sugirio Case. Era lo que hacian todos los agentes, incluido el comisario jefe.

Pewe, que se habia quitado la chaqueta del traje y la habia colgado en la silla, llevaba unos tirantes rojos encima de la camisa blanca. Ahora se paseaba por la habitacion tirando de ellos.

– Yo no hago bricolaje -dijo-. No tengo tiempo. Tendras alguien aqui que se encargue de estas cosas.

– Si -dijo Tony Case-. Yo.

Pewe miraba por la ventana al deprimente bloque de detencion. Empezaba a parar de llover.

– No es una gran vista -se quejo.

– Al comisario Grace le gustaba bastante.

Pewe se puso de un color raro, como si se hubiera tragado algo que le daba alergia.

– ?Este era su despacho?

– Si.

– La vista es horrorosa.

– Si llama a la subdirectora Vosper quizas ordene que derriben el bloque de detencion.

– No tiene gracia -dijo Pewe.

– Gracia -dijo Tony Case-. No pretendo ser gracioso. Estoy trabajando. Aqui no hacemos bromas, solo trabajo policial serio. Ire a buscarle un martillo… Si no lo ha birlado nadie.

– ?Y que hay de mis ayudantes? He solicitado dos agentes. ?Donde se sentaran?

– Nadie me ha dicho nada de dos ayudantes.

– Necesito un lugar para ellos. Tendran que sentarse en algun sitio cerca de mi.

– Podria traerle una mesa mas pequena -dijo Tony Case-. Y ponerlos a los dos aqui dentro. -Se marcho del despacho.

Pewe no sabia si el hombre se burlaba de el o hablaba en serio, pero el telefono interrumpio sus pensamientos.

– Comisario Pewe -contesto dandose importancia.

Era un operador.

– Senor, tengo a un agente de la Interpol al telefono. Llama en nombre de la policia de Victoria, Australia. Ha preguntado especificamente por alguien que trabaje en casos sin resolver.

– De acuerdo, pasamelo. -Se sento, tomandose su tiempo, y puso las piernas sobre la mesa, en un espacio entre fajos de documentos. Luego se acerco el auricular a la oreja.

– Comisario Cassian Pewe al habla -dijo.

– Ah, buenos dias, Cashon, soy el sargento James Franks de la oficina de la Interpol en Londres.

Franks tenia el acento cortado tipico de alumno de colegio privado. A Pewe no le gustaba que los miembros administrativos de la Interpol tendieran a creerse superiores y carecieran de la menor consideracion con los demas policias.

– Dejeme su numero y ya le llamare -dijo Pewe.

– Tranquilo, no hace falta.

– Es por seguridad. Es la politica que seguimos aqui en Sussex -dijo Pewe dandose importancia y obteniendo una gran satisfaccion al ejercer su pequena cuota de poder.

Franks le devolvio el cumplido haciendole escuchar un bucle infinito del «Nessun dorma» durante cuatro minutos largos antes de volverse a poner al telefono. Habria estado aun mas contento si hubiera sabido que era un aria que Pewe, un purista de la musica clasica y la opera, detestaba particularmente.

– De acuerdo, Cashon, la policia a las afueras de Melbourne, en Australia, se ha puesto en contacto con nuestra oficina. Tengo entendido que han recuperado el cadaver de una mujer embarazada sin identificar del maletero de un coche… Llevaba en un rio unos dos anos y medio. Han obtenido muestras de ADN de ella y del feto, pero no han podido encontrar ningun resultado positivo en las bases de datos de Australia. Pero la cuestion es esta… -Franks hizo una pausa y Pewe oyo un sorbo, como si bebiera cafe, antes de proseguir-. La mujer tenia implantes de silicona en los pechos. Tengo entendido que todos ellos llevan impresa la identificacion del fabricante y que cada uno tiene un numero de serie que se guarda en el registro del hospital junto al nombre de la receptora. Este par de implantes en particular fue suministrado a un hospital llamado Nuffield en Woodingdean, en el municipio de Brighton y Hove, en 1997.

Pewe bajo los pies de la mesa y busco desesperadamente una libreta, antes de utilizar el dorso de un sobre para garabatear los detalles. Luego le pidio a Franks que le enviara por fax la informacion sobre los implantes y los analisis de ADN tanto de la madre como del feto y le prometio que iniciaria las pesquisas de inmediato. Luego senalo con bastante determinacion que su nombre era «Cassian», no «Cashon», y colgo.

Necesitaba imperiosamente un agente que lo ayudara. Tenia cosas mucho mas importantes entre manos que un cadaver flotando en un rio de Australia. Una de ellas, en concreto, era muchisimo mas importante.

63

Octubre de 2007

Abby estaba riendose. Su padre se reia tambien.

– Bobita, lo has hecho a proposito, ?verdad?

– ?Que no, papa!

Los dos retrocedieron para contemplar la pared del bano parcialmente alicatada. Azulejos blancos con una moldura azul marino y unos cuantos azulejos azul marino esparcidos aqui y alli para decorar, uno de los cuales ella habia colocado al reves de forma que la parte gris y basta quedaba visible y parecia un cuadrado de cemento.

– Se supone que tienes que ayudarme, jovencita, ?no retrasarme! -la reprendio su padre.

Ella solto una risita.

– No lo he hecho a proposito, papi, en serio.

A modo de respuesta, el le dio unos golpecitos en la frente con la paleta y le dejo una montanita de lechada.

– ?Eh! -grito ella-. ?No soy una pared del bano, no puedes alicatarme!

– Oh, si. Si que puedo.

El rostro de su padre se oscurecio y la sonrisa se esfumo. De repente, ya no era el. Era Ricky.

Tenia un taladro en la mano. Sonriendo, apreto el interruptor de gatillo. El taladro gimio.

– ?Primero la rodilla derecha o la izquierda, Abby?

Temblaba. Su cuerpo seguia rigido por las ataduras, tenia el estomago revuelto, se encogia hacia atras, gritaba en silencio.

Veia el taladro dando vueltas. Rizandose hacia su rodilla a unos centimetros de ella. Estaba gritando. Se le hincharon las mejillas, pero no emitia ningun sonido. Solo un quejido infinito, atrapado.

Atrapado en su garganta y su boca.

Ricky se inclino hacia delante con el taladro.

Y mientras Abby volvia a gritar, la luz cambio de repente. Respiro el olor intenso y seco de la lechada fresca, vio los azulejos color crema de la pared. Estaba hiperventilando. No habia rastro de Ricky. Vio la bolsa de plastico donde el la habia dejado, intacta, justo detras de la puerta. Se notaba la piel resbaladiza por el sudor. Oyo el zumbido continuo del extractor de aire, sintio la corriente fria que emitia el aparato. Tenia la boca pegada por dentro; estaba muerta de sed, terriblemente muerta de sed. Solo una gota, un vasito, por favor.

Volvio a mirar los azulejos.

Dios mio, que ironico era estar encerrada aqui dentro, mirando estos azulejos, tan cerca. ?Tan cerca, maldita sea! Su mente no paraba de dar vueltas. Tenia que contactar con Ricky como fuera. Tenia que conseguir que le quitara la cinta de la cara. Y si cuando regresara se mostraba racional, sabia exactamente lo que tendria que hacer.

Pero Ricky no era racional.

Y al pensar en ello se le helaron todas las celulas del cuerpo.

Вы читаете Las Huellas Del Hombre Muerto
Добавить отзыв
ВСЕ ОТЗЫВЫ О КНИГЕ В ИЗБРАННОЕ

0

Вы можете отметить интересные вам фрагменты текста, которые будут доступны по уникальной ссылке в адресной строке браузера.

Отметить Добавить цитату