Esbozo una sonrisa timida.

– Tengo un Mustang P45, un Spit, un Hurricane, un Mosquito y un Wellington.

Se hizo un silencio incomodo. En la pantalla del televisor dos mujeres hablaban ahora de un traje de boda. Entonces Derek senalo el Lancaster.

– Mi padre los pilotaba. Realizo setenta y cinco misiones. ?Conoce el escuadron Dambusters? ?Ha visto la pelicula?

Pewe asintio.

– Fue uno de ellos. Uno de los que volvio. Uno de los pocos.

– Era piloto.

– Artillero de cola. Ametralladora Charlie, le llamaban.

– Un tipo valiente -dijo Pewe educadamente.

– En realidad no. Solo cumplia con su deber. Despues de la guerra se volvio un hombre amargado. -Luego, tras unos instantes, anadio-: La guerra jode a la gente, ?lo sabia?

– Me lo imagino.

Derek Balkwill nego con la cabeza.

– Nadie puede imaginarselo. ?Hace mucho que es policia?

– En enero hara diecinueve anos.

– Igual que Roy.

Cuando su mujer regreso con una bandeja con te y galletas, Derek Balkwill jugo con el mando a distancia y silencio el televisor sin apagar la imagen. Los tres se acomodaron, Pewe en un sillon y los Balkwill en el sofa.

El comisario cogio su taza, sujetando el asa minuscula con sus dedos de unas perfectas, soplo el te, bebio un sorbo y volvio a dejarlo sobre la mesa.

– Me acaban de trasladar de la Met, en Londres, al Departamento de Investigacion Criminal de Sussex - explico-. Me han asignado la revision de los casos sin resolver. No se como decirlo con delicadeza, pero he estado repasando los expedientes de las personas desaparecidas y creo que la desaparicion de su hija no ha sido investigada adecuadamente.

Se reclino y abrio los brazos.

– Con eso quiero decir, sin poner a Roy en entredicho, por supuesto… -vacilo, hasta que recobro la seguridad para continuar al ver que ambos asentian con la cabeza-. Como observador totalmente imparcial que soy, me parece que Roy Grace esta demasiado involucrado emocionalmente para llevar a cabo una revision imparcial de la investigacion original sobre la desaparicion de su esposa. -Hizo una pausa y bebio otro sorbo de te-. Me preguntaba si ustedes tenian algun punto de vista al respecto.

– ?Sabe Roy que esta aqui? -pregunto Derek Balkwill.

– Llevo a cabo una investigacion independiente -dijo Pewe para evitar contestar.

La madre de Sandy fruncio el ceno, pero no dijo nada.

– No veo que tendria de malo -respondio al final su marido.

48

11 de septiembre de 2001

Ronnie estaba borracho. Caminaba con paso algo inseguro, arrastrando el trolley por la acera, que se mecia como la cubierta de un barco. Tenia la boca seca y notaba la cabeza como si estuviera atrapada en un torno que la apretaba sin cesar. Tendria que haber almorzado algo, lo sabia. Compraria comida mas tarde, despues de registrarse y guardar el equipaje.

En la mano izquierda llevaba un recibo arrugado del bar, detras del cual su nuevo mejor amigo -cuyo nombre ya habia olvidado- habia escrito una direccion y dibujado un mapa. Eran las cinco de la tarde. Un helicoptero volaba bajo en el cielo. Percibia un olor desagradable a quemado en el aire. ?Habia un incendio en alguna parte?

Entonces se percato de que se trataba del mismo olor de antes, cuando estaba en Manhattan. Denso y empalagoso, se filtraba en los edificios bajos de ladrillo rojo que lo flanqueaban, en su ropa y en los poros de su piel. Lo respiraba, le llenaba los pulmones.

Al llegar al final de la calle, miro el mapa entrecerrando los ojos. Parecia decirle que girara a la derecha en el siguiente cruce. Paso por delante de varias tiendas con carteles en cirilico y de un banco, con un cajero automatico exterior. Se detuvo, tentado por un momento de retirar todo el dinero que le permitieran sus tarjetas, pero comprendio que no seria una decision inteligente; el cajero registraria la hora de la transaccion. Siguio andando. Paso por delante de mas escaparates. Al otro extremo de la calle habia colgada una pancarta, serigrafiada con las palabras Mantengamos limpia Brighton Beach.

Comenzo a caer en la cuenta de lo desierta que estaba la calle. Habia coches aparcados a cada lado, pero ahora no se veia gente. Las tiendas tambien estaban practicamente vacias. Era como si todo el barrio estuviera en una fiesta a la que no le habian invitado.

Pero sabia que todo el mundo estaba en casa, pegado al televisor. «Esperando a que caiga la espada de Damocles», habia dicho alguien en el bar.

Paso por delante de una tienda poco iluminada con un cartel fuera, La ciudad del buzon. A la derecha habia filas y filas de cajas metalicas. Al fondo de la tienda estaba sentado un joven de pelo negro y largo encorvado sobre un ordenador consultando Internet. En el mostrador, un anciano de pelo entrecano vestido con ropa barata realizaba algun tipo de transaccion.

Ronnie se dio cuenta de que empezaba a estar mas sobrio, a pensar con mas claridad. A pensar que este lugar podria ser util para sus planes. Siguio caminando, contando las calles a su izquierda. Entonces, siguiendo las indicaciones, giro a la izquierda y accedio a una calle residencial venida a menos. Aqui las casas parecian construidas con piezas de Lego rotas. Tenian dos y tres plantas, eran pareadas, pero las dos mitades no eran iguales. Unos escalones conducian a las puertas de entrada y habia toldos y puertas donde deberia haber garajes; tambien tejas espanolas, enladrillado irregular, fachadas de yeso gastado y ventanas desiguales que parecian compradas en lotes surtidos.

En el primer cruce, el mapa le indicaba que girara a la izquierda en una calle estrecha llamada Brighton Path 2. Dejo atras dos Chevy Suburbans blancos aparcados delante de un garaje doble con las dos puertas llenas de grafitis y una hilera de viviendas de una planta. Luego giro a la derecha en una calle aun mas destartalada de casas pareadas y llego al numero 29. Las dos mitades de la casa eran de color hormigon prefundido. Delante, en un poste de telegrafos habia un poster rasgado, pero apenas le presto atencion. Miro los peldanos sucios y vio, en letras rojas sobre un pequeno tablon blanco clavado en el dintel de la puerta, las siglas HPI.

Subio los escalones, cargando el equipaje, y llamo al timbre. Unos momentos despues, una figura desdibujada aparecio tras el cristal esmerilado y la puerta se abrio. Una chica plana como una tabla, que llevaba una bata mugrienta y chanclas, lo miro. Era rubia y tenia el pelo sucio y desgrenado como filamentos de algas y la cara ancha de muneca con unos ojos negros grandes y redondos. No dijo nada.

– Busco una habitacion -dijo Ronnie-. Me han dicho que tenias una habitacion.

Ronnie vio un telefono publico en la pared a su lado y percibio un olor intenso a humedad y moqueta vieja. En algun lugar del edificio oyo las noticias en television. Los acontecimientos de hoy.

La chica dijo algo que no comprendio. Le parecio ruso, pero no estaba seguro.

– ?Hablas ingles?

Ella levanto la mano, para indicarle que esperara, luego desaparecio hacia el fondo de la casa. Al cabo de un rato, aparecio un hombre de unos cincuenta anos corpulento y con la cabeza rapada. Llevaba una camisa blanca sin cuello, pantalones negros anchos y sucios con tirantes y unas deportivas, y miro a Ronnie como si fuera un capullo que bloqueaba el paso al lavabo.

– ?Habitacion? -dijo con un acento gutural.

– Boris -dijo Ronnie, que de repente recordo el nombre de su nuevo mejor amigo-. Me ha dicho que viniera

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