ella.

Luego su companero, el maton, se acerco con zancadas grandes y poderosas, como si la orilla del rio y todo lo que habia alrededor le pertenecieran. Saludo deprisa con la cabeza a la periodista y luego se dirigio a Lisa y a MJ.

– Soy el sargento jefe George Fletcher -dijo. Su actitud era profesional y sorprendentemente delicada-. ?Sois la pareja que ha encontrado el coche?

MJ asintio.

– Si.

– Voy a necesitar una declaracion de ambos. ?Os importaria ir a la comisaria de Geelong?

MJ miro a Lisa, luego al policia.

– ?Ahora, quiere decir?

– En algun momento de hoy.

– Claro. Pero creo que no podremos contarle demasiado.

– Gracias, pero eso ya lo juzgare yo. Mi sargento tomara nota de vuestros nombres, direcciones y telefonos de contacto antes de que os marcheis.

La periodista acerco la grabadora al inspector.

– Sargento jefe Fletcher, ?cree que existe una relacion entre las bandas de Melbourne y esta mujer muerta?

– Usted lleva aqui mas tiempo que yo, senorita Parks. En este momento no tengo ningun comentario para usted. Primero averiguemos quien es.

– Era -le corrigio la periodista.

– Bueno, si quiere ser tan pedante, esperaremos a que llegue el forense de la policia y certifique que realmente esta muerta.

El hombre esbozo una sonrisa desafiante, pero nadie se la devolvio.

35

11 de septiembre de 2001

Nadie habia abierto la boca aun, salvo el conductor, que hablaba sin parar. Era como el televisor de un bar con el volumen irritantemente alto que no se podia apagar ni cambiar de canal. Ronnie trataba de escuchar las noticias que salian de la radio de la camioneta, intentando poner en orden sus pensamientos, y el conductor le impedia hacer ninguna de las dos cosas.

Y lo que era aun peor, el fuerte acento de Brooklyn dificultaba a Ronnie descifrar lo que estaba diciendo. Pero como el hombre era amable y le habia subido al coche, no podia decirle que se callara. Asi que se quedo ahi sentado, escuchando a medias, asintiendo y contestando de vez en cuando «Si» o «No, mierda» o «No hablara en serio», dependiendo de que respuesta considerara mas apropiada.

El hombre habia puesto por los suelos a la mayoria de las minorias etnicas de «esta Gran Nacion» y ahora estaba hablando de las escaleras que tenia en la Torre Sur. Parecia muy molesto por ellas. Tambien estaba muy molesto con Hacienda y comenzo a criticar el sistema tributario estadounidense.

Entonces se sumergio en unos momentos de silencio compasivo y dejo que hablara la radio. Todos los fantasmas sentados detras de Ronnie en la camioneta permanecieron callados. Tal vez estuvieran escuchando la radio, tal vez estuvieran en un estado de shock demasiado profundo para asimilar nada.

Era una letania. Una lista de todo lo que habia ocurrido y que ya sabia. Dentro de poco iba a comparecer George Bush; mientras tanto, el alcalde Giuliani se dirigia al centro. Estados Unidos estaba siendo atacado, facilitarian mas informacion a medida que les llegara.

En su cabeza, el plan de Ronnie iba tomando forma sin cesar.

Avanzaban por una calle ancha y silenciosa. A su derecha habia un arcen de hierba gastada con arboles y farolas. Despues del cesped habia un camino, o un carril bici, y luego una barandilla y, mas alla, otra calle que discurria en paralelo, con coches y furgonetas aparcadas y bloques de pisos de ladrillo rojo que no eran demasiado altos, muy distintos a los monolitos de Manhattan. Al cabo de unos ochocientos metros daban paso a unas viviendas grandes y angulosas que podrian ser estudios o apartamentos. Parecia una zona prospera, agradable y tranquila.

Pasaron por delante de una senal que decia Ocean Parkway.

Vio a una pareja de ancianos caminando despacio por la acera y se pregunto si sabrian el drama que tenia lugar justo al otro lado del rio. Parecia que no. Si lo hubieran oido, seguro que estarian pegados al televisor. Aparte de ellos, no se veia un alma. Era cierto que a esta hora del dia, entre semana, muchas personas estaban en sus despachos. Pero las madres estarian empujando los cochecitos de sus hijos, habria gente paseando al perro, los jovenes estarian holgazaneando. Y no habia nadie. El trafico tambien parecia fluido, demasiado fluido.

– ?Donde estamos? -le pregunto al conductor.

– En Brooklyn.

– Ah, vale -dijo Ronnie-. Todavia estamos en Brooklyn.

Vio un cartel en un edificio que decia Yeshiva Center. Le parecia que llevaban siglos conduciendo. No sabia que Brooklyn fuera tan grande; lo bastante grande como para perderse en el, desaparecer.

Unas palabras acudieron a su mente. Era una frase de una obra de Marlowe, El judio de Malta, que habia visto recientemente con Lorraine y los Klinger en el Theatre Royal de Brighton:

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